«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis». Mateo, 7, 15. In our time, political speech and writing are largely the defense of the indefensible.But if thought corrupts language, language can also corrupt thought. [1] ORWELL. Abría ayer El […]
«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis». Mateo, 7, 15.
In our time, political speech and writing are largely the defense of the indefensible.But if thought corrupts language, language can also corrupt thought. [1] ORWELL.
Abría ayer El País la crónica de la segunda investidura de George W. Bush diciendo que Freedom (libertad) fue la palabra más empleada en el discurso. La agencia Ap-Apcom destaca el añadido «Con la ayuda de Dios» a la fórmula tradicional; Efe menciona «numerosas alusiones a Dios y a la Biblia» y recoge una frase que revela la preocupación de Bush por el lenguaje: «nuestro deber no está definido por las palabras que uso, sino por la historia que hemos visto juntos».
Anteayer Condoleeza Rice dijo que ahora es tiempo de «diplomacia», y lo cierto es que la metáfora de los «bastiones de la tiranía» parece obra de un funcionario del cuerpo diplomático mientras que la del «Eje del Mal» sólo la puede hacer alguien embriagado de Biblia.
En Italia, hasta hace muy poco, amén de aquella salida en la que se reconoció «ungido por el Señor», o de aquella otra en la que consideraba el Islam «una religión de pastores», o de aquella de más allá, en la que afirmaba la «superioridad de la civilización occidental», la religión no había constituido un pilar fundamental de la retórica berlusconiana. El uso lingüístico-político de la vieja contienda maniquea entre el Bien y el Mal parecía ser, sobre todo después del 11S, monopolio de Bush y sus evangelistas prosélitos, pero -¡Ángela María!- en los últimos 20 días, Berlusconi, dictando una vez más el contenido del putiferio politicante, se ha dejado caer con dos sermones y una parábola que avanzan lo que hemos de ver en este largo año de campaña electoral.
Cronológicamente, lo primero fue el sermón de fin de año. En él, el Cavaliere daba a conocer la larga guerra contra el Mal, transustanciado en el Estado iliberal, por no decir totalitario, que viene librando desde que entró en política. Hasta ahora, dijo el Premier italiano, la batalla contra el Mal, se había librado en terreno económico, mas ahora se afrontaba una preocupación aún mayor: «Cuando digo que hay una base religiosa en nuestra presencia política y voy contra la secularización de mi partido, lo que quiero decir es que debemos ser conscientes de que estamos aquí para evitar que prevalezca el mal, que prevalezca una ideología que hasta ahora, en su aplicación práctica, en todo el curso de la historia, ha sido dañosa para los ciudadanos, ha disminuido su libertad, y ha degenerado en no-democracias. Por esto, considero que, para las próximas elecciones, insistiremos mucho en estos temas. Nuestro eslógan en la campaña electoral podría ser: Abajo los impuestos, arriba los valores«[2]. Los valores, recordémoslo.
Unos días después, el intento de golpe de estado con trípode. Aquel día, salió Silvio de casa para ir a visitar a un amigo enfermo. Mal que lo habían advertido de que no fuese a pie, humilde y campechano como era, insistió en la idea hasta que se salió con la suya. Atravesaba Piazza Navona cuando Roberto Dal Bosco, de 28 años, de profesión albañil, no pudiendo contener su odio, le lanzó el trípode de su cámara fotográfica a la cabeza. No hubo premeditación, tampoco fue cuestión de desequilibrio mental. Lo hizo por puro odio. Interrogado, Roberto confesó ser militante de los Democratici di Sinistra, o sea, excomunista. Los prosélitos de Silvio, poseídos por la furia, esperaban que Silvio la descargara en los bolcheviques, pero no fue así: se liberó al agresor. Un día después, Roberto, compungido por el arrepentimiento, hizo llegar al Palazzo Chigi, sede del gobierno, una carta. «Soy el que, en un momento de despreciable euforia, le causó una herida, que no consigo perdonarme. Créame, estoy mortificado, mi familia, angustiada por ver cómo se derrumba la certeza consolidada de ser una familia de bien. Invoco a su fe católica, a fin de que me perdone». Silvio llamó por teléfono y habló con la madre de Roberto, a quien serenó el ánimo: «Señora, el asunto, para mí, está cerrado». La mamma de Roberto se quedó de piedra. Y todo quedó en un inmenso apósito tras la oreja derecha del clemente Silvio y una invitación a su agresor: «La próxima vez que vengas a Roma, nos vemos y nos miramos a los ojos. Entenderás que yo no busco el mal de nadie»[3]«. El que tenga oídos, que oiga.
Así, se llega al pasado domingo, en el que, en un sermón telefónico, recuerda a sus prosélitos el motivo último y primero de su compromiso político: evitar que el mal prevalezca. «Si la izquierda llega al gobierno, el resultado sería miseria, terror y muerte, como sucede gobierne donde gobierne el comunismo». El mal, para Berlusconi, no se limita al «Eje del mal» de Bush. A diferencia de los EE.UU, en Italia existe un mal interno: el comunismo. Naturalmente, al día siguiente se desdijo: Berlusconi no se refería al centroizquierda italiano, y quien así lo entendió perpetró una «colosal calumnia».
Entre tanto, la Iglesia, ¿cómo reaccionó a la apocalíptica visión berlusconiana del mal comunista? «Expresiones extremamente duras, afirmaciones que no están en línea con la historia y que, sobre todo, no responden a las cuestiones reales que preocupan a los ciudadanos»[4]. La Iglesia rechaza, pues, el tono y el lenguaje, pero no entra en el mérito del planteamiento maniqueo, para el cual, sin embargo, el fundamentalismo de la declaración Dominus Iesus de Ratzinger constituye un punto de apoyo o de partida ya que, imponiendo una única verdad absoluta, niega que existan otras. Es sabida la cruzada de Ratzinger contra el relativismo de Occidente, en cuanto base fundacional de la democracia. Para Ratzinger, como para Biaget Bozzo, consejero espiritual de Berlusconi en cuyo altar ocupa lugar preeminente la bandera de barras y estrellas, existe el bien en sí y el mal en sí, de ahí que el Estado deba reconocer que existe un «patrimonio de verdades que no se puede someter al consenso, sino que lo precede y lo hace posible»[5]. Esta cruzada tiene como objetivo, previa movilización de los feligreses, la creación de una «religión cívica», al estilo de lo que Huntington llama «The Creed» (El Credo) y que consistiría en la afirmación de una serie de dogmas sobre la familia, la vida, la libertad y el sexo…
¿Y la izquierda? Parte de ella, los DS, pierde el valor al tratar cuestiones religiosas y se muestra excesivamente dócil con el Vaticano homogeneizándose con el centro y la derecha; aquiescencia que permite que el Vaticano, día a día, afiance posiciones en terreno político, y que no quede materia ni programa televisivo que quede fuera de su incumbencia. A la izquierda de los DS, los movimientos toman conciencia de que el laicismo está en horas bajas y de que lo conseguido durante siglos corre un serio peligro de perderse en el silencio, y que urge recuperar la defensa de la laicidad, pues significa luchar por la libertad de pensamiento y de conciencia, y ésta conduce a la igualdad, de donde se concluye que «ligar la lucha por la laicidad a las luchas sociales significaría dar un paso adelante en la actuación de la democracia»[6].
Pero ¿de dónde nace este maniqueísmo berlusconiano? Recordemos que Berlusconi dio el pistoletazo de salida a esta campaña electoral con su bombardeo sobre la bajada de impuestos, el cual no surtió el efecto esperado habiendo sido el dogma del bienestar económico tildado de herético por el Presidente de la Confindustria, Cordero de Montezemolo, que definió la situación económica italiana actual como la mayor crisis vivida desde la posguerra. En esto, se había producido el triunfo de Bush, el Presidente del Bien y del Mal, como lo llama Peter Singer, y los exégetas del fenómeno coincidieron en señalar la importancia crucial del factor religioso como movilizador del rebaño electoral. Para Berlusconi, lo que vale para los EE.UU vale para Italia, sin necesidad de filtros, y así adopta el mismo lenguaje de Bush, quien, señala Singer, «ha hablado sobre el mal en 319 discursos, o en alrededor del 30 por ciento de todos los discursos pronunciados entre su toma de posesión y el 16 de junio de 2003. En estos discursos emplea la palabra «mal» como sustantivo mucho más a menudo de lo que la emplea como adjetivo: 914 usos como sustantivo frente a 182 usos adjetivales»[7]. La perversión lingüística es patente, por lo que, para mí, viene al caso recordar a Orwell por la atención que prestó a lo largo de toda su obra al cómo se envilecía la lengua (y el pensamiento). Valga como ejemplo el pasaje clásico de 1984 en el que se explican los términos paracrimen, negroblanco y doblepensar :
«Paracrimen significa la facultad de parar, de cortar en seco, de un modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de no darse cuenta de los errores de lógica, de no comprender los razonamientos más sencillos si son contrarios a los principios del Ingsoc y de sentirse fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética. Paracrimen equivale, pues, a estupidez protectora. […] Pero como el Gran Hermano no es omnipotente y el Partido no es infalible, se requiere una incesante flexibilidad para enfrentarse con los hechos. La palabra clave en esto es negroblanco. Como tantas otras palabras neolingüísticas, ésta tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca a todo lo demás que que se conoce con el nombre de doblepensar. […] En el antiguo idioma se conoce esta operación con toda franqueza como «control de la realidad». En neolengua se le llama doblepensar […] Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente»[8].
Pero volvamos ahora al oxímoron: Bush, Berlusconi, el Bien y el Mal. En su libro, Singer, pese a que sus amigos le advierten de la poca seriedad de la tarea, quiere ahondar y ahonda en la concepción de la ética de George W Bush. ¿Se basa la ética de Bush en los derechos individuales?, se pregunta Singer. No, pues aunque hace hincapié en ellos, ni define su límite y alcance ni las circunstancias en que pueden invalidarse. ¿Acaso es un utilitarista? Tampoco, dice Singer, habida cuenta de que cuando le conviene actúa en nombre del bien público y cuando no, en nombre del bien privado. ¿Un cristiano? No, por ser el Evangelio pacifista en esencia. ¿Un intuitivo? Cierto, mas la intuición no es buena consejera de la ética, por lo que se hacen necesarios la reflexión y el pensamiento crítico, que no apasionan a Bush. ¿Un hombre honesto? Honestidad y política, recuerda Singer, son agua y aceite. Entonces, ¿un cínico? Afirmarlo equivaldría a conceder que Bush goza de un extraordinario talento como actor, lo cual contradiría la imagen de hombre «decente», aunque intelectualmente limitado que han dado de él quienes le conocen.
La posibilidad «más intrigante», continúa Singer, «atraerá a aquellos que disfrutan especulando sobre las camarillas secretas que gobiernan el mundo». Se trata de la influencia de la doctrina política de Leo Strauss en la administración Bush, en la que se contarían numerosos acólitos suyos, a saber, Wolfowitz, Shulsky, Kristol, Kass, la llamada conspiración straussiana. Tanto atrae esta teoría a los amantes de la conspiración, cuanto asusta a los ciudadanos bienpensantes del Imperio que tienen que seguir mirándose en el espejo todas las mañanas. Por añadidura, dirán, Wolfowitz lo ha negado. Su miedo no es para menos: para Strauss habría una verdad para las masas y otra para una élite, los «filósofos». Shadia Drury afirma: «Los filósofos nihilistas, según él [Strauss] cree, deberían reinventar al Dios Judaico-Cristiano, pero deberían vivir como dioses paganos ellos mismos dándose el placer de los juegos que juegan unos con otros al igual que los juegos que juegan los mortales comunes. La cuestión del nihilismo es complicada, pero no hay duda de que la lectura que hace Strauss de Platón implica que los filósofos deberían regresar a las cavernas y manipular las imágenes (en forma de medios de difusión, revistas periódicos). Ellos saben perfectamente que la línea que han abrazado es de mentiras, pero están convencidos de que sus mentiras son nobles»[9].
En la entrevista, publicada en Vanity Fair, en la que Wolfowitz negaba la existencia de una conspiración straussiana, confesaba haber leído mucho de Orwell[10]. Paracrimen, negroblanco, doblepensar. En junio de 1983, Vázquez Montalbán escribió que el drama ético de 1984 era «mucho más profundo que el supuesto por Orwell»[11]. Hoy, siendo tan profundo como en los 80 el drama ético, asistimos a la perversión lingüística total.
2005 será en Italia el año de los valores. («Un futuro de valores», rezan los carteles del Congreso de los Democratici di Sinistra de Roma). Armados de valor hay que estar para defenderlos, según un reciente recordatorio a un tiempo antiuniversalista y antirelativista del filósofo Remo Bodei:
«los valores fuertes no deben estar anclados en simas de misterio ni deben ser garantizados por mitos circundados de aureolas místicas. Un modo para individuarlos es el de sopesar las consecuencias y pensar en cuánto se perdería si se renunciase a ellos. Quien, de verdad, es capaz de creer, con lúcida sobriedad en las convicciones que sostiene y que íntimamente considera irrenunciables (mayor justicia, solidaridad humana, inteligencia crítica militante, defensa denodada de la libertad, de constante ampliación de los derechos, de tenaz esfuerzo, de comprensión crítica del mundo) sabe que no existen remedios milagrosos, y sí muchas razones por las que, especialmente en tiempos difíciles, vale la pena batirse, junto a todos aquellos que, diferentes por religión e ideología, las condividen»[12].
[2] Tomado del sitio de formación política de Forza Italia.
[4] L’Osservatore Romano, 17-1-05.
[5] RATZINGER, J.: «Cristianesimo e democrazia pluralista. Sulla imprescindibilità del cristianesimo nel mondo moderno», en http://www.agonet.it/cristianita/
[6] PEGNA, V.: «Laicità, una battaglia da fare», Il Manifesto, 15-1-05.
[7] SINGER, P.: «La ética de George W. Bush», en El Presidente del Bien y del Mal. Las contradicciones éticas de George W. Bush. Tusquets, Barcelona, 2004, p. 29-30.
[8] ORWELL, G.: 1984. Círculo de Lectores, Barcelona, 1984, pp. 187-189.
[9] Ver la magnífica entrevista de Danny Postel a Shadia Drury a propósito de Strauss en http://www.rebelion.org/imperio/031125postel.htm
[11] En ORWELL, G.: 1984. Círculo de Lectores, Barcelona, 1984, p. VIII.
[12] BODEI, R.: «L’anno dei portavalori», Il Sole 24 ore, 9-1-05.