Recomiendo:
0

La izquierda crítica al correismo: memoria y responsabilidad

Fuentes: Rebelión

José Hernádez hace una crítica fuerte y descarnada a la izquierda que ha marcado sus diferencias con el correismo. Esto contribuye a la izquierda y a la democracia. A la izquierda porque le obliga a mirarse no solamente desde su propio ombligo, sino a mirarse en el espejo de la sociedad en la que se […]

José Hernádez hace una crítica fuerte y descarnada a la izquierda que ha marcado sus diferencias con el correismo. Esto contribuye a la izquierda y a la democracia. A la izquierda porque le obliga a mirarse no solamente desde su propio ombligo, sino a mirarse en el espejo de la sociedad en la que se perfilan, como cicatrices, los trazos del régimen político conducido por el correismo. A la democracia, porque contribuye a poner en cuestión el modelo de democracia y de Constitución que surgió como diseño y realidad del proceso Constituyente.

Mi respuesta es un ejercicio de memoria y de responsabilidad.

Rafael Correa llega al gobierno en el 2007 como producto de un proceso de movilización social, impulsada por los movimientos sociales y ciudadanos y por las izquierdas de distinta vertiente, contra las políticas neoliberales. Allí confluyeron el movimiento indígena, de trabajadores y pobladores levantando banderas en contra del TLC con Estados Unidos, la compañía petrolera Occidental, la deuda externa, la discriminación en contra de indígenas y campesinos, el empobrecimiento de amplios sectores de la población, la devastación de la naturaleza y el irrespeto contra libertades de expresión (sexual, cultural, etc.). Todo este descontento se expresaba en el grito: «que se vayan todos», que resumía la inconformidad con el viejo régimen de «democracia» en donde las instituciones del Estado eran centros de reparto de negocios y de poder de grupos privilegiados, herederos de una vieja oligarquía, que controlaban a su antojo la institucionalidad política, jurídica, electoral y del control y la regulación.

La coalición política de izquierda que llevó a Rafael Correa al gobierno supo sintonizar con ese descontento social y planteó la redefinición del «viejo régimen» a través de una Asamblea Constituyente, bajo la consigna de la Revolución Ciudadana.

¿Quiénes éramos esa izquierda? Éramos organizaciones de distinta procedencia de la izquierda revolucionaria que se habían nutrido de los procesos socialistas del siglo XX. Izquierdas de origen comunista en sus vertientes pro – soviética y pro – china; izquierdas de origen socialista afín a los procesos revolucionarios de América Latina, especialmente a la Revolución Cubana; izquierdas críticas al comunismo pro – soviético y pro – chino, cercanas a las posturas trotskistas y anti estalinistas; izquierdas nacidas de la radicalización de los cristianos que comulgaron con la Teología de la Liberación; izquierdas nacionalistas que impulsaron banderas antioligárquicas y alfaristas.

¿Idolatraban esas izquierdas el ideal leninista? ¿Esas izquierdas no aprendieron nada, en general, de la caída del Muro de Berlín?, pregunta José Hernández.

En la respuesta hay tanto una afirmación, como una negación. Si, eran izquierdas que se educaron en la escuela del verticalismo, la ortodoxia marxista – leninista, el maniqueismo: socialismo vs capitalismo imperialista, la priorización de la contradicción de clase (burgueses vs proletarios), por sobre otras contradicciones sociales. Pero también No, porque eran izquierdas revolucionarias que renovaron sus posturas. Entendían que la democracia es un atributo sustancial del socialismo, si no se quiere terminar como los regimenes socialistas dictatoriales de Europa del Este. Entendían que la idolatría del Estado, con la que encaja perfectamente el Partido Único, espanta la participación ciudadana, la renovación, la crítica, la irreverencia, necesarias en una democracia mejorada. Entendían que hay otras reivindicaciones tan o más importantes que las de «clase», como las de plurinacionalidad y pluriculturalidad, las de genero, autonomía sexual y formas de vida, las ecológicas y de protección de la naturaleza. Eran también izquierdas que habían incorporado, en algunos casos con desgarramiento frente al viejo ideario marxista – leninista, posturas humanistas y libertarias. En tal sentido era una izquierda revolucionaria, pero también rebelde.

No obstante la tensión entre las posturas más proclives a la ortodoxia estalinista y aquellas favorables a posturas más rebeldes, convivían dentro de la coalición que ganó las elecciones en el 2006 y que ganó la mayoría en la Asamblea Constituyente del 2007 – 2008.

Pero esas izquierdas revolucionarias y rebeldes, debieron confluir con las posturas de las izquierdas reformistas. O sea, de aquellas que sostenían que no solo se trataba de transformarlo todo, sino de reformar una buena parte del «viejo régimen». Probablemente, esta incorporación reformista es lo que el sentido común de la política llama: «una cosa es con guitarra y otra con violín». Esta tensión también provocó las contradicciones en el texto Constitucional, entre las garantías y derechos y la estructura del Estado, y dentro de la propia estructura del Estado.

¿De qué revolución siguen hablando? estas izquierdas, pregunta José Hernández. De ¿la marxista-leninista? ¿De la de Fidel Castro? ¿De una más bien teórica confrontada con una realidad que se ha desconfigurado frente a esa teoría? «¿La de Ruptura de los 25 que se achicó ante su tarea de animar la corriente de una nueva izquierda y plegó ante visiones retrógradas?»

En respuesta, digo que estas izquierdas críticas al correismo, entendemos que los sueños no fueron suficientes. Que en el camino, las fuerzas del viejo poder (económico, político, cultural) y del nuevo poder que surgió a la sombra de la gigantesca asignación de recursos públicos, ganaron esta batalla. Que la izquierda cómoda, resignada, subordinada, temerosa que ha hecho de la connivencia una práctica y que está instalada en los rincones de la institucionalidad estatal (Asamblea Nacional, Ejecutivo, Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, Consejo Electoral, Corte Constitucional) abdicó: dejó de ser transformadora.

Digo también, que estas izquierdas que adscribieron con todo su compromiso al proceso constituyente, que creen que el viejo régimen no puede ser desenterrado, hablamos de una sociedad profundamente democrática. De una sociedad donde la libre expresión de los ciudadanos sea esencial y no cosmética. Donde no solo se permita, sino que se proteja la organización autónoma frente al Estado y al poder. Donde la movilización no sea perseguida, sino considerada consustancial al hecho conflictivo de cualquier proceso social. Donde la democracia implica ciudadanía protagónica, participativa, deliberativa, y no solamente un paciente de las recetas impuestas por un Estado de Propaganda. Donde la democracia signifique representación y participación, y no solamente episódicas fiestas electorales. Donde la representación en la Asamblea guarde autonomía, con la representación en el Ejecutivo. Donde los otros poderes del Estado ejerzan sus funciones sin la burda ingerencia, con la necesaria independencia para garantizar la protección de los derechos ciudadanos. Donde la transformación económica implique el despliegue de la capacidad creativa y productiva de las personas y no la asignación dadivosa de subsidios orientados más a la formación de clientelas que a la liberación de la pobreza y la inequidad. Donde los ciudadanos estén por sobre el Estado. Donde el Estado proteja a los ciudadanos. Donde las burocracias se entiendan como servidoras de los ciudadanos y no como pequeños amos que ejercen sus mezquinos poderes desde sus escritorios, administrando con power point la vida de la gente.

«¿Ahora sí creen en la democracia formal, siempre vista como mero aderezo burgués?», pregunta Hernández. No, le respondo. No creemos en la democracia formal. Creemos en una democracia real, donde las formas son tan importantes como los contenidos. «¿Siguen creyendo en el mito del Estado todopoderoso tras el fracaso institucional?» No, le respondo. Creemos en un Estado permeable a la demanda ciudadana; en un Estado que exprese el conflicto social y lo dirima de manera favorable a los ciudadanos y no protegiendo al grupo burocrático de turno que lo conduce; creemos en un Estado Constitucional de Derechos y Justicia social, como dice la Constitución. Creemos en un Estado que impulse la capacidad productiva de las personas y no se limite a extraer el esfuerzo social bajo la forma de impuestos, tasas y contribuciones, con el justificativo de que es el gran y mejor repartidor. «¿Votarían al tacho de la basura la Ley de comunicación?», pregunta José Hernández. Si, le respondo. Para escribir una donde los ciudadanos puedan expresarse libremente; donde los medios públicos sean tales, o sea que expresen la opinión de todos los públicos y no sean medios del gobierno; donde pueda expresarse la voz de los que no tienen voz de manera directa y no a través de intermediarios del mercado o del Estado; donde las redes sociales sean la expresión de la inteligencia colectiva, entendiendo que también la inteligencia tiene exabruptos de locura y cretinismo y no por eso la vamos a acallar; donde el humor, la sátira, la irreverencia sean eso y no los enemigos públicos número uno de uno o varios burócratas intolerantes; donde sean el medio para la crítica y la autocrítica y no para la justificación repetida de verdades o mentiras que ya no se distinguen por el uso y el abuso oficial. «¿Reformarían la Constitución para desmontar el híper-presidencialismo que ha nutrido el aparato autoritario del correismo?», pregunta Hernández. Si, le respondo, y lo haríamos cumpliendo con los mecanismos de reforma que tiene la propia Constitución, pues entendemos que esta es un producto histórico, que no está escrita en piedra.

José Hernández sostiene que la izquierda que hoy es crítica al correismo es responsable de haber creado un poder concentrador, que hoy quiere «concentrar aún más el poder». Como conclusión de esta afirmación Hernández señala que el correismo configuró un «simulacro de participación en la misma Constitución», con la ayuda de la izquierda hoy crítica y termina preguntando si acaso «¿no es un bodrio el famoso quinto poder?».

Al responder a José Hernández primero vale preguntarse por qué esta izquierda es crítica al correismo. Resulta impresionantemente reductivo, como ha dicho un asambleista del oficialismo: «porque ya no son amigos del gobierno». Reductivo, pero pegajoso entre los sectores menos informados, pues en esa respuesta se afirma tácitamente: «porque ya no gozan de los placeres del poder», «porque ya no tienen cargos públicos», «porque ya no maman de la teta estatal». Pero yendo más en profundo, por qué esta izquierda dejó esos placeres, a los que alude el asambleista y prefirió el escarnio sabatino semanal. La respuesta es: porque el correismo abandonó la transformación democrática del Ecuador. Porque reemplazó lo revolucionario, reformista y rebelde de la transformación por la restauración de viejos poderes y la emergencia de nuevos del mismo cuño. Porque esta izquierda no podía compartir con este viraje conservador del correismo sin convertirse en una «izquierda transformista», en el lenguaje de Gramci. Signos destacados de esto no solo se los encuentra en la economía, donde se muestran claramente los intereses de los poderosos: TLC con Europa, negocios crediticios con el Goldman Sachs poniendo el oro como prenda, reemplazo de la Ley 42 por el sistema de prestación de servicios en el sector petrolero, inversión pública mayoritariamente contratada con antiguos oligopolios y con nuevos «capitalistas» que pasaron de tres cifras a más de seis y siete en sus declaraciones patrimoniales, etc. Sino y sobre todo en la política: democracia participativa reemplazada por la dictadura de las instituciones (verbigracia la negativa de la consulta popular a los yasunidos); persecución y penalización de la movilización social y de los dirigentes sociales (habría una gran lista, señalemos a Carlos Figueroa, Mery Zamora, Javier Ramírez); persecución a los medios de comunicación y a los comunicadores, incluyendo caricaturistas y contadores de «cachos» cibernéticos (memes); cambios constitucionales de envergadura que consolidan un gobierno y un estado autoritario: reelección indefinida, reducción de competencias de gobiernos locales, contraloría y participación ciudadana, modificación del rol de las Fuerzas Armadas; limitación de los derechos de los trabajadores; limitación de la transparencia y fiscalización (caso emblemático de Pedro Delgado), etc.

Lo segundo: ¿es responsable esta izquierda del «poder concentrador del correismo»? Más todavía, ¿es esta izquierda responsable del correismo? Esta izquierda fue parte de la Revolución Ciudadana. Esta le propuso al país la renovación del viejo régimen político y la superación de las políticas neoliberales. Esto implicaba una modelo de Estado y de Democracia capaces de incluir lo mejor de la democracia representativa, con lo mejor de la democracia participativa. En ese esquema, por ejemplo, no cabía el cambio en el método de asignación de escaños del sistema de Webster al D´Hont, que restringe la representación de las minorías, a través de las Reformas al Código de la Democracia aprobadas por la Asamblea Nacional en julio del 2012. Este sistema permitió que, con el 53 % de los votos obtenidos por Alianza País en las elecciones del 2013, se otorgue el 69 % de los asambleistas. Y, de igual forma, definitivamente en ese esquema no cabía el «bodrio del quinto poder», al que alude José Hernández. Basta remitirse a los artículos del 207 al 210 de la Constitución para entender que el sentido del Quinto Poder, el Poder Ciudadano, era muy alejado de la institución burocratizada y coptada por una de las fracciones de Alianza País que es lo que existe en la realidad. Y no se trata de decir que el Presidente no entendió el sentido teórico o ideológico de la Constituyente. En eso coincido con José Hernández, cuando afirma que es reductivo decir que «el problema político se llama Rafael Correa. Que él no entendió. Que él oyó otros cantos de sirena y traicionó la verdadera revolución».

El problema, más allá del estilo del Presidente, sobre el cual esta izquierda crítica del correismo también tiene muchos reparos, se trata de las fuerzas sociales y políticas que están dirigiendo el régimen. Se trata del abandono completo de la propuesta de democracia avanzada. Se trata de la instrumentación de políticas que a nombre de ser anti – neoliberales, exaltan hasta el paroxismo el papel del Estado y a nombre de ser «anti gringas», han encontrado comodidad en un nuevo amo imperial, esta vez chino. Se trata del abandono de la orientación programática que afirmaba que «los ciudadanos y ciudadanas, en forma individual y colectiva, participarán de manera protagónica en la toma de decisiones, planificación y gestión de los asuntos públicos, y en el control popular de las instituciones del Estado y la sociedad, y de sus representantes, en un proceso permanente de construcción del poder ciudadano».

Entonces, esta izquierda es responsable de no haber sabido defender de mejor manera la democracia que se visualizó en Montecristi. Es responsable de no haber disputado de mejor forma la conducción del proceso de transformación. Es responsable de haber creído que era suficiente la letra escrita en la Constitución. Es responsable de no haber previsto que, había el riesgo de que un grupo pequeño se haga con la dirección del Estado y utilice en su favor las potestades concentradoras que le otorgan la Constitución. Es responsable de no haber sido conciente de que el poder desnuda, como dice Frei Betto, y que frente a las ambiciones personales o de grupo era necesario determinar mecanismos constitucionales concretos que les pongan límite. Es responsable de haber colocado más de «reforma» que de «rebeldía» en la Constitución, por ejemplo en los temas atinentes a los derechos sexuales, a los de libre expresión, a los de plurinacionalidad, a los de la naturaleza, a los de autonomía del cuerpo, a los de participación política, a los de transparencia y lucha contra la corrupción.

Para José Hernández, «las izquierdas que ya no están en el gobierno deben admitir que Correa -en grados diferentes, por supuesto- es su producto. Y solo en la medida en la que hagan un análisis público de sus errores (Acosta, Gustavo Larrea, María Paula Romo, Luis Villacís, Mónica Chuji, Diego Borja…) permitirá saber a la opinión nacional en qué puntos sus organizaciones marcan hoy las diferencias políticas con el modelo correísta».

Recuperando la propia reflexión de Hernández, le digo, más allá del Presidente Correa, el problema es el régimen que está instaurado en el país, el correísmo, que ha modificado de manera esencial la propuesta democrática que hizo la Revolución Ciudadana en el 2006 y que se expresó en la Constitución del 2008. Cambió la composición de fuerzas políticas que conducen el régimen. En el gobierno del Presidente Correa coexisten personas que provienen de corrientes ideológicas, no solamente diferentes, sino contrarias. Gente que viene del viejo Partido Social Cristiano, del PRIAN y del PRE; con gente que viene de los viejos Partido Comunista y Socialista, del MIR, de AVC, del MRIC, es decir la vieja izquierda revolucionaria. Gente que ha desempeñado funciones junto a Presidentes como León Febres Cordero, Abdala Bucaram, Jamil Mahuad, con gente cercana a Rodrigo Borja, Oswaldo Hurtado y Sixto Durán Ballen. Gente que viene de las Cámaras Empresariales, con gente de los sindicatos de trabajadores. En el movimiento de gobierno, Alianza País, se han incorporado personas vinculadas a la vieja derecha y al populismo de derecha, ya sea de manera directa o en alianzas significativas (por ejemplo en las prefecturas del Guayas y de Manabi, PRE, en el primero caso, PSC, en el segundo), que coexisten con gente que viene de la filiación pro – china, pro – soviética, revolucionaria de corte guevarista, etc. La alianza correista, incluye al Partido Avanza, que adquirió relevancia electoral en el 2014, por medio de la incorporación de figuras locales, de procedencia igualmente heterogénea en términos políticos e ideológicos.

¿Quién conduce la orquesta en esta mezcolanza?, es la pregunta clave. A juzgar por «sus obras», es la línea de la modernización y reforma, muy cercana a las propuestas de los satanizados organismos internacionales (FMI, BM, OMC), en conveniente alianza con las de línea socialista – estatista proclives al Partido Unico, la restricción democrática, el control de la comunicación, el centralismo, más burocrático que democrático, el alineamiento individualista, el culto a la personalidad. O sea, fuerzas que guardan más vínculo con los intereses y las prácticas del viejo régimen, que con lo que fuera la alianza de la Revolución Ciudadana.

Por ello, esta izquierda crítica del correismo es también responsable de plantearle al país una alternativa política que camine hacia adelante, que enmiende los errores, que señale un sendero donde la democracia no sea el regreso al pasado, sino una creación de futuro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.