Hay períodos históricos en que se vuelve más difícil para la izquierda lograr imponer la hegemonía de su proyecto. En los dictaduras, por ejemplo, cuando las condiciones de organización y movilización del movimiento popular se vuelven muy difíciles. Los gobiernos de bienestar social han logrado cautivar a amplios sectores populares, al atender una parte significativa […]
Los gobiernos neoliberales, en su primera fase, han logrado cautivar a parte importante de la población con sus promesas de recuperar las economías, con políticas de ajuste fiscal. Esas promesas se han agotado. Cuando resurgen gobiernos neoliberales -como en los casos de Argentina y de Brasil- éstos han perdido esa capacidad de captar la simpatía y el apoyo de partes importantes de la población. Por ello, mantienen, hasta donde pueden, el diagnóstico de que los problemas de la economía se deben a los problemas heredados de los gobiernos que tildan de «populistas», con sus gastos supuestamente excesivos de recursos públicos. A ese argumento suman los de la corrupción que atribuyen a esos gobiernos.
Pero, aun si, esos gobiernos han perdido la capacidad de conquistar mentes y corazones, como habían tenido en décadas anteriores. No hay comparación entre señuelo de la política de paridad de Menem con las promesas de Macri. Ni entre las políticas neoliberales de Cardoso y las de Temer. El de Temer se desplomó antes, pero el de Macri también pierde rápidamente apoyos.
No hay situación más favorable para la izquierda. Se vive, aun con limitaciones (más todavía en Brasil) un sistema democrático, con disputa electoral, pero a la vez, con gobiernos con programas profundamente antipopulares, que acumulan recesión y desempleo masivo. Las condiciones son inmejorables si la izquierda logra resolver sus problemas internos.
Esa lucha requiere, ante todo, un programa netamente anti neoliberal, con acento en la recuperación del desarrollo económico, con políticas de inclusión social, priorizando un plan emergente para la lucha en contra del desempleo. Requiere, asimismo, unidad entre las fuerzas populares, con un liderazgo claro, que exprese la confianza del pueblo en aquellos que han liderado los gobiernos que han garantizado y extendido sus intereses. Necesita también incorporar temas que no habían sido abordados antes o no de forma suficiente, como la democratización de los medios, la democratización del poder judicial, la reforma tributaria, la reforma bancaria.
Pero nada de eso tendrá efecto y la izquierda no estará a la altura de las posibilidades actuales, si no hay un verdadero espíritu de unidad, de conciencia de la lucha en contra del modelo neoliberal que es el objetivo fundamental de la izquierda y del campo popular, y que a ese objetivo debe estar sometido todo el resto. Ambiciones personales, competencia entre liderazgos, rencores, tienen que ser dejados a un lado, para que la fuerza potencial de la izquierda se vuelva realidad, mediante un liderazgo que unifique a toda la lucha. Si no es el líder tradicional, por una u otra razón, tiene que ser otro, pero que represente toda la fuerza unificada del pueblo.
Si no, la izquierda perderá una oportunidad histórica única, en que la derecha está reducida a un proyecto de gobierno que ya ha fracasado, que no tiene capacidad de conquista de amplios apoyos populares, que solo puede sobrevivir por la división de la oposición y por sus maniobras jurídicas y mediáticas, pero que solo pueden funcionar si la oposición no reacciona unida a esas maniobras.
Es probable que Brasil confirme el viraje de la situación, reabriendo el camino para gobiernos antineoliberales. Cada país, cada izquierda, encontrará su forma de catalizar la fuerza popular, el desgaste de gobiernos neoliberales. Pero si no se une, no estará a la altura de las circunstancias, no será la izquierda que el pueblo necesita, que nuestros países necesitan y que América Latina requiere. La izquierda no tiene el derecho de perder, tiene la obligación histórica de ganar.