A lo largo de la historia de la izquierda hemos visto multitud de posiciones ante las elecciones. Hemos encontrando organizaciones revolucionarias presentándose a las elecciones, otras absteniéndose y otras pidiendo el voto para fuerzas de la izquierda reformista. Incluso encontramos organizaciones que cambiaron la posición según el momento. No hay una fórmula universal que establezca […]
A lo largo de la historia de la izquierda hemos visto multitud de posiciones ante las elecciones. Hemos encontrando organizaciones revolucionarias presentándose a las elecciones, otras absteniéndose y otras pidiendo el voto para fuerzas de la izquierda reformista. Incluso encontramos organizaciones que cambiaron la posición según el momento.
No hay una fórmula universal que establezca qué posición tomar respecto a las elecciones. La posición a adoptar dependerá del momento concreto. En la actualidad, vale la pena aproximarse a la cuestión dados los nuevos intentos de presentarse a las elecciones por parte de la izquierda radical en el Estado español y en Europa. Intentos que están teniendo resultados muy diversos y también muchas dificultades.
Contradicciones de la democracia burguesa
Los y las revolucionarias deben considerar que la democracia burguesa parte de un marco contradictorio. Pese a la visión que ofrece el liberalismo, el capitalismo y la democracia no tienen una dinámica de convergencia directa. La democracia parlamentaria o burguesa plena -basada en el sufragio universal de hombres y mujeres, y la participación de partidos políticos sin restricciones- ha sido más la excepción que la regla durante la existencia de los dos últimos siglos de capitalismo. Si bien durante el siglo XIX existieron elecciones en buena parte de los países europeos, se basaban en un sufragio masculino y muy desigual: los votos de las personas con más ingresos valían más (con el voto censatario o múltiple) y las clases populares no tenían ningún derecho a voto o tenían poco peso.
La consecución de una democracia parlamentaria con sufragio realmente universal (sin negar el voto a ningún sector adulto de la población) ha sido más tardía de lo que se podría suponer en la mayoría de países avanzados: Austria (1918), Alemania (1919), Gran Bretaña (1928), Estado español (1933), Francia e Italia (1946), Japón (1952), Estados Unidos (1970), Suiza (1971) y Portugal (1976). Y en el caso del Estado español la primera consecución de la democracia durante la II República parlamentaria fue temporal, seguida de 40 años de dictadura.
Vemos una aparente paradoja, pues lo que llamamos democracia burguesa no se ha conseguido a través de las revoluciones y aspiraciones burguesas, sino a través de las luchas de la clase trabajadora contra la propia burguesía1. La aceptación de la burguesía de la democracia parlamentaria ha sido producto de enormes movilizaciones. Algunos ejemplos son el periodo revolucionario posterior a la I Guerra Mundial, el periodo posterior a la II Guerra Mundial, de fuerte impulso de la izquierda, y, en el Estado español, la II República y la transición, forzada por un movimiento obrero ascendente.
Esta trayectoria muestra las contradicciones de la democracia parlamentaria. Por un lado, se trata de una conquista de la clase trabajadora que le facilita expresarse, manifestarse y organizarse con mucha más amplitud que en una dictadura. Por otro lado, la democracia parlamentaria no termina con la dominación de la clase capitalista sino que, al mismo tiempo, esta clase intentará usar -a veces con gran éxito- los mecanismos parlamentarios para asimilar y desmovilizar las fuerzas políticas y sociales de la clase trabajadora.
La democracia parlamentaria es un compromiso entre la burguesía y la clase trabajadora. Toma características distintas en cada país y en cada época según el balance de fuerzas existente en el momento de su establecimiento. Del carácter contradictorio de la democracia parlamentaria se desprende que la izquierda revolucionaria debe tener una aproximación doble.
Por un lado, no se debe olvidar que los mecanismos de la democracia burguesa hacen que el parlamentarismo no pueda ser una herramienta apta para la emancipación de la clase trabajadora: un sistema electoral que prima los partidos más grandes y conservadores (dando más representación a las zonas rurales) y fomenta el voto útil; campañas electorales que necesitan de grandes fondos económicos; ausencia de mecanismos de participación y decisión más allá de un voto cada 4 años; falta de poder y decisión del sistema parlamentario sobre la economía y las empresas; y una hegemonía de las ideas de la clase dirigente, a través de los medios de comunicación, las instituciones y el tejido económico, que benefician a los partidos más moderados. Es por esto que es importante confrontar las visiones que ven en la democracia parlamentaria un camino para cambiar el conjunto de la sociedad.
Pero al mismo tiempo que se critica estas ilusiones, la izquierda revolucionaria debe asumir como una conquista positiva la democracia parlamentaria e intentar usarla en su provecho.
En este sentido, Gramsci, hablaba de lo que debían esperar la gente revolucionaria, trabajadora y campesina ante las elecciones:
Ciertamente, no esperan obtener la mitad más uno de los diputados, en un parlamento que se caracteriza por docenas de leyes cuyo propósito es limar los ángulos más agudos y facilitar la cooperación entre las clases, es decir, entre los explotadores y los explotados. En cambio, lo que sí esperan es que la actividad electoral de la clase trabajadora conduzca al parlamento a un buen número de militantes del Partido Socialista que, ante cualquier movimiento de la burguesía, tratarán de imposibilitar que se establezca un gobierno fuerte y estable. En una palabra, tratarán de forzar a la burguesía a que abandone su compromiso democrático y la legalidad burguesa, haciendo posible un ascenso del conjunto de la clase trabajadora en contra de la oligarquía de los explotadores.2
Elecciones y balance de fuerzas
Las elecciones son una plasmación en el plano político de las diferentes fuerzas sociales. Que la izquierda consiga un buen resultado es un hecho positivo. Impide que todo el espacio político e ideológico sea aprovechado por la derecha y da confianza a la gente de izquierdas.
Es por ello que en muchos casos la izquierda revolucionaria, en situaciones no aptas para presentarse, ha optado por pedir el voto para la opción más a la izquierda con posibilidades de sacar representación o un voto significativo. Se trata de llevar el balance político al máximo a la izquierda y, al mismo tiempo, no aislarse de la clase trabajadora con la que se quiere relacionar en las luchas.
La elección de un gobierno de izquierdas permite la posibilidad de un avance del movimiento de los trabajadores, exigiendo mejoras a «su gobierno» y aprovechando la confusión inicial de la burguesía. Un claro ejemplo fue la victoria del Frente Popular de Francia en mayo de 1936. Una semana después, el movimiento obrero se sintió con la confianza y la capacidad para empezar una oleada masiva de huelgas y ocupaciones de fábricas.
Sin embargo, este avance del movimiento no es inevitable dado que el gobierno intentará estabilizar la situación. Como dice el marxista Chris Harman: «el advenimiento de un gobierno de izquierdas solamente fortalecerá al movimiento de las y los trabajadores en la medida en que la clase, o al menos su vanguardia, no tenga ilusiones en este gobierno. Cuanto más independiente y fuerte sea el movimiento de los trabajadores, más reformas forzará al gobierno. (…) Pero cuanto más esté ligado a las estructuras del poder del estado, mayor es la posibilidad de una reacción de la burguesía»3.
En este sentido podemos entender que la victoria del PSOE en las elecciones generales del 2004 -debida al apoyo de la gente de izquierdas y a la movilización antiguerra del año anterior- no supusiera un avance para los movimientos sociales y el movimiento de los trabajadores. Su capacidad de autoorganización y actuación independiente era demasiado pequeña para mantener la presión a través de las luchas. El gobierno de Zapatero supo estabilizar la situación y desmovilizar. Que las políticas que está haciendo el PSOE sean absolutamente neoliberales no implica que sea el mismo tipo de partido que el PP, ni en programa, ni en sus bases, ni en la relación que establece con los votantes. Para crear una alternativa a la izquierda del socialiberalismo hace falta que la gente de izquierdas pierda las ilusiones en él, cosa difícil de conseguir sin esta experiencia previa.
Cómo presentarse
La izquierda reformista hace de la participación en las elecciones su razón de ser. Para la izquierda revolucionaria, que entiende que el parlamento no tiene poder para cambiar la sociedad, presentarse es una cuestión táctica a decidir en cada momento. Además, el terreno electoral es difícil para las y los revolucionarios, que se enfrentan a sistemas electorales que castigan a las minorías y no cuentan con el apoyo mediático ni grandes recursos económicos.
Encontramos pocos casos en que las organizaciones revolucionarias hayan conseguido una alta capacidad electoral. Una excepción fueron los Partidos Comunistas de Francia y Alemania en los años 20, que consiguieron un nivel de voto sostenido alrededor del 10%4. Pero se trataba de partidos que habían arrastrado una gran base de militancia de la socialdemocracia, y que se encontraban en el escenario ideológico posterior a la revolución rusa y a la ola revolucionaria que sacudió Europa. Obviamente, no es la situación actual ni de las últimas décadas.
En Gran Bretaña, el Socialist Workers Party decidió presentarse como tal en las elecciones de 1977, en un período de reflujo del movimiento obrero y de ataques sociales del Partido Laborista. El resultado en las elecciones al parlamento fue un fracaso, con resultados por circunscripción muy pequeños, de unos pocos centenares de votos en cada una, menor que la influencia que tenía dentro de los movimientos. Después de la experiencia, se volvió a pedir el voto para el Partido Laborista hasta que en los años 90 y 2000 se intentaron coaliciones más amplias, como Socialist Alliance o Respect. Un factor añadido de dificultad en Gran Bretaña son circunscripciones que funcionan por voto mayoritario, fomentando enormemente el bipartidismo y el voto útil.
Un caso distinto es el de Francia. En este país la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) fue capaz desde finales de los años 90 de crearse un espacio electoral, llegando hasta el 4% de los votos en las elecciones presidenciales de 2002 y 2007. Ha contribuido a ello un sistema electoral menos desfavorable, la mayor audiencia de las ideas revolucionarias en Francia y también el carácter más simbólico de las elecciones presidenciales. Aún así, la LCR optó en varias ocasiones por la alianza con otras fuerzas revolucionarias, como Lutte Ouvrière, y apostó por impulsar la creación de un partido más amplio en 2009, el Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA).
Las dificultades de las organizaciones revolucionarias en las elecciones se explican también por la forma en que vota la gente. La mayoría vota a partidos que puedan tener opciones para que su voto tenga un efecto de intervención práctica. La gente no vota considerando un acuerdo del 100% con su ideología, por lo que hay un desfase entre el arco ideológico y el arco parlamentario. Los resultados electorales nunca reflejan correctamente las luchas ni las ideologías. Uno de los casos más marcados fue después del mayo del 68, cuando las elecciones de junio dieron de nuevo la victoria al populista y derechista Charles De Gaulle.
La decisión de presentarse a las elecciones debe considerar si hay posibilidades de tener un impacto político. Y que esto sea posible depende de muchos factores: la situación política e ideológica que permita conectar con decenas de miles de personas; el sistema electoral específico de cada sitio y la presión hacia el voto útil; el peso de la izquierda reformista y sus características (que pueden dejar más o menos espacio vacío a su izquierda); y las propias fuerzas con las que cuente la izquierda revolucionaria.
Alianzas y unidad
Desde los años 90, más allá de las dificultades para que las organizaciones revolucionarias se presenten en solitario, hay una cuestión política más general. El giro a la derecha de las políticas de la socialdemocracia y el progresivo descenso de los partidos comunistas ha dejado un espacio vacío a su izquierda. A diferencia de gran parte del siglo XX -en que la izquierda con representación electoral tenía unas bases activas, arraigadas a nivel local y en los movimientos- las luchas actuales no tienen un referente político que les dé apoyo desde las instituciones. Como dice el historiador Geoff Eley, ya a finales de los años 90 encontrábamos «una notable bifurcación de la izquierda en dos esferas claramente separadas: entre los partidos parlamentarios conocidos, que se habían reformado por completo para la actividad exclusivamente electoral, y nuevos movimientos populares extraparlamentarios»5.
Nos encontramos con la posibilidad de reconstruir el espacio político de la izquierda combativa. Un espacio que vaya más allá de las reducidas fuerzas marxistas revolucionarias y junte a activistas anticapitalistas e, incluso, reformistas radicales. En este sentido, debemos ver el campo electoral como un espacio para reagrupar fuerzas si queremos tener éxito. La participación en las elecciones ha de permitir superar el aislamiento de las y los revolucionarios y conectar con mucha más gente -no profundizar en el aislamiento invirtiendo muchas energías sin resultado.
Varios ejemplos a nivel europeo muestran el ascenso de candidaturas de la izquierda radical. Desde Die Linke en Alemania -de un perfil antineoliberal-, el mencionado NPA en Francia o la coalición anticapitalista Antarsya (Rebelión) en Grecia. En todos estos casos hay una presencia de revolucionarios organizados en su interior.
Conseguir crear fuerzas de la izquierda radical con proyección electoral tiene, al menos, cuatro puntos positivos. En primer lugar está la cuestión propagandística, de difusión de las ideas anticapitalistas y revolucionarias. Lenin ya escribía que los y las bolcheviques usaban el parlamento de la Duma «para objetivos sencillos y modestos (agitación y propaganda, crítica y explicación a las masas de lo que sucedía), para los cuales siempre sabremos aprovechar hasta las peores instituciones representativas»6. Un segundo punto es llevar las luchas al parlamento, servir de altavoz para los movimientos, planteando iniciativas políticas que reorienten el eje del debate parlamentario. En tercer lugar, está la cuestión de dar confianza a la gente de izquierdas que se encuentra huérfana durante las elecciones. Finalmente, tenemos la posibilidad de usar las elecciones como forma de dar a conocer la propia organización e intentar construirla durante la campaña -aunque puede presentar ciertas dificultades involucrar en la organización y las luchas a las personas atraídas por el trabajo electoral, más si los resultados electorales no acompañan.
Si el giro de la socialdemocracia hacia el socialiberalismo ha abierto un espacio político a su izquierda, los efectos de la crisis económica y de las luchas pueden llevar a una radicalización y ampliación del espacio específicamente anticapitalista. El ejemplo más claro está siendo Grecia. El proceso para construir una candidatura anticapitalista en este país fue laborioso y largo. Inicialmente la Coalición Anticapitalista sacó una cifra modesta de alrededor de 10.000 votos en las elecciones al parlamento de 2007. Finalmente su alianza con otras fuerzas hasta llevar a la creación de Antarsya supuso hacer un salto hasta 25.000 en las elecciones del parlamento en 2009 y a finales del 2010 conseguir prácticamente 100.000 votos (alrededor del 2%) y 20 representantes en las elecciones regionales7. Es obvio que estos 100.000 votos dan un gran entorno a las organizaciones revolucionarias que participan dentro de Antarysia. Al mismo tiempo, hacer coincidir propuestas de Antarsya como dejar de pagar la deuda y su trabajo en las elecciones con las reivindicaciones del movimiento tiene un gran potencial político.
En el Estado español hoy
En el Estado español hay posibilidades de (re)construir un espacio electoral para la izquierda radical. Este espacio existió de forma amplia aunque efímera durante la transición. Las distintas fuerzas de la izquierda radical consiguieron sumar más de medio millón de votos en las elecciones generales de 1977 y 1979. En estas últimas llegaron al 3,32% de los votos (un 4,91% en Catalunya). El gran problema fue que este voto se repartió entre las 7 principales organizaciones que se presentaban: el PTE, la ORT, el MC-OIC, el BEAN (en Catalunya), la LCR y la OCE-BR. La presentación en las elecciones se hizo como parte de un trabajo identitario de cada organización, sin conseguir, al presentarse por separado, ningún tipo de representación. La división y la frustración de las expectativas electorales aceleraron la crisis de la izquierda revolucionaria. Es una lección a ser recordada hoy en día, al tiempo que el volumen de votos muestra que fue posible crear aquel espacio político.
En los últimos años hemos tenido nuevas experiencias de presentación de candidaturas de la izquierda radical. En las elecciones europeas tuvimos Iniciativa Internacionalista, que sacó 175.895, (1,12%; aunque 137.000 procedían de Euskal Herria) e Izquierda Anticapitalista, con 25.000. En las últimas elecciones a la Generalitat de Catalunya la candidatura Des de Baix, que aglutinaba distintas organizaciones, consiguió unos 7.000 votos. Para estas elecciones municipales de mayo cabe destacar la candidatura CUP-Alternativa Barcelona (que integra a CUP, Des de Baix e independientes). Se trata de la primera candidatura unitaria del conjunto de la izquierda radical en Barcelona desde hace décadas.
Más allá de los resultados, estos pasos de confluencia son muy positivos ya que crean una sinergia en que el producto final de la unidad es superior a la suma de cada parte y va creando un polo de atracción hacia las personas de izquierdas sin hogar político. Sin embargo, para sostenerse en el tiempo, estas candidaturas deben ser capaces de involucrar a gente no organizada políticamente e ir ampliando el propio espacio electoral poco a poco. Que estas coaliciones y candidaturas vayan más allá de una alianza puntual para las elecciones y tengan un trabajo de base es el verdadero reto, por varios motivos. En primer lugar, porque de no ser así, difícilmente se podrá conseguir la base militante que proyecte un mayor impulso electoral. En segundo lugar, porque sin esta vertebración, no se podrá hacer una intervención para empujar las luchas contra la ofensiva de recortes sociales, cuestión de vital importancia. Y, finalmente, porque unas candidaturas puramente electorales, de tener éxito y obtener algún tipo de representación, serían fácilmente arrastradas al trabajo institucional.
Esto último le ha sucedido a gran parte de la izquierda. Uno de los ejemplos recientes fue el giro de Rifondazione Comunista en Italia. Aunque este partido jugó un destacado papel dentro del movimiento antiglobalización y anticapitalista, en 2006 decidió entrar en un gobierno de centroizquierda que terminó reduciendo el gasto social y participando en la ocupación de Afganistán. Incluso el Bloco de Esquerdas de Portugal, que ha conseguido una presencia importante en el parlamento con un programa muy combativo y que cuenta con sectores revolucionarios en su interior, está centrando el trabajo principalmente en las instituciones, llegando a entrar sus regidores en el gobierno socialiberal de Lisboa. En los últimos años el Bloco ha dado poco peso a la intervención en las luchas, sin plantear estrategias de movilización. La posibilidad de que se creen ilusiones reformistas a través del parlamento es una cuestión que aparecerá al poco tiempo que las nuevas candidaturas de la izquierda electoral tengan éxito en crecer.
Mantener a las y los revolucionarios organizados en el marco de estas candidaturas es clave para afrontar estos problemas. Revolucionarios que, como decía Lenin, vean «la lucha directa de las masas como… la más alta forma del movimiento, y la actividad parlamentaria sin la acción directa de las masas como la forma más baja del movimiento».
Notas
1 Therborn, Göran, 1977. «The Rule of Capital and the Rise of Democracy», New Left Reviw, nº 103. p.35
2 Gramsci, A: Selections from Political Writings, 1910-20. Londres, 1977, p188. Citado en http://www.isj.org.uk/index.
3 Harman, C. y Potter, T: «The workers government» en http://www.isj.org.uk/?id=295
4 Sason, Donald, 2011. Cien años de socialismo. Barcelona: Edhasa. p. 62-64
5 Eley, Geoffy, 2003. Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa 1850-2000. Barcelona: Crítica. p. XVI
6 Lenin, Obras escogidas. En dos tomos. Tomo 1. París 1972. p. 143. Article de 26 de juny de 1907
7 http://en.wikipedia.org/wiki/
Joel Sans es militante de En lluita / En lucha
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra