En mi último artículo escribí sobre la izquierda muda, sobre la carencia de alternativas, de reflexión y de respuestas que afecta a una parte considerable de la izquierda y, quizá de modo principal, a los grandes sindicatos españoles. La derecha y los grandes poderes se están armando ideológicamente y se disponen a entrar a saco […]
En mi último artículo escribí sobre la izquierda muda, sobre la carencia de alternativas, de reflexión y de respuestas que afecta a una parte considerable de la izquierda y, quizá de modo principal, a los grandes sindicatos españoles.
La derecha y los grandes poderes se están armando ideológicamente y se disponen a entrar a saco para reformar lo que haga falta con tal de seguir manteniendo sus grandes privilegios. Sin embargo, la izquierda que tiene más influencia y representación social desperdicia la ocasión histórica que significa también esta crisis para ofrecer al mundo una manera distinta de organizar la economía y las finanzas. No sé bien si esa mudez es deliberada, el fruto de la impotencia o simplemente complicidad con unos poderes a cuyo amparo se vive bien, se tiene dinero y comodidades de todo tipo. Pero, sea como sea, lo cierto es que de esa manera se desarma a los trabajadores y se permite que las soluciones a la crisis terminen por reforzar el dominio de los de siempre y por empeorar la situación vital de los más desfavorecidos.
Pero si bien me parecía necesario denunciar este papel tan negativo de la izquierda muda, es obligado que al mismo tiempo se mencione y se saquen conclusiones sobre otro fenómeno, quizá mucho más peligroso y sintomático: el silenciamiento al que está sometida otra parte de la izquierda.
Basta con observar lo que se publican o difunden en los grandes medios de comunicación para comprobar que los planteamientos más progresistas sobre la crisis están casi completamente ausentes.
Los ciudadanos que acuden a ellos para informarse, la inmensa mayoría como es natural, gracias al poder de seducción que su propio fortaleza económica les proporciona, no pueden leer u oír las propuestas de quienes afirmamos, por ejemplo, que en lugar de controlar el gasto hay que aumentarlo, que es un error que ahora se retraiga la actividad o que confiar solo en los bancos privados que justamente han provocado la crisis para que se devuelva la financiación a la economía productiva al sistema es simplemente una quimera.
Salvo que se refieran a otro país (como puede ocurrir, por ejemplo, con los análisis de Stiglitz o Krugman sobre Estados Unidos y la política de Bush), los medios cierran el paso a los comentaristas que disienten de las fórmulas que se adoptan y del discurso oficial, que gracias a ello puede presentarse como expresión de un consenso total que nadie discute.
Es natural que ocurra esto con los medios privados que al fin y al cabo son arte y parte del problema, pues o son directamente el poder o tienen una dependencia total de las grandes empresas y de los bancos, cuyos representantes se sientan sin disimulo en los respectivos consejos de administración. Pero lo que es una vergonzosa paradoja es que incluso los medios públicos, las televisiones autonómicas como Canal Sur o TV3 que se supone están controladas con un espíritu más plural por gobiernos de izquierda, recurren constantemente y casi podríamos decir que en todas las ocasiones, a economistas liberales o de derechas para explicar y comentar lo que está ocurriendo en la economía mundial.
Entre todos conforman así un pensamiento único y precisamente por ello excluyente y totalitario que oculta la disensión y nunca hace mención de preferencias o alternativas que no sean las de los poderosos, por mucho que están revestidas de consenso y racionalidad.
¿Cuándo han ofrecido la televisiones públicas debates sobre la crisis en donde estén representadas todas las posiciones teóricas y políticas, todos los enfoques y propuestas que se están haciendo? Si es evidente que la gente se pregunta constantemente sobre lo que está pasando con el dinero, con los bancos, con el empleo o con las empresas, si es un hecho que en todas las esquinas se habla de la crisis, ¿cómo es que los medios públicos no ofrecen a los ciudadanos espacios de debate y reflexión plural? Y si la crisis es tan grave como efectivamente lo es y va a tener consecuencias tan importantes, ¿cómo es que los gobiernos, incluidos los de izquierda cuya única fuerza proviene del apoyo social y de la movilización ciudadana, no promueven el debate y la deliberación para que los intereses de los que no son propietarios de grandes medios se hagan explícitos y puedan tenerse en cuenta?
Lo que todo esto muestra en mi opinión es que la crisis no afecta solamente a las finanzas o a la economía en general. La crisis se lleva también por delante la democracia, el debate social, el reconocimiento de que nuestras sociedades son plurales y de que no hay en juego unos solos intereses. Si no hay posibilidad de poner sobre la mesa las diferentes opciones y preferencias sociales en relación con la economía, con el bienestar, con el reparto de la riqueza, ¿de qué democracia estamos hablando? ¿y qué tipo de respuestas cabe esperar entonces frente a una crisis como esta? si solo se da voz a los que piensan lo mismo de las cuestiones económicas, ¿cómo podemos creer que vivimos de verdad en una democracia?
No será desde luego fácil romper estas inercias porque no son de ninguna manera casuales sino la lógica consecuencia de que las relaciones sociales y políticas se estructuran muy asimétricamente, pero precisamente por eso es muy importante hacer un esfuerzo inmenso para combatir el pensamiento único que incluso subyuga a una parte importante de la izquierda. Mientras no se rompa esa lógica fatal (una izquierda muda, la otra silenciada) será imposible dar la vuelta a lo que está ocurriendo y, al contrario de lo que nos quieren hacer creer, lo que se producirá será un reforzamiento sin igual de las ideas y de las políticas neoliberales de los últimos años. Sin alternativas desde la izquierda no estamos ante el fin o el aligeramiento del capitalismo financiero y neoliberal, sino ante su fortalecimiento.