1. ALFUNAS DEFINICIONES NECESARIAS 2. SEXUALIDAD Y SEXUALIDADES 3. FRENOS Y OBSTÁCULOS A LA SEXUALIDAD 4. CONTRAPODER JUVENIL Y LIBERACION SEXUAL Dentro de poco va a cumplirse el décimo aniversario del número monográfico que la revista Ezpala dedicó a la sexualidad. Esta revista ya no existe. Como sucede con otros muchos avances concretos que nuestro […]
1. ALFUNAS DEFINICIONES NECESARIAS
2. SEXUALIDAD Y SEXUALIDADES
3. FRENOS Y OBSTÁCULOS A LA SEXUALIDAD
4. CONTRAPODER JUVENIL Y LIBERACION SEXUAL
Dentro de poco va a cumplirse el décimo aniversario del número monográfico que la revista Ezpala dedicó a la sexualidad. Esta revista ya no existe. Como sucede con otros muchos avances concretos que nuestro pueblo va logrando en el camino de su emancipación, Ezpala fue también una víctima más de la represión española, en este caso hay que decir con más razón que nunca de la represión del sistema patriarco-burgués español. Sin embargo, tal como ha demostrado esta década pasada, durante la cual Euskal Herria ha superado todas las nuevas, más amplias e intensas estrategias represivas de los sucesivos gobiernos españoles del PP y del PSOE, el esfuerzo invertido en aquél número monográfico sobre la liberación sexual tampoco ha sido en balde. Mal que bien, con problemas innegables pero menores de lo esperado, nuevas oleadas de jóvenes autoorganizados, nuevas reflexiones colectivas y propuestas de acción práctica, nuevas movilizaciones en estas y otras cuestiones, atestiguan que el proceso de liberación nacional y social, la reuskaldunización de nuestro pueblo y la lucha contra el sistema patriarco-burgués y su orden sexual, no sólo no ha sido derrotado sino que coge más impulso, amplía sus bases y mejora sus alternativas de solución, y un ejemplo entre tantos lo tenemos en este debate que ahora mismo mantenemos.
Se ha puesto a vuestra disposición uno de los textos de aquél número —Evolución y enmarque de la liberación sexual en la lucha de liberación vasca— que está también disponible en Internet. Siempre es necesario repasar críticamente lo que se pensaba y se hacía en el pasado para ver en qué y por qué ha cambiado la sociedad en ese problema y, por tanto, qué acciones e ideas nuevas tenemos que introducir; qué errores se cometieron, qué puntos débiles teníamos, cuanto hemos avanzado y en qué, cuanto y en qué hemos retrocedido. Como habréis visto al leerlo, se trata de un texto no dedicado exclusivamente para la juventud, con sus problemas específicos, sino más general; un texto destinado a dar una inicial base de debate colectivo, base que debía permitir avances posteriores en las múltiples formas que adquiere la sexualidad humana, es decir, avanzar en las múltiples sexualidades humanas. Aunque una década parece poco tiempo en todo lo relacionado con la sexualidad, en realidad, como veremos, durante este tiempo se han agudizado los problemas que se exponen en el texto que se os ha pasado. Por ello, las seis propuestas que aparecen en él al final mantienen toda su vigencia, y las recordaremos actualizadas al final de esta charla. Ahora vamos a desarrollar varios aspectos específicos a las luchas sexuales de la juventud vasca.
1. ALFUNAS DEFINICIONES NECESARIAS:
El primero se refiere al título de esta charla ¿por qué hablamos de «luchas sexuales» en vez de sexualidad? Hemos definido así la charla porque ya es hora de romper uno de los mitos más perniciosos del orden sexual dominante: el que la sexualidad es una práctica neutral, individual o a lo sumo de pareja, siempre privada y apenas relacionada con la política y la economía, o relacionada muy poco e indirectamente. Este mito es falso y está destinado a blindar y proteger el dominio del sistema patriarcal y burgués. Por sistema patriarcal hay que entender el poder del hombre sobre la mujer, poder que adquiere muchas formas diferentes, tantas como formas de relación y producción existen, y que penetra en toda la sociedad. Por sistema burgués hay que entender la sociedad capitalista basada en la explotación asalariada de la mayoría de la población, la clase trabajadora, por la minoría, la clase burguesa. En la realidad diaria, el patriarcado y la burguesía funcionan simbióticamente, se han unido formando el sistema patriarco-burgués que podemos definirnos, en síntesis, con la imagen gráfica de que el hombre es el patrón, el amo y el propietario de la mujer en todas las cuestiones, desde las sexuales hasta las del trabajo domiciliario, pasando por el control por el hombre del salario que obtiene la mujer si trabaja fuera de casa, y pasando también por el control masculino de la afectividad, de las emociones y de la personalidad de la mujer.
Sociedades anteriores, la feudal, por ejemplo, también tuvieron sus sistemas patriarcales de dominación de la mujer por el hombres, y las sociedades clasistas, etc.; incluso, hay que decirlo todo, en las sociedades postcapitalistas llamadas «socialistas» –sin entrar ahora a este debate– también el patriarcado logró recuperarse de las derrotas aplastantes sufridas inicialmente al vencer las revoluciones, reorganizándose y contraatacando al son del ascenso de las castas burocráticas, generalmente compuestas por abrumadoras mayorías de hombres. El patriarcado se ha adaptado a todos los modos de producción porque es anterior a ellos, de hecho es la primera forma de explotación, y ha logrado hacerlo porque, al beneficiar a los hombres en general, éstos, la inmensa mayoría de los hombres, se han olvidado relativamente de las contradicciones entre ellos, entre explotadores y explotados, para oprimir conjuntamente a las mujeres, oprimirlas como sexo en todos los aspectos, dominarlas como seres inferiores y explotarlas como fuerza de trabajo muy especial ya que es la única que, por ahora, puede producir vida. Desde hace algo más de 3000 años antes de la era occidental, aproximadamente, esta opresión global patriarcal es una realidad innegable, habiendo sociedades, pueblos y épocas que han tardado más o menos tiempo en llegar a ella, y otras en las que tiene diversas formas más o menos intensas, suavizadas o parciales.
A lo largo de estos tiempos las relaciones de explotación, de poder del hombre sobre la mujer, han determinado de mil modos y formas todas las prácticas sexuales, incluidas las ilegales, las pecaminosas, las llamadas «aberraciones», que en una sociedades eran perseguidas con la muerte o la cárcel, en otras eran toleradas más o menos y en otras, eran permitidas y, según cuales, legitimadas. Es por esta aplastante experiencia histórica, que tenemos que hablar siempre de «luchas sexuales» en vez de una abstracta y única «sexualidad». Hasta hace pocos años, la única versión existente sobre la historia de las sexualidades humanas se reducía a repetir algunos tópicos como, por ejemplo, que la sexualidad no ha evolucionado, limitándose a la procreación; que siempre ha sido una sexualidad reproductiva biológicamente determinada por la «superioridad» del hombre sobre la mujer en cuanto ser activo frente a la mujer pasiva, ser reflexivo y consciente frente a la mujer irreflexiva y emotiva, ser donante y dirigente frente a la mujer receptiva y dirigida, etc. Junto a esto, se ha sostenido que las otras sexualidades, la homosexualidad, la zoofilia, el onanismo o masturbación, la bisexualidad, la polisexualidad, las diversas edades en las prácticas sexuales, las diferentes formas de matrimonio y de familia, el uso de artilugios eróticos y diferentes ungüentos, perfumes, pócimas, yerbas y bebidas excitantes, etc., todo esto y mucho más, sólo han sido «desviaciones» más o menos graves de una «sexualidad natural» biológica y genéticamente determinada.
Pero las cada vez más serias y rigurosas investigaciones históricas sobre las sexualidades, sobre su conexión y dependencia con las estructuras y conflictos sociales y, en especial, el estudio de estas otras experiencias desde las perspectivas de los colectivos oprimidos, especialmente por las historiadoras feministas, están sacando a la luz tanto la variabilidad y complejidad de las conductas humanas, de las relaciones colectivas e individuales, como sus dependencias para con los intereses de las minorías dominantes, que controlan el poder político, económico y cultural. Una constante que aparece en lo esencial en los estudios más científico-crítico al respecto es la interacción permanente desde el surgimiento de la opresión de tres variables como son: el sexo-género, la identidad étnica y/o nacional, y la pertenencia de clase. Al margen de las palabras que se usen en cada época y cultura, por ejemplo, raza, etnia o nación; clase, casta, status o posición social, y género, sexo o sexo-género, al margen de esto, lo determinante es que, por un lado, esta dialéctica de factores es innegable y, por otro lado, está supeditada en último análisis a la previa existencia de la propiedad privada de las fuerzas productivas, empezando por la privatización de la mujer a manos del hombre, su propietario, o sea, que la mujer es un especial y cualitativo instrumento de producción poseído por el hombre.
La privatización de la capacidad de goce sexual en manos del hombre fue el primer acto de privatización de los instrumentos y fuerzas productivas en manos de una parte de la sociedad en detrimento del resto, de la mayoría. La pérdida de la libertad sexual por parte de las mujeres no se realizó sin resistencias y, menos aún, en poco tiempo. Fue un período largo que ha dejado muchas muestras de su enconamiento en las tradiciones orales y en el lenguaje, culturas y religiones en casi todos los pueblos, muy especialmente en las que tratan sobre las formas de comportamiento de las mujeres, su sujeción explotada y pasiva en la sociedad machista. El hecho de que el patriarcado, además de necesitar ocultar o tergiversar aquella resistencia con mentiras religiosas, también y sobre todo necesita reforzarse periódicamente, recuperar su fuerza e implantación, recortar y hacer retroceder las libertades sexuales conquistas, especialmente las de las mujeres, esto es debido a que los hombres sabemos que no ha terminado definitivamente la «guerra de sexos», como no han terminado la lucha de clases ni las guerras de liberación de los pueblos oprimidos. Son causas estructurales, objetivas e independientes de nuestra voluntad individual las que presionan imparablemente para que, al calor de las contradicciones de todo tipo, renazcan las reivindicaciones prácticas sobre derechos y libertades sexuales y reproductivas, sobre la necesidad de separar ambas prácticas y de poder ejercitarlas con todas las garantías históricamente disponibles para que sean extremadamente placenteras, seguras, deseadas y voluntarias, no sujetas a dictaduras ni divinas ni humanas, tampoco a terrorismos éticos y morales reaccionarios y políticas criminales e inhumanas de control, vigilancia y represión.
Utilizar conceptos compuestos como el de sistema patriarco-burgués sirve también para centrar el problema de la pertenencia de clase de la juventud, no sólo su pertenencia de sexo-género. La división social en clases enemigas también existe dentro de la juventud y sus efectos globales se plasman directamente en las muy distintas capacidades de disfrute de la sexualidad. Mientras que la juventud burguesa, la que ha nacido y muy probablemente vivirá toda su vida dentro de la clase dominante, posee muy superiores medios materiales y culturales para disfrutar de la sexualidad, la juventud trabajadora no los tiene, al contrario. Muchos estudios muestran que bastantes familias burguesas son frecuentemente más tolerantes y «modernas» en cuestiones como la sexualidad y otras que, por el lado opuesto, muchas familias trabajadoras. La ideología machista, siendo una, se vive de diversas formas según cada clase. Pero siendo importante el ambiente normativo y valorativo en cada clase, lo decisivo es que la juventud burguesa tiene aseguradas posibilidades de disfrute sexual muy superiores a las de la juventud trabajadora.
Para la juventud trabajadora es de vital valor tomar conciencia de que todo lo relacionado con sus prácticas sexuales es parte constituyente de su emancipación colectiva e individual, y tanto más lo es para las mujeres jóvenes que no tienen que esperar ni un segundo para autoorganizarse por su cuenta, independizándose de la recelosa y celosa tutela de las organizaciones mixtas –siempre controladas por los hombres en las cuestiones decisivas– y echar a andas por ellas mismas cuanto antes. La autoorganización sexual y de género de las jóvenes es el requisito imprescindible para que su lucha tenga visos de victoria. Saber que el sistema patriarco-burgués no concede ningún derecho gratuitamente a la juventud, siempre está preparado para contraatacar y recuperar lo que ha perdido restringiendo aún más libertades y felicidades juveniles, entenderlo así es crucial para avanzar en una sexualidad emancipada.
2. SEXUALIDAD Y SEXUALIDADES:
Antes de seguir debemos explicar qué relación existe entre la sexualidad en singular y las sexualidades, en plural. En un primer momento hay que decir que la sexualidad en singular es la capacidad de disfrutar placer en todas las especies animales durante el proceso de reproducción biológica. Las sexualidades son las muchas formas diferentes que existen para que esas especies realicen el acto reproductor. En un segundo momento, hay que decir que conforme nos fijamos en las especies animales mamíferas, y en los primates sobre todo, y a partir de aquí en los simios y en la especie humana, vemos que la sexualidad se va caracterizando por independizar el placer sexual en cuanto tiempo de gozo, felicidad y gusto, de la estricta reproducción biológica que se culmina en pocos segundos o minutos, casi fugaz y mecánicamente. Es decir, en la evolución de las especies animales, hasta llegar al animal humano, la sexualidad ha ido desarrollándose en complejidad, riqueza, matices y tiempo de placer a la vez que se iba distanciando del tiempo y del acto únicamente dedicado a la procreación biológica, que también tiene su dosis de placer pero meramente instintivo. Pero conforme las especies animales desarrollan mayor capacidad social y cerebral, mayor tiempo colectivo y superior nivel de relaciones grupales basadas en los sistemas de expresión corporal y oral, en esa medida, por término medio, aumenta la capacidad de placer sexual y a la vez aumentan las formas de sexualidad, aumentan las sexualidades. La homosexualidad y la bisexualidad, por ejemplo, también están confirmadas en otras muchas especies animales no humanas, lo mismo que el autoerotismo y la masturbación.
La sexualidad básica como método de reproducción de las especies surgió como un gran invento de la naturaleza para ahorrar energía, asegurar la reproducción y asegurar la continuidad de la memoria genética o instintiva y, en especial, de los niveles ascendentes de actividad cerebral desarrollada hasta culminar en el pensamiento humano, el nivel más alto de la evolución de la material. La sexualidad, en singular, ha sido decisiva para este logro cualitativo y su libre ejercicio va unido a, es inseparable de y favorece al desarrollo integrar de las especies animales que disfrutan y necesitan de la sexualidad, siempre dentro de su grado de evolución alcanzado. La experiencia y lecciones obtenidas en los zoológicos es concluyente: en situaciones no naturales, en situaciones anormales y de encarcelamiento, las especies animales que se reproducen sexualmente empiezan a mostrar prácticas anómalas de comportamiento global y sexual, muy parecido a lo que ocurre en los animales humanos cuando sufren muchos años de prisión. En la especie humana sucede otro tanto en prácticas especiales como vivir en conventos, cuarteles, obispados, etc., es decir, una forma de vida aislada de la realidad colectiva en la que la libre sexualidad está constreñida y limitada por mil factores o simplemente negada y prohibida como pecado y bajo el imperativo del voto de castidad.
La historia de la represión criminal de la sexualidad básica por el cristianismo, el opio religioso que más sufrimos en nuestro entorno cultural, es muy ilustrativa. Sin perder ahora el tiempo en disquisiciones sobre si el cristianismo originario –no el que se supone que creó un tal Jesús o un tal Cristo, personajes ambos diferentes si atendemos a las opuestas versiones que existen sobre ellos, y sobre los que hay dudas muy serias sobre su verdadera existencia histórica-fue machista y patriarcalista, o en qué grado lo fue, sobre si tuvo un hálito «feminista» aportado por Magdalena, y basándonos exclusivamente en el cristianismo en cuanto tal, o sea, la ideología justificadora del orden imperial romano, vemos una clara tendencia histórica a fortalecer el poder patriarcal y el odio antisexual. Sobre la base de la brutal opresión de las mujeres en el imperio romano, el cristianismo aplastó durante la alta y baja edad media los restos de libertades sexuales de los pueblos que habían aguantado la romanización, que no habían sido «civilizados». El mito de la Virgen Maria fue decisivo en este sentido, y conforme la nueva burguesía desplazaba lentamente al feudalismo, con el desarrollo de la nueva familia burguesa, el cristianismo se escindió en sectas opuestas enfrentadas a muertes con una crueldad extrema. Pero les unía el mismo patriarcado y el afán con controlar la sexualidad. Aunque la secta católica impuso la castidad duramente, otras sectas lo hicieron con menos dureza o apoyaron el matrimonio de sus curas, pero, al margen de esto, su odio a la libertad sexual y en especial a la de la mujer era el mismo. Todas las conquistas en este decisivo campo de la sociabilidad y felicidad humana se ha logrado luchando sistemáticamente contra el cristianismo. Actualmente, esta religión encabeza con su fundamentalismo contrarrevolucionario sea protestante o católico, la reacción mundial del patriarcado contra las libertades humanas.
La persecución cristiana de la sexualidad se ha realizado y se realiza también, a la fuerza, mediante la represión de las diversas sexualidades en que se muestra la capacidad sexual común. Las sexualidades en plural son las múltiples y crecientes formas de gozar de la sexualidad básica, dependiendo de las condiciones concretas, históricas, sociales, productivas, geográficas, culturales y, lo que es decisivo, de sexo-género. Por ejemplo, mientras que el cristianismo, en cualquiera de sus formas, reprimía la sexualidad de las mujeres casadas fuera del matrimonio, permitía o toleraba la de los maridos con las esclavas, putas y con las violaciones; mientras que prohibía el divorcio, el aborto y los anticonceptivos en el pueblo, los legitimaba en las clases dirigentes y se llegó al caso en el que el catolicismo legitimó el incesto entre príncipes incas colaboracionistas con el invasor español para asegurar la fidelidad hacia el imperio de un sector de la clase dirigente inca. La doble moralidad sexual cristiana consiste en que se toleran a las clases dominantes y a la propia burocracia cristiana comportamientos que las clases trabajadoras y sobre todo sus mujeres tienen prohibidos y declarados «pecado». Esta doble moralidad la estamos comprobando de nuevo ahora mismo en lo relacionado con la pedofilia y la homosexualidad dentro o fuera de la Iglesia católica, por no hablar de otras prácticas sexuales más «normales» como el concubinato, la prostitución, el autoerotismo pornográfico, etc.
Sin embargo, existe una tercera moralidad sexual cristiana que pasa desapercibida y consiste en que los pueblos oprimidos nacionalmente tienen, en la práctica, menos derechos sexuales que los pueblos opresores. Históricamente, las mujeres de los pueblos invadidos han sido violadas y sometidas a la esclavitud sexual, y muchos de sus niños y jóvenes. El cristianismo, que no se opuso a la esclavitud durante siglos, permitió todos los abusos y crímenes sexuales cometidos. Con el colonialismo y después, con el imperialismo, las diversas sectas cristianas han mantenido un apoyo incondicional al sistema patriarco-burgués invasor a escala planetaria. La tristemente conocida como «postura del misionero» en el acto mensual viene precisamente de la obsesión cristiana por imponer una sola sexualidad a los pueblos invadidos. Pero el contenido opresor en lo nacional de la triple moralidad sexual cristiana también ha funcionado y funciona dentro del capitalismo más desarrollado e imperialista, como veremos en su momento al estudiar la situación vasca. Ahora nos hemos detenido un poco en la criminal política antisexual del cristianismo para ejemplarizar cómo actúa el poder establecido contra las sexualidades.
Este ejemplo, que nos remite a una represión de casi dos mil años, nos ha permitido comprender cómo interactúan los factores ideológicos, políticos, económicos, sociales y culturales con las represiones sexuales. En cada época histórica, la síntesis del poder religioso con el patriarcal, con el nacional y con el clasista, se ha organizado alrededor de la propiedad privada. Privatizar las sexualidades en beneficio del poder ha sido una obsesión de estas fuerzas que, al final, siempre nos remiten a la posesión de las fuerzas productivas. Mal que bien, lo han logrado porque, con sus deficiencias, se cercioraron de que en la especie humana, a diferencia de lo que ocurre en otras especies, la sexualidad y las sexualidades viven en el cerebro. El órgano sexual por excelencia es el cerebro, aunque en los hombres parezca ser el pene. El miedo al placer, a la exploración y a lo nuevo, el miedo a la libertad sexual y afectiva, amorosa y emocional, sólo repercute en el pene y en la respuesta sexual de la mujer cuando antes ha aniquilado esos impulsos humanos en la estructura psíquica, en la personalidad, en el cerebro. Por eso, el control de la primera infancia es clave para los poderes represores. Una de las peores herejías que combatió el cristianismo desde una época tan temprana como el siglo IV fue la del anabaptismo, la corriente que negaba la obligatoriedad del bautismo a los recién nacidos, defendiendo la libertad de la persona adulta para aceptar o no el bautismo. El anabaptismo era un peligro tan mortal para el cristianismo que el Código de Justiniano, inicios del siglo VI, legalizó la pena de muerte de los anabaptistas.
La Iglesia se dio cuenta de que no adoctrinar a la juventud desde su mismo nacimiento impedía inyectarle la suficiente dosis temprana, la más efectiva, de opio religioso, dogmático, autoritario y antisexual. La Iglesia supo bien pronto que «hay que enderezar el tronco antes de que se tuerza». La conculcación de una única sexualidad venía impuesta desde la primera infancia, junto a los restantes dogmas cristianos. De este modo, las sexualidades concretas quedaban excomulgadas antes incluso de que la persona pudiera ser consciente de su existencia práctica. Pero los efectos destructores de esta represión tan temprana no afectaban únicamente a la capacidad sexual en general, en abstracto, sino que laminaba las posibilidades de goce abierto y libre de las sexualidades. La personalidad humana es multifacética, compleja e interactiva. Sus apetencias sexuales concretas se forman en el caldero bullente del descubrimiento de la vida y de la exploración de sus posibilidades. Si este descubrimiento y su desarrollo simultáneo se realiza en un entorno más o menos respetuoso con las suficientes libertades sexuales y con una visión amplia de la sexualidad, si es así, las vivencias sexuales estarán integradas en un mundo de afectividad, emoción y respeto. El placer más intenso se logra precisamente cuando la afectividad y el deseo no están constreñidos por ningún miedo ni culpabilidad, cuando las relaciones interpersonales están acostumbradas a experimentar las nuevas y desconocidas sexualidades sin temores ni terrores anclados en lo más irracional de la persona. Un contexto de respeto, libertad mutua y mutua ayuda en la experimentación consentida y nunca obligatoria e impuesta, un contexto así, en el que el conocimiento teórico de la capacidad psicosomática de los placeres es algo común, las sexualidades son libres y refuerzan a las libertades de todo tipo.
Según sea el contexto democrático o autoritario, la educación, la permisibilidad, la coerción, las posibilidades toleradas o consentidas aunque no legalizadas, etc., según esto y más, las apetencias sexuales se inclinarán por un lado u otro, serán más o menos reprimidas, sublimadas u orientadas en otras direcciones, pero nunca desaparecerán, simplemente se adaptarán a las exigencias exteriores una vez interiorizadas, a la espera de emerger de una forma u otra, incluso brutal y criminalmente, también de forma mística, ascética y religiosa, con alucinaciones y espasmos orgásmicos interpretados idealistamente como revelaciones divinas, con deseos sádicos y masoquistas cargados de culpabilidades ajenas y propias, con fijaciones edípicas, orales o anales… El alcohol y otras drogas legales, alegales o ilegales serán, en este contexto represor, auxiliares imprescindibles para excitar una libido acogotada internamente por los terrores irracionales, por las angustias y ansiedades, por las fobias y miedos. Y en vez del libre recurso a la imaginación erótica, a los cuentos, escenas e imágenes sexuales excitantes, normales en un entorno normal y consciente, en vez de esto, la pornografía violenta, machista y misógina, falsa e irreal, ocupará el lugar de la inventiva sana y alegre. Las historias sexuales, en cualquiera de sus formas, han existido siempre pero no siempre son negativas, sustitutivas y excitantes de las sexualidades violentas y sádicas. Pero en toda civilización coercitiva y represora, la imaginación social colectiva e individual refleja y reproduce el orden sexual dominante, los tópicos machistas, las miserias de la falocracia, las angustias inconfesables por el tamaño del pene en los hombres y por el cuerpo perfecto en la mujer. Las maravillosas potencialidades de las sexualidades emancipadas, desaparecen así asfixiadas por la dictadura de la imagen propagandística que se ha introducido en nuestro cerebro, imponiéndonos una sola, pobre e infeliz sexualidad.
3. FRENOS Y OBSTÁCULOS A LA SEXUALIDAD:
El sistema patriarco-burgués está estructurado de tal forma en lo concerniente a la sexualidad juvenil que logra el milagro de la más absoluta ignorancia de la juventud sobre su sexualidad precisamente en un mundo hipersexualizado. Dicho de otro modo, mientras que actualmente una persona joven ve imágenes de sexo explícito o implícito, sugerido o sugerente, afectivo o violento, erótico o pornográfico por todas las esquinas de las calles, en las revistas y periódicos, en televisiones e Internet, en conversaciones de adultos, en pequeñas tiendas y en grandes almacenes, en todas partes esta persona joven aspira y expira hipersexualidad, sin embargo su conocimiento del problema es prácticamente nulo, o peor aún esa ignorancia está recubierta por un océano de tópicos, mentiras y mitos machistas que convierten la ignorancia en supuesto conocimiento. Es así como se comprende que todas las encuestas y estudios sobre el conocimiento de la sexualidad por parte de la juventud arrojen unos resultados tan alarmantes, y eso que dichas encuestas están realizadas en su inmensa mayoría según los parámetros machistas dominantes, oficiales. Es así como se comprende que siempre se pierda la batalla contra las enfermedades venéreas, contra el VIH, contra los embarazos no deseados, contra el aumento de la violencia y hasta el terrorismo machista juvenil contra las mujeres jóvenes, etc.
Pero siendo esto muy preocupante, y de hecho es lo fundamental porque está en juego la vida de las personas, no lo es menos que, además, existen otros fenómenos extremadamente inquietantes que pasan desapercibidos para la sexualidad adulta oficial, o que son silenciados. Vamos a citar aquí sólo cinco de ellos. El primero y del que vienen después el resto, es el del miedo de los jóvenes y en menor medida de las jóvenes a mantener conversaciones francas y sinceras sobre sexualidad con personas adultas, limitándose a lo sumo a ser escuchas pasivos e indiferentes, cuando no con chanzas y pésimos chistes machistas, de las muy pobres charlas de formación de alguna vez tienen la suerte de recibir, si se produce esa suerte. Lo mismo que entre los adultos pero a una escala más grave, la juventud tiene, en su inmensa mayoría, miedo a hablar e informarse plenamente sobre sus prácticas sexuales y sobre su capacidad sexual. No es un miedo natural e instintivo, sino introducido desde la primera educación infantil familiar y reforzada posteriormente. Es un miedo inherente al miedo a la libertad y al miedo al placer, al miedo a la exploración de nuevos espacios interpersonales que debieran multiplicar las vías de descubrimiento de nuevas libertades. Sexualidad y libertad son sinónimo, y sexualidades y libertades aún más.
La familia patriarco-burguesa y la educación machista tienen una responsabilidad altísima en las angustias y miedos en estas primeras edades. La estructura familiar dominante está pensada para impedir todo aprendizaje sexual, y aunque mucha juventud ha sido socializada también en guarderías y en escuelas mixtas, es tan abrumadora la dominación objetiva del principio burgués de sumisión y pasividad, reforzada por el machismo, que la juventud apenas dispone de posibilidades de reflexión y conocimiento crítico sobre ella misma y sobre su sexualidad. Pero aún, allí donde la Iglesia está presente, el miedo aumenta en su peor forma, en el terrorismo irracional e inconsciente a los castigos eternos del pecado. De este modo se crea una personalidad juvenil atemorizada de sí misma al desconocer el origen, la naturaleza y los efectos de los cambios que está sufriendo, pero, a la vez, que intuye o sabe perfectamente que le interesa el mantenimiento del sistema machista tal cual lo vive en su familia y en su entorno. No sólo ha aprendido que su madre está supeditada a su padre, que sus hermanas están supeditadas a él, sino que aprende que en la sociedad las mujeres están supeditadas a los hombres y, en su cuadrilla y amistades, las amigas están supeditadas a sus amigos y a él mismo. Lógicamente, por tanto, le interesa mantener esta estructura de dominación tan beneficiosa, y por eso asume la complicidad y el apoyo a sus amigos y a otros hombres en la defensa de esos beneficios de toda índole. Lógicamente, tiene miedo a perderlos, a quedar desamparado y, muy en especial, tiene miedo a que las mujeres, su amiga o compañera, le superen, exijan y practiquen sus libertades y muestren su inferioridad. Así, familia, educación e Iglesia, es decir, el sistema patriarco-burgués tal cual incide contra la juventud en esos decisivos años, refuerzan a diario la dialéctica entre el miedo y el egoísmo machista dentro de la juventud.
El segundo problema concierne a la pasividad colaboracionista de las llamadas «fuerzas progresistas», desde la casta intelectual hasta las organizaciones de todo tipo de izquierdas, pasando por los medios de prensa «democrática» y «crítica». Basta observar lo que al respecto «producen» los intelectuales para comprender por qué definimos sus silencios como pasividad colaboracionista con el orden sexual dominante. Exceptuando muy pocas y muy meritorias intelectuales feministas y revolucionarias, la gran masa de la casta intelectual, obsesionada por sus cuentas corrientes, ignora esta problemática. Tal vez, muy de cuando en cuando, leamos alguna leve y respetuosa crítica a la Iglesia, pero pocas veces será contra su terrorismo sexual, y casi siempre, en todas ellas, desde un trasfondo neokantiano y agnóstico, casi nunca desde el ateísmo marxista militante. Un ejemplo de esto lo hemos tenido en lo poco que se ha analizado radical y críticamente qué se oculta debajo de los escándalos de pederastia conocidos –y de los desconocidos– dentro de las sectas cristianas, aunque más frecuentes en la católica. Se debe estudiar más concretamente la relación directa entre el voto de castidad y la pederastia, la homosexualidad, la misoginia, etc., en la Iglesia católica y en su permanente producción de estructuras psíquicas reaccionarias y fundamentalistas. Igualmente, se debe estudiar ese mismo problema en los conventos de monjas, temas tabú ante los que la casta intelectual huye atemorizada. Mientras que la casta intelectual vocifera dogmática y eurocéntricamente contra ciertas costumbres musulmanas –el velo en la infancia y en la juventud, por ejemplo– o de otras culturas, permanece muda y genuflexa, cuando no «comprensiva», con las prácticas represoras, primitivas y reaccionarias de la gran transnacional capitalista que es el Vaticano.
Esta pasividad de quienes debieran «pensar críticamente» para iluminar y orientar a las masas ignorantes, al menos eso dice el tópico al uso basado en el principio burgués de la división del trabajo intelectual, bien remunerado por supuesto, se extiende aún más cuando estudiamos qué es lo que dicen los medios de prensa «progresistas» o simplemente «democráticos» sobre los problemas sexuales de la juventud y, más en general, sobre la miseria sexual capitalista. En estos medios, la sexualidad quedan limitada a los capítulos sobre «la mujer», y de vez en cuando, al son de las campañas que realiza cada determinado tiempo el ministerio de sanidad de turno sobre la expansión del VIH, a la llamada «ignorancia juvenil» sobre el tema. Estos tímidos esfuerzos divulgativos carentes de radicalidad científico-crítica, quedan inmediatamente sumergidos tras la marea de la sexualidad machista. Pero el panorama no mejora mucho si observamos la práctica y la teoría sobre de liberación sexual de las organizaciones revolucionarias. Si entramos en Internet y nos fijamos en los temarios, apartados, documentos programáticos y actos internos y externos de las organizaciones revolucionarias, nos asustará la prácticamente nula presencia de un espacio dedicado a la revolución sexual socialista. Como en la prensa «democrática» la mayoría de estas organizaciones reduce la lucha sexual al apartado de «feminismo» o de «mujer», y algunas pocas más al de «juventud», pero en éste dominan abrumadoramente los temas de educación, vivienda y precariedad, no apareciendo la sexualidad sino muy lateralmente. Son muy contadas las organizaciones revolucionarias que dedican un espacio concreto a la lucha contra el orden sexual capitalista.
La indefensión juvenil frente a la sexualidad patriarco-burguesa es, por lo que se ve, casi absoluta en un medio cotidiano, diario y vital caracterizado por una hipersexualidad machista presente se mire por donde se mire. Nos enfrentamos así al tercer problema. La hipersexualidad no responde únicamente a la contraofensiva de los más chabacano y cutre, violento y pútrido, del machismo obsesionado por recuperar los espacios perdidos y ampliarlos aún más, tampoco a la contrarreforma sexista y misógina del fundamentalismo cristiano, que también, sino sobre todo a la necesidad ciega del capitalismo por aumentar los mercados, aumentar las ventas y aumentar la producción de nuevas mercancías. Esta última razón es la dominante en el plano histórico y estructural ya que determina e impulsa a las dos anteriores, que se refuerzan a su amparo. La burguesía está impelida a acelerar la mercantilización de todo, no deteniéndose ante nada, ni ante la mercantilización de la naturaleza y del código genético, ni ante la producción industrial de nuevas identidades pasajeras en las que nuevos comportamientos y consumos sexuales, gustos, modas estéticas, apariencias y posturas esnobistas son lanzados sucesivamente al mercado del consumismo psicoafectivo, desamparado y despersonalizado como alternativas fugaces e ilusorias para llenar los crecientes vacíos generados por la alienación y fetichismo capitalista. Una hipersexualidad múltiple y polifacética, omnipresente y ubicua a la vez, con apariencias incluso contradictorias que van desde la violencia pornográfica más explícita cargada de contenidos reaccionarios y racistas, además de misóginos, hasta la «nueva masculinidad» supuestamente cariñosa, afectiva e incluso bisexual o «afeminada», pasando por toda serie de alternativas producidas en serie y con una obsolescencia programada deliberadamente.
Una juventud carente de autoorganizaciones propias e independientes de las organizaciones del poder, carente por tanto de recursos propios para crear y practicar sus sexualidades alternativas a las dominantes, bajo esta dictadura patriarco-burguesa es muy difícil por no decir imposible que duren los esfuerzos emancipatorios de la juventud en esta y en otras cuestiones. Para empeorar la situación, en este momento interviene un cuarto problema, que también puede ser un primer problema: la precarización de la vida juvenil, la pérdida de la seguridad vital y de la autoconfianza que produce tanto un sueldo seguro como un sistema igualmente seguro y amplio de prestaciones sociales, ayudas a vivienda, becas de estudio, sanidad científico-crítica que integre una política sexual democrática y no patriarcal como mínimo, etc. Es decir, la contraofensiva capitalista malamente denominada «neoliberalismo», está aumentando los obstáculos de todo tipo que frenan y desvían las prácticas sexuales, o simplemente las congelan. Las frenan porque la precarización y el empobrecimiento, las carencias en infraestructuras adecuadas, casas, locales, etc., restringen mucho las posibilidades de disfrute sexual. Las desvían cuando el machismo, la hipersexualidad objetiva con sus imposiciones subjetivas y sus dictaduras sobre la imagen del cuerpo, sus cánones de belleza difícilmente alcanzables, sus llamados directos e indirectos a prácticas sexuales mecánicas, simples y toscas, brutas incluso, carentes del refinamiento lascivo y lujurioso que sólo puede otorgar el conocimiento de las técnicas sexuales y del cuerpo humano con toda su excitante complejidad, práctica orientadas exclusivamente para el egoísmo masculino.
En una sociedad en la que la temporalidad dominante es la asalariada, la burguesa, que arrincona al tiempo de descanso y reciclaje y sobre todo al tiempo propio y libre, en una sociedad así cada vez hay menos tiempo para el placer y los orgasmos en todas sus formas, y menos aún para los prolegómenos necesarios para que los placeres sean extremos y enervantes. No es sorprendente, entonces, que por estas y otras razones, la juventud trabajadora se vea en la necesidad de adaptarse a las nuevas industrias y horarios de la diversión burguesa, con sus botellones, sus drogas, sus borracheras, sus peleas y disputas. Estas formas de diversión son las únicas permitidas y potenciadas por el sistema patriarco-burgués a una juventud trabajadora con serios problemas para comprar un piso e independizarse de la cárcel domiciliaria, con las tensiones intrafamiliares que muy frecuentemente estallan en su interior. Teniendo en cuenta todo lo visto, es normal que el autoerotismo, la masturbación, sea la práctica sexual más frecuente por ser la directamente asequible, quedando las demás a mucha distancia, en especial las relaciones afectivas, emotivas y sexuales con una persona querida, realizadas con mutua confianza, tiempo disponible abundante, con conocimientos técnicos, sexuales y psicológicos suficientes.
Los cuatro problemas brevemente vistos hasta ahora –miedo, ignorancia, exigencias hipersexuales inalcanzables y precarización de la existencia– son comunes a la juventud trabajadora y en parte a la juventud burguesa, pero mucho más dañinos para las jóvenes trabajadoras una vez que han dejado los estudios y han empezado a trabajar con un salario. La sola diferencia de aproximadamente un tercio de menos en comparación al salario masculino indica su menor capacidad de experimentación y libertad sexual, problema que se agrava por el hecho de que su sueldo inferior es además sometido a un mayor control por los padres o por el marido. El salario es importante para la libertad sexual porque permite buscar nuevos espacios y relaciones, acceder a más información, disponer de mejores medios, etc. Infinitamente peor es la situación de la joven condenada a esperar en casa al marido, o a estar en casa de los padres sin la relativa independencia que da un salario extrafamiliar. Mientras que la juventud burguesa tiene más posibilidades para viajar, relacionarse, conocer nuevos entornos y experimentar nuevas sensaciones, la juventud obrera carece de esos medios o son bastante más restringidos.
Ahora bien, hay un quinto problema que limita en mayor o menor grado según los casos el disfrute de las sexualidades, pero que siempre es un límite: la opresión nacional, la explotación de los pueblos por el imperialismo, la esquilmación de sus recursos humanos, materiales y biológicos. Hemos citado arriba la esclavitud. Desde que los pueblos dominantes comprendieron que podían aumentar sus riquezas esclavizando a los pueblos dominados, no tardaron un segundo en comprender que también existe una explotación sexual y su correspondiente beneficio. De hecho el rapto, secuestro, robo, saqueo y razzia de mujeres y de niños y niñas, o su obtención estable mediante conquista y mediante tributo, estas prácticas, han sido el inicio de la política de esclavización completa y general de todo el pueblo, excepto de las personas moribundas o enfermas, es decir, improductivas, abandonadas a su suerte o rematadas. El mito del progreso lineal y automático del capitalismo imperialista del llamado «Estado del bienestar» (¿?) entre los años ’50-’70 del siglo XX, hizo creer a algunos que a la par de la desaparición de las clases y de la lucha de clases, etc., también se había producido el final definitivo de las atrocidades sexuales y genocidios masivos tan recientes como la guerra mundial de 1940-45. Dichas atrocidades quedaban adjudicadas a los «pueblos atrasados» pero no al Occidente civilizado. Los crímenes de los EEUU en Vietnam, por citar un solo caso, o del Estado francés contra ese mismo pueblo y contra Argelia, por citar otro, en los que las bestialidades sexuales eran muy frecuentes, demostraron que el monstruo patriarco-burgués seguía vivo, pero que todavía no golpeaba abiertamente en la propia cilivilización eurocéntrica porque no hacía falta. Pero el salvajismo sexual practicado en la Guerra de los Balcanes ha demostrado que no se ha extinguido la ferocidad sexista.
Sin embargo, estas prácticas cada vez más frecuentes incluso por las tropas «neutrales» que bajo pabellón de la ONU imponen eso que se llama «ayuda humanitaria», sólo son la parte externa de múltiples prácticas sistemáticas de explotación sexual de los pueblos oprimidos en beneficio directo o indirecto de los hombres de los Estados ocupantes. Nunca debemos olvidar, sino al contrario, la práctica cotidiana de la especial tortura sexual aplicada a las militantes revolucionarias independentistas por la mayoría de las fuerzas ocupantes. Muchos estudios demuestran el placer sádico-sexual que obtienen los torturadores, placer que se refuerza con la identidad machista del torturados «trabajando» sobre la torturada, y cuando se le añade el componente del racismo y la xenofobia contra el pueblo ocupado y contra sus mujeres luchadoras. El machismo y al chauvinismo nacionalista del torturador, su creencia de superioridad cultural y hasta biológica, también están presentes aunque en menor escala en los tratos menos brutales, más «normales» de las diversas fuerzas policías a la población ocupada, reprimiendo manifestaciones, actos de masas, reuniones o en las prácticas cotidianas de control social masivo y vigilancia selectiva y preventiva. La violencia ocupante produce una situación de estrés social que, al prolongarse y empeorar, termina afectando a los comportamientos de la gente, sobre todo de la más desprotegida. Se han realizado estudios rigurosos sobre el impacto de la violencia invasoras en naciones como la Palestina y otras, demostrando cómo la violencia invasora genera múltiples desarreglos emocionales, afectivos y psíquicos desde la primera infancia. No se pueden negar las consecuencias perturbadoras de todo ello en la capacidad de disfrute sexual de las personas afectadas.
Incluso en situaciones de opresión nacional en las que, por las razones que fuere, la violencia del ocupante no necesita llegar a esos niveles tan sobrecogedores, incluso así, los pueblos que carecen de un Estado propio, de autogobierno suficiente, tienen bastantes menos posibilidades de realizar una política pública de libertades sexuales. Al margen del grado de tolerancia controlada que le cede el Estado, en última instancia todos los planes de desarrollo estratégico del pueblo sin Estado sufren el control y el veto del Estado ocupante. Por muy desarrollada que pueda llegar a estar, por ejemplo, la salud pública, la educación, las ayudas sociales, etc., en el pueblo sin Estado, siempre lo estarán menos que si fuera independiente y si su autogobierno respondiera a un poder popular, a un Estado obrero. El expolio económico que realiza el Estado ocupante debilita las posibilidades de desarrollo social del pueblo ocupado que, además, debe sufrir la carga que le añade su propia burguesía colaboracionista. Un ejemplo concluyente es el de los Presupuestos Generales del Estado, que determinan muchos años de inversión pública, de políticas concretas y de apoyos sostenidos a las clases dominantes en detrimento de los pueblos ocupados.
Las políticas sociales, de natalidad, de empleo y trabajo, de pensiones y jubilaciones, de educación, de transporte, de vivienda, es decir, el grueso de medidas que directa e indirectamente influyen sobre las libertades sexuales, nunca se toman de un año para otro, excepto en los casos de burguesías extremadamente corruptas e ineptas que sólo miran el ahora y nunca el luego. Los PGE son programas estratégicos que muy frecuentemente abarcan períodos de entre 5 a 10 años de duración y que condicionan la vida social en todos sus aspectos. Las naciones sin Estado, sometidas a los intereses de Estados extranjeros, están totalmente indefensas en esta cuestión decisiva de la programación a largo plazo. Los problemas se agravan cuando dichas naciones sufren una dura partición interna, destinada a romper definitivamente su unidad territorial y nacional; cuando esa partición favorece además la existencia de pequeños reinos de taifas formados por burguesías reaccionarias decididamente colaboracionistas con los Estados. Este es el caso, sin ir muy lejos, de Euskal Herria en donde los Estados español y francés han impuesto por las armas una división total y dentro de éstas otras muchas subdivisiones específicas que refuerzan a la primera. Las tres burguesías delegadas, la de Nafarroa, la de Iparralde y la de Vascongadas, son profundamente cristianas, conservadoras y reaccionarias, también en lo sexual. Las dificultades que casi impiden la realización de abortos en Nafarroa, o la compra de preservativos en su capital, Iruñea, son dos ejemplos de cómo se refuerza el sistema patriarco-burgués cuando aúna sus fuerzas poderes tan reaccionarios como el Opus Dei y UPN.
4. CONTRAPODER JUVENIL Y LIBERACION SEXUAL:
Una vez vistos estos obstáculos e imaginados otros menores que no podemos exponer ahora, estamos en condiciones de adelantar algunas líneas prácticas de lucha juvenil, teniendo en cuenta que ya hemos debatido en su momento el texto anteriormente citado y puesto a vuestra disposición. Naturalmente, aquí nos centraremos más en y para la problemática juvenil. Las propuestas que se presentan a debate tienen un orden de enunciación que apenas corresponde al orden de importancia concreta general. Ocurre que, según los lugares, determinados movimientos y grupos juveniles estén más avanzados que otros en estas y otras luchas por lo que necesitan dar prioridad a cuestiones que aquí se presentan supeditadas a otras precedentes. Todo depende de las conquistas concretas que se hayan hecho en cada lugar.
La primera tarea es la de asegurar la suficiente independencia organizativa de la juventud en su lucha por las libertades sexuales. Como sucede en toda problemática de la juventud, una de las tareas más fundamentales es la de lograr establecer unas respetuosas relaciones entre la juventud y los adultos para que exista una interacción sin negar la imprescindible autonomía de la juventud. Hay muchas facetas de la vida juvenil en las que esa autonomía se vuelve plena independencia, como la creatividad cultural y artística, las luchas socioeconómicas, las formas de organizar los espacios liberados al poder adulto, etc.; pero hay otras que requieren un especial y frecuente contacto con personas que tengan un conocimiento necesario. La sexualidad y salud en general es tal vez el más importante. En estas cuestiones, la autoorganización juvenil debe preocuparse por establecer una interacción con colectivos o personas que hayan superado los tópicos y el dogma autoritario del sistema patriarco-burgués y de su sexualidad. Desgraciadamente, la mayoría de los llamados «sexólogos» son simples adaptadores del orden sexual dominante a las condiciones de la juventud alienada, como hacen con las personas adultas. Son, por decirlo rápidamente, engranajes especializados del sistema de recomposición de la docilidad sexual dominante. Su función, como la de la mayoría de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, la de parchear los boquetes de la estructura psíquica de masas, asegurando la continuidad del sistema.
La autoorganización juvenil debe, por tanto, plantear dentro de las organizaciones revolucionarias las urgencia de, primero, desarrollar un pensamiento propio al respecto, radical y científico-crítico; segundo, colaborar en ese proceso para que, tercero, sus resultados, las mejoras teóricas que se hayan obtenido reviertan lo antes posible a las luchas prácticas de la juventud. Especial importancia tiene en este proceso, y en todos los demás, el papel central de las jóvenes, de las mujeres organizadas de forma que no acaben subordinadas de algún modo a los jóvenes, a los «compañeros». El machismo también está presente en el interior de la autoorganización juvenil y todavía más en todo lo relacionado con las sexualidades. Por esto, para evitar que imperceptible pero imparablemente, el «machismo rojo» terminé imponiéndose, las jóvenes han de asegurarse su independencia de pensamiento y organización. Una de las mejores formas es la de asegurarse que también se avance en la misma conquista dentro de las organizaciones revolucionarias adultas que ayudan a la juventud en esta lucha, y son ayudadas a su vez por ésta. Sin embargo, hay que advertir que ha de mantenerse una vigilancia permanente al respecto porque el machismo es muy inteligente y encuentra resquicios y fisuras por los que penetrar con suavidad hasta recuperar su poder.
La segunda tarea es la de superar el miedo a la sexualidad, al debate franco y sincero, con datos y con hechos, sobre su práctica. Siempre que haya miedo al placer habrá miedo a la libertad, y siempre que haya miedo a la libertad habrá miedo a luchar por ella, a ejercitarla. Hay varias formas placenteras de hablar del sexo y del placer. No tiene por qué ser una confesión católica, cargada de culpabilidades por haber «pecado», con temor al castigo y a la pena que puede presentarse en forma de risas, mofa y cachondeo. Nada de eso. Una buena conversación libre y creativa sobre el placer debe, antes que nada, producir el placer que se obtiene al superar una necesidad, al satisfacerla. Muchas personas se lo pasan bien hablando de deportes, etc., pero se agarrotan, se ponen tensas y nerviosas si tienen que hablar de sexualidad. Este es un ejemplo del terrible efecto destructor generado por el terrorismo antisexual del sistema patriarco-burgués y del cristianismo.
La tercera tarea simultánea a las dos anteriores consiste en asumir que no se debe tolerar nunca la violencia machista, sexista, patriarcal, en cualquiera de sus muchas formas de expresión, desde la brutalidad de la violación hasta el piropo, pasado por la violencia física y psicológica y el desprecio más sutil e inadvertido pero que, por ello mismo, arrasa para siempre la autoestima de la mujer. La juventud, muy especialmente las mujeres, ha de ser radicalmente opuesta a cualquier violencia sexista porque el miedo, la pasividad, la inhibición, es decir, claudicar ante el poder patriarcal es una de las consecuencias directas de la violencia de sexo-género. Nunca habrá una emancipación plena, en el campo que sea, si perdura el miedo a la violencia. En la sexualidad esto es aún más palpable porque el miedo se ha introducido en lo más profundo y se ha disfrazado muchas veces incluso de frigidez, anorgasmia, inapetencia, desgana, desagrado. Frecuentemente, éstas son desesperadas posturas defensivas no asumidas como tales sino que, en forma de rebote, terminan culpabilizando a la persona que cree que ella es la culpable cuando sólo es la víctima. Las violencias sexistas tienen como uno de sus objetivos la destrucción de la autoestima de la mujer. Por ejemplo, la violencia sexual simbólica que hay en la mayoría de las imágenes sobre los cuerpos perfectos, destroza la autoestima del propio cuerpo haciendo que su imagen inconsciente, copia anhelada pero imposible de la imagen sexista oficial, choque de frente con la propia imagen, con la real. Esta contradicción es insoportable para millones de mujeres y cada vez para más hombres, y tiene efectos demoledores sobre su felicidad.
La autoestima es vital para el ejercicio de las sexualidades. Una baja autoestima es uno de los mayores obstáculos para el placer sexual y para el ejercicio de todas las libertades. La persona con baja o nula autoestima tiende a buscar un líder exterior que le de confianza, que le aporte lo que ella no tiene, que le sostenga en medio de su desamparo. Las drogas euforizantes buscan ese subidón de autoestima, de autoconfianza. Los fascismos, los regímenes dictatoriales y autoritarios con ciertas bases de masas alienadas que les apoyan, conocen la importancia de líder a la hora de guiar e influir a las masas y a las personas aisladas que no tienen confianza en sí mismas y deben buscarla fuera. La Iglesia también lo supo con mucha anterioridad. La sociología –la «ciencia social» que la burguesía ha creado para combatir la revolución– ya teorizó la importancia del «carisma» con las obras de Weber. Permitir las violencias sexistas contra las mujeres es potenciar la destrucción de su autoestima e imponerles la necesidad de un jefe en todos los aspectos, incluida la sexualidad. Una organización juvenil que se diga revolucionaria y que no combata este problema, merece desaparecer, y desaparecerá por la simple fuerza destructora del sistema patriarco-burgués sin hacer falta, en la mayoría de los casos, que la destroce la represión.
La cuarta tarea es la de dotarse de medios científico-críticos buenos que explique la sexualidad y las sexualidades a fondo y pedagógicamente, sin mojigaterías ni falsos pudores. Esto ya se lleva realizando desde hace bastante tiempo mediante diversos medios de prensa que la juventud abertzale ha creado. Se trata de un avance innegable, pero que debe ser completado mediante debates y charlas en muchos sitios, mediante una explicación sistemática de la política de liberación sexual y mediante una concepción global materialista de la existencia humana en la que se razone la interacción de lo biológico con lo psíquico, de lo material con lo cultural, se muestren en todo momento. Una explicación así es urgente dada la agudización de la lucha entre el irracionalismo idealista en ascenso, potenciado por las religiones y las burguesías más retrógradas, y las luchas emancipadoras de todas clases, sobre todo las sexuales y las de género. Considerando la superioridad de medios de prensa a disposición del irracionalismo dominante, estamos aún muy atrasados en este decisivo combate teórico y científico-crítico, pero también ético y moral. Una de las responsabilidades, aunque no la única ni la decisiva, de este retraso radica en la acomodación pasiva de la casta intelectual y de los medios «progresistas», siendo mucho mayor la responsabilidad de las organizaciones revolucionarias, como hemos dicho.
La quinta o/y primera tarea, porque es inseparable de la autoorganización independiente de la juventud, la primera tarea que hemos presentado, es la de construir espacios de contrapoder juvenil. Por contrapoder se entiende el poder liberador opuesto al poder opresor capaz de anular a éste, al oficial y dominante, en reivindicaciones concretas, desarrollándolas en la práctica independientemente de que no estén aún legalizadas. Por ejemplo, la juventud vasca de mediados de los ’70 del siglo XX creó contrapoderes prácticos centrados en la euskaldunización, en las luchas en los barrios y pueblos, en la amnistía, pero también en la obtención de píldoras anticonceptivas y en la realización de abortos, ambos prohibidos, en la realización de programas de educación en una sexualidad libre enemiga de la oficial que buscaba legitimarse con el «destape» y otras trampas, etc. El contrapoder juvenil luchó duramente a comienzos de los ’70 contra la doble y triple moral del catolicismo franquista, contra el machismo de la burguesía vasca y contra la trampa que suponía el «avance del destape». No hace falta decir que uno de los objetivos prioritarios de la represión desde entonces hasta ahora ha sido el de anular los contrapoderes de la juventud vasca. No lo han logrado.
Un tercio de siglo después, muchas de las demandas de entonces han sido parcial y relativamente satisfechas, pero siempre bajo el riesgo del retroceso y de la derrota porque en estas cuestiones, como en todas las que afecten al principio de propiedad privada, la lucha nunca concluye. Además, lo fundamental es que las conquistas relativas obtenidas no logran aún destruir los pilares del sistema patriarco-burgués que tiene recursos tan fuertes como los Estados español y francés, el gobiernillo vascongado y el foral navarro, etc. La sociedad también ha cambiado en treinta años y el machismo ha aprendido a taparse bajo diversas caras o a mostrarse tal cual es en otros momentos, según sus necesidades. Por esto sigue siendo imprescindible y prioritario que el movimiento juvenil refuerce, amplíe y profundice sus instrumentos de contrapoder en todos sus aspectos, incluido el de las luchas sexuales.