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La juventud organizada de Pimampiro, ante el abandono estatal queda la rebeldía

Fuentes: Ecuador Today

En la parroquia urbana de Pimampiro, asentada en la cuenca del río Chota, provincia de Imbabura, lo que aún queda de las viejas prácticas comunitarias y las formas solidarias de intercambio y relación mantuvo a la población lejos del pánico y la histeria social que llevó a muchas ciudades al borde del colapso durante la pandemia.

La saturación de los hospitales, las aglomeraciones de la gente desesperada por comprar frente a las puertas de los supermercados, gente sin techo buscando cobijo en parques y bajo puentes, la ansiedad desbordando los cubículos y cajitas de fósforo que se vuelven insoportablemente minúsculas en los barrios de las grandes urbes, expresan una realidad hecha de problemas que se ven como ficticias desde la mirada del campo. Una realidad por donde el motor del progreso económico transita acelerado, dejando por el camino manchas de la sangre que aún derraman las viejas heridas provocadas por el racismo, el clasismo y la aporofobia. El motor que ennubla la visión de tanta contaminación que radia, y que, pasando por encima de las enfermedades de los seres desechables, deja rezagadas a las relaciones genuinas entre humanxs y naturaleza; condenadas al “atraso” y al “estigma del campo” quedan las estructuras de interpretación literal de la vida que aún brotan en los entornos donde en la pobreza misma crece y se cosecha lo que salva a la gente.

no se trata de romantizar la vida rural, ni mucho menos encubrir las problemáticas que hieren la paciencia y funden la esperanza del campesinado que resiste en la tormentosa lucha por no perder, una vez se agrieta y desbarata la tierra, el sentido de la vida que reside en ella. Se trata de un pequeño recordatorio, no más, de que las dolorosas realidades que quedaron al desnudo con la llegada de la pandemia son como las crías sacadas de un vientre gigantesco que fueron desatendidas durante siglos. Encarnan los residuos de problemáticas de largas y gruesas raíces, en un sistema que puso toda su maquinaria el servicio del crecimiento y la acumulación, que cebó las panzas que lucen exuberantes en los escaparates de la fortuna; aunque, en el fondo, adentro, sólo quedó un gran vacío por donde se precipitan los sueños, se pierden las esperanzas y los anhelos de acceder a una buena educación, de superar las barreras que vuelven a lxs jóvenes de las clases pauperizadas impermeables a cualquier oportunidad de dar el ansiado y prometido salto hacia la plenitud y el éxito.

Así, en tanto desvanecen los anhelos de conocer, algún día, esas ciudades modernas, limpias y cosmopolitas rebosantes de gente feliz con las que en algún punto llegamos a soñar, se corren las bambalinas en la Asamblea Nacional, en Quito, y queda al descubierto el circo de la desidia, el descaro y la corrupción; también todo apunta a que en los hospitales se practica más el saqueo que las pruebas que detectan, al parecer, el coronavirus. Y, encerrada en sus departamentos, la gente que no precisa aventurarse a salir a por su sustento diario se desgasta los sesos tratando de averiguar dónde es que se fundamenta el valor de aquello que dota de sentido a la vida, al trabajo, a la salud y a la felicidad. Al menos esto sirva, de pronto, para comenzar a escuchar los latidos del corazón de un sistema mísero que se pudre y, al mismo tiempo, resiste.

Las criaturas desatendidas en el Ecuador rural, en cambio, apenas tienen voz y voto en la Asamblea, ni titulares en los medios que comunican las verdades diseñadas para mantener el statu quo con respiración asistida. Así como fueron olvidadas en la era previa a la expansión masiva del covid-19, constituyen hoy la raíz oculta de las realidades que se sienten demasiado lejanas y aparentemente insignificantes ante la brutalidad del espectáculo –por muy real que éste sea- que se emite a diario a través de las cadenas y emisoras que buscan acaparar capital y atención. Las frutas y hortalizas en el campo suben de precio en la ciudad pero, paradójicamente, la demanda y los precios bajaron, y no resulta tan fácil posicionar los productos. En el mercado de transferencias de Pimampiro comienzan a apretar las tuercas a lxs agricultorxs, con medidas como la restricción o reducción de los horarios para la entrega de las cajas repletas de productos hortícolas recién cosechadas, pero los tomateros se organizan por Whatsap y arman la resistencia con la que logran revertir la situación. Moraleja: la resistencia activa es la única solución frente a la  mezquindad de terratenientes, chulcos legales e institucionales, y el descaro de intermediarios y grandes plataformas de comercialización que siempre fueron diestros en aquello que bien se conoce en el Ecuador como viveza criolla.

Dispuesta a descarrilar los cauces de lo permitido o permisible según la normalidad, tanto la vieja como la nueva, este grupo de jóvenes se desconfina, en múltiples sentidos, para comenzar a organizar la resistencia, en forma de acción de asistencia y búsqueda de soluciones alternativas desde la soberanía local, mediante el manejo de plantas nativas y elaboración de medicamentos de forma artesanal. Frente a la radicalización de las consecuencias del abandono estatal en épocas de pandemia, lxs jóvenes pimampireñxs pusieron su foco en la resolución de las problemáticas que afectan a los poblados y comunidades como Peñaherrera, Rumipamba, Alizal y Armenia; a las que unx sólo puede llegar siguiendo las trochas trazadas en las largas y empinadas lomas que se levantan desde el pie del municipio de Pimampiro. Allá el campesinado, privado de agua para riego y centros para la salud, persiste en su acostumbrada lucha por sobrevivir. Allá arriba toman “puntas” en ayunas si es que comienzan a notar los síntomas que, según saben escuchar en la radio, que suena en sus pequeñas chozas como única vía de acceso a la información, indican un posible contagio del tal covid-19. Pero saben que peores son los síntomas de otras enfermedades que a pocos parecen importar.

Dicen que el covid-19 no es la enfermedad de lxs pobres ni de lxs ricxs, que nos atraviesa a todxs. Pero las dimensiones son bien distintas de ciudad a campo, de clases pudientes a precarizadas. Lxs jóvenes organizadxs en torno al colectivo Pro y Vida, a pesar de no haber palpado ellxs, en piel propia, los sinsabores que produce la escasez del agua, la imposibilidad de sostener una mínima certidumbre alimentaria y sanitaria, bien saben que hay otras enfermedades como la indiferencia, que produce daños como el despojo, el analfabetismo, el trabajo infantil, el hambre y la sed, anteriores al covid19. Tuvieron la suerte de nacer en Pimampiro donde, a pesar de los conflictos propios que le son inherentes a cualquier pueblo sometido a las leyes de un sistema que se mantiene anclado en la herencia colonial, que desprecia la agricultura y los valores madurados al calor de la paciencia campesina y el buen vivir, pudieron acceder a la escuela y a un sistema básico de salud. También tuvieron la suerte de permanecer lo suficientemente cerca de una realidad que se vuelve casi que ininteligible desde las ciudades. Esa cercanía otorga a la juventud pimampireña el antídoto contra la indiferencia.

Para el covid-19 aún no existe aún ninguna vacuna pero las grandes naciones del mundo adelantan hoy una carrera maratoniana que augura que muy pronto la habrá –al menos sí para quienes puedan permitírselo. La indiferencia sí tiene cura, en cambio, aunque nadie apueste un centavo por ella. Y la gente sigue muriendo a la estela de ella. La juventud pimampireña persistirá, a pesar de saberse contra corriente, en la única vía para la cura de este mal que sigue y seguirá carcomiendo a la humanidad, haya o no haya pandemia, haya o no haya una cura final para la misma. A esa vía se le llama conciencia y acción política. A esa vía se le llama la incansable lucha por la emancipación y la apuesta por alternativas de vida donde se reformulen, desde la raíz, las relaciones entre personas, comunidades y naturaleza, social y económicamente más justas, políticamente más democráticas y ecológicamente más íntegras.

Para ayudar a solucionar en parte las problemáticas que afectan a las y los habitantes de los sectores marginados del campo en el cantón de Pimampiro, se creó la Fundación Pro y Vida. Los recursos con los que trabajamos salen de nuestros propios bolsillos, somos un grupo de jóvenes que no tiene la economía necesaria, pero sí las mejores ganas de ayudar. Creemos que también hay gente como nosotras y nosotros, dispuesta a colaborar desinteresadamente. La mejor recompensa es tener una sonrisa y una mirada de esperanza en las personas que han sido olvidadas por mucho tiempo.
Puedes comunicarte con:

Santiago Cabrera, presidente de la Fundación Pro y Vida, Tel: +593 988130278.

Jazmin Canchala, Administradora, Tel: +593 98 382 8542

Abigail Narváez, Secretaria, Tel: +593 99 399 9812

Fuente: https://ecuadortoday.media/2020/08/21/la-juventud-organizada-de-pimampiro-ante-el-abandono-estatal-queda-la-rebeldia/