A falta de que el Senado de Estados Unidos ratifique el proyecto de ley votado recientemente por la Cámara de Representantes, el premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, podría dejar de ser considerado terrorista por el gobierno estadounidense. La medida ha sido saludada, por merecida y oportuna, por los grandes medios de comunicación, pero […]
A falta de que el Senado de Estados Unidos ratifique el proyecto de ley votado recientemente por la Cámara de Representantes, el premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, podría dejar de ser considerado terrorista por el gobierno estadounidense.
La medida ha sido saludada, por merecida y oportuna, por los grandes medios de comunicación, pero nadie ha cuestionado la legitimidad que pueda tener el gobierno estadounidense, tras dividir el mundo en ejes del bien y el mal, como para erigirse en único árbitro, supremo juez, dios todopoderoso, con derecho no sólo a sancionar conductas de países y de personas, sino a ejecutar sentencias.
Ninguno de esos grandes medios de comunicación cuestiona el pretendido derecho de los Estados Unidos de ser, además de policía del mundo, también su maestro y su contable. Y todo ello al margen del derecho internacional, de cualquier derecho.
El país donde más delitos y asesinatos se cometen y que dispone de la mayor población carcelaria del mundo, poco puede aportar a los demás en materia de seguridad y orden público.
El país donde más estudiantes mueren y matan, no está en condiciones de ilustrar a nadie sobre educación.
El país donde más droga se trafica y consume, tampoco es el más indicado para censurar en los demás la falta de eficacia en la lucha contra el narcotráfico.
El país donde más dinero genera la industria pornográfica y en cualquiera de sus muchas vertientes, no puede andar alardeando entre sus vecinos de sus virtuosos principios morales.
El país que más derrocha y gasta, que más consume y debe, no es ejemplo que valga de modelo al uso racional de los recursos que a los demás se exige.
El país que acumula los mayores depósitos de ropa y de comida del mundo, y que, al mismo tiempo, asiste indiferente a la multiplicación de la indigencia y los hambrientos en su propio país; que consintió «Nueva Orleáns» e hizo de un huracán una tragedia, debería ser más comedido antes de reprochar en los demás el irrespeto a la dignidad humana.
El país cuya justicia remite para dentro de 21 años el esclarecimiento del asesinato de su presidente, cometido hace 45 años, si considera entonces, 66 años después del magnicidio de Kennedy, que la ciudadanía ya está capacitada para digerir aquel «golpe de Estado» , difícilmente va a poder contribuir a mejorar la justicia ajena.
El país en el que gana las elecciones el candidato que queda segundo, porque no existe un tercero, o el que sobreviva al atentado y, en cualquier caso, pueda pagarse la millonaria campaña, en la que nunca vota ni la mitad del electorado, carece de cualquier legitimidad para andar dictando conferencias sobre democracia y pluralismo.
El país que más vulnera los derechos humanos, los propios y los ajenos, que secuestra, tortura y asesina, que ha extendido la guerra y la desolación por el mundo, que más armas fabrica y vende, que más ejércitos emplea, poco puede decir sobre la paz.
Sin embargo, los grandes medios de comunicación, todos los días, refrendan la legitimidad de tan infame absurdo y aplauden o censuran las listas del Imperio, sus excluidos y sus incluidos, sin reparar nunca en su derecho, en la legitimidad que pueda tener, ya no la lista, sino su autor.
Algo parecido ha ocurrido con las mentadas armas de destrucción masiva. ¿Las tenía Iraq? ¿No las tenía? Años han pasado en que los medios de comunicación se han ocupado de afirmar su existencia o ponerla en duda. Algunos periódicos hasta llegaron a descubrir las armas navegando a bordo de enormes barcos por los mares del mundo, de puerto en puerto, para no ser ubicadas.
Y todavía creen algunos que esa era la cuestión. Que Iraq tuviera o no armas de destrucción masiva o de aniquilamiento reducido, o de exposición instantánea, es irrelevante.
Antes de interesarnos por cualquiera de esas dos posibilidades, había otras preguntas y respuestas que nunca fueron inquietud de los medios. Porque ¿en base a qué ley universal, a qué razón humana, a qué común derecho, hay países que no pueden disponer de ciertas armas mientras otros las fabrican, las acumulan y las venden?
¿Por qué es inaceptable que Irán pueda tener, si ese fuera su propósito, armas nucleares, y sí es comprensible que Israel disponga de un arsenal de cientos de artefactos de ese tipo? ¿Por qué Israel es el único estado en la región que dispone de armas de destrucción masiva? ¿Es lógico que el único país que en la historia de la humanidad ha utilizado la energía nuclear con fines terroristas, asesinando a cientos de miles de ciudadanos japoneses, pueda ser ahora quien extienda los permisos para fabricar semejantes horrores?
Todos los días, y es otro ejemplo de cómo los medios cambian la escena del crimen, borran las evidencias o crean pistas falsas, es desarticulada una célula terrorista islámica en algún lugar del planeta. Cada tres semanas, aproximadamente, le toca el turno a España. Son noticias-globo que se inflan y se desinflan de un día para otro, pero siempre dejan al pasar la sensación de alivio en la ciudadanía que se sabe protegida frente a tanta amenaza fundamentalista. Nunca aparecen armas ni explosivos pero se les incautan ordenadores, móviles y dinero. ¿Y es un delito disponer de ordenador, tener un móvil, tener dinero?
A veces he leído, incluso, que se les había encontrado libros en árabe, o que habían viajado recientemente a algún país árabe, o que tenían «contactos» con otros árabes, circunstancias todas que, cuando son árabes los detenidos, hasta podrían explicarse sin necesidad de recurrir a los satélites.
Se les acusa de recaudar dinero para apoyar la insurgencia iraquí. ¿Será verdad? ¿Será mentira? ¿Lo hacían siempre? ¿Quizás de vez en cuando? En algún caso, también lo he leído, hasta utilizaban para sus envíos famosas compañías de valores para mejor pasar desapercibidos.
Los medios reproducen los partes de guerra, sin mayores preguntas, sin menores también. La criticidad es mala consejera y, además, no paga dividendos.
Y aunque fuera cierto que los detenidos recaudaban dinero para defender su país y su gente de quienes los invaden… ¿Eso es un delito? ¿Qué causa en el mundo no ha demandado fondos para defender su derecho a la vida? ¿No recaudaban fondos los independentistas de las trece colonias estadounidenses para ganar su guerra de liberación? ¿No son, en buena parte, las aportaciones millonarias de judíos las que hacen posible su estado en Israel? ¿No financian los bancos y las transnacionales guerras de alta y baja intensidad? ¿Y es delito que un millonario judío pague su impuesto revolucionario, o que una financiera invierta en una guerra?
También se les acusa de reclutar gente que mandar a los frentes de guerra de Iraq y Afganistán. ¿Será verdad? ¿Será mentira? ¿Podrá probarlo, esta vez, el juez Garzón?
Los medios vuelven y nos colocan frente a la doble disyuntiva de la que debe desprenderse la razón o sinrazón de la justicia. Y aunque fuera cierto… ¿Es un delito reclutar gente, personal militar para emplear en guerras? ¿Y no existen numerosas compañías estadounidenses, legalmente establecidas, dedicadas a la contratación de mercenarios que emplear en sus guerras? ¿Y no son mercenarios la segunda fuerza de ocupación en Iraq?
Recientemente, aviones colombianos bombardeaban territorio ecuatoriano, y tropas enviadas por Uribe intervenían en el país vecino para asesinar a un alto dirigente de las FARC, a algunos guerrilleros y estudiantes. Los medios de comunicación, naturalmente, se han centrado en la existencia de un supuesto ordenador que sobrevivió indemne al bombardeo y que todos los días sorprende al mundo con alguna nueva revelación que relacione con las FARC a Chávez, a Fidel, a Correa, a Evo Morales, a ETA, a la gripe aviar, al cambio climático…
¿Repararon los medios en la fragrante violación de la soberanía de Ecuador? ¿Les dejó espacio en sus portadas las inagotables confesiones del ordenador más parlanchín del mundo?
Los pocos medios que se refirieron a lo que fue un acto de guerra de un país hacia su vecino, también dieron a entender que, en ocasiones, «el fin justifica los medios».
¿Y podría Cuba, apelando al mismo derecho y fin, bombardear los campamentos terroristas de La Florida o hacerse con la computadora de Posada Carriles?