Ayer la paulatina incorporación y presencia de los presidentes alemanes en los aniversarios del Día-D, Auschwitz o el fin de la II Guerra Mundial eran celebradas como señal de «normalidad» y pilar de una «nueva identidad europea». Hoy la ausencia del presidente ruso en el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz por tropas soviéticas […]
Ayer la paulatina incorporación y presencia de los presidentes alemanes en los aniversarios del Día-D, Auschwitz o el fin de la II Guerra Mundial eran celebradas como señal de «normalidad» y pilar de una «nueva identidad europea».
Hoy la ausencia del presidente ruso en el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz por tropas soviéticas (27/1/45) -celebrado también como el Día Internacional del Holocausto- es señal de una nueva «a-normalidad» y (otro) síntoma de crisis de Europa.
¿Por qué -de lo segundo- no escucharemos nada de los políticos europeos, mismos que aplaudían el primer proceso?
Porque desde hace un año no se cansan de decirnos otra cosa («¡Putin actuó en Ucrania como Hitler -¡sic!-y solito se excluyó del gremio europeo!»).
También ahora niegan haber metido las manos en el asunto.
Hay veces en la política que la desmentida es la mejor confirmación.
Según la versión «oficial» fueron el Consejo de Oswiecim y las autoridades del Museo de Auschwitz-Birkenau que decidieron que este año la conmemoración iba a tener «otro carácter»: en vez de los políticos hablarían los sobrevivientes «para que nadie lo aprovechara políticamente» (Gazeta Wyborcza, 8/1/15).
Al parecer ésta «decisión apolítica» (¡sic!) fue tomada en un contexto igualmente «apolítico» (¡sic!): tras el derribo del vuelo MH-17 en Ucrania el julio pasado («¡El crimen de Putin!», gritaba la prensa polaca).
Si bien «no hubo invitaciones especiales a los jefes del Estado» (aunque vinieron presidentes de Alemania, Francia o Ucrania), al parecer sí hubo una «no-invitación personal»: Putin.
Mentiras y medias verdades de lado.
Toda la idea de dejar a Vlad fuera -nacida en algún lugar entre Bruselas y Varsovia y ejecutada por las autoridades polacas (véase: Cross Talk/Russia Today, 28/1/15)- es un claro ejemplo del (ab)uso de la historia en marco de la tensión ocasionada por el conflicto en Ucrania.
Parte de la nueva «Ostpolitik de la UE» (Rafael Poch, La Vanguardia, 29/1/15) y señal del «alejamiento de Moscú de la UE» (El País, 24/1/15) o, más bien, viceversa (sic).
Pero también es un reflejo de cambios más amplios en el funcionamiento de la historia: la manera en que ante la falta de «utopía» (comunismo/socialismo R.I.P.) las sociedades dejan de mirar al futuro y miran al pasado para librar sus guerras, el auge del culto de las «víctimas»‘, el creciente papel de la «memoria» como un meta-discurso, la sustitución de divisiones políticas/clasistas por el «identitarismo» o la igualación de los «dos totalitarismos» (Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, 2011, p. 301-313).
Algunos de estos cambios son sutiles (protagonismo de las víctimas de Auschwitz); otros más violentos, con el filo claramente revisionista.
En el papel de sus portavoces destacan los políticos polacos y ucranios que copian nuestro «modelo histórico» (la «continuidad» entre la ocupación nazi y soviética, una «gran noche totalitaria», Traverso, p. 315).
Y les digo, tiene que ser algún torcido Zeitgeist que habla por ellos; cosas así no las inventaría nadie por si solo:
• «El campo de Auschwitz fue liberado por ucranios«, el canciller polaco Grzegorz Schetyna (Polskie Radio 1, 21/1/15).
Como pista para este «descubrimiento» sirvió el nombre del agrupamiento táctico que lo hizo -«Primer Frente Ucranio» (compuesto por soldados de decenas de etnias de la URSS, ante todo… rusos); pero la «prueba» fue el dato «que al primer tanque que entró lo conducía un ucranio» (sic).
¡Uauu!
¡Qué no haría uno para minimizar los logros del Ejército Rojo -un esfuerzo sistemático de reescribir la historia post-1989- que en la óptica polaca, una mezcla particular de «rusofobia» y «anticomunismo tardío», «fue igual que Wehrmacht»!
• «Es más natural celebrar el Día de la Victoria en Berlín o Londres que en Moscú«, otra vez Schetyna (Radio Zet, 2/2/15).
¿»Más natural»?
Solo si pretendemos -otra vez- minimizar el papel de la URSS en la victoria sobre el nazismo y planeamos un acto separado en Gdansk (8/5/15), sin los rusos y «solo para la UE» (sic), pensado como una excusa para que sus dirigentes no tengan que toparse con el «diablo Putin».
• «Auschwitz fue liberado por soldados ucranios de Zhitomir y Lvov«, Arseni Yatseniuk, el premier ucranio, durante un acto en Kiev (27/1/15), evitando mencionar siquiera la palabra «ruso».
• Y otra vez Yatseniuk: «Fue la URSS que invadió a Ucrania y a Alemania» -¡super-sic!- (ARD, 7/1/15), la manipulación de la historia digna de los estalinistas respecto al pacto Ribbentrop-Mólotov o la masacre en Katyn (1940) y al nivel del negacionismo del Holocausto.
¿Meros «lapsus»?
Para nada.
Estos pronunciamientos van de la mano con la -ya consumada- rehabilitación en Ucrania de los nacionalistas de OUN-UPA («banderovtsy«) y el empoderamiento de sus continuadores neonazis y antisemitas (para un buen recuento, véase: Halyna Mokrushyna, Counterpunch , 4/2/15), a los que las élites liberales europeas no solo «toleran», sino abiertamente apoyan.
Y con el ocultamiento del papel de los colaboracionistas ucranios que formaban parte de la máquina del Holocuasto en las filas de la SS, unidades policiacas/auxiliares y/o en los campos de la muerte (Iván Demjanjuk, et al.).
Escuchemos a Raul Hilberg el principal historiador de la «solución final», autor de The destruction of the european jews (1961):
– ¿Cuántas personas participaron directamente en los asesinatos?
-(…) decenas de miles. Pero el problema es que la mayoría no eran alemanes, el trabajo sucio era realizado por ucranios, lituanos… (El País, 14/5/05).
¡¿Ucranios?!
¿No que eran los buenos, los «liberadores»?
Solo en la «historia según Schetyna» dónde hablar de «colaboracionistas ucranios» (aunque sea un hecho) es… «propaganda rusa» y hablar de «liberadores ucranios de Auschwitz» (aunque no sea cierto) es… «verdad histórica» (Radio Zet, ídem).
Les dije, ¡tiene que ser el Zeitgeist!
La gran ironía en todo esto («la risa de la historia», diríamos en polaco) es que los polacos -si alguien pregunta- nos creemos extremadamente sensibles a la manera en que se habla sobre la historia.
Desde hace años una de las más arduas batallas de la diplomacia polaca tiene lugar justamente en el campo histórico: contra la expresión «campos de concentración polacos» (véase: @GermanNaziCamps ).
Aunque la mayoría de ellos estuvo en Polonia, no eran «polacos», sino «alemanes» y construidos bajo la ocupación nazi («Nosotros hacemos la concentración y los polacos hacen la acampada» dice Erhardt, protagonista alemán de una de las comedias de Ernst Lubistch, To be or not to be, 1942).
Cuando Barack Obama usó una vez dicha expresión (véase: The Economist, 29/5/12), provocó la indignación de Varsovia comparada solo con… la reacción de Moscú a los dichos de Schetyna (Sputnik News, 23/1/15).
Pero mientras «los campos de concentración/exterminación polacos» son -en general- producto de simplificación y/o ignorancia, decir que «ucranios liberaron Auschwitz» o que «fue la URSS que invadió Alemania» son ya intentos claros de reescribir el pasado.
La historia siempre ha sido un «campo de batalla»; ú ltimamente se parece más a una víctima de secuestro.
Maciek Wisniewski, Periodista polaco
-Una versión ligeramente cambiada del texto: http://www.jornada.unam.mx/2015/02/13/opinion/022a2po
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