«Este pueblo miserable -decía Valle-Inclán por boca de Max Estrella, uno de sus más entrañables personajes- transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere… España, en su concepción religiosa, es una tribu del centro de África». Todos […]
«Este pueblo miserable -decía Valle-Inclán por boca de Max Estrella, uno de sus más entrañables personajes- transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere… España, en su concepción religiosa, es una tribu del centro de África».
Todos los años, la Semana Santa pone de manifiesto hasta qué punto Valle-Inclán se mostraba generoso en sus juicios sobre la forma en que expresan su fe los españoles.
Y tan es así que este mismo artículo lo llevo escribiendo varios años sin, practicamente, tener que corregirle nada. Este año también volveremos a ver por televisión las «indescriptibles muestras de dolor de un pueblo», según confirmará ante las cámaras algún atribulado capirote, que no entiende las razones que pueda tener la meteorología para negar sus favores a la Macarena, a las Siete Palabras o al Jesús del Gran Poder. Muchas de las procesiones previstas serán suspendidas.
Ignoro porqué en vez de regalarle a la imagen de la virgen tantos mantones bordados, esculpidos en flor, como atesora en años de procesiones, a nadie se le ha ocurrido hasta el momento donarle un impermeable que evite que la lluvia afecte la pintura de los íconos a hombros y, lo que es peor, a la intemperie. Al fin y al cabo, la comitiva de nazarenos, manigueteros, pertigueros, acólitos, fariseos, palmeros, portaestandartes, flagelados, crucificados, caballería, soldados romanos y pueblo de Belén en general, turistas incluidos, bien puede aceptar la lluvia como penitencia y empaparse una vez al año de meas culpas. Como consuelo, es fama que debajo de los pasos corre el aguardiente tanto como corre la cera por las calles, pero a falta de que alguien repare en el olvido y puedan las procesiones exhibir sus pasos cuando llueva, que a fin de cuentas también llovía en el Calvario, hora va siendo de que desistan de exponerse al ridículo invocando la divina gracia para una soleada Semana Santa tan espléndida como imposible. Los ruegos a Dios porque cese la lluvia y las procesiones salgan a la calle, reiterados ante las cámaras por un apesadumbrado centurión romano, una cofrade desolada y la propia Verónica rota en llanto, temo que Dios no va a atenderlos. Lo ha dicho la Meteorología, una suerte de ciencia que, según parece, cada vez sabe más del tema.
Tan acostumbrados como algunos están a encontrar en el buen tiempo pruebas de la voluntad divina, no entiendo porqué no se les ocurre considerar, también, como señal divina los aguaceros en estos días. Porque tantas húmedas circunstancias como han venido acompañando en los últimos años las procesiones, hasta podrían ser indicio de que Dios, finalmente, se ha cansado de que se tome su nombre en vano y apela al sabotaje del agua como forma de expresar su indignación. Esa divina lluvia podría sugerir que ya Dios no quiere penitentes descalzos ni envenenadas saetas, que no acepta que se suban los precios de las sillas y los palcos, ni la sobreventa de balcones y terrazas, o el llamado «Rito de los Caramelos» que promueven las hermandades en su página wep, que Dios ya está aburrido de tanta mojiganga y cofradía, de tanto capirote, de tanta hipocresía, de tanta vela en tan ajeno entierro, que Dios, simplemente, ya está harto de que sigan perpetuando la pasión de su hijo como turístico reclamo de vulgares mercaderes.
Esta Semana Santa va a llover. Lo ha dicho la Meteorología, o lo que es lo mismo… Dios.
Por eso llueve.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.