En ciencias sociales y humanas tenemos un problema, y es la dificultad de dar con definiciones precisas y suficientemente consesuadas. Podemos encontrar decenas de definiciones de conceptos centrales en cualquiera de las disciplinas: definir inteligencia o personalidad en Psicología, o definir poder en Ciencia Política, o clase social en Sociología nos llevará a encontrar decenas […]
En ciencias sociales y humanas tenemos un problema, y es la dificultad de dar con definiciones precisas y suficientemente consesuadas. Podemos encontrar decenas de definiciones de conceptos centrales en cualquiera de las disciplinas: definir inteligencia o personalidad en Psicología, o definir poder en Ciencia Política, o clase social en Sociología nos llevará a encontrar decenas de definiciones. Esa misma dificultad encontramos a la hora de definir qué es democracia, más allá de fórmulas retóricas abstractas. Esto no debe paralizar la capacidad de hacer análisis. Una manera de proceder a la hora de acotar el concepto de democracia es señalar qué características debe tener un sistema político para ser calificado de democrático. Entre ellas, cabe señalar la rendición de cuentas, la posibilidad de revocar a los gobernantes, la separación de poderes, la existencia de medios de comunicación libres no supeditados a poderes políticos ni económicos, etc. Pero en relación con el tema que nos ocupa hoy, cabe señalar dos características:
– La democracia no es posible en un estado de guerra.
– La democracia exige que la ciudadanía esté libre de miedos.
La guerra o la amenaza de guerra y el miedo son condiciones que anulan o recortan gravemente la democracia. Un ciudadano asustado no es un ciudadano libre, es un ciudadano secuestrado. ¿En qué escenario nos movemos actualmente? Un escenario en que se nos ha metido en una llamada Guerra contra el Terror, o Guerra contra el Terrorismo, en el que se propaga interesadamente un miedo que busca que aceptemos un recorte generalizado de derechos y una visión militar de los problemas que tiene el mundo.
Sobre todo esto me gustaría compartir algunas reflexiones. En primer lugar, deberíamos ser capaces de definir qué es el terrorismo. Y esto topa con graves dificultades. Cabe recordar aquí la anécdota que reproduce Noam Chomsky en su libro Piratas y emperadores. Se trata de una historia contada por San Agustín, en la que un pirata es capturado por Alejandro Magno,y cuando el emperador le pregunta al pirata por qué se atreve a molestar a los mares con su barco, este le responde algo así como «yo tengo un pequeño barco y por eso me llaman ladrón, tú tienes toda una flota y por eso te llaman emperador». La anécdota viene a reflejar la dificultad de algunas definiciones, pero más que nada el doble rasero que se emplea a la hora de calificar hechos según esos hechos sean cometidos por los nuestros o por aquellos que calificamos de enemigos.
Si uno consulta en la web de Naciones Unidas el trabajo del Grupo de Alto Nivel en materia de terrorismo (http://www.un.org/es/
No tiene ninguna discusión calificar de terroristas actos como los atentados del mes pasado en París. Pero combatir este tipo de crímenes requiere no solo detener a los ejecutores directos, sino investigar quién está detrás y preguntarse, qué factores alientan el terrorismo, a qué grupos o intereses favorece, etc. En este sentido, el Grupo de Alto Nivel de Acciones de las Naciones Unidas Contra el Terrorismo dice: «El terrorismo florece en situaciones de desesperanza, humillación, pobreza, opresión política, extremismo y violaciones de los derechos humanos; también florece en el contexto de los conflictos regionales y la ocupación extranjera y se aprovecha de la capacidad insuficiente de los Estados de mantener el orden público». Esto lo sabe cualquiera que analice a un nivel medio de profundidad el fenómeno del terrorismo. Y, naturalmnte, lo saben perfectamente los grupos y estados que deciden bombardear países. Pero esta es la política antiterrorista que se ha seguido desde el 11-S: Iraq, Afganistán, Libia y ahora Siria han sido bombardeados, ocupados y destrozados conscientemente, por supuesto, sabiendo que estos actos iban a provocar guerras internas y terrorismo.
Por eso, luchar contra el terrorismo supone, en primer lugar, analizar el contexto, los factores que lo alimentan, los beneficiarios, etc., y en segundo lugar, rechazar de plano determinadas actuaciones que se hacen en nombre de la lucha contra el terrorismo. Estos días hace 52 años que el presidente Kennedy fue asesinado por Lee Harvey Oswald. Oswald fue el brazo ejecutor, o uno de ellos, pero sabemos claramente que Oswald era la punta del iceberg; evidentemente, había una trama detrás, por eso Oswald también fue asesinado dos días después de Kennedy. De manera que ante hechos de esta envergadura, como un magnicidio o como atentados terroristas con un alto número de víctimas, quedarse en ellos es como quedarse mirando el dedo que apunta a la luna.
Algunos sectores pretenden que caigamos en la paranoia de la seguridad, aquella seguridad que conciben los militares que tiene que ver con el mantenimiento de un orden establecido. Un orden que asegura una desigualdad en el mundo que no puede ya mantenerse. Si queremos seguridad lo que hay que atacar de raíz es la vulneración grave de los derechos humanos en la mayor parte del planeta. El hambre, la falta de medicamentos, la injusta distribución de los recursos… todo esto es lo que hace inseguro el planeta, el terrorismo no es más que un fenómeno superficial y sintomático, no es el problema más grave que tiene el planeta. Cuando el hambre está como principal factor entre las causas de la muerte de más de dos millones de niños menores de cinco años al año en el mundo, cuando miles de mujeres son asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, nos quieren hacer creer que el terrorismo es el problema más grave que tenemos que combatir. Sabemos que se destinan cantidades astronómicas a gastos militares, gran parte de los cuales se nos presentan como parte de la lucha contra el terrorismo Por el contrario, las cantidades destinadas a la lucha contra el hambre son ridículas, igual que las destinadas a la lucha contra la violencia machista.
¿Hay que luchar contra el terrorismo?, ¿es el terrorismo un fenómeno preocupante? Sí, naturalmente, pero tenemos derecho a rechazar multitud de actuaciones en su nombre, y señalo algunas aberraciones:
– Criminalización de protestas sociales. Estambul, junio 2013 el primer ministro declara que se tratará como terrorista al que intente pasar a la plaza de Taksim. Se han calificado de terroristas directamente o intentado relacionar con el terrorismo a los movimientos de protesta más críticos en todo el mundo.
– Septiembre 2015: Estados Unidos niega el visado al periodista Manuel Martorell y lo clasifica como «terrorista» por denunciar la tragedia del pueblo kurdo.
– En julio de 2007 fue detenido el sociólogo alemán Andrej Holm, un investigador prestigioso de la Universidad de Humboldt (Berlín). Holm fue acusado de pertenecer a un grupo terrorista en base a tres elementos: sus contactos con ambientes de izquierda, sus comportamientos conspirativos y su trabajo científico en el marco de la sociología crítica. Para la fiscalía alemana contó como comportamiento conspirativo quedar por teléfono omitiendo el sitio y la hora, o sea, decir por teléfono algo así como «quedamos mañana donde siempre, a la misma hora» fue un indicio delictivo. Además, se consideró altamente conspirativo que durante una cita tuviera el teléfono móvil apagado. En cuanto a su trabajo científico, ocuparse de temas sociales y utilizar términos como gentrificación, precarización, praxis política, utilizados también por un grupo terrorista, también le hacía sospechoso. Y en esa delirante paranoia antiterrorista, llegó a considerarse que acceder a instituciones de investigación y bibliotecas era un factor de sospecha, ya que se consideraba la posibilidad «de investigar disimuladamente para elaborar comunicados de atentados». La detención se justificó en tres factores de sospecha: culpa de contacto, comportamiento conspirativo y formas de trabajo científico. En total, Holm estuvo en prisión preventiva tres semanas. Puede leerse una entrevista con Holm en http://www.ub.edu/
– Hace unos días, el jefe del gobierno británico, David Cameron, acusaba al líder de los laboristas, Jeremy Corbyn, de simpatizar con los terroristas por no apoyar los bombardeos a Siria. En el contexto de un congreso de los diputados esto puede no tener unos efectos importantes, pero la acusación de simpatizar con el terrorismo en otros contextos sí que puede tener efectos graves.
Desde mi punto de vista, la lucha contra el terrorismo debe contar con los siguientes elementos:
1) Luchar contra los factores que lo alimentan. Fomentar guerras, bombardear países o llevar a cabo programas de asesinatos selectivos con drones no sólo alientan la creación de grupos terroristas, sino que en sí mismos son actos terroristas.
2) Definir claramente qué es terrorismo y no tratar abusivamente como terroristas conductas, pensamientos o expresiones disidentes o críticas con la llamada Guerra contra el Terror. En este sentido, tenemos que rechazar categóricamente la calificación de terrorista para simples actos de protesta.
3) Combatir el fanatismo religioso, que es un valioso instrumento del terrorismo. Un fanatismo que no es monopolio del islamismo. Hasta el 11-S, el atentado más grave en Estados Unidos lo perpetraron dos fanáticos católicos, Timothy McVeigh y Terry Nichols, que volaron un edificio en Oklahoma provocando 68 muertos y 680 heridos, dañando más de 300 edificios alrededor. En Europa, todos recordaremos la matanza llevada a cabo en Noruega en 2011 por Anders Breivik, un fanático católico de extrema derecha que colocó una bomba en el centro de Oslo que mató a 9 personas, y acto seguido se dirigió a un campamento juvenil donde mató a 68 jóvenes.
Para combatir el fanatismo religioso es imprescindible la lucha por la laicidad del Estado, con un sistema educativo que excluya el adoctrinamiento religioso y que eduque a los niños y jóvenes en valores de ciudadanía, democracia, paz y derechos humanos
Concluyendo, los estados tienen la obligación de luchar contra el terrorismo, nadie lo duda, pero esta lucha no debe traducirse en recortes de derechos y de libertades ni hacerse a costa de inocular el miedo a la población para que acepte estos recortes. Es una estrategia que estamos contemplando en los últimos años: miedo a los terroristas, miedo a los inmigrantes, miedo al paro, miedo al futuro con las pensiones… La guerra contra el terrorismo no puede hacerse a costa del recorte o la suspensión de las libertades democráticas.
Nota:
Texto basado en la intervención en la mesa redonda Conciencia, pensamiento, expresión, ¿libertades amenazadas, que tuvo lugar el pasado 10 de diciembre de 2015, con motivo del Día Internacional de los Derechos Humanos, en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense. Alguna parte de este texto no fue pronunciada al tener que recortar algo la intervención por motivos de tiempo.
Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense de Madrid
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