El diccionario de la lengua francesa no sólo contiene palabras, sino también nombres y apellidos de personajes que marcaron su época. Armand Gatti es definido así: «Dramaturgo, poeta. Anulando las fronteras entre el sueño y la realidad, pone al servicio de su fe revolucionaria todos los recursos de un teatro militante». Más que un soñador, […]
El diccionario de la lengua francesa no sólo contiene palabras, sino también nombres y apellidos de personajes que marcaron su época. Armand Gatti es definido así: «Dramaturgo, poeta. Anulando las fronteras entre el sueño y la realidad, pone al servicio de su fe revolucionaria todos los recursos de un teatro militante». Más que un soñador, más que un simple militante de izquierdas, Gatti es a sus 85 años el último poeta anarquista. Y claro, era para él impensable acudir a Madrid, donde presentó ayer una antología poética (Demipage), sin lucir en la solapa de una chaqueta de cuero negra una chapa de José Buenaventura Durruti.
Seminarista, miembro de la Resistencia durante la II Guerra Mundial, deportado a un campo nazi, guerrillero, periodista, cineasta, autor de obras de teatro, Gatti (nacido con el nombre de Dante, el 26 de enero de 1924, en Mónaco) vivió su siglo con una sola prioridad: dar voz a los que las autoridades callaban. Cuando su padre falleció, tenía 15 años, éste le dijo: «Muestra lo que sabe hacer el hijo de un anarquista». En 1962, Gatti escribía su Canto a la Revolución: «Ya no queremos/ Que el hombre se humille/ Que entierre su fecha de nacimiento/ Bajo una autorización/ De trabajo/Y trueque la de su muerte/ Por un permiso de residencia».
Al enseñarle el poema más de 40 años después, Gatti lo canta, como si fuera por primera vez y con el mismo fervor que cuando lo hizo en los años sesenta en escenarios de teatro de Francia y Bélgica. «Todo esto es muy actual. Estamos en la mierda total», lanza. La Antología publicada ahora reúne textos escritos entre 1962 y la actualidad.
Antes de responder a cualquier pregunta, el autor francés deja clara una cosa: el lenguaje engaña, es peligroso. Y sus recuerdos le llevan hasta su experiencia junto a Mao Zedong, cuando «me regaló un ideograma». «Es cuando entendí que el lenguaje era determinista y de ahí la riqueza del teatro y de la poesía. Las frases son ideogramas: el sujeto es un signo, el verbo otro, etc… Sólo de esta manera podemos dar un sentido, expresar una ideología, a nuestro idioma», explica.
Contra el franquismo
Torturado por los nazis durante la ocupación de Francia, se alzó en armas en el maquis. Tras la guerra, narró sus experiencias en obras de teatro como La vida imaginaria del barrendero Auguste G., V como Vietnam y La pasión del general Franco. Su compromiso contra el totalitarismo es absoluto y, cuando se estrenó en 1968 su obra contra el régimen franquista, el espectáculo fue censurado por De Gaulle. Gatti, llamado «poeta calentado» por el general, aguantó y presentó la obra ocho años después con actores exiliados españoles.
Los inmigrantes formaban parte de los loulous, palabra muy difícil de traducir, que podría resumirse bajo el simple nombre de «tribu». Son los marginados, los perseguidos, los parados, los sin papeles, los que nadie quiere escuchar. Sigue haciendo teatro aún en la actualidad, cerca de París, con todos los que quieren. «Intentas hacer el hombre más grande que el hombre, me dijo un día Pablo Picasso», se acuerda. Y arranca con otra historia: «Perdone mi memoria, tengo 85 años y se me va un poco la olla».
¿Sigue creyendo en el anarquismo? Muestra la chapa de Durruti y su camiseta negra. «El problema es que Mussolini también llevaba una. El problema del anarquismo es el fascismo», reconoce, «pero el anarquismo, cada uno lo inventa frente a una sociedad de mercado que impone sus leyes».