Es cierto que estamos atravesando una etapa muy significativa en la evolución de las sociedades humanas. El pueblo brasileño comparte un período crucial para la definición del futuro de toda la humanidad. Tenemos que estar seguros de que el resultado de las luchas que se están librando en Brasil, por ejemplo, también jugará un papel relevante para ayudar a determinar los rumbos que seguirán el mundo en su conjunto.
Lamentablemente, lo que ha caracterizado el momento que estamos viviendo es el resurgimiento global de fuerzas políticas de carácter fascista. Y, al analizar la evolución histórica del capitalismo, concluimos que el fascismo es uno de los recursos extremos a los que recurren los defensores del gran capital en sus intentos por aniquilar la resistencia popular en tiempos de graves crisis existenciales para este sistema de explotación social.
Como es sabido, el fascismo adquiere diversas facetas en función de las peculiaridades imperantes en cada país o pueblo en el que aparece. Así, debido a su pasado marcadamente racista ya la base esclavista sobre la que se formó, en el Brasil de hoy el fascismo revela una fisonomía mucho más en sintonía con el nazismo de la Alemania de Hitler que con la vertiente mussoliniana que predominaba en Italia. Además, es imperativo que reconozcamos que, en nuestro país, el canal principal por el que fluyen el pensamiento y el movimiento nazi-fascista es el bolsonarismo. Por lo tanto, el bolsonarismo encarna innegablemente la corriente política más extremista y reaccionaria en la que se apoya el gran capital para hacer valer sus intereses en el suelo brasileño. Por ello, no me parece que haya ninguna incoherencia cuando equiparamos a un bolsonarista con un nazi.
Sin embargo, al igual que lo que caracterizaba los inicios del nazismo alemán, la intensa inoculación de un odio ciego y malsano contra ciertos grupos humanos es lo que marca la pauta para la aglutinación de los partidarios bolsonaristas en Brasil. El legado que dejó el colonialismo esclavista en nuestras tierras intensificó el odio de clase y lo superpuso al odio racial, ya que, aquí, los términos pobre y negro suelen utilizarse casi como equivalentes.
Evidentemente, ni la ideología bolsonarista ni su inspiración alemana, el nazismo, se sostiene sobre la base de la verdad. Pero, sus propagadores nunca admiten la esencia de su existencia mentirosa. Así, el bolsonarismo suele adoptar palabras y explicaciones totalmente opuestas a los objetivos prácticos que persigue con tenacidad, con el fin de eliminar, o al menos suavizar, mentalmente, la flagrante perversidad de éstos. En consecuencia, lo que permea, nortea y prevalece en casi todo lo que concierne al comportamiento de los bolsonaristas es la vieja y conocida hipocresía.
Tanto es así que los bolsonaristas forman parte del grupo de los más notorios entreguistas y aduladores de potencias extranjeras que ha producido nuestra patria a lo largo de su existencia. La mera insinuación de que Brasil debe convertirse en una nación libre, independiente y soberana provoca odio y furor en la mayoría de ellos, especialmente entre sus líderes. Lo lógico, según estas personas, es que nuestro país permanezca totalmente subyugado y sometido al control de las potencias hegemónicas del capitalismo occidental, especialmente los Estados Unidos.
Este servilismo es tan indecente a punto de llevar a uno de los miembros del clan bolsonarista a abandonar Brasil e instalarse en los Estados Unidos para actuar como asesor del gobierno de Donald Trump en sus ataques para socavar nuestra soberanía y reinstalar su dominio completo sobre nuestra nación.
No obstante, a pesar de todo este comportamiento lesivo a los intereses de la patria, a los bolsonaristas les gusta salir a las calles con la camiseta amarilla de nuestra selección de fútbol, cantar el himno nacional en todo momento y envolverse en nuestra bandera. Todo esto mientras se dedican a entregarles nuestras riquezas nacionales a los gringos, y se empeñan por hacer que nuestro país vuelva a ser parte del patio trasero de los Estados Unidos. En otras palabras, a los más abyectos traidores de la patria les gusta posar como si fueran verdaderos patriotas.
Empero, el bolsonarismo no sería más que un grupito insignificante de rendidores de culto a la podredumbre más infame del nazismo en la actualidad, si ciertos capitalistas que explotan la fe no se encontraran asociados a ellos. Son los líderes de estas iglesias-empresas los que le dan un alcance más expresivo en términos numéricos a la versión del neonazismo brasileño.
A pesar de dedicarse a promover y defender a un grupo de exponentes políticos conocidos por su alto grado de depravación, por su falta de apego a la moral oa la ética, a los dueños de las iglesias bolsonaristas les gusta presentarse como paladines de la defensa de las tradiciones familiares y las buenas costumbres. Aunque sean insensibles al altísimo nivel de desigualdad social que existe en Brasil, persisten en la afirmación de que están inmersos en una guerra sin cuartel en defensa de los valores de la familia.
En lo que respeta específicamente a la religión, los bolsonaristas mercaderes de la fe son, de hecho, típicos enemigos de todo lo que la figura de Jesús simboliza. Si el nombre de Jesús está indisolublemente ligado a la justicia, a la solidaridad, a la fraternidad, a la paz y al amor, la motivación de esos falsos cristianos va en sentido diametralmente opuesto. Las iglesias bolsonaristas se enriquecen predicando el odio hacia los más necesitados, justificando la opresión ejercida por los poderosos, promocionando la expansión de la guerra, la injusticia y el egoísmo. Si en su legado de vida Jesús nos enseñó a repartir el pan ya amparar a los más necesitados, los dueños de las iglesias bolsonaristas, por su parte, ejercitan la diabólica teología de la prosperidad, es decir, esa ideología con la que sus adeptos se aferran a sus mezquinos intereses exclusivistas. En resumen, no existe ninguna posibilidad de ser seguidor de Jesús basándose en esa inhumana forma de pensar.
No hay dudas de que entre los seguidores del cristianismo hay mucha gente correcta e instituciones serias y respetables. Pero, desafortunadamente, en los últimos años ha quedado evidenciado que la base de apoyo del bolsonarismo político está constituida mayoritariamente por seguidores de ciertos emprendimientos comerciales que se autodenominan cristianos. Esto ocurre tanto en denominaciones que se consideran evangélicas como en católicas.
Sin embargo, ¿cómo admitir que un verdadero cristiano sea también un bolsonarista convencido? Hay una contradicción insuperable entre estas dos categorías. Para atenernos a un lenguaje religioso, así como nadie puede servir a Dios y al diablo al mismo tiempo, no existe ninguna posibilidad de estar bien con Jesús y con el bolsonarismo. Esto se da simplemente porque el bolsonarismo sintetiza la perversidad contra la cual Jesús siempre ha luchado.
Nadie en su sano juicio refutaría que los postulados de la infame teología de la prosperidad van completamente en dirección opuesta a todo lo que Jesús siempre predicó en su vida. Aquellos que se atreven a defender el bolsonarismo a través del nombre de Jesús saben que están actuando furtivamente para inculcar en los más incautos ciertos valores que tienen mucho más que ver con la maldad inherente al capitalismo salvaje, con la esencia del nazismo, es decir, en nuestro caso, del bolsonarismo. Además, para explicitarlos desde un punto de vista religioso, la maldad es cosa exclusiva del diablo, y nunca de Jesús.
Así, no podemos aceptar que los nazifascistas recurran a la manipulación de conceptos y palabras con el objetivo de imponer intereses que atentan contra el conjunto de nuestro pueblo y nuestra nación. Aspiramos a un mundo de justicia, de solidaridad, de amparo a los más necesitados, de amor y de paz. Nos corresponde librar una fuerte batalla contra los prejuicios y las manipulaciones del nazismo-fascismo, especialmente en su versión brasileña, el bolsonarismo. Puesto que, aún cuando apela a la tergiversación del lenguaje, el bolsonarismo sigue caracterizándose por su maldad intrínseca.
Sabemos que el lenguaje ejerce un gran poder sobre nuestra propia mente. No es raro que se recurra a ciertas palabras con el propósito de autoengañarse, en un intento de justificar para unas mismas posturas y posicionamientos sabidamente indignos e injustos. La mentira que convence al mentiroso de que la utiliza, a menudo, actúa como la anestesia aplicada para que no se sienta dolor en una operación. Aunque nos ayude a soportar el mal momento que estamos atravesando, no sirve para eliminar de una vez la causa que lo provocó. Por eso, es necesario desenmascarar la hipocresía practicada por los bolsonaristas en su intento de aliviar su conciencia ante las atrocidades generadas por sus prácticas malignas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.