Los cuatro años de Haizea se habían cargado de reproches hacia su hermana Itxaso, dos años mayor, por no aceptar sus demandas y negarse a compartir la gloria con ella. Itxaso respondía que la gloria era suya y que, además, ya se la había comido, como atestiguaban las dos patatas fritas que, inadvertidas, aún seguían […]
Los cuatro años de Haizea se habían cargado de reproches hacia su hermana Itxaso, dos años mayor, por no aceptar sus demandas y negarse a compartir la gloria con ella.
Itxaso respondía que la gloria era suya y que, además, ya se la había comido, como atestiguaban las dos patatas fritas que, inadvertidas, aún seguían en la bolsa.
Fue entonces que Haizea enarboló su amenaza: «Mañana no te dejaré mi vestido rojo», y que Itxaso se encomendó a la amnesia: «Mañana… ya te habrás olvidado».
Yo, más como testigo que como mediador, consternado, me limité a tomar nota. Itxaso ya lo sabe, ya ha descubierto que el olvido es un signo de los tiempos y que hasta las palabras que enunciamos eternas al cabo de las vueltas desmienten su memoria. Ya Itxaso sabe que el futuro pinta amnesia y que, gracias a ella, se transforma el ladrón en honesto, el canalla en benemérito, el pecador en santo y el mentiroso en historiador; que no hay robo, por más evidencias que lo delaten, que no sepa la amnesia convertir en honesto patrimonio; ni patraña, por más burda que resulte, que no vaya la amnesia a transformar en patria historia.
Por cada revés de amnesia se extravía una sonrisa, por cada golpe de olvido se pierde una palabra. Hemos ido dejando que el camino sirviera de pretexto para olvidar los pasos y que los pasos no se encontraran nunca, para acabar varados, meciendo los olvidos que habrán de sepultar nuestra memoria. ¿Será el obituario de los seres humanos la crónica de sus olvidos?
No es lo peor lo poco que aprendemos, más daño hace lo mucho que olvidamos. De que así sea se ocupan como nadie aquellos que administran la amnesia colectiva, avezados gestores en las artes de seguir reproduciendo despistados y lerdos que teniendo memoria no la sepan usar, o en seguir multiplicando necios y distraídos que pudiendo emplearla carezcan de memoria. Entre unos y otros, además de paraguas y vergüenzas, se pierde la memoria y la cordura. Es por ello que asistimos a presidentes que decretan olvidos, a jueces que evacuan olvidos, a curas que bendicen olvidos, a periodistas que mienten olvidos… ¡Y si te llevas un olvido te regalamos otro! ¡Olvidos de oro, plata y bronce… campeonato de olvidos! ¡Olvidos matutinos, vespertinos, a la carta! ¡En onda corta y en frecuencia modulada! ¡Olvidos en directo y diferido! ¡Olvidos a color y en blanco y negro! ¡Olvidos con sabor a chocolate!
Y bien, que casi se me olvida, un día más tarde de que Haizea sellara su amenaza y de que Itxaso se confiara al olvido, Haizea recordaba afrenta y compromiso… pero Itxaso, tal vez por ser su hermana y porque Haizea lo sabe y tampoco lo olvida, se puso su vestido rojo.
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