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La militancia de cristianos en el Partido Comunista

Fuentes: Rebelión [Imagen: El sacerdote comunista Francisco Aguilera en una homilía en los años 70. Créditos: Juan Suárez, tomada de Cordópolis]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un texto de Manuel Sacristán en el que reflexiona sobre la presencia de cristianos en el Partido Comunista.


Nota del editor.-  Este texto,  escrito en diciembre de 1975, fue fruto de una discusión colectiva, si bien la autoría del texto es de Sacristán. Se publicó inicialmente en el nº 1 de la revista Materiales (enero-febrero 1977) sin firma y con la siguiente nota editorial: «Este esquema ha circulado recientemente en las organizaciones del PSUC de Barcelona y otras ciudades industriales de su comarca». El artículo publicado presentaba ligeras variantes de la versión ciclostilada (que circuló sin firma y que es la que aquí editamos).

En su conversación con Pere de la Fuente y Salvador López Arnal (Sobre Manuel Sacristán, pp. 236-237), señalaba Francisco Fernández Buey:

«Una: que una buena parte de los cristianos que estaban entrando en el partido [PSUC, PCE] eran de lo mejor y de lo mas combativo, pero, dos, que no se podía ceder ideológicamente en eso. Las dos cosas las pensaba al mismo tiempo. Tan complicado era el asunto que cuando estaba preparando la edición de sus obras para Icaria a mí me sorprendió que liquidara aquel texto [“La militancia de cristianos en el Partido Comunista”»] y se lo dije: “Pero, Manolo, aquí falta esto”, y me dijo, me acuerdo perfectamente: eso no lo quiero publicar porque no es lo que yo pienso, eso es consecuencia de una discusión que tuvimos en aquel momento y no es lo que yo pienso ahora».

Lo sacó, no lo editó, prosigue FFB, la razón era muy sencilla. «Porque independientemente de que, desde el punto de vista político, no coincidiera con Comín, le caía muy bien desde el punto de vista humano, por su valentía en muchas cosas, por la franqueza con la que decía su verdad y por su manera de afrontar el mundo, que era muy distinta de la de Manolo, característicamente muy distinta. Los dos estaban enfermos, bastante enfermos, y Manolo me contaba que en una de estas reuniones de Cristianos por el Socialismo a la que lo invitaron, fueron juntos él y Comín cuando este último ya sabía que tenía cáncer. Comín se metía en el lavabo, se tomaba sus pastillas, y no le daba demasiada importancia. En cambio, Manolo se pasaba una parte de su tiempo, de su existencia, racionalizando las palabras que le había dicho el médico respecto a los índices de uremia que tenía, etc. hasta el punto de que, en un momento dado, sabía de su enfermedad mucho más que muchos médicos y daba el latazo porque no se podía hablar con él. Mientras que la forma de estar en el mundo de Alfonso Carlos era: yo estoy enfermo, me ha dicho el médico que yo me tome esto, y eso me lo voy a tomar hasta que me muera. Consecuencia de su proceder: estado habitual más bien eufórico a pesar de todos los pesares».

Lo que estaba diciendo, concluía FFB, «no es que Manolo sintiera ninguna atracción especial por la vivencia religiosa. Lo que estoy planteando es otra cosa: que creo que tal como ha ido evolucionando el mundo en estos últimos tiempos, a sabiendas de lo que son las vivencias auténticas de unos individuos y la manera de estar en el mundo de otros que llevan su demonio laico, su gracia con minúscula, especial, que no sé de dónde les viene… Es decir, rehago la formulación, estoy dispuesto a admitir que cuando sepamos muy bien el código genético y demás, tal vez se pueda llegar a la conclusión de que haya algunos individuos que tienen alguna cosa especial que les permite tener una comunicación especial con la Naturaleza, o con lo que sea, ligeramente distinta de la de los demás».


I. Algunas cuestiones generales

1. La nueva presencia de cristianos en el partido

La participación de cristianos en el movimiento obrero y comunista y su llegada al Partido se están haciendo importantes en los últimos tiempos. No es que sea una cosa completamente nueva. También en otras épocas algunos cristianos se acercaron al movimiento comunista o se integraron en él. La derrota del fascismo en la segunda guerra mundial, por ejemplo, despertó en Europa la esperanza en una transformación socialista; entonces se fundó en algunos países partidos comunistas católicos, aunque esos partidos desaparecieron pronto a consecuencia de la guerra fría, cuando el papa Pío XII decretó la excomunión de los militantes y de los electores comunistas.

Pero, aunque el hecho no sea completamente nuevo, sí que parece tener hoy una importancia nueva, por la cantidad de cristianos que se suman al movimiento comunista y al Partido y por la calidad de la decisión militante que los anima.

2. El laicismo del Partido Comunista

Todos los militantes saben que desde el punto de vista de la naturaleza del Partido Comunista no hay nada que oponer al ingreso de cristianos, por masivo que sea, ni hay nada que justifique tratarlos discriminatoriamente en cuestión de derechos y deberes de militantes.

El Partido es laico, o sea, no supone en los militantes ninguna creencia particular. Este hecho revela, precisamente, su pertenencia como la de todo partido moderno, a un mundo capitalista, a la «prehistoria de la libertad», a la época de las últimas luchas de clases.

Es verdad que, en la práctica, hay unas cuantas creencias sobre la sociedad que son condición de la militancia en el Partido Comunista; pero no porque las proclamen los estatutos, sino porque sin ellas tienen que parecer absurdos los objetivos del Partido y sin sentido la militancia en él. Por ejemplo, es difícil que quiera ingresar en el partido Comunista quien no cree que la sociedad puede cambiar en sentido comunista, o quien no opine que en esta sociedad están en curso luchas de clases.

El laicismo del Partido Comunista, su falta de dogmas filosóficos o religiosos, no es solo un acierto más o menos ocasional de sus estatutos, sino también una consecuencia de la naturaleza de un partido que es explícitamente de clase. Partidos políticos los hay de varios tipos. Desde el punto de vista que interesa aquí, hay dos tipos principales: partidos de opinión y partidos de militancia. Como es natural, unos y otros son de clase en última instancia; pero los llamados de opinión lo ignoran o lo esconden. En los casos principales hoy, los partidos de opinión son partidos de ideología interclasista organizados por la clase dominante para formar un bloque en torno y beneficio suyo. Eso es, por ejemplo, la Democracia cristiana. En ella la confesionalidad cristiana da unidad a un bloque sociológicamente interclasista dirigido políticamente por la clase explotadora. En cambio, el Partido Comunista se reconoce abiertamente como partido de clase, aunque ya dentro de él se organice la alianza de la clase que lo protagoniza, con otras clases o capas (campesinos, otros trabajadores). Lo que ha de darle unidad en su contenido real, los intereses de la clase obrera en su totalidad y, por ello, los de la revolución socialista y el comunismo; no necesariamente la forma como se explique con teorías esos intereses y esos fines revolucionarios.

El laicismo del Partido Comunista tiene importancia para su influencia, para su capacidad de ayudar a las clases trabajadoras a entender la sociedad y a trabajar por su liberación; pero también la tiene para la vida interna del Partido: varias veces, cuando un grupo dominante en el Partido ha querido excluir discrepancias lo ha hecho con métodos clericales, excomulgando, por así decirlo, a los discrepantes políticos, a los que declaraba idealistas, o mecanicistas, o revisionistas, o izquierdistas, según lo que fuera más práctico sacar a relucir. La entrada de muchos cristianos en el Partido puede robustecer el laicismo de este y debilitar las tendencias clericales. Parece inimaginable que el poder central del Partido, después de admitir a cristianos en grupos y como tales, pueda pensar en excomulgar corrientes de comunismo marxista clásico.

3. Una posible aportación de los comunistas cristianos al Partido

Si se considera todos los aspectos de esta cuestión del ingreso de comunistas cristianos en el Partido, se ve que es un hecho favorable en varios efectos, tanto el refuerzo del movimiento y del Partido como la evitación del sectarismo.

Pero, además, la experiencia de estos últimos años parece indicar que entre los cristianos que se integran en el movimiento comunista abundan más los de ideas revolucionarias que los de mentalidad reformista, oportunista o simplemente progresista, o sea, burguesa con varios matices. Esta es una razón más para satisfacerse con la llegada de comunistas cristianos al Partido, en una época en que el movimiento obrero europeo tiende a poner en segundo plano sus objetivos esenciales y socialistas y comunistas, y su prensa se pasa años sin mencionarlos.

II. Dificultades actuales de la relación entre comunistas marxistas y comunistas cristianos

Nada de eso excluye que la cuestión plantee problemas serios, junto con otros menores de orden psicológico, etc. El hecho de que el CE [Comité ejecutivo] del PCE haya considerado necesario publicar una declaración especial sobre el tema (febrero de 1974) lo confirma; pues, a pesar de los ingresos, en conjunto mucho más numerosos, de simples radicales burgueses en el Partido Comunista a lo largo de muchos años, el CE no ha considerado nunca necesario publicar una declaración sobre ellos.

El problema especial que plantean los cristianos en el Partido Comunista arraiga en la relación entre el Partido y el marxismo, y se agudiza por la voluntad de la presencia ideológica de los cristianos en el Partido.

1. Confusiones y errores

La relación entre el Partido Comunista y el marxismo, como cualquier relación viva, tiene su contradictoriedad. Por una parte, como queda reconocido, el Partido Comunista es laico: a tenor de sus estatutos, no postula ningún creo filosófico. Pero, por otra parte, la explicación de ese laicismo está en el análisis social marxista. El Partido Comunista es laico porque es marxista, es laico de un modo marxista, no, por ejemplo, al estilo de la escuela burguesa liberal, cuyo laicismo se debía al principio de que la esfera de las creencias está separada de la vida social y es «absolutamente privada». El marxismo inspira al Partido Comunista incluso cuando este se niega a tomarlo como un credo de vigencia sancionada estatuariamente. El objetivo del Partido Comunista –la sociedad libre, sin clases–, visto de un modo general, puede reunir a partidarios marxistas y no marxistas, y también de corrientes marxistas diferentes.

De todos modos, esa diversidad de puntos de vista puede repercutir –y de hecho repercute a menudo– en diferencias en el modo de concebir el objetivo y, como consecuencia, en la manera de entender problemas particulares del movimiento hacia el objetivo, o sea, de la política.

Aun admitiendo –como es obligado por sentido democrático y por sentido de la realidad– la existencia de varias corrientes marxistas en el Partido y fuera de él, se reconocerá que una base importante y común a todos los marxistas de una época determinada es el conjunto de las tesis más fundamentales de Marx que no hayan sido refutadas por conocimientos posteriores y que se refieran al análisis de la sociedad o a la concepción del objetivo comunista. Ahora bien: cierta incompatibilidad entre ideas cristianas e ideas de las más fundamentales de Carlos Marx, cuya vigencia es perfectamente sostenible, no se puede negar. Ocultarla es empezar a realizar el peligro de confusionismo al que se refiere la declaración del CE [Comité Ejecutivo] de febrero de 1975.

Otros elementos de confusión los hay ya en la misma declaración de febrero; por ejemplo: la descripción del cristianismo como «primer movimiento igualitario conocido por la humanidad» es una curiosa falsedad, apologética de esa religión. En primer lugar, no se puede decir sin más que el cristianismo de los primeros tiempos fuera un igualitarismo económico-político, social, que es lo que da a entender esa afirmación ya por el mero hecho de hacerla un partido comunista. Elementos de tipo igualitario social estuvieron mucho más claros en momentos posteriores del cristianismo, en ciertos movimientos heréticos de masas medievales y renacentistas; pero todos esos movimientos fueron exterminados por el tronco principal de la tradición cristiana, tanto la católica como la protestante. Por lo demás, en todos estos movimientos el cristianismo fue a la vez ideología de los igualitarios e ideología de sus opresores. La ideología es el terreno en que se libran con ideas las luchas (de clases) y, en general, se trabajan los problemas de la sociedad (a menudo, con una consciencia engañada y engañosa). En épocas sin más ideologías generalizadas que las religiosas, se expresan religiosamente tanto los explotados, como los explotadores.

En segundo lugar, eso ha ocurrido también antes del cristianismo, y sigue ocurriendo al margen del cristianismo. Rebeliones igualitarias de explotados con ideologías religiosas las ha habido en las mismas tierras del cristianismo antes de que éste naciera y las ha habido y las sigue habiendo en otras tierras que no han conocido el cristianismo. Pensar que el igualitarismo ha aparecido en el mundo por la idea, considerada cristiana, de «hijos de Dios» es haber entrado ya, confusionariamente, en la apologética del cristianismo, pues ni esta frase era igualitarismo social ni la han acuñado los cristianos. Es sorprendente que el CE de un partido comunista, de un partido de matriz marxista, se permita semejante apología del cristianismo.

2. Sobre la crítica de la religión por Marx

Otros elementos importantes de confusión han aparecido en escritos de camaradas cristianos publicados por la prensa central del Partido. Por su especial importancia hay que aludir brevemente a la crítica de la religión por Marx. Por parte cristiana se ha minimizado en reuniones de discusión este punto, sosteniendo que el materialismo dialéctico, la interpretación materialista de la naturaleza (y del conocimiento, como se sueñe añadir) es inesencial al marxismo. Muchos marxistas piensan algo parecido, a saber, que no se debe hacer ninguna separación entre un «materialismo histórico» (Histamat), que sería «la ciencia marxista de la sociedad» y un «materialismo dialéctico» (Diamat), que sería «la ciencia marxista de la naturaleza y del conocimiento», o de la «dialéctica». Otros marxistas acentúan esta última posición, recuerdan que Marx mismo no ha conocido tales pedantes clasificaciones académicas, ni ha separado la dialéctica de la historia, y que todas esas distinciones y toda esa fabricación de sistema supuestamente científicos son cosa de los profesores y los académicos de la burocratizada cultura superior burguesa y de las sociedades de transición, los cuales, profesores y académicos, como todos los profesionales insertados en la presente división del trabajo, tienden, incluso impremeditamente, a justificar y perpetuar sus especializaciones prestigiosas y a menudo privilegiadas.

Pero pasa que la crítica de la religión por Marx no es ninguna cuestión de académico «materialismo dialéctico», del Diamat de la escolástica de los profesores, sino un capítulo importante de la crítica de la sociedad por Marx, y también de su modo de entender el comunismo, la libertad. La descripción de la religión por Marx –por ejemplo, la que acaba con las conocidas metáforas «La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el ánimo de un mundo sin corazón, el alma de una situación desalmada. Es el opio el pueblo»– no se refiere a ningún asunto de física, de la lógica ni de filosofía de profesores, sino a la lucha de clases. El comunista cristiano que esté en desacuerdo con esa idea de la religión debe decir francamente que está en desacuerdo con un elemento central del marxismo –cosa perfectamente compatible con su militancia en un partido comunista laico–, y no crear confusión diciendo o insinuando que su discrepancia lo es sólo con los académicos del «Diamat».

3. Apologética cristiana en el Partido Comunista

La presencia de cristianos revolucionarios en el Partido Comunista se coloca en la contradictoriedad de la relación entre el marxismo y el Partido, y agudiza esa contradicción de un modo relativamente nuevo porque los demás injertos no marxistas en el partido (principalmente demócratas radicales de la pequeña burguesía urbana y rural, señaladamente de las profesionales liberales antiguas) no se han producido en forma de grupo, si suelen manifestar voluntad de presencia ideológica. Los militantes cristianos sí que la manifiestan. Y hasta tienen ya presencia ideológica, por la curiosa rapidez y facilidad con que acceden a los órganos centrales de prensa del Partido, a los que, en cambio, muy pocas veces –y ninguna en los últimos cinco años– han llegado trabajados útiles para el desarrollo de una cultura atea.

La voluntad de presencia ideológica con que grupos de cristianos están entrando en el Partido Comunista puede irritar o reforzar el sectarismo de algunos marxistas. No se puede negar que en algunas de las intervenciones de los nuevos camaradas cristianos hay ciertos rasgos de lucha ideológica poco apreciable, apologética, rasgos que –dicho sea de paso– no se daban en la actividad de los cristianos que militan desde otras épocas en el Partido.

Por ejemplo, en el artículo de A. Vázquez –presentado como «un colaborador católico»– que publica el número 78 de Nuestra Bandera se recurre al procedimiento de descalificar al ateísmo llamándole cosa del siglo pasado. Dice A. Vázquez: «el marxismo que estos cristianos asumen está desprovisto de las connotaciones ideológicas ateas propias del siglo pasado (…)». En primer lugar, si por marxismo se entiende, por lo menos, pensamiento central de Marx, el ateísmo no es en él «connotación» (o sea, significación indirecta, oblicua) sino algo plenamente denotado (es decir, significado centralmente, directamente). En segundo lugar, el ateísmo no es especialmente propio del siglo pasado. Existe documentadamente desde la Edad Antigua, en forma polémica contra la religión e incluso en forma no polémica (ateísmo más o menos difundido en las aristocracias antiguas y modernas). No se trata de hacer ninguna defensa política del ateísmo; ha habido y hay ateísmos conservadores y ateísmos revolucionarios, del mismo modo que hay cristianismos conservadores y cristianismos revolucionarios. Se trata de combatir insinuaciones apologéticas del cristianismo o de la religión en general, como lo es la frase citada del artículo de Nuestra Bandera o como lo es la frase antes criticada de la Declaración del CE del PCE de febrero de 1975. Por lo demás, en una publicación comunista no debería usarse la frase «siglo pasado» con la misma función opiadora que tiene el uso de la palabra «¡Nuevo!» en la publicidad de las transnacionales yanquis».

4. Malas argumentaciones

Otras intervenciones recientes de católicos que militan en el Partido Comunista están más o menos viciadas por incorrecciones de argumentación. Los vicios abarcan principalmente (aparte de trucos retóricos inaceptables) deformaciones de la realidad y explicaciones filosóficas falsas, muy débiles, pero reforzadas ante los militantes por el hecho de aparecer en órganos de prensa centrales de su propio partido.

4a. Deformaciones de la realidad

Un ejemplo típico de retórica inaceptable es el procedimiento de imputar a «un cierto comunismo dogmático, rígido» la creencia en «dogmas» y la sumisión a «papas». Así escribe Carlos Riba en el artículo «Militancia de cristianos en el Partido», intervención en la II Conferencia del PCE. Carlos Riba, que es él mismo católico, debería recordar que «dogma» y «papa» son palabras procedentes del vocabulario de su religión, no del marxismo, ni siquiera tratándose del más rígido y sectario; y por una cierta equitativa decencia debería abstenerse de usar esos términos polémicamente, como no fuera para referirse a los dogmas y al papa de su Iglesia.

En esa misma intervención de Carlos Riba hay buenos ejemplos de deformaciones de la realidad. Una deformación que vale la pena mencionar, porque aparece a menudo, consiste en poner la palabra «agnósticos» donde habría que escribir «ateos». Agnóstico en materia religiosa es el que no afirma ni niega la existencia de Dios, sino que se limita a sostener que de eso no se puede saber nada. Ateo, en cambio, es el que niega que exista lo que los cristianos y teístas en general llaman «Dios», o incluso que esa palabra quiera decir algo. Al sustituir «ateo» por «agnóstico» se tiende a erosionar la creencia atea de los contrincantes –que son la mayoría de los militantes comunistas– sin correr el riesgo de una discusión abierta con ellos. Se intenta condicionar a esos militantes a creer que ellos son agnósticos, no ateos. (Ocurre, sin embargo, que, por una tradición bastante arraigada en el movimiento obrero, el agnosticismo se suele encontrar entre socialdemócratas y anarquistas, no entre marxistas con tradición leninista.)

4b. Razonamientos falsos. Creencia y fe

El mismo Carlos Riba ofrece una muestra importante de mala filosofía en defensa apologética de la alienación religiosa dentro del Partido Comunista. En su artículos «Els cristians i la militància comunista» (Nous Horitzons, núm. 30, p. 41) se lee, entre otras cosas: «El militante que lucha lo hace siempre con una cierta creencia, cree en la posibilidad de construir una sociedad nueva, vive en la esperanza de una fraternidad solidaria. Las pruebas fehacientes y tangibles que tiene de ello no son suficientes».

Así, en efecto. Si las hipótesis revolucionarias fueran demostrables, si fueran teoremas científicos puros, no habría nunca lucha ideológica, como no la hay a propósito de la tabla de multiplicar. Que el objetivo teórico del marxismo es construir un comunismo científico quiere decir que el marxista intenta fundamentar críticamente, con conocimientos científicos, el fin u objetivo comunista, no que su comunismo sea cosa objeto de demostración completa. Por de pronto, los fines no se demuestran: se lucha por ellos, después de argumentar que son posibles, no más.

Pero cosa parecida se puede decir no sólo de todo fin, de toda intención inspiradora de acciones, sino incluso de todo conocimiento que sea un poco importante. Los únicos conocimientos absolutamente demostrables son los matemáticos, que por sí mismos no sirven para nada, como no sea para divertirse cuando le gustan a uno. Todos los demás conocimientos suponen un elemento de creencia. Por ejemplo, en el conocimiento de que el Sol volverá a salir mañana por Oriente está presupuesta la complicada creencia de que el mundo físico existe (cosa que no es demostrable, sino solo plausible), que no perecerá antes de mañana por la mañana, que ninguna influencia desconocida perturbará durante la noche el movimiento de rotación de la Tierra, etc.

Este argumento de apologistas cristianos en el Partido expresa una verdad de cajón. Pero tan de cajón, tan general y abstracta, que no viene a cuento del asunto. Pues de lo que se trata aquí es de la contradicción entre ciertas creencias cristianas y ciertas creencias marxistas (a propósito, por ejemplo, de la palabra «Dios»).

Esta cuestión –más importante, por su carácter fundamental, que las anteriormente aludidas– no requiere hasta aquí más que una crítica de la precipitación o la superficialidad filosófica de los que utilizan este argumento que no viene a cuento. Pero, estudiándola algo más, aparece otro aspecto de ella que resulta más desagradable. Se trata de lo siguiente:

En toda conducta razonable va implícita una creencia. Pero esa creencia es una expectativa basada en experiencia colectiva y en razonamiento controlable en principio por cualquier ser humano. La creencia empieza por ser, dicho sea de paso, un factor de la supervivencia de la especie. También los animales superiores tienen creencias de estructura y funcionamiento parecidos a los de las humanas creencias sobre la luz del sol, sobre la sombra, sobre el agua, sobre el frío y el calor, sobre los alimentos, etc.; creencias, y no sólo instintos, como lo prueba el que sean capaces de rectificar algunas de sus creencias y de adoptar otras nuevas cuando con las anteriores falla la satisfacción de un instinto. La creencia es, para numerosas especies animales, incluida la nuestra, una fuerza productiva fundamental de la reproducción simple de la vida y de la reproducción ampliada biológica; y, además, para nuestra especie, es una fuerza productiva de la reproducción ampliada total: de esa fuerza nacen ideas razonables para conductas complicadas, a veces ideas científicas, y a veces incluso revolucionarias; pero siempre construidas con experiencia común y razonamiento controlable.

La creencia cristiana –o, en general, teísta– no es eso. Es creer en lo que no se basa en experiencia común ni en razonamiento controlable, ni siquiera en naturaleza. Es, como decían los catecismos, «creer lo que no vemos», en el sentido de creer lo inverosímil. Uno de los primeros grandes filósofos cristianos, Tertuliano, lo dijo con palabras hermosas que imponen respeto, como suelen hacerlo las palabras sinceras. Refiriéndose a los «misterios» básicos del cristianismo, Tertuliano escribió: «Lo creo porque es absurdo». El cristiano, en cuanto hombre, tiene creencias sensatas, como el hombre reaccionario, o como el comunista, o, por lo que hace al caso, como el orangután. Pero en cuanto cristiano no tienen creencia, sino fe. El mismo cristiano piensa que la fe no es creencia normalmente humana, sino virtud teologal, don gratuito de Dios.

III. Algunas implicaciones políticas de la situación de este problema

1. La utilidad de la polémica de los comunistas cristianos

La actitud polémica y hasta apologética de algunas intervenciones de camaradas cristianos tiene la utilidad de señalar el camino adecuado para el tratamiento de la contradicción que hay en la relación entre el Partido Comunista y el marxismo. El modo de tratar esa contradicción es la lucha de ideas dentro del Partido entre comunistas marxistas y comunistas no marxistas, cristianos o no, así como entre marxistas de tendencias distintas. Esa lucha no es una disputa entre académicos, ni pura teoría. La lucha de ideas marxistas lo es sobre todo de ideas para la práctica, es en sustancia lucha política, sobre los objetivos o sobre los medios. Por eso sus fuentes no tienen por qué ser fijos, sino que pueden variar y mezclarse, y lo hacen con frecuencia. Por ejemplo, la moral revolucionaria que pueden aportar a sus organizaciones algunos comunistas cristianos es más comunista que la de algunos marxistas de derecha, o socialdemócratas, hoy abundantes en los partidos comunistas, a los que aquella moral parecerá probablemente «izquierdista». En este punto un comunista marxista puede coincidir más fácilmente con un comunista cristiano que con un marxista socialdemócrata. En última instancia, un comunista es ante todo comunista, y solo luego marxista (cuando lo es). Pero, por mucho que se supere el sectarismo y se proceda con cordialidad, en este terreno es imprescindible una lucha interna. Los comunistas cristianos que la han planteado desde el primer momento llevan razón al hacerlo, por muchos que sean los defectos apologéticos de su polémica.

Por lo demás, es verdad que nadie está obligado a enzarzarse en discusiones filosóficas y teológicas, y hasta es posible que emplear mucha energía en eso sea hoy una manía de malas consecuencias para tareas más urgentes. Pero tampoco se puede impedir polémicas de orden filosófico cuando se presentan.

2. Entreguismo de las toma de posición del núcleo dirigente del Partido

En cambio, el núcleo dirigente del Partido –o, al menos, la fracción del mismo dominante en este problema de los cristianos– no ha tenido hasta hoy (25-12-1975) una posición acertada. Su actitud (apoyar a los cristianos hasta el punto de hacer apologética religiosa) dificulta la lucha de ideas dentro del Partido, lucha que es el único modo correcto de tratar la contradicción formada por la presencia de cristianos y marxistas en uno mismo partido. La dirección del Partido se inspira seguramente en el deseo de facilitar la adhesión de cristianos al movimiento comunista. En eso la apoyarán todos los militantes. Pero la actitud entreguista en la lucha de ideas –que los cristianos, dicho sea de paso, condenan, cuando se trata de ellos, con el nombre de «irenismo»– no es nada buena para este fin. Es solo un paso en el camino de degradación derechista y de abandono de principios que atrae desde hace tiempo a varios partidos comunistas. Ese camino suicida se emprende con la ya citada Declaración del CE del PCE de febrero de 1975, que no solo no abre una lucha marxista de ideas (no menciona siquiera esa tarea), sino que incluso se deja ir a una apologética lamentable del cristianismo basada en falsedades históricas.

3. Rechazo de principios comunistas en el Partido

El conjunto de tomas de posición realizadas hasta ahora por la dirección del Partido y sus órganos centrales de prensa guarda unos cuantos silencios que están pidiendo a gritos crítica del servilismo ideológico que revelan; al cabo de meses de hablar insistentemente de los cristianos y de la Iglesia católica, ni la dirección del Partido ni su prensa central han mencionado una sola vez el hecho básico de que la Iglesia católica es una gran potencia financiera trasnacional, ni han aludido a la intensa intervención de la Iglesia en el actual y aguda fase de la lucha de clases en Italia y Portugal (intervención enérgica a favor del imperialismo), ni han criticado el continuado uso de «milagros» y «profetas» para violar la conciencia de las clases trabajadoras, ni tantas otras acciones que siguen haciendo del cristianismo real no solo opio del pueblo, sino también opio administrativo por la Iglesia católica al pueblo. Lo más probable es que ni los cristianos de derecha agradezcan la ingenua adulación tacticista que causan esos silencios. No la agradecerán, desde luego, los cristianos comunistas. Ni, en general, es la adulación una buena táctica de alianza, sino todo lo contrario, La adulación ideológica no es solo una indignidad sino también una torpeza.

Con ser grave esa actitud, no es, sin embargo, lo peor de la situación. La cuestión de los cristianos en el Partido, por el hecho de estar tan cargada de implicaciones ideológicas, está provocando una serie de rechazos claros de pensamiento comunista. No me refiero ahora a la ruptura oportunista con Lenin hecha en la prensa legal barcelonesa por veteranos del oportunismo, pues ese asunto no parece relacionado directamente con la cuestión de los militantes cristianos; sino a la afirmación de principios burgueses típicos en la prensa central del Partido, como, por ejemplo, la separación entre el ser público del individuo (en este caso, del militante) y una supuesta «zona de cada individuo absolutamente privada». Marx decía que la remisión de la religión a esa supuesta «zona absolutamente privada» es la quintaesencia de la cultura burguesa y la sustancia burguesa del cristianismo moderno, del cristianismo que vive sobre la base capitalista. Hasta ahora no se conocían marxistas que opinaran lo contrario sobre este punto. La idea de que las cuestiones filosóficas, religiosas, de la afectividad y la sensibilidad, etc., son absolutamente privadas es parte de la sobreestructura ideológica del individualismo social burgués de la corrosión de las integraciones sociales antiguas por el capitalismo. Sobre la base económico-social capitalista es más o menos inevitable –es estadísticamente inevitable– la disgregación o descomposición (Marx) de la conciencia, de la cultura: por aquel rincón anda la concepción del mundo, por allá la religión, más allá la ciencia, al otro lado el sentimiento, más acá la moral, cada cosa bien encerradas en su cajón y sin molestar a lo único que en última instancia explica las conductas conformes al sistema: hacer dinero o ejercer poder, o las dos cosas a la vez.

4. Hay dos democracias y dos tipos de libertad

Puede ser que la desgraciada adopción de esa idea básica de la cultura burguesa no sea más que un modo precipitado de decir que un poder socialista no debe violar la conciencia religiosa ni en general, la conciencia de los ciudadanos, Eso es evidente. La coacción de las conciencias y la falta de derechos que se practica en países como la URSS o la República Popular China no es dictadura del proletariado sino, en gran parte, dictadura sobre el proletariado, que está sometido a la coacción como cualquier otra clase. Esa coacción se ha producido en ambos países orientales (y se ha exportado luego políticamente a otros) por causas sociales que no operan en España. Esta diferencia nos prohíbe ponernos petulantemente a juzgar a los comunistas de esos países. Pero la misma diferencia nos permite ver que en el caso español –que cae del todo dentro de los que Marx tuvo en cuenta en sus principales estudios– la democracia real tiene que ser socialista y el socialismo no puede arraigar más que superando en libertad la democracia solo formal, intensificando las libertades en libertad, no suprimiéndolas (o impidiéndolas, porque esas libertades no existen hoy en España).

Ahora bien: para afirmar la naturaleza democrática del socialismo posible en España no hace ninguna falta asimilarse ideas burguesas, como esa de la libertad entendida como descomposición del individuo y de la cultura.

Contra lo que dicen los oportunistas, hay dos democracias y dos tipos de libertad. Hay las libertases burguesas, que sancionan la descomposición de la consciencia, de la cultura: por mucho que hayan sido las clases populares las que hayan abierto camino con sus luchas a esas libertades, estas son lo que por fuerza tienen que ser en el sistema capitalista; y hay una libertad comunista, que sería libertad en un nuevo organismo social, en una nueva cultura inspirada en el conocido principio comunista; de cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad.

En medio, entre aquellas libertades y la libertad, hay dos democracias. Las dos tienen en común el ser estado, ejercicio de poder, de violencia, aunque sea la del dominio de los más sobre los menos. Pero se contraponen por el modo como se pueden constituir las mayorías: en la democracia formal, o burguesa, se constituyen sobre la base de la explotación y la opresión económicas, con sus secuelas que van desde el caciquismo abierto hasta el sutil oscurecimiento de la consciencia de los miembros de las clases explotadas; en la democracia real, o socialista, las mayorías se constituirán sobre la una base de libertad económica. Una consecuencia de la libertad económica tiene que ser una mayor presencia de las libertades formales, y, más tarde, su liberación del carácter político, controlado por la violencia que es propia de todo estado.

5. La democracia del Partido y su sustancia marxista

Un partido comunista marxista de verdad, no atado por condicionamientos orientales y conocedor de su naturaleza democrática, no caerá en la tentación de asimilarse la descomposición cultural burguesa para convencer de que el poder socialista no impondría a nadie creencias. El hecho de que un partido comunista caiga en esa tentación quiere decir que, por una causa u otra, le falta o le flaquea la consciencia de su naturaleza democrática. En el caso español hay varios hechos que hacen pensar en una crisis de la consciencia democrática del Partido –salvando la intención democrática de los hombres que lo dirigen, cuya sinceridad no se trata de poner en duda– precisamente ahora que casi no había más que de democracia. Vale la pena recordar un par de hechos.

Uno es el desprecio con que se ignora en todos los escritos aparecidos hasta ahora en la prensa central del Partido a los protagonistas de siempre de la dificultad de los cristianos en el Partido Comunista. Esos protagonistas de siempre son las compañeras de numerosos militantes obreros y campesinos, en la mayoría de los casos trabajadora ellas mismas, y militantes comunistas en no pocos. Sus problemas religiosos son serios y acuciantes: van desde los referentes a sus problemas de ortodoxia hasta los suscitados por la generación y la formación de los hijos. Ni una palabra sobre ellas. En cambio, en cuanto que se ha tratado de intelectuales católicos, se ha dado al asunto enorme importancia orgánica.

Otro es la gestión puramente de vértice del ingreso de grupos cristianos –como de otros grupos sobre todo B.R [Bandera Roja]–, a espaldas de los militantes.

En ambos casos la conducta de los responsables ha sido y sigue siendo profundamente antidemocrática.

Hay que tomar la palabra a la prensa central del Partido en sus promesas de democracia. Pues es verdad que la democracia es importante para la preparación y la realización de una política comunista. Pero es importante en todas las esferas. La falta de una mentalidad democrática general lleva a practicar, por desconfianza en sí mismos, un socialismo aguado que se pudre fácilmente, contagiándose de cultura burguesa más allá de lo inevitable. La escasez de sustancia marxista y la falta de democracia interna son dos graves debilidades, íntimamente entrelazadas entre sí, que el Partido necesita superar pronto.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.