«En tiempos como éstos la buena gente tiende a olvidar la enorme potencialidad para el sometimiento y para la servidumbre voluntaria que ha sido dada a nuestra especie, sobre todo cuando ésta se subdivide sin saberlo en grupos sociales desagregados, desarticulados. La memoria histórica de lo que fue la resistencia frente a la tiranía y […]
«En tiempos como éstos la buena gente tiende a olvidar la enorme potencialidad para el sometimiento y para la servidumbre voluntaria que ha sido dada a nuestra especie, sobre todo cuando ésta se subdivide sin saberlo en grupos sociales desagregados, desarticulados. La memoria histórica de lo que fue la resistencia frente a la tiranía y la barbarie, en Europa y fuera de Europa, se ofusca con facilidad».
«Olvido y ofuscación de la memoria son estados muy naturales del ser humano, tal vez porque la continuada intervención social en la construcción de la democracia no es un asunto lúdico, sino una tarea que, como todo trabajo, cansa, por lo general, a los más. Pero esta aparente naturalidad tiene como consecuencia un debilitamiento de la tensión moral que acompaña al talante democrático en las sociedades democráticas. El coraje busca refugio en otros andurriales. Esto es algo que en Europa se conoce bien desde la primera guerra mundial».
Parecen párrafos escritos hoy, pero fueron redactados por Francisco Fernández Buey hace dos décadas, en un artículo («A los que nacieron en 1968 (aproximadamente)», publicado por El Viejo Topo. Precisamente para rendir homenaje al pensador y filósofo marxista, la Universitat de València organizó el 22 de octubre una jornada que contó con la participación de Eloy Fernández Porta, hijo del intelectual fallecido, y del filósofo y escritor, Jorge Riechmann.
Como discípulo de Manuel Sacristán, uno de los filósofos marxistas más destacados en la historia de la tradición hispánica, Fernández Buey consideraba, muy a grandes rasgos, que la imbricación entre el conjunto de movimientos emancipatorios (especialmente, la clase obrera) y la ciencia, constituía uno de las aportaciones esenciales de la obra de Marx y Engels y de otros grandes autores de la tradición. Siguiendo esta idea, aspiraba a dotar de una fundamentación científica a las luchas contra la injusticia social y la opresión (incluyendo destacadamente la de género), en la que se incorporaran los avances de las ciencias naturales y sociales durante el siglo XX.
Otro punto básico en el pensamiento de Fernández Buey (también compartido por muchos discípulos de Sacristán) es el entendimiento de la política como ética de lo colectivo (acuña Fernández Buey, incluso, el término de «Poliética»). Esto significa el compromiso moral, sin sectarismos ni dogmatismos, con la construcción de una sociedad nueva, en la que se supere la división de clases y todo tipo de opresiones, y en la que se establezca una relación armoniosa entre la especie y una naturaleza cada vez más maltratada. Además, Paco Fernández Buey fue un gran divulgador de los clásicos del marxismo en el ámbito hispano, con trabajos como «Marx (sin ismos)», «Lenin» y «Ensayo sobre Gramsci».
Pero más que en los grandes principios, a veces son las pequeñas anécdotas las que mejor reflejan una personalidad. Eloy Fernández Porta dibuja, por ejemplo, el carácter de su padre a través de una anécdota fubolera. Recuerda cómo Paco Fernández Buey no se declaraba aficionado de ningún equipo, algo que le permitía disfrutar de los partidos al tiempo que ponía de manifiesto su compromiso, el del seguidor neutral. «Con el tiempo, esto me permitió entender mejor el carácter de mi padre y cómo resolvió muchos de los problemas intelectuales y personales», subraya Fernández Porta. Pero se trataba, matiza, de una «neutralidad articulada a partir del compromiso y de la militancia, compatible con una nobleza y constancia en el ejercicio de sus cualidades».
A lo mejor el filósofo esloveno Slavoj Zizek, a quien Fernández Buey acabó leyendo de manera más o menos lúdica, afirmaría que resulta imposible la búsqueda de una posición epistemológica objetiva en una situación que requiere implicación emocional, pero lo cierto es que, cuando a finales de los 60, la izquierda se enfrentaba a debates sobre la violencia o a la dialéctica acción política/acción armada, Fernández Buey pudo apostar por la «no violencia» aunque esto se asimilase en ocasiones a timidez o cobardía. «Pero realmente era un ejercicio de una cualidad moral, la contención, que desarrollaba de manera activa y participativa», explica Eloy Fernández Porta.
¿Dónde se aprecia esta neutralidad consciente y militante del autor de «Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista» y «Contribución a la crítica del marxismo cientificista»? Por ejemplo, en un libro de más de 500 páginas de la década de los 80 -«La gran perturbación» (1996), en el que Paco Fernández Buey aborda los debates intelectuales sobre la construcción del otro, en concreto, los indios, que tienen lugar en la España del siglo XVI. Mientras Juan Ginés de Sepúlveda defiende la cruzada divina y los derechos del hombre blanco, Bartolomé de las Casas toma partido por los derechos de los indígenas. Lo importante es que Fernández Buey adopta en la obra una posición de distanciamiento crítico brechtiano, plasmado por ejemplo en el uso de una ironía soterrada, en una perspectiva más literaria y teatral poco frecuente en los cánones más objetivos y rigurosos del materialismo histórico.
Profesor de Nuevos Ámbitos Literarios en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y autor de trabajos como «Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era Afterpop» y «Eros. La superproducción de los afectos», Fernández Porta ha resaltado como otra manifestación de neutralidad comprometida en su padre, «la posición comprensiva y dialogante hacia las diferentes corrientes de la izquierda». Este talante le alejaba del freudiano «narcisismo de las pequeñas diferencias», que tantas veces desemboca en el sectarismo y las pugnas cainitas. Por lo demás, la producción científica, ensayística y política de Paco Fernández Buey se acelera y pluraliza en el momento en que arranca su colaboración con Jorge Riechmann, quien «le ayuda a desbloquear y liberar reflexiones que llevaba dentro», explica su hijo.
Riechmann, autor de «Independientes y Ecodependientes», «¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena» o «El socialismo puede llegar sólo en bicicleta», entre otras muchas obras, coincide en resaltar el planteamiento receptivo e integrador de Paco Fernández Buey. Defendía un marxismo creativo, abierto y no dogmático, «en la línea de su mentor, Manuel Sacristán, quien en los 60 ya criticó el socialismo realmente existente, cerrado en sí mismo y autodestructivo, y en la década siguiente entró en contacto con las corrientes ecologistas, pacifistas y feministas, entre otras».
De hecho, una de las grandes obsesiones de Fernández Buey no era sino «volver a juntar y recomponer aquella fractura (entre marxistas y anarquistas) producida en la Primera Internacional, además de ensamblar otras tradiciones emancipatorias», explica Riechmann. Esta lucidez y claridad en la defensa del diálogo la exponía Fernández Buey ya en la década de los 60, cuando militaba en las organizaciones estudiantiles en la universidad de Barcelona. La unidad en los movimientos sociales, venía a decir, debería basarse en «diversidades escrupulosamente toleradas», no en las unanimidades, ya que eso daría lugar a un «cementerio». «No aspiramos a la comunión de los santos, sino a unir fuerzas», afirmaba.
Pero Jorge Riechmann prefiere hablar de «equilibrio» y no de «neutralidad» en los posicionamientos políticos e intelectuales de Francisco Fernández Buey. Es algo que puede verse, incluso, en los títulos de sus obras: «Marx (sin ismos)»; «Discursos para insumisos discretos» o «La ilusión del Método: Ideas para un racionalismo bien temperado». Se le podría fácilmente también relacionar con un célebre poema de Bertolt Brecht: «El comunismo es el término medio», escrito por el dramaturgo alemán en 1933: Llamar a derrocar el orden existente/parece espantoso/Pero lo existente no es ningún orden//Recurrir a la fuerza/parece malo/Pero dado que la fuerza se pone en práctica/de modo rutinario, ello no es nada del otro mundo//
El comunismo no es lo extremo/que sólo puede realizarse en una pequeña porción/sino que antes de que esté realizado del todo/no hay ninguna situación soportable/ni siquiera para los insensibles//El comunismo es en realidad la experiencia mínima/lo más inmediato, moderado, razonable/Quien se opone a él no es un pensador discrepante/sino un irreflexivo o quizá alguien/que sólo piensa en sí mismo/un enemigo del género humano/espantoso/malo/
Decía con humor Paco Fernández Buey, recuerda su hijo: «Cuando me muera seguro que dicen que ha fallecido el último comunista». Riechmann recuerda cómo Manuel Sacristán también se reclamó «comunista» hasta la muerte, pese a sus muchas diferencias con el partido. Tras su defunción, se tejió «un gran manto de silencio». «Podemos esperar que ocurra una estrategia del olvido muy parecida con su discípulo», vaticina Riechmann. No sabemos si habrá socialismo en el siglo XXI, agrega el autor de «Independientes y ecodependientes», pero recordaba Fernández Buey que la palabra socialismo «representa la esperanza para dos tercios de la humanidad».
¿Por qué habría que recordar al ensayista, historiador de las Ideas y profesor de Filosofía Política? Tal vez, como recordaba el sociólogo Antonio Izquierdo, porque además de brillante analista e intelectual poseía una integridad moral «que daba la idea de lo que el ser humano podía llegar a ser». Y también por sus preclaras reflexiones. Por ejemplo, cuando recuerda sus años de estudiante en la Barcelona de los 60 y afirma que muchas de las grandes transformaciones «han sido fruto de gentes con ideas claras, pero que al principio formaban parte de grupos pequeños; había sólo unas 200 personas activas en los inicios del movimiento estudiantil». Y es lo que tienen los clásicos: sus reflexiones valen para siempre.
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