Bajo el gobierno de Bolsonaro y a instancias de movimientos de base conservadores, se intensificó un proceso que venía de fines de los años noventa: la proliferación de escuelas públicas de gestión cívico-militar.
«Tengo certeza de que en el curso de la investigación llegaremos hasta el presidente», dijo esta semana el líder de la oposición en el Senado brasileño Randolfe Rodrigues, en referencia a la Comisión Investigadora Parlamentaria que busca investigar casos de corrupción en el Ministerio de Educación. A fines de junio, fue detenido el ex ministro de esa cartera, el pastor evangélico Milton Ribeiro, junto con otros dos pastores –sin cargos en el gobierno– que operaban desde el gabinete para privilegiar alcaldías amigas en el reparto de recursos, según Ribeiro, a pedido de Jair Bolsonaro. El escándalo salió a la luz en abril de este año y ocasionó la remoción de Ribeiro del gabinete. Pero este escándalo –y el representado por el arraigo de los militantes evangélicos en el supuestamente laico sistema de educación pública– no es el único que atraviesa la educación brasileña. A contraluz y en silencio, avanza la proliferación de escuelas cívico-militares. Se trata de escuelas públicas de niveles primario, secundario y medio, gestionadas, en parte, por rangos policiales y militares. Desde finales de la década del 90, el Ministerio de Educación permite la gestión y la dirección mixtas de algunas escuelas públicas, en colaboración con ramas de las fuerzas de seguridad. Con la llegada de Bolsonaro a la presidencia, en 2018, y el impacto en el Congreso del movimiento Escola sem Partido[1], la expansión de este formato educativo tomó impulso. En febrero de 2020, Bolsonaro acudió a la primera de 126 inauguraciones de escuelas cívico-militares previstas hasta el fin de su mandato, tal como lo establece el Compromiso Nacional por la Educación Básica (2019) y el Programa Nacional de Escuelas Cívico-Militares (2019).
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿Cuál es actualmente la injerencia de los militares en la educación brasileña?
Catarina de Almeida Santos.- Tras la dictadura [1964-1985], los militares nunca salieron del gobierno, siempre ocuparon cargos políticos, que aumentaron mucho en las últimas dos legislaturas. En 2014 y 2018 crecieron en el Congreso las llamadas bancada de la bala y bancada de la Biblia. De casi 180 mil escuelas públicas y privadas en Brasil, el 80 por ciento de los alumnos concurren a escuelas públicas. Con la militarización impulsada por el gobierno de Bolsonaro a través del PECIM [Programa Nacional de las Escuelas Cívico-Militares], se fortaleció la participación en escuelas primarias y secundarias del Cuerpo de Bomberos y la Policía, el Ejército, la Aeronáutica y la Marina.
Para visualizar esto, basta un ejemplo: recientemente, en una escuela del Distrito Federal, el Centro Educacional 01, cuya directora es hija de militares y se declara enamorada del militarismo, el comandante general de la Policía Militar local, con apenas 50 días trabajados en la escuela, hizo 2.400 advertencias disciplinarias y envió a 15 estudiantes al consejo tutelar. Allí, a finales del año pasado, los estudiantes hicieron un mural durante el Mes de la Conciencia Negra, donde mostraron el racismo de la Policía hacia las personas negras y pintaron una esvástica en el distintivo policial. Eso generó un problema gigantesco. Aunque la vicedirectora tomó partido por los alumnos y argumentó que existía un proyecto pedagógico detrás de la acción, los estudiantes se volvieron blanco de la Policía dentro de la escuela. La Secretaría de Educación dio de baja a la vicedirectora y, cuando los estudiantes hicieron una protesta para mantenerla en el cargo, la Policía Militar arrestó a los estudiantes.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿Cuáles son los argumentos que operan detrás de un proyecto de militarización educativa con estas dimensiones?
Catarina de Almeida Santos.- Hay un proceso de silenciamiento de los educadores y escasa discusión en los medios de comunicación; es un proceso que avanzó de forma silenciosa. Todavía la sociedad brasileña no entendió ni la seriedad ni el tamaño del problema en el que nos estamos metiendo. El discurso más utilizado es el de que las escuelas militarizadas ofrecen una calidad superior ligada al orden, la disciplina y el logro de resultados académicos similares a los colegios militares.
Obviamente, nadie te dice que en los colegios militares se controla y se escoge al público que ingresa, y que esas escuelas cuentan con una infraestructura fuera del alcance de la escuela pública promedio. Los gobiernos y la propia Policía le venden a la comunidad la promesa de una escuela ordenada, de alumnos bien comportados, sin violencia ni drogas. ¿Pero de quién es el deber de impedir que la droga ingrese a las escuelas? De la Policía. Si la Policía precisa entrar a la escuela, es porque falló fuera de ella y no supo cumplir su papel. La militarización escolar es tal vez la última fase del paquete conservador y detiene procesos de avance del combate al racismo, al machismo y a la homofobia.
Son escuelas que cobran cuotas, borran las identidades y funcionan como un cuartel. Todo el mundo tiene el cabello del mismo largo, la identidad negra se va y las personas LGBTQ+ no pueden permanecer allí y, si lo hacen, no pueden manifestarse con libertad. Se cambian las puertas de madera de los salones por puertas de vidrio. Se justifica la exclusión de los estudiantes de la periferia, los llamados «alumnos problema», porque no presentan los resultados acordes a este modelo. Se exacerban los privilegios en las condiciones de oferta y de ingreso, y se le quita a la educación su condición de derecho.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿Cuál es el grado de respeto a la libertad de cátedra dentro de estas escuelas?
Catarina de Almeida Santos.- Hay muchos casos de asedio moral y sexual hacia profesores y estudiantes en escuelas de este tipo en todos los estados. Muchos docentes han tenido que irse de las escuelas a causa de un conjunto de normas y reglas que acostumbran a usarse en el cuartel, pero no así en la educación. Los policías no tienen ninguna preparación para actuar en espacios escolares, mucho menos para dirigir una escuela. Van a hacer ahí adentro lo que ya sabían hacer: reprimir.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿El avance de un fenómeno de este tipo tiene algo que ver con la ausencia de juicio a los militares de la dictadura y la forma en que Brasil procesó su memoria histórica?
Catarina de Almeida Santos.- No se puede separar una cosa de la otra. Tras la dictadura, instituimos un Estado democrático de derecho en la Constitución, que garantiza un conjunto de derechos individuales y sociales, pero nunca los efectivizamos. Nuestra escuela, en realidad, ni fue ni es una escuela democrática. Aún no llevamos a la escuela todos los debates que deberíamos, y muchos de los que sí existen se dan gracias a que los estudiantes patean la puerta y los llevan. Además, Brasil nunca se liberó de su lógica esclavista con su mentalidad, que todavía permanece en el país. Y, sumado a esto, tenemos un conservadurismo renovado que está avanzando en forma acelerada, al igual que en toda América Latina.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- Quiero preguntarte sobre el proyecto Escola sem Partido, que denunciaba una supuesta cooptación ideológica marxista de la educación y, al mismo tiempo, promovía una militarización como la que vemos hoy, que impone una ideología militar conservadora.
Catarina de Almeida Santos.- Claro, no hay contradicción porque la escuela sin partido que prometen no es tal. Es una escuela de partido único: el partido del conservadurismo, el machismo y el patriarcado, que no problematiza los problemas que nuestro país siempre tuvo; la que dice lo que el docente puede decir, lo que el alumno puede hacer, lo que puede estudiar, una escuela donde Brasil no pasa en limpio su historia ni debate sus contradicciones. Es un formato en el que el profesor trabajaría en constante autorrepresión y paranoia, limitándose a repetir aquello que fue previamente definido en el libro de texto por un puñado de censores políticos. Pero ¿quién controla al docente luego de que entra al salón de clases? ¿Quién controla a los estudiantes? ¿Cómo vigilas todo eso? La Policía armada dentro de las escuelas es la forma más efectiva de implementar ese control. Busca callar a la juventud y presionarla en los momentos en que responde y se organiza. La militarización es la forma más eficaz de implementar esta supuesta escuela sin partido. La lógica de promover desde el poder político la influencia de las Iglesias evangélicas entre la juventud y militarizar las escuelas busca dificultar la aparición y la organización de movimientos estudiantiles.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿Cómo lidian con esto los sindicatos de docentes?
Catarina de Almeida Santos.- Aquí los sindicatos son muy débiles. Además, son espacios de disputa política machista, donde los mandos por lo general siempre son hombres. A su vez, el clima actual de desindicalización dificulta el diálogo entre la institución escolar y los docentes. No sé cómo vamos a girar esta llave ahora. Vamos a tener que dialogar, pelear y salir del pedestal. La escuela pública es equipamiento e infraestructura dispuesta para el acceso de la mayoría de la población brasileña. Si realmente hace lo que debe, se vuelve peligrosa. Genera una población educada. Como el poder no puede acabar con la escuela, la controla. Y expulsa. Tenemos 72 millones de personas con 25 años o más que no concluyeron la educación básica. Treinta y dos millones sin concluir la enseñanza primaria.
Es importante recordar, además, que el proceso de militarización de las escuelas es inconstitucional. Nuestra constitución define cuál es el papel de la Policía y cuál el de la educación. Y la ley de directrices de base define quiénes son los profesionales de la educación y quién puede actuar dentro de una escuela. Militarizar una escuela implica ir contra los principios constitucionales.
Marcelo Aguilar/Margarita Gonnet.- ¿Con una eventual vuelta de Lula da Silva a la presidencia, se vislumbran cambios en este tema?
Catarina de Almeida Santos.- Quizás. Pero hay que recordar que la militarización no es invento de Bolsonaro; él intensificó una política ampliamente usada en el gobierno del Partido de los Trabajadores [PT]. Muchas veces miramos la cara de quien vuelve al Ejecutivo, pero en este país es el Legislativo el que define; define quién se queda en el gobierno una vez que llegó ahí y cómo gobierna. Lula volverá con la configuración que está a la vista. No solo la de los empresarios, también la del Congreso nacional. Va a precisar negociar mucho para poder gobernar. Y negociar solo para gobernar significa dejar mucha cosa como está o negociar para avanzar aquí y renunciar allá. Esa fue la forma en que Lula lideró durante sus ocho años de gobierno. Salió del gobierno con una popularidad tan alta porque llevó adelante muchas negociaciones. Si hubiéramos avanzado en muchas cosas que él no quiso tocar, incluso en la desmilitarización de la Policía, quizás no habría logrado salir del gobierno de esa forma y no se habría logrado lo que se logró. Lidiamos con una elite rabiosa que no quiere perder privilegios. Nada será resuelto dentro de esta lógica. Incluso con cuatro años de gobierno de Lula por delante.
Nota
[1] Campaña de sectores de ultraderecha que busca censurar en los contenidos de las escuelas los elementos que considera parte de una supuesta infiltración y adoctrinamiento marxistas.