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La miseria de los pobres

Fuentes: Rebelión

El otro día vi la película As Bestas de Rodigo Sorogoyen. La película me causó la misma impresión que las últimas películas que he visto: ninguna, pero no por la película, sino por mí, me da la impresión de que últimamente no veo ninguna película que me aporte algo nuevo y todo me sabe conocido. As bestas, como señala su director en un programa de Carne Cruda, me recordó a Perros de Paja de Sam Peckinpah, pero a la gallega. En realidad, es una buena película, las imágenes son fantásticas, las interpretaciones son increíbles y el uso de la música es un ejemplo de cómo la música se fusiona con la acción y la imagen. Y el guion creo que es muy bueno. Y una parte del guion es la que vengo a comentar aquí o, más bien, la que voy a utilizar para intentar expresar una serie de ideas que me vienen rondando por la cabeza hace tiempo. Me voy a referir a una parte de la película en particular y creo que va a caer algún spoiler. De cualquier manera, aunque sepas el final de la película, lo importante de la trama es ver como se construye el desenlace, no lo que ocurre en sí.

En la película nos encontramos a dos familias enfrentadas, un hombre y una mujer franceses, que deciden irse a vivir a un pueblo de Galicia para desarrollar un proyecto de jubilación en el que cultivan productos ecológicos y reconstruyen las casas del pueblo de manera altruista para intentar revivir el pueblo. El hombre es profesor y con un nivel cultural aceptable. La mujer no queda claro, pero se supone que también. Esta pareja lleva como dos años o algo así en el pueblo, poco tiempo. La otra familia es natural del pueblo, son dos hermanos de unos 50 años y una mujer de unos 70, han vivido toda la vida en el pueblo y se dedican a la ganadería vacuna principalmente. Después de que la familia francesa llegara al pueblo, una empresa noruega de molinos eólicos ofrece a los habitantes del pueblo un dinero para que abandonen sus tierras y puedan poner sus molinos eólicos. Todos acceden menos la familia francesa, bueno, un pastor al principio dice que no, pero acaba falleciendo en el transcurso de la película y su hijo acaba accediendo. Total, que, al final, los franceses son los únicos que no quieren firmar y por ello el proyecto de las eólicas no se puede llevar a cabo. Todo esto se dilucida en una escena antes del fatal desenlace que acaba con la muerte del francés a manos de los dos hermanos gallegos. Vamos a ver qué ocurre en esta escena de la película digna de ver una y otra vez. El francés llega al bar e invita a beber vino a los hermanos y estos acceden. El francés le comenta que el proyecto que llega a cabo en el pueblo es su proyecto para intentar mejorar la vida del pueblo, que eligió este pueblo porque en un momento de su vida acabó tirado en ese pueblo después de una borrachera. Parece que el francés quiere ajustar cuentas con el destino o el universo. El francés quiere convencer al gallego, porque habla principalmente con uno de los hermanos, ya que el otro tiene una ligera deficiencia cognitiva, de que el dinero que le da la empresa no es suficiente para emprender un proyecto de vida fuera del pueblo y le quiere vender el discurso de que la empresa eólica es una multinacional que solo ve el rendimiento capitalista sin tener en cuenta el cuidado del medio ambiente. Al francés le jode que una empresa capitalista venga a quitar la tierra por cuatro duros a las personas, o así lo entiendo yo, es decir, seguro que el francés leyó a Marx y le jode que la tenencia de la tierra quede en manos de los de siempre, las grandes empresas. La lucha del francés es muy loable, es una lucha para conseguir un mundo mejor en contra de las corrientes neoliberales. El gallego le comenta que eso está muy bien, pero que el lleva en el pueblo 50 años y su madre 70 y está harto de oler a mierda, está harto de estar en un pueblo que no ofrece más posibilidades de vida que la de cuidar a las vacas como medio de subsistencia y que le gustaría gastar el dinero de la eólica en comprar un taxi para irse a Ourense con su hermano y su madre y que su madre no tuviera que trabajar más y, tal vez, conocer a alguien y tener una familia. El francés le dice que con el dinero de la eólica igual no es suficiente, pero el gallego señala que es su derecho, algo así como un derecho ganado por trabajar tanto tiempo en la ganadería y ser un desgraciado durante tanto tiempo en aquel pueblo perdido de la mano de Dios.

Más o menos esto es lo que acontece en el bar, igual se me escapa alguna cosa, de cualquier manera, esta escena me hizo recordar una idea a la que le llevo dando vueltas y es que el capitalismo se alimenta de nuestras miserias, de las miserias de la clase trabajadora, de los pobres. De todas, de las del gallego, de la miseria de ser pobre y sin estudio, y de la miseria del francés, la miseria que le hace perder de vista las necesidades de las otras personas para ir en busca de lo que cree que es justo y digno para el ser humano. Para el francés, el gallego puede ser el egoísta que interpone su interés individual al interés del colectivo, un interés que guarda relación con el cultivo ecológico y la recuperación de la España vaciada. Para el gallego, el francés es un egoísta que ve por su propio bienestar individual sin tener en cuenta que la mayoría del pueblo se quieren ir de allí y dejar de oler a mierda. Para el francés, los del pueblo no se dan cuenta del lugar tan maravilloso en el que viven y de la importancia de ser poseedores de tierras y de poder cultivarlas. Para el gallego, el francés no tiene ni idea de lo que es trabajar el campo, ya que lleva solo dos años “jugando a las granjas”, no sabe lo que es trabajar duro ni aguantar toda una vida de sacrificio en la tierra que poseen. El francés cree que con lo que hace está cambiando el mundo y el gallego lo que quiere es ampliar su mundo. Cuando la eólica aparece el gallego dice que se dan cuenta de lo desgraciados que eran. Cuando el capital aparece, las miserias de los pobres salen a la luz, ya sean miserias morales o económicas.

Voy a poner el ejemplo que me hizo pensar en esto por primera vez. Yo siempre le digo a mi familia que no compre en determinadas tiendas como el Primark o el Shein, pero al final no me hacen caso y acaban comprando. Esto es algo que me costó entender, me costaba entender porque no éramos capaces de entender que comprar una camisa a dos euros es algo que no es sostenible ni ecológica, humana ni económicamente. Yo era como el francés. Creía que se podía luchar a contracorriente en un sistema capitalista a través de pequeñas acciones aisladas. Ya sabéis: “se el cambio que quieres en tu vida”, “haz tu parte por pequeña que sea” (la historia del colibrí), “recicla”, “apaga la luz”, “ahorra agua”, “no compres en Primark”, etc. Todas consignas individualistas que, en un momento dado, entran en contradicción con la perspectiva de otra persona. Cuando le decía a mi padre que fuera a comprar unos repuestos de bici a la tienda del barrio en vez de en el Decathlon, o que fuera a la tienda del barrio en vez de al Mercadona o al Alcampo o a mi madre y hermana que compraran ropa en otro sitio en vez de en el Primark, me padre me decía: “Es que me los deja más baratos”, “es que la ropa está bien”, y así todo. Tanta razón tienen ellos como la puedo tener yo.

La realidad es que en un mundo hipercapitalista o donde se da un realismo capitalista, según Mark Fisher, donde el capitalismo lo absorbe todo y todo es susceptible de convertirse en una mercancía, las respuestas individuales de los sujetos por muy loable y dignas que sean, no pueden escapar de la lógica capitalista, incluso las empresas cooperativas o los centros autogestionados, por mucho que intenten escapar a la lógica capitalista, siempre deben tener en cuenta ciertas premisas que involucran prácticas capitalistas, empezando por las cuentas que debes rendir ante el estado.

Con esto no estoy abogando por un nihilismo postmodernista que nos lleve a abandonar los ideales de solidaridad, altruismo y demás. Lo que digo es que la mejora de nuestra relación con el medio ambiente, de las condiciones laborales y la vida de las personas, acabar con el ejército de reserva que es la condición de los desempleados, etc., no vendrá de pequeños cambios individuales, sino de una transformación radical y ontológica del modelo político económico capitalista imperante. Me puedo quejar mucho del Primark, pero es el sistema el que no funciona, el sistema es capitalista, no la empresa, de hecho, aunque quisiera, una empresa sola no podría cambiar todo el sistema. Amancio Ortega se podría levantar un día con un virus comunista y que las fiebres le llevarán a cambiar la forma de producción de Zara y aun así no podría cambiar el sistema.

Las pequeñas luchas individuales son parte de la lógica capitalista. La capacidad que tengamos de abrirnos y escuchar las miserias del otro nos pondrá en situación de comprender las necesidades de los otros. Y dentro de la lógica capitalista esto tiene que ver con dejar de lado algunas batallas para velar por el bienestar del colectivo que puede ser tu propia familia o el grupo de amigos. Las personas queremos vestir bien y no gastar mucho dinero, salir a cenar ahorrando lo posible, etc., y hasta que alcancemos una sociedad comunista donde podamos planificar la producción, la extracción de materia primas, la contaminación, el consumo de carne, evitar la explotación laboral en otro países, etc., debemos buscar la manera de vivir bien y de convivir con nuestras miserias para que los conflictos no nos aparten los unos de los otros, sino que debemos utilizar los conflictos para pensar en otras formas políticas, económicas y sociales desde la lógica comunista para intentar solventar los problemas del hipercapitalismo o del realismo capitalista en el que vivimos. Noam Chomsky iba al Mcdonalds a meterse sus buenas hamburguesas y luego se quejaba del capitalismo y no pasa nada. Podemos vivir comprando en Shein y ser comunistas y, a su vez, juntarnos con otras personas para ver de qué manera conformamos mayorías comunistas que nos permitan cambiar el sistema.

Vamos, que el gallego tenía razón.

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