Son tiempos difíciles para el personal de carrera de Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil), institución cuyo espíritu de cuerpo preferiría ser un espejo tropical del Foreign Office inglés. Acontece que al Sur del mundo ocurren imprevistos, aunque menos intensos que en el Mundo Árabe e Islámico. Después de confrontarse con el espionaje electrónico […]
Son tiempos difíciles para el personal de carrera de Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil), institución cuyo espíritu de cuerpo preferiría ser un espejo tropical del Foreign Office inglés. Acontece que al Sur del mundo ocurren imprevistos, aunque menos intensos que en el Mundo Árabe e Islámico. Después de confrontarse con el espionaje electrónico de la potencia hegemónica y salir mareado, el canciller Antonio Patriota no resistió a un quiebre de jerarquía. Para agravar su situación, el acto del encargado de negocios del Brasil en Bolivia, Eduardo Saboia, generó el hecho necesario para cambiar la situación. Finalmente la derecha política (dentro y fuera del gobierno) tiene un caballo de batalla en la pauta de las relaciones exteriores. El asilo del senador de oposición boliviano Roger Pinto Molina, representante del departamento de Pando por la Convergencia Nacional, y su posterior fuga del país, abrió el flanco generando la motivación necesaria para que Dilma Rousseff cambiara al ministro. Hubo cambio de posición entre los gobiernos de Lula y de Dilma. El primero, que definitivamente tiene que ser blanco de críticas de la izquierda operó una política externa de pragmatismo diplomático, abriendo mercados y pulverizando a los compañeros comerciales brasileños. Ya el gobierno Dilma se muestra con una reaproximación paulatina a la posición más «neutral» del Brasil, tanto en cuestiones regionales como planetarias.
El Brasil tiene por tradición la concesión de asilos
La tradición diplomática brasileña es conceder asilo, pero no ser parte en una operación internacional como la ejecutada con el senador boliviano Roger Pinto Molina. Por los acuerdos firmados entre ambos países, así como los miembros del MERCOSUR, la concesión de asilo tendría que venir acompañada por un salvoconducto. El beneficio del asilo sin poder hacer efectiva la salida del oposicionista también acusado por crímenes comunes, creó una situación de hecho durante 15 meses y también generó la ira de los diplomáticos de carrera de Itamaraty.
Antes que los lectores más militantes se enojen con este texto, advierto que el mismo intenta ser analítico del comportamiento de la 5ª economía del mundo para con los vecinos. Es un hecho que durante el gobierno de Lula (2003-2010), el Brasil se comportó relativamente bien en algunas situaciones, como lo hizo al recibir como asilado en su embajada en Tegucigalpa a Manuel Zelaya Rosales, presidente depuesto por un golpe de Estado en Honduras en junio de 2009.
Roger no fue el primer tabú de Lula y Dilma en la pauta, basta acordarse de Cesare Battisti, el ex-guerrillero urbano italiano que recibió asilo en el país. Después de idas y venidas en el Supremo Tribunal Federal (STF, Suprema Corte brasileña), Battisti fue liberado del Complejo Penitenciario de la Papuda (en el Distrito Federal), adquiriendo la libertad en junio de 2011. Aún en el primer gobierno Lula, en abril de 2005, el Ministerio de las Relaciones Exteriores del Brasil (Itamaraty) ofreció asilo al depuesto ex-mandatario ecuatoriano, coronel Lucio Gutiérrez Ruiz. Como se sabe, el coronel Gutiérrez presidente electo en 2002, justamente por haber tomado parte -o al menos no haber reprimido- un levantamiento popular contra las medidas neoliberales de Jamil Mahuad, con medidas semejantes que llevaron la deposición del también neoliberal Abdalá Bucaram. En 2005, Gutiérrez sufre del mismo remedio y, después de intentar implantar medidas anti-populares, una pueblada lo depuso. Gutiérrez finalmente desistió del asilo y vagó por el continente.
Brasil tiene una ancha tradición de asilo político para disidentes de diferentes matices políticos. Unos que hasta preferíamos que no vinieran al país, como el propio Pinto Molina, o tal como los militares paraguayos, Alfredo Stroessner (ex-dictador del Paraguay, de 1954 a 1989) y su ex-aliado, Lino Oviedo, ex-comandante del Ejército Paraguayo que comandó una tentativa de golpe en 1996. El gobierno Menem lo recibió primero y después el Brasil.
El cambio de cancilleres en el gobierno Dilma: sale Patriota y entra Figueiredo
El recambio, con la venida de Luiz Alberto Figueiredo desde la representación de la ONU y la ida de Patriota de esta función puede ser positivo para el actual gobierno. Definitivamente, Dilma no está consiguiendo repetir casi nada de los ocho años anteriores. Durante los dos mandatos de Luiz Inácio Lula da Silva Brasil ganó una proyección inédita hasta entonces, llegando al ápice como pívot en tres ambientes complementarios, a saber: BRICS, G-20 y UNASUR. El alineamiento brasileño vuelto hacia las relaciones Sur-Sur y el pragmatismo comercial, priorizando el acceso y apertura de nuevos mercados la reveldía a alinearse explícitamente con los EUA y su selectiva defensa de los derechos humanos llevó a dos situaciones en nuestra política interna. Irritó los defensores de relaciones más «carnales» con la potencia hegemónica, a ejemplo del cordón umbilical que conectara a Fernando Henrique Cardoso con Bill Clinton. Simultáneamente hizo del entonces canciller Celso Amorim, hoy al frente de la Defensa, una estrella en ascenso.
De 2011 para acá no hubo brillo y cuando estuvimos en evidencia, la agenda tampoco fue positiva. Sería más confortable defender el gesto que nos ocupa si ocurriera en un país alineado a los EUA y el opositor fuera un activista de derechos humanos. Ocurrió lo contrario. Roger Molina es ultrasospechoso y hubo un doble quiebre de la jerarquía, diplomática y militar. Aun así, el diplomático brasileño tiene razón. Preferible el castigo por haber desobedecido a sus superiores, que tener un cadáver en su hoja de servicios. Mientras la oposición aprovecha al huésped antibolivariano, el palacio Planalto borra otro incendio, pero de segunda monta. Esta vez, la montaña parió un ratón.
Bruno Lima Rocha es politólogo (phd) y profesor de relaciones internacionales
(www.estrategiaeanalise.com.br / [email protected])
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.