«Ya va siendo hora de que la izquierda deje de obnubilarse con la crítica a la pobreza y pase a una crítica radical a la riqueza» Sin duda que la avalancha de inmigrantes sobre las vallas de Ceuta y Melilla es un espectáculo dantesco. Son personas desesperadas, víctimas del hambre, que buscan un trabajo para […]
«Ya va siendo hora de que la izquierda deje de obnubilarse con la crítica a la pobreza y pase a una crítica radical a la riqueza»
Sin duda que la avalancha de inmigrantes sobre las vallas de Ceuta y Melilla es un espectáculo dantesco. Son personas desesperadas, víctimas del hambre, que buscan un trabajo para poder vivir. Sin duda que es una experiencia muy dolorosa ver a los inmigrantes dejados en el desierto a la mano de Dios. Son los espectáculos del hambre que asola a la abandonada Africa. Lo que me parece un error es que las armas de la crítica se dirijan a Marruecos y se le exija a su gobierno que respete los derechos humanos de los inmigrantes. Los derechos humanos es la expresión idealizada del hombre burgués. De manera que quienes analizan el mundo en términos de derechos humanos, están atados a los conceptos de la burguesía. Es un error pensar que la pobreza, la infinita pobreza que azota al mundo, puede solucionarse exigiendo que los Estados respeten los derechos humanos. Es un error no ver que la cuestión está en criticar el carácter burgués de los derechos humanos, en poner al descubierto sus limitaciones y su idealismo, y no en exigir su realización. Pensar que el futuro de la humanidad, su felicidad y paz, está en la realización de los derechos humanos, en hacer realidad los ideales de la sociedad burguesa, es un grave error de izquierda.
Cada vez soporto menos que la sociedad burguesa española se alarme con lo que sucede en Melilla y que se indigne con lo que hace Marruecos con los inmigrantes. Cuando la verdad es que cada 24 horas mueren 100.000 personas de hambre en el mundo, de los que 40.000 son niños. Deberíamos estar, por lo tanto, todos los días, cada hora y cada minuto, alarmados e indignados. Pero nuestra mirada crítica no debería dirigirse ni perderse en los extensos campos de la hambruna, sino que se debería concentrar en la acomodada clase media y en los grandes acaudalados. Nuestra mirada crítica se debería dirigir contra las distintas formas de enriquecimientos desmesurados e injustos que existen en nuestras apreciadas sociedades occidentales. Hacemos más criticando el enriquecimiento desaforado de los futbolistas, tenistas y motoristas de elite, que criticando al Estado marroquí por no respetar los derechos humanos. Algunos dicen que lo que ganan los deportistas de elite es una riqueza que ha sido generada por ellos mismos, pero se olvidan de decir que lo ganan dentro de un determinado sistema de relaciones económicas entre los hombres. De manera que si cambiáramos estas determinadas relaciones económicas entre los hombres, aquellos enriquecimientos desproporcionados dejarían de producirse.
Los países capitalistas más avanzados no cesan de desarrollar las fuerzas productivas y con ello no cesan de destruir a los capitales que no están a la altura del nuevo nivel tecnológico. El capital es el más grande destructor del capital. Y el capital de las grandes naciones de continuo destruye al capital de las naciones pobres y atrasadas. Toda esa pobreza que asola el mundo es fruto del capital y de su imperial globalización, de su concentración de la propiedad y de propinarle a las fuerzas productivas un desarrollo incesante y vertiginoso. El capital no sólo es un creador de riqueza sino también su destructor. El advenimiento de los hipermercados ha supuesto la destrucción de muchos supermercados. Así que se ha destruido riqueza y puestos de trabajo. Y si esto lo hace el gran capital en nuestra propia tierra, qué no hará en los países pobres. No se trata, por lo tanto, de luchar para que los Estados respeten los derechos humanos y se hagan realidad en todas las partes del globo, sino de luchar para que la forma de capital no sea la forma dominante de relación económica entre los hombres. Y para lograr esto hay que luchar por tres objetivos: uno, que las grandes empresas sean de propiedad pública, dos, que se ponga un tope máximo al ingreso personal, y tres, que los países más avanzados frenen el desarrollo de sus fuerzas productivas. No se trata de imaginar revoluciones para los países atrasados, sino de realizar una gran revolución económica en los países avanzados. Sólo así el injusto mundo y la pobreza que lo azota tendrán solución.
(Si el lector quiere tomar cuenta de una crítica a la naturaleza burguesa de los derechos humanos, puede leer mi trabajo «Los derechos humanos» publicado en este mismo medio: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=14608).