En lo que llevamos de año, han muerto más de 2.700 migrantes en el Mar Mediterráneo, pero las lavadoras tienen apps para el teléfono móvil; la epidemia de cólera en Yemen, de la que usted no ha oído hablar, ronda los 800.000 afectados y supera los 2.100 muertos, pero desde el punto de vista de […]
En lo que llevamos de año, han muerto más de 2.700 migrantes en el Mar Mediterráneo, pero las lavadoras tienen apps para el teléfono móvil; la epidemia de cólera en Yemen, de la que usted no ha oído hablar, ronda los 800.000 afectados y supera los 2.100 muertos, pero desde el punto de vista de la economía, la venta de armamentos no se diferencia de la venta de alimentos; el cambio climático desplaza a 22 millones de personas al año, pero usted discute con su compañero de trabajo por el aire acondicionado… ¿no ve cómo incluso la falacia ha elegido bando?
Anónimo
Escribió Artaud que nadie nunca ha escrito, pintado, esculpido, modelado, construido o inventado excepto para salir del infierno; sin embargo, bien cierto es que a través de cualquiera de esas formas de expresión y creación, ahora meras transacciones comerciales, se han traído a esta tierra moribunda no pocos infiernos de prisión, consumo, soledad y desasosiego.
Estas malas artes se han prostituido para apuntalar el pensamiento único y para silenciar, y ridiculizar, sus negaciones más rupturistas y transformadoras, relegándolas al frío de la alteridad y al agotamiento de la contracorriente; el sentido económico lo inunda todo, a la fuerza, ocupando los espacios comunes, pero también usurpando y asaltando aquellos esenciales de reflexión y acción.
Gozan dichas artes, ¿o tecnologías?, de gran demanda en todo lo que tiene que ver con los miedos de masas, donde los nuevos evangelistas son proxenetas de la palabra y violadores de la Historia que adoctrinan a sociedades infantilizadas y caprichosas a golpe de editorial, comercial o conexión en directo; como si tal farsa sólo aconteciera en los colegios y las universidades de los otros…
Los intelectuales a sueldo, ya no hay de otro tipo, se alinean por colores, banderas y gallardetes como si de una competición deportiva se tratara, pero todos juegan para una misma liga (unión o mezcla) que es medio y fin. Avalan las distintas opciones de una misma cosa, de la misma forma que se llenan las estanterías en un supermercado. Para un consumo de dogmas bien rápido y fácil.
Y es que no se trata de pensar demasiado, sino de elegir bando, marca e identidad. Se trata de forjar una igualdad ovina que corea, desde una ilusión de libertad, consignas esencialistas a escasa distancia del culo del vecino. Un rebaño hiperconectado e hiperinformado que no se entera de nada, pero lo transmite todo, que confunde las redes con las colectividades y que siempre sale trasquilado.
La resistencia y rebeldía de la otredad o de la extrañeza perturba y ralentiza la comunicación llana de lo igual, escribía Byung-Chul Han en su «Psicopolítica», acaso respondiendo a un retórico Cioran: ¿De qué proviene que en la vida […] la rebelión, incluso pura, tenga algo de falso, mientras que la resignación, aunque brote de la abulia, da siempre la impresión de lo verdadero?. La negación es enemiga de la fluidez que se asocia a la verdad.
Así es que parece haber suficiente con una democracia, oscura pero correcta, que es del demos, gremial y etnocéntrico (Maillard) y que se sostiene en el krátos, el poder, pues este ordenamiento forzoso de colectivos obedientes (institucionalistas, constitucionalistas, patriotas,…) diluye, fácilmente, la capacidad de comprensión, compasión y generación de conocimiento de lo que ataña a lo común, al otro como a uno.
Frente al positivismo, la corrección y los oficialismos que adocenan, es imprescindible recuperar la capacidad, la organización y el valor de la negación, como palanca y semilla del pensamiento crítico y libre, mimbres, estos, en la igualibertad (Riechmann), para un escenario de emancipación social: Educación, (Anti)Pedagogía, Justicia, Solidaridad, Respeto, Horizontal, Apoyo Mutuo, Cooperación, Comunidad, Autogestión. Todo lo demás, es dēmokratía vulgaris, o peor.
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