Celebrar y reflexionar son dos acciones que no suelen ir apareadas. La celebración supone un logro, aunque tan solo sea la satisfacción de algo bien hecho, mientras que la reflexión acompaña por lo general al fracaso o al error.
Mucho más en términos políticos, ya que no es la euforia del triunfo sino la derrota, la que invita con más fuerza a meditar en profundidad sobre las corrientes que subyacen a la escena externa de cada acontecimiento.
Sin embargo, el vértigo de los tiempos coloca a los desafíos por venir casi en simultaneidad con las glorias del presente, por lo que bien vale agregar a las alegrías devenidas de objetivos alcanzados el análisis de posibles horizontes.
Previo a ello, cabe preguntarse si verdaderamente hay algo para celebrar en medio de una espantosa pandemia, una cada vez más acentuada desigualdad, un agudo deterioro medioambiental o la persistencia de la discriminación y la violencia en sus distintas modalidades.
La respuesta es que sí, ya que la ampliación de la conciencia social sobre la necesidad de transformar estas situaciones es un elemento central para su realización. Acaso no exista unanimidad o comprensión plena sobre los factores que motivan el agravamiento de las condiciones de vida, pero la movilización social por alternativas de cambio es a todas luces cada vez más fuerte y decidida.
Celebración de triunfos políticos
Durante este año, el importante e inesperado triunfo de un maestro rural en las elecciones peruanas junto al resonante éxito de Xiomara Castro en Honduras, constituyen dos conquistas claras del pueblo llano frente a la dictadura de oligarquías locales instaladas con el beneplácito de la estrategia geopolítica de dominancia de los Estados Unidos.
Del mismo modo, la victoria de un amplio movimiento popular en Chile sobre el intento de restauración del fascismo pinochetista es el broche de oro con el que se cierra el año electoral.
Tan solo pervive cierta pena por el revés sufrido por el representante de la Revolución Ciudadana en Ecuador frente al poder de la banca, acontecimiento en cuyo desenlace la persecución política, la desinformación intencional y la injerencia externa fueron agentes decisivos del desenlace.
Junto a estos momentos clave hubo también otras coyunturas relevantes en las urnas, como la contundente pero también controvertida reelección de Ortega en Nicaragua, la masiva superioridad de las fuerzas bolivarianas en las elecciones regionales de Venezuela y el lamentable avance opositor en las legislativas de Argentina.
Relevantes han sido también la independencia de Barbados del todavía presente colonialismo británico en el Caribe, el extendido Paro Nacional en Colombia, las movilizaciones en cientos de ciudades en Brasil y las muestras de fortaleza popular frente a los embates reaccionarios en Bolivia y Cuba.
A nivel general es destacable el protagonismo de una nueva generación, de las mujeres y de múltiples movimientos sociales como actores decididos a hacer frente a una plutocracia de hombres encanecidos, representantes de una forma política encallecida.
En el marco de una crisis sistémica de proporciones terminales y ante esta innovadora “rebelión de las masas” de rostro joven y femenino, pero también plurinacional, territorial, de fuerte sentido ecologista y contrario a toda forma de discriminación, los poderes establecidos se defienden con diversas estratagemas, como la reconversión verde y digital del capitalismo o las opciones anacrónicas y ultraconservadoras.
En síntesis, el mundo nuevo ya está apareciendo y los monstruos ya no son los del claroscuro gramsciano, sino la resistencia manifiesta del viejo poder que se niega a ceder.
Reflexión sobre el poder
La alegría es, en estas circunstancias, por haber impedido en varios lugares que ese viejo poder de facto tenga también las riendas formales del Estado como simple extensión de sus apetencias de acumulación y preservación de privilegios.
Aún así, queda claro que el mero poder ejecutivo gubernamental no garantiza en lo más mínimo la efectiva gobernabilidad y la posibilidad de acometer los programas favorables a las demandas populares.
Por ello es preciso identificar las fuentes desde donde emana el poder obstructivo para ir logrando desactivar su influencia.
Sin duda que, sin ser su instancia última, el poder actúa de manera manifiesta sobre distintos resortes institucionales para ejercer su capacidad de veto. Entre éstos, se encuentran los textos constitucionales, las leyes y la cooptación de sus intérpretes, el hermético enclave judicial sobre el cual el pueblo no tiene (salvo honrosas excepciones) poder electivo alguno.
Del mismo modo, los medios de prensa de propiedad concentrada construyen de manera cotidiana y omnipresente los escenarios sobre los cuales se afirman las ambiciones ilegítimas del poder particular sobre el todo, mientras que diversos cuerpos armados actúan como cancerberos de ese orden impuesto.
El factor que da consistencia y dirección a ese entramado nefasto es el capital, hoy financiero, multinacional, improductivo y sumamente concentrado, al que debe enrostrarse la responsabilidad primera por el calamitoso estado de cosas.
La necesidad de una democracia multidimensional
En vista de la descripción anterior, la democracia liberal tradicional, que sirvió al ascenso burgués en el siglo XVIII frente al régimen colonial tripartito de las testas coronadas, la aristocracia y el clero, es insuficiente en la actualidad para el crecimiento social.
Por ello no es en absoluto casual que el imperialismo estadounidense, heredero y gestor del poder colonial en manos capitalistas, se identifique con la imposición de ese tipo de democracia, que ni siquiera tiene plena vigencia en su propio país.
Un nuevo concepto y una nueva práctica de la democracia debe consolidarse: una democracia multidimensional, que permita que las íntimas estructuras en las que subsiste el impulso concentrador, antipopular y neocolonial puedan tomar otras características o sencillamente ser suplantadas.
El principal atributo de una democracia multidimensional, real y estructural, es la distribución equitativa del poder en todas sus instancias, ya sean institucionales, comunicacionales, económicas, de género o de cualquier otro tipo.
En términos estrictamente políticos, es esencial la activa, protagónica y permanente participación popular, en dirección a un autogobierno descentralizado y federativo que contemple paridades de género y generacionales junto a un aceitado mecanismo electivo y consultivo que permita incidencia efectiva y cumplimiento de los acuerdos tomados.
Es obvio que dicha participación se verá favorecida por la democratización de la instancia económica, la que mediante rentas universales deberá facilitar el reparto de recursos sociales a fin de abandonar una existencia de “trabajos forzados”.
Asimismo, el fortalecimiento de la pluralidad del relato informativo es clave. A ese fin puede concurrir una alianza entre el Estado y el sector comunitario de la comunicación, -cercano desde sus orígenes y en su práctica diaria a las necesidades vitales de la población-, con el objetivo declarado de nivelar el descomunal poder que hoy tienen las corporaciones mediáticas sobre la opinión pública.
Una fuerte alfabetización crítica sobre los entornos digitales y la regulación de su accionar hoy omnímodo, serán elementos indispensables para una re-democratización de la red internet, inicialmente pensada para facilitar el acceso irrestricto al conocimiento, paradigma ahora jaqueado por el interés mercantil.
En ese contexto de evolución social, es imaginable el desarme y la desmilitarización proporcional y progresiva del mundo como así también la disolución paulatina de fuerzas policiales, cuya práctica degradada, en vez de proteger la integridad ciudadana, sirve hoy más a la represión de los pobres, los jóvenes, la disidencia política, o se encuentra en muchas ocasiones en franca connivencia con sectores delictivos.
Estos son unos pocos ejemplos para ilustrar el concepto de multidimensionalidad democrática, que tienen apenas por objeto convocar a la reflexión y al aporte colectivo sobre modelos futuros de organización social.
De acuerdo a esto, el buen desempeño de un gobierno – en especial de un gobierno progresista o revolucionario – podrá ser evaluado a la luz del crecimiento de la democracia en las distintas dimensiones sociales y no solamente en términos institucionales o de mejoría en las condiciones de vida, de por sí, condición primera e insoslayable.
El desafío es triple
En consecuencia, el desafío de la organización social y política se convierte en un objetivo triple. Por una parte, acuñar la unidad coyuntural necesaria desde la convergencia de la diversidad, para evitar que el poder concentrado local e internacional utilice las poleas de la institucionalidad estatal para beneficio propio y perjuicio general.
Por otro lado, diseñar modelos de distribución del poder en cada ámbito. Distribución que será más o menos expedita, más o menos radical o progresiva, revolucionaria o progresista, según la relación de fuerzas que exista en el momento de su aplicación. El solo análisis de la historia reciente permite observar con claridad la oportunidad de cada acción, cuya profundidad habitualmente guarda relación con la magnitud de la crisis sufrida por la población con anterioridad.
Por fin y de fundamental importancia, es la transformación colectiva en el campo de la subjetividad, en el campo de los valores que dan dirección y sentido a la existencia individual y común, aspecto que es crucial para dotar de coherencia y permitir que los cambios que pudieran lograrse en la superficie social, echen raíces duraderas.
Si la posesión, la apropiación y la negación de la intención de otros continúan siendo la moneda corriente, difícilmente se pueda aspirar a una sociedad solidaria, colaborativa y de libertad creciente para todas y todos.
Un nuevo sentido de la vida personal y social, tendiente a la humanización y a la superación del dolor y el sufrimiento en nosotros y quienes nos rodean, nos convoca.
(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en Pressenza, agencia internacional de noticias con enfoque no violento.
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