Más que un poeta, Neruda es una novela larga y contradictoria que los chilenos escribimos incesantemente. En Chile, escribir sobre Pablo Neruda es casi un deporte nacional. Narradores y poetas, ensayistas, políticos y guías de turismo han convertido al autor de Residencia en la tierra en algo así como una marca registrada, sobre […]
Más que un poeta, Neruda es una novela larga y contradictoria que los chilenos escribimos incesantemente. En Chile, escribir sobre Pablo Neruda es casi un deporte nacional.
Narradores y poetas, ensayistas, políticos y guías de turismo han convertido al autor de Residencia en la tierra en algo así como una marca registrada, sobre todo por estos días, cuando se cumple el 103 aniversario de su nacimiento parece justificar prácticamente cualquier exploración, por lateral o anodina que sea, en la vida -que no en la obra- del poeta: Neruda huyendo de la persecución política mientras escribe Canto general; Neruda en México, saboreando iguanas, saltamontes y hormigas en conserva; Neruda infiel, Neruda mal padre, Neruda buen amigo, etcétera.
Más que un poeta, Neruda es una novela larga y contradictoria, que los chilenos escribimos incesantemente, con entusiasmo y -me temo- escaso sentido del decoro. Aquí va un resumen de sus capítulos fundamentales:
Neruda enamorado
Esta es la folletinesca historia de un joven de provincias que en 1921 arriba a Santiago para participar de la frágil bohemia de la época. Alto, flaco, triste, disfrazado de poeta maldito, el estudiante deambula por pensiones pobres y bares de mala muerte.
Tan sólo tres años más tarde, sin embargo, con Veinte poemas de amor y una canción desesperada -su primer libro importante- comienza, oficialmente, el mito: «He ido marcando con cruces de fuego/el atlas blanco de tu cuerpo», escribe, y la crítica local, acostumbrada al erotismo velado y púdico entonces imperante, reacciona con mal disimulado desconcierto.
Más temprano que tarde el libro se transforma en un verdadero best seller, en uno de los escasos best sellers de la historia de la poesía y, quizá por lo mismo, inaugura una nueva retórica amorosa.
Consecuentemente, los poemas pierden buena parte de su efecto. Con calculada saña, Pablo de Rokha -el enemigo literario número uno de Neruda- definió alguna vez Veinte poemas de amor y una canción desesperada como «la Biblia típica de la mediocridad versificada». Vicente Huidobro -el enemigo número dos- no fue más generoso: «Para tangos me quedo con Gardel».
Por otra parte, en su novela Ardiente paciencia -rebautizada como El cartero de Neruda, después del éxito de la película homónima- Antonio Skármeta transformó al poeta en una insufrible celestina. Desde entonces, centenares de mujeres en el mundo han sido importunadas por lectores que a falta de recursos propios esgrimen los Veinte poemas o los Cien sonetos de amor como carta de triunfo.
Neruda angustiado (subtítulo)
Este es el mejor pero uno de los menos conocidos capítulos de la novela Neruda: el joven sigue siendo joven, tiene apenas 23 años, y lo único que quiere es salir de Chile. Acepta, entonces, un peregrino nombramiento -ad honorem- como cónsul de Chile en Rangún. «Las más grandes hambres de mi vida las pasé en Rangún», escribió luego. El sacrificio diplomático, sin embargo, mereció la pena: después de Rangún, Colombo, Batavia y Singapur, en 1933 Neruda pasa a Buenos Aires y luego a Barcelona y a Madrid, siempre en calidad de cónsul.
Es justamente en Madrid donde, en 1935, aparece la primera edición completa de Residencia en la tierra, con toda seguridad uno de los mayores libros de la poesía en lengua española. Poemas como «Galope muerto», «El fantasma del buque de carga» y «Walking around» registran un mundo descompuesto donde el sujeto navega perdido «en un agua de origen y ceniza», buscando fragmentos con los que recomponer su extraviada identidad.
Curiosa o previsiblemente, más de una vez Neruda renegó de este libro que, para muchos, es el mejor de su producción poética. En 1954, como si se tratara de la versión siglo XX del Werther de Goethe, declara: «No he podido retirarlo por completo de circulación, pero no lo recomiendo. Si yo fuera gobierno, prohibiría su lectura a los jóvenes».
Neruda comunista (subtítulo)
La Guerra Civil de España saca a Neruda del ensimismamiento. Para Franco van estos versos lapidarios: «Solo y maldito seas,/solo y despierto seas entre todos los muertos,/ y que la sangre caiga en ti como la lluvia,/ y que un agonizante río de ojos cortados/te resbale y recorra mirándote sin término».
Por entonces también escribe un Canto a Stalingrado, es elegido senador, se afilia al partido comunista, es perseguido por el presidente de la República, pasa a la clandestinidad y al exilio, y emprende su proyecto más ambicioso: Canto general, publicado en 1950. «Para algunos lectores exigentes, el Canto general es una obra dispareja. La cordillera de los Andes es también una obra dispareja, señores lectores exigentes», ha dicho Nicanor Parra.
Como sea, en las casi quinientas páginas del libro predomina la figura del poeta como un portavoz del mundo precolombino, un cronista de la «verdadera historia» de América. Poco queda de la incertidumbre de Residencia en la tierra. Neruda parece haber encontrado las esperadas soluciones. En Las uvas y el viento, de 1954, vuelve a simplificar el marxismo para construir una voluntariosa imagen de la Europa de la época.
Ese mismo año comienza a publicar sus Odas elementales, un intento de poesía «de las cosas sencillas», semididáctica: el diccionario, la farmacia, el picaflor, la solidaridad, la tipografía y hasta la lagartija son pretextos suficientes para que Neruda eche a andar la máquina de la poesía. Como era de esperar, el resultado es por momentos notable -la Oda al gato, por ejemplo- y otras veces lamentable. Disparejo.
Neruda el desconocido (subtítulo)
«Si Neruda hubiera sido cocainómano, heroinómano, si lo hubiera matado un cascote en el Madrid sitiado del 36, si hubiera sido amante de Lorca y se hubiera suicidado tras la muerte de éste, otra sería la historia. ÂíSi Neruda fuera el desconocido que en el fondo verdaderamente es!», escribió el chileno Roberto Bolaño en un cuento de su libro Putas asesinas.
Durante las dos últimas décadas de su vida, Neruda fue una figura importante de la izquierda internacional, un candidato habitual al Nobel de Literatura, un sibarita, un coleccionista de caracolas (y de mascarones de proa y de botellas de Chivas) y también, como apunta Bolaño, un desconocido, un célebre señor rodeado de secretarios que actuaba más como un personaje que como una persona.
En Estravagario -un libro notable, publicado en 1958- escribe: «Todos pican mi poesía/con invencibles tenedores/buscando, sin duda, una mosca». Más tarde, deseoso de guiar a la historia, escribe sus memorias en verso (Memorial de Isla Negra) y en prosa (Confieso que he vivido, «un librito de anécdotas», según Enrique Lihn), dos obras bastante distintas.
En Memorial de Isla Negra, en todo caso, Neruda parece convencido de que ha sido muchos hombres y varios poetas, a veces contradictorios entre sí. Después del Premio Nobel y de los innumerables discursos, vinieron la enfermedad y la muerte, el 23 de septiembre de 1973. Doce días antes, Augusto Pinochet había destruido para siempre el Chile de Neruda. La escena final es muy triste: un funeral vigilado por los militares en un Santiago de Chile escombroso y desolado.
ag/az
*Poeta chileno residente en España. Exclusivo de Cronopios, para Prensa Latina.