Nos hallamos en el umbral de una nueva etapa en América Latina. No se trata, quizás, de una era de rebeldías y perturbaciones, como la ocurrida en las décadas de los sesenta y setenta. Amotinamientos y agitaciones obreras marcaron esos años, movimientos guerrilleros y alzamientos armados, de diverso origen y composición, sacudieron con una epidemia […]
Nos hallamos en el umbral de una nueva etapa en América Latina. No se trata, quizás, de una era de rebeldías y perturbaciones, como la ocurrida en las décadas de los sesenta y setenta. Amotinamientos y agitaciones obreras marcaron esos años, movimientos guerrilleros y alzamientos armados, de diverso origen y composición, sacudieron con una epidemia de violencias a nuestro continente. Los politólogos atribuyeron el fracaso de la guerrilla a la inexistencia de condiciones objetivas. Sin embargo, existían algunas condiciones: la depresión del nivel de vida, la distribución desigual de la riqueza, el endurecimiento del autoritarismo.
El ejemplo de la Revolución cubana inspiró a muchos inconformes, alentó a la oposición de izquierda a tomar el camino de la insurrección. Cuba se convirtió en la base logística de toda rebeldía latinoamericana y alentó también la especulación teórica. Algunos partidos comunistas latinoamericanos se habían burocratizado, eran arcaicos, dogmáticos, temían a la autoridad constituida, aspiraban a efímeras alianzas con las burguesías locales, pretendían alcanzar el poder con la lucha de masas, con la movilización sindical, por vías electorales. Los ideólogos cubanos plantearon una alternativa más romántica, inspirada en lo que habían alcanzado: la vía de las armas.
Pese a la miseria crónica, a los millones en el umbral de la pobreza absoluta, no existían ni la organización, ni nivel de conciencia necesarios para el triunfo de los movimientos revolucionarios armados. La izquierda insurrecta se desvaneció también por su dogmatismo, por su empecinamiento en la acción, por su desdén de las fórmulas políticas. La actitud insurreccional entró en retroceso en toda América Latina. Ante el auge de la insurgencia, la burguesía asustada respondió, entonces, con la fórmula de la sedición militar. Los gorilas castrenses tomaron el poder en casi toda América Latina y aplicaron la guerra sucia: la tortura, la represión, el asesinato masivo de los izquierdistas del continente.
Las enseñanzas de los Chicago Boys en Chile adquirieron dimensiones de catecismo económico. La democracia estilo yanqui se implantó Los tiranosaurios militares se ocultaron tras jóvenes empresarios. En un texto de Mario Vargas Llosa, afirmaba que el viejo debate entre capitalismo y socialismo había terminado. El nuevo debate giraba en torno a cómo sería el capitalismo futuro. Se basaba Vargas Llosa en los fenómenos que anunciaban el inicio del presente decenio: el colapso del modelo soviético de socialismo, la prosperidad de los países de Asia oriental, la transformación de los partidos de izquierda en programas cercanos a la socialdemocracia, el resurgimiento del liberalismo.
Pero existían catalizadores que movían al cambio social: la masacre de Tlatelolco, la insurrección de París, la guerra en Vietnam, la influencia del ejemplo de Cuba, la píldora anticonceptiva y la emancipación sexual, la minifalda, el consumo masivo de drogas. Las privatizaciones se pusieron de moda y se dijo que mientras más se redujese el Estado más espacio habría para la iniciativa privada que era, en última instancia, quien habría de resolverlo todo. Se comenzó a privatizar el sistema de prisiones. Los programas de seguro social sufrieron un retroceso y las jubilaciones se entregaron a los bancos.
Al cabo de los años hemos visto que la riqueza se polariza cada día más: aumentan los millonarios y crece la miseria. Se suprimen los monopolios públicos pero los privados que lo sustituyen solamente atienden el incremento de utilidades y no el servicio social. Los tigres asiáticos se desinflaron, Japón entró en eclipse, Rusia, que nunca llegó a implantar un verdadero capitalismo sino la hegemonía de una mafia inescrupulosa, vio su economía deshacerse como una pompa de jabón. Las inversiones desertaron de los países llamados emergentes.
Mientras tanto Estados Unidos lanza el ALCA para estrangular aún más al traspatio latinoamericano. Proyectos, pactos, alianzas y convenios no han faltado. La Doctrina Monroe data de 1823, el Presidente Taft elaboró la Diplomacia del Dólar, Teodoro Roosevelt ideó la Diplomacia de las Cañoneras, Franklin Roosevelt aplicó la Política del Buen Vecino y John Kennedy utilizó la Alianza para el Progreso.
La ley del mercado que Estados Unidos quiere imponer a su traspatio no es una solución. El endeudamiento no permite a los países subdesarrollados salir de sus miserias. La sociedad de consumo no puede extenderse a escala universal. Los ricos despilfarran, los pobres necesitan. El lujo exorbitante existe junto a las carencias más absolutas.
Pero en América han surgido Chávez y Evo que junto a Lula, Tabaré y Kirtschner y próximamente Humala y López Obrador, constituirán una América nueva, soberana, más atenta a sus propios intereses que a los del pulpo vecino. La ley del tiburón no le sirve a las sardinas.