En 1932 se efectuaron elecciones en Alemania. El nivel de tensión política se había incrementado en aquellos tiempos. Existía casi un clima de guerra civil. Seis millones de desempleados intentaban sobrevivir durante la crisis económica. Los matones antisocialistas, hostiles al marxismo, atropellaban a los electores. Los nazis volcaron sumas sin precedentes en la propaganda. Por […]
En 1932 se efectuaron elecciones en Alemania. El nivel de tensión política se había incrementado en aquellos tiempos. Existía casi un clima de guerra civil. Seis millones de desempleados intentaban sobrevivir durante la crisis económica. Los matones antisocialistas, hostiles al marxismo, atropellaban a los electores. Los nazis volcaron sumas sin precedentes en la propaganda. Por primera vez se usaron el cine y los gramófonos en las técnicas de persuasión de los votantes. Hitler realizó un maratón de oratoria hablando en 53 ciudades.
Tras efectuarse el recuento de urnas se advirtió que los fascistas alemanes habían aumentado sus votos en un 37.4%, lo cual les otorgaba, con 230 escaños, la mayoría en el Reichstag. Los nazis eran el primer partido de Alemania. A las once de la mañana del lunes 30 de enero de 1933, en una fría mañana de Berlín, Adolfo Hitler asumió en la residencia de Hindenburg el cargo de canciller. Doce años más tarde, tras la muerte horrenda de cincuenta millones de personas, la pesadilla terminó.
Algo semejante acaba de ocurrir en Estados Unidos. Aquella equivocación de la nación germana, aquél mandato otorgado a un psicópata, fue el preámbulo de una tragedia alucinante. Ahora, los pequeños granjeros, los incultos, los rústicos, los subdesarrollados de Norteamérica le otorgaron la renovación presidencial a Bush, lo cual pudiera ser el preludio de una confrontación mundial de desastrosa envergadura.
A partir del triunfo de la revolución cubana se extendió una ola de convulsiones sociales. En Latinoamérica, los movimientos de liberación nacional, las guerrillas. En Europa, la emancipación de las costumbres, los triunfos electorales de la social democracia. En Asia y África, la independencia de los estados coloniales. Las barbas, la minifalda, el rock, las algaradas estudiantiles, en todas partes. Después surgió la contrarrevolución privatizadora de Reagan y Thatcher. El período de Bush amenaza con convertirse en una nueva Contrarreforma. La embestida contra el liberalismo, las tendencias progresistas y el iluminismo será brutal dentro de Estados Unidos. La arremetida contra las soberanías ajenas, la intolerancia, las heterodoxias y las autonomías de pensamiento serán causa de muchas penitencias y mortificaciones.
Tal como ha dicho Heinz Dieterich en un reciente artículo: «Ese proyecto (de Bush) preve la destrucción de ideas e instituciones centrales nacidas de la ilustración europea que ha sido una de las fases más productivas de todos los tiempos, para el progreso de la humanidad. Como tal, la agenda de Bush encarna la amenaza de una auténtica contrarrevolución que implica el retorno a los tiempos de la Inquisición y del Estado teocrático-autocrático. Se trata, en términos evolutivos, de una regresión de cuatrocientos años…»
El triunfo de Bush significa algo más que el triunfo de un partido, entraña la instauración de un regreso al absolutismo, a la supremacía de la fe sobre la razón, de la tradición sobre la libre encuesta, de la jerarquía sobre la igualdad, del individualismo sobre los intereses colectivos, del derecho de una elite a la dirección social, a un encumbramiento de quienes por origen, fortuna o educación encarnan una capa superior de la nación. Los ideólogos del neoconservadurismo tienen sus antecedentes en Barry Goldwater y Ronald Reagan. Y más atrás en Burke y Maistre. Las reformas que pretenden van más lejos, pretenden reducir el alcance de la autoridad del gobierno y entregar la conducción nacional a la empresa privada.
Han llegado de nuevo los tiempos en que el soldado-sacerdote, tal como lo pretendió Ignacio de Loyola, protagonice una cruzada para combatir a los discrepantes, para aplastar los reductos de oposición que se enfrenten a la gran maquinaria imperial de sumisión y lucro. Estamos ante la nueva Contrarreforma, los tiempos de la Inquisición, de Felipe II y la imposición de la fe con sangre, de los tribunales de la Congregación del Santo Oficio, de la purificación de los infieles por el fuego. Estados Unidos se ha entregado a la causa de combatir al Islam, al cual han enmascarado con la etiqueta terrorista, de aplastar las disensiones, de conquistar territorio para las trasnacionales y las petroleras. Igual que en tiempos de Adolfo Hitler, el mundo se unirá para hacerle frente a la ignominia invasora. Recordemos que tras el nazifascismo floreció la auténtica democracia y tras la Contrarreforma vino el Renacimiento.