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La odisea americana de Engels y Marx (II)

Fuentes: Rebelión

Pronto el acólito Engels obedeció inmediatamente, enviando su primer borrador para la firma de Marx. “Mes remerciements pour ton artículo, reconoció Marx, en esa mezcla babélica de idiomas, especie de lingua franca del exilio que usaban ambos en sus cartas; y continuaba: “mi agradecimiento por tu artículo. Él [artículo] ya zarpó sin cambios hacia Nueva York. Precisamente has dado con el tono del Tribune”. “Tal vez le dé placer saber” –le escribió a Marx el editor gerente Dana mientras aparecían sus artículos sobre los últimos acontecimientos en Alemania– que son leídos con satisfacción por un número considerable de personas y se reproducen ampliamente”.

Desde su miserable altillo en Dean Street Nº 28, Soho londinense, Marx hacía surgir de su escritorio, al principio en alemán, informes de cancillerías, resúmenes de prensa extranjera, polémicas y profecías en un flujo continuo y entremezclado, a veces semanalmente, a menudo dos veces por semana, a veces con demoras inexplicables, para que Engels las tradujera y poder atrapar el siguiente buque vapor rápido a Nueva York (siempre martes y viernes) y así ganar los cinco dólares por pieza escrita. El equivalente al cambio, según el biógrafo Mehring, eran dos libras, por lo que habría sumado una renta anual (160-200£ de la época) con la cual habría podido mantener a su familia en el caro Londres. En la reciente biografía sobre Engels de Hunt, se establece que en la Inglaterra victoriana de 1850 pertenecer a la clase media “era ganar por encima del umbral imponible de £100, junto a párrocos, oficiales del ejército, médicos, funcionarios y abogados que generalmente operaban en el rango salarial de £ 250-350. Por ejemplo, un gran escritor victoriano, el pobre Anthony Trollope, tenía que sobrevivir con £140 libras año en su trabajo diario como empleado de la oficina de correos.” Según el biógrafo Sperber, la corresponsalía europea del NYDT no era tan rentable como sugeriría nominalmente el salario. El sistema de pagos entre dos lados del Atlántico era una tarea tediosa y cara. Marx necesitaba emitir una factura o letra de cambio contra Dana y entregarla a un banquero en Londres (tarea que se la facilitaba su amigo el poeta Freiligrath, quien trabajaba en un sucursal de la banca suiza). Este último enviaba el documento al banco asociado en Nueva York, para que lo recogiera del NYDT, después de lo cual el pago se permitía, y finalmente el dinero regresaba a las manos de Marx, después de deducir gastos sustanciales por la transacción. En la primera experiencia con este sistema todo el proceso tomó más de dos meses, después de lo cual descubrió que los banqueros no realizaban transacciones pequeñas y, por lo tanto, acumulaban los cheques pequeños hasta que alcanzaban un cierto volumen, y luego los enviaban a New York.

El Soho no solo fue una pequeña patria, su Heimat, también fue un secreto Gólgota familiar. Tres de los hijos de Marx murieron miserablemente en Dean Street: Henry, Franziska y Edgar (Mouche), muerto en brazos del propio Marx. Allí también Marx vio nacer a su hija preferida, Jenny (todas las hijas de Marx llevaban el nombre de su madre) Julia Eleanor, aka “Tussy”, y a un hijo ilegítimo con la fiel sirvienta Helene Demuth (Linchen), nacido en 1851 y bautizado como Henry Frederick Demuth, el único hijo varón que le sobrevivió, del cual Engels se hizo cargo, sin reconocer su paternidad en la partida de nacimiento. Irónicamente sus empleadores estadounidenses nunca sospecharon que gran parte de lo que compraron como por “Charles Marx” era material de subcontrata, outsourcing, escrito en realidad fantasmagóricamente por un amigo y amanuense, muy culto, autodidacta como Greeley, vástago de una próspera familia textil alemana, que estaba ocupado dirigiendo la fábrica de la sucursal de su padre en Mánchester. Así comienza la aventura periodística y luego enciclopédica norteamericana de Engels y Marx.

Por la época que lanzaba el NYDT, 1841, Greeley era el apóstol norteamericano de Charles Fourier, y se definía a sí mismo como un raro animal político, conservative-radical, que combatía el consumo de alcohol y carne, el divorcio, la institución de la Esclavitud sureña (levantando una consigna del propio Fourier para Brasil y Haití), la guerra imperialista contra México, el creciente atomismo social y el individualismo posesivo que imperaba en los EEUU. Pero también era un abanderado del proteccionismo económico, combatiente a favor de la protective tariff. Greeley era bien conocido en Inglaterra, fue uno de los comisionados extranjeros en la famosa Exposición de todas las Naciones de 1851, y muchos radicales ingleses lo consideraban un defensor de una prensa popular y barata para los trabajadores y el pueblo en general. Riazanov, el trágico editor de las primeras obras completas de Engels y Marx, explicaba esta contradicción en el alma del periódico: “En la supresión de la esclavitud, el New York Daily Tribune estaba a la extrema izquierda, quería la supresión del esclavismo. En el de la libertad de comercio, Free Trade, opinaba como los proteccionistas. Marx, evidentemente, estaba de acuerdo con el primer punto de vista, pero en absoluto con el segundo.” Recordemos que en todo Occidente, durante la primera mitad del siglo XIX, los conservadores (Carlyle, por ejemplo) y los radicales coincidían sombríamente en que el capitalismo industrial solo ofrecía dos alternativas, la desigualdad o la revolución. Los fourieristas ofrecían una tercera vía, y para los miles que lo abrazaron, era una alternativa viable y una forma poderosa de disidencia. La idea era la del Associationism, que fue largamente difundida por Brisbane, Dana y Greeley, tanto que en EEUU se llegaron a contar hacia 184o con 26 falansterios Fourierist style (el más famoso Brook Farm), decenas de clubs y miles de adherentes. Pero finalmente las comunas fracasaron en la práctica, aunque la crítica teórica del fourierismo a la sociedad individualista competitiva, y su “círculo vicioso con la manía de producir confusamente” según Fourier, seguía resultando productiva y atractiva políticamente.

Se comenzó a combinar con formas más maduras y recientes del llamado socialismo romántico y republicano de cuño francés. En 1848 se desata el ciclo de revoluciones en Europa, que aceleró este proceso ideológico de maduración y superación dialéctica. El NYDT saludó esta ola revolucionaria de febrero y la naturaleza “socialista” de estas revoluciones (especialmente en Francia), adhiriendo al slogan de “Derecho al Trabajo”; motto que ridiculizaría desde la nueva crítica reaccionaria Nietzsche, así como al programa de la burguesía revolucionaria: abolición de la esclavitud en las colonias, creación de un banco nacional para dar crédito a la industria autóctona, regulación del pago de los salarios, presentando el modelo como el futuro paradigma de una nueva república para todo Occidente. El diario era una esfinge de tres caras: trascendentalista en lo filosófico, fourierista en lo social y proteccionista en su economía política.

En la década de 1840, y posteriormente Greeley, como fiel fourierista, se oponía en general a toda violencia de clase, e incluso a huelgas con acción directa; sin embargo, Francia había demostrado que, en ciertas circunstancias excepcionales, podía ser legítima la “violencia revolucionaria desde abajo” como una necesidad indispensable, aunque lamentable. El NYDT era uno de los medios favoritos de los intelectuales estadounidenses y pronto se ganó una amplia reputación en Europa, especialmente en círculos jacobinos, republicanos y socialistas. El NYDT se imprimía y distribuía en varias ediciones como diario y en dos ediciones semanales, y a partir de 1853 hubo una edición especial para California y una para Europa. A fines de la década de 1850’s, la circulación total de todas las ediciones combinadas había convertido al NYDT en el periódico de masas con mayor número de lectores en los Estados Unidos y en Occidente. La historiografía stalinista del Dia-Mat le califica de “diario burgués norteamericano que se editó de 1841 a 1924. Hasta comienzos de la década de 1860 reflejaba las opiniones de los círculos democráticos de la burguesía de los EEUU, que se pronunciaban contra la oligarquía de los esclavistas dueños de las plantaciones. Desde fines de la década de 1860 comenzó a perder su carácter democrático, para convertirse poco después en tribuna de la burguesía reaccionaria y agresiva.”

En el siglo XIX, los periódicos dependían de sus corresponsalías sobre todo de viajeros, aventureros, exiliados o refugiados políticos y emigrantes que, como Börne con sus “Briefen aus Paris”, Engels desde Bremen, Belín y Mánchester, Marx, Heinrich Heine, Theodor Fontane, el “rabino rojo” Moses Hess, Wilhelm Liebknecht o, para el mundo francófono, Louis Blanc (sus «Lettres sur l’Angleterre»), informaban como corresponsales desde las principales urbes de Occidente. Fueron cronistas de su tiempo y contribuyeron significativamente a la transferencia cultural críitica-revolucionaria. Heine, que se había hecho famoso de joven con sus Reisebilder y escribía desde París para el Augsburger Allgemeine Zeitung en la década de 1830, el mismo periódico en el que un joven Engels colaboraba como corresponsal, introduciendo su serie de artículos, Französische Zustände, «Condiciones francesas”, en la cual con notable deseo esperaba que “la gran multitud comprenda el presente, y entonces los pueblos ya no serán incitados al odio y a la guerra por los pagadores de la aristocracia, se producirá la gran alianza de los pueblos, la santa alianza de las naciones, ya no necesitaremos alimentar ejércitos permanentes de muchos cientos de miles de asesinos por desconfianza mutua, utilizaremos las espadas y las rosas para el arado, y podremos aprovechar al máximo el poder del pueblo, y alcanzaremos la paz y la prosperidad y la libertad».

En consonancia con estilo de reclutamiento periodístico en la época, el primer corresponsal del NYDT sobre el terreno francés fue Heinrich Börnstein, un émigré alemán, clasista radicalizado y nexo posterior del Tribune con Marx, un personaje un poco olvidado en la historia de la izquierda europea. Börnstein era el producto del mismo entorno radical parisino expatriado de los straubinger, cuya ideología estaba guiada por el sastre Weitling, quien había criticado Marx en su estadía antes de su expulsión a Bruselas. “Straubinger”, los así llamados artesanos alemanes, estaban influenciados por ideas jacobinistas, owenistas, fourieristas, charbonnieres, saintsimonianas y por la actividad de Weitling, futuro líder de la “Liga de los Justos” y autor de la primera profesión de fe comunista. Cornu, biógrafo exhaustivo de Marx, califica a Börnstein de “hombre de negocios emprendedor, quien había abierto una oficina de traducciones donde hacía editar las obras francesas de éxito de acuerdo con el gusto del público alemán. Le agregó, en septiembre de 1843, una ‘Oficina central de comisiones, publicidad y relaciones comerciales entre Francia y Alemania’, que contaba entre sus clientes en Alemania a príncipes, diplomáticos y miembros de la nobleza; creó, asimismo, una organización de ayuda y socorro a los alemanes necesitados de París.” En la biografía de Marx de Nikolaevskiï y de Maenchen-Helfen se afirma que Börnstein pactó con las autoridades francesas convertirse en un informante del Ministerio del Interior, por lo que Marx siempre desconfió de él. A partir de 1832 los trabajadores alemanes contaban con su propias organizaciones de apoyo mutuo y capacitación política en París: la “Deutsche Vaterlandsverein”, la “Deutsche Volksverein” y a partir de 1834 la “Bund der Geächteten” (Liga de los Proscriptos). Muchos de los emigrantes alemanes acompañaron a sus camaradas franceses en las barricadas de sus rebeliones (en 1830 por ejemplo) y sufrieron represión, muerte o exilio. Será el mismo ambiente que encontrará Marx en 1844 durante su primer exilio. (Continuará)

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