Corren malos tiempos para el multilateralismo, la prolongada agonía del comercio mundial ha ido debilitando a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Se ha llegado a un callejón sin salida: el intento de transformar la OMC para adaptarla a las necesidades e intereses de los países más desfavorecidos ha fracasado. Si a esto le agregamos […]
Corren malos tiempos para el multilateralismo, la prolongada agonía del comercio mundial ha ido debilitando a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Se ha llegado a un callejón sin salida: el intento de transformar la OMC para adaptarla a las necesidades e intereses de los países más desfavorecidos ha fracasado.
Si a esto le agregamos la actual guerra comercial que libran EEUU China y la Unión Europea, a golpe de aranceles, se instala un mar de dudas que generan un fuerte cuestionamiento de la Organización, a tal punto que algunos expertos predicen la desaparición de dicho organismo.
Es cierto que la OMC, la institución que fija las normas para el comercio mundial, atraviesa un momento muy delicado. Muchos son los que alertan que el freno en el comercio y los intercambios globales, desalientan el panorama mundial.
A su vez, sostienen que el comercio mundial puede convertirse en una herramienta fundamental para el desarrollo de los países empobrecidos, y que ésta sigue siendo necesaria para no volver a dinámicas y modelos puramente bilaterales en que los Estados más fuertes pueden imponer más fácilmente sus condiciones.
No obstante debemos analizar, o evaluar algunas de las razones por las cuales la agenda de liberalización comercial agresiva de la actualidad, no es una agenda ni para el denominado desarrollo sostenible, ni ayuda a reducir los problemas de pobreza.
Lo significativo, es la constatación de la crisis general del sistema capitalista y en particular del sistema de comercio basado en estrategias de liberalización agresiva (libre comercio) que frenaron y desnudaron las verdaderas intenciones de los países desarrollados en las negociaciones multilaterales y que han terminado por construir un complejo laberinto de acuerdos bilaterales, tanto en el plano comercial como en el de las inversiones.
Algunos analistas insisten en destacar en diversos organismos y/o foros internacionales que si bien el comercio no es la panacea para avanzar en todos estos aspectos, si resulta esencial para poder alcanzar algunas de las metas fijadas, en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para la reducción de la pobreza.
Hoy es reconocido que los mayores problemas que se presentan en los temas de desarrollo humano, está vinculado en los avances con regiones más o menos convergentes del comercio internacional. De esta forma, Asia presenta avances significativos, mientras el África Subsahariana presenta rezagos en materia de comercio y reducción de la pobreza. En lo que respecta a América Latina, según la FAO, se aprecian algunas reducciones en el número y porcentajes de hambrientos, pero en América Central se registran incrementos significativos.
Es cierto que desde finales de la década de 1980, casi todos los países latinoamericanos han experimentado un proceso de profundas reformas económicas, que particularmente se han dado en el comercio internacional, la liberalización financiera y de la balanza de pagos. La mayor apertura ha brindado nuevas fuentes de crecimiento económico pero también un aumento de la volatilidad y de la sensibilidad a los shocks externos.
Al comienzo, parecía que las reformas fueran a funcionar como se había prometido. Aumentó el crecimiento económico, la inflación se redujo y hubo un gran auge de entrada del capital extranjero. Pero en algún momento, el crecimiento fracasó.
Hoy ,es una opinión comúnmente admitida por diversos grupos de especialistas en economía y políticas del desarrollo o en algunos informes de los organismos internacionales (caso la OIT), que el crecimiento económico ni significa mejores condiciones de desarrollo, ni está necesariamente asociado con la liberalización comercial y las reformas promovidas por los organismos financieros internacionales desde décadas.
No olvidemos que durante décadas el comercio estuvo dominado por una fuerte ortodoxia liberalizadora, de raigambre monetarista, que apostó por un esquema que combinaba lo multilateral y lo bilateral.
Los resultados de estas políticas, en los años siguientes provocaron no solo una revisión y un debate sobre los fundamentos económicos del monetarismo y del regionalismo abierto de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), significaron sobre todo una alarma constante por el crecimiento desmedido e incontrolado de acuerdos bilaterales y la crisis desatada en las negociaciones multilaterales de la OMC a partir de su V Conferencia Ministerial en Cancún, México (2003).
El dilema multilateralismo-bilateralismo , en realidad se muestra falso frente a los intereses de los países desarrollados, que combinan ambas negociaciones, interesados en sus industrias y sobre todo las empresas multinacionales y no en las políticas de desarrollo o de alcance internacional para reducir la pobreza.
Los ausentes siempre pierden
Hace años que los cuestionamientos al sistema mundial de comercio nos obligan a reflexionar sobre la deriva del capitalismo. Para algunos, son necesarias nuevas reglas, nuevas instituciones, cambiar el enfoque del comercio, romper la identificación con una serie de políticas ortodoxas de libre comercio, para colocar el mismo en función de un desarrollo social y ecológico, de un marco amplio y comprehensivo de los derechos humanos, romper el falso dilema protección-liberalización o en su forma más ideológica: aislamiento-apertura.
Bajo las actuales circunstancias, y a pesar de los cantos de sirena de muchos gobernantes, el comercio lejos de significar un factor de desarrollo y convergencia de las economías más empobrecidas ha significado en algunos casos dramáticas reducciones de participación en el mercado mundial (la más llamativa la de África Subsahariana).
En este contexto, para que el comercio realmente apoye los objetivos de los ODM, planteados para el 2030, debería fortalecer tres áreas esenciales para los países empobrecidos: acceso a mercados, tratamiento de los apoyos agrícolas y trato especial y diferenciado.
Pero la transformación de las medidas de inversión, de los derechos de propiedad intelectual, los movimientos temporales de personas (liberalización escalonada de mercados laborales), el tema de la deuda y la crisis de productos básicos, demuestran no ser la agenda prioritaria de los países desarrollados, ni en el caso de los Estados Unidos, ni mucho menos para la UE.
Los ODM fuerzan a cambios urgentes en la estructura del comercio multilateral, así como a toda una discusión de fondo sobre la ayuda y la cooperación internacional, los flujos de capital y las migraciones, la distribución de ingresos mundiales, la transferencia de conocimiento y tecnologías y los modelos de consumo energéticos para la protección del medio ambiente y el cambio climático.
Hemos asistido en los últimos años como la Unión Europea viene celebrando acuerdos bilaterales con países (México y Chile, los casos más destacados de América Latina) y más recientemente lo intenta con regiones (Mercosur y los países Asia-Caribe-Pacífico). Estos acuerdos buscan posicionar a la UE en mejores condiciones de competitividad frente a otros grandes socios comerciales.
Aunque la retórica de los tratados de la UE, tiene una fuerte dosis de términos asociados con políticas de desarrollo, cooperación y derechos humanos, la práctica demuestra que los objetivos de este bloque no están situados en los ODM, sino en la defensa de sus mercados internos y en aumentar el potencial competitivo de sus empresas. Es una prueba más, de que en la práctica la agenda del desarrollo esta disociada de los objetivos comerciales de los países desarrollados.
La orientación de la UE, puede notarse en el siguiente párrafo: » En la segunda mitad del siglo XX, los Estados Unidos, Europa y Japón impulsaron a la economía mundial. En la actualidad, se les están sumando economías en expansión cada vez más abiertas, en particular China e India, pero también Brasil, Rusia y otros países […] Debido a todo ello, está cambiando la naturaleza del comercio mundial […] En el caso de Europa, las actuales claves de la competitividad son el conocimiento, la innovación, la propiedad intelectual, los servicios y un uso eficiente de los recursos. Debe adaptarse la política comercial y todo nuestro planteamiento de la competitividad internacional» (CE, 2006: 2-3).[i]
Este esquema de redefinición de la competitividad y de cambios en el comercio internacional significa en lo concreto que en el marco de negociaciones bilaterales la UE persigue una negociación que va más allá de los temas negociados en el ámbito multilateral (OMC-plus). En su documento: «Europa Global: Competir en el Mundo», bajo la modalidad de «nuevas áreas de crecimiento», se propone la apertura de mercados y normas más estrictas para la propiedad intelectual, los servicios, la inversión, la contratación pública y la competencia.
Quienes defienden que efectivamente el comercio es importante para el desarrollo, pero no cualquier tipo de comercio, ni para cualquier tipo de desarrollo, deben partir de la base que el actual sistema multilateral es profundamente desigual y desequilibrado, y que los acuerdos bilaterales no son una respuesta frente a este problema, sino la causa de esta estructura de relaciones internacionales.
Algunas organizaciones a nivel internacional pretenden una reforma de la OMC, al sostener que es el instrumento multilateral con que contamos. Es una falacia pensar que es posible, con algunas reformas de democratización y transparencia, modificar la estructura de una institución que fue creada para lo que está haciendo: la liberalización agresiva del comercio y los servicios.
Si el foco central de de la estrategia está en reducir las desigualdades y sobre todo la pobreza, pues se debería centrarse más en los problemas y las soluciones para los países más empobrecidos. El sistema de comercio internacional debe prevalecer un concepto esencial sobre los derechos humanos y orientarse sobre todo en función de estas urgencias y no para favorecer los intereses y lucro de los países desarrollados.
No es casual que en los últimos años, el pensamiento económico de la ortodoxia neoliberal haya construido un instrumental de opiniones fácilmente generalizables para invertir estos derechos y transformarlos a su vez en derechos de las corporaciones y en «libertad» para estos conglomerados económicos.
No podemos negar, que la expansión del comercio internacional ha permitido sacar de la pobreza a cientos de millones de personas de las economías emergentes de América Latina, África y particularmente Asia. Además, de haber multiplicado la oferta de bienes y servicios, resultando en una disminución de los costos para los consumidores y la creciente competencia global ha ocasionado el surgimiento de empresas nuevas y más eficientes.
No obstante, la mayoría de los países abrieron sus fronteras a ojos cerrados, sin tener en cuenta a los perdedores. Es cierto que la liberalización comercial no produjo la desigualdad, pero lo que no cabe duda es que la haya profundizado. No podemos negar que la apertura de mercados sin el acompañamiento de políticas de mercado laboral, de ajustes estructurales y de políticas sociales ha ocasionado un desencanto generalizado con la globalización económica.
¿Nos acercamos al final de la liberalización comercial? Difícilmente. Sin embargo, preocupa un panorama en el que se comienza a entrever el recrudecimiento del proteccionismo. Entre los dimes y diretes del capitalismo los plazos para el desarrollo se suceden y se repiten: si ayer el objetivo era 2015 ahora es 2030, pero estas metas no van más allá de la retorica de los discursos, y las idas y venidas del capital especulativo transnacional.
Nota:
[i] Unión Europea (2006). «Europa Global: Competir en el Mundo», Bruselas.
Eduardo Camín. Periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU. en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )