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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«La organización y el debate en común desarrollan una poderosa inteligencia política y un potente filosofar en las personas participantes»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones. Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano *** Afirmas en este apartado que estamos comentando que nuestra experiencia política y los saberes aportados por las reflexiones anteriores sobre la […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones. Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano

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Afirmas en este apartado que estamos comentando que nuestra experiencia política y los saberes aportados por las reflexiones anteriores sobre la praxis son los únicos saberes políticos posibles. Pero esos saberes a los que haces referencia, ¿no son más o menos un saber equivalente a esa ciencia, «nuestra ciencia», que has criticado anteriormente?

La reflexión sobre la praxis anterior es el único saber político posible, como dices, en el momento presente, esto es «inicialmente». Antes de que exista movilización organizada de los subalternos que genere actividad autónoma; antes de que ésta genere en las subjetividades la experiencia de cambio, la experiencia de que el cambio depende de su hacer; antes, en consecuencia, de que las personas organizadas y los demás subalternos que observan perciban experiencialmente ese acontecimiento emergente que ellos mismos, sólo ellos, pueden llegar a generar y comiencen a reflexionar sobre el mismo: reflexión sobre la experiencia, que todo ser humano elabora constantemente. En esos primeros estadios, y para decirlo de forma llamativa, «aún» no existe la Filosofía de la Práctica. Aún no existe la que se corresponde con el presente, la orgánica, histórica, singular, surgida de la reflexión a partir de la praxis autónoma presente, elaborada en conexión con la experiencia: reflexión sobre la experiencia, que es, por tanto, saber segundo, es el subsiguiente filosofar generado por todo subalterno activo sobre su nuevo hacer y sobre la experiencia del mismo. En ese momento, cuando la actividad autónoma «aún» no existe, la crítica de lo existente -en carta a Ruge, Marx decía «sin contemplaciones»- y la parénesis a la organización y a la acción, son las actividades posibles para la Filosofía de la Práctica. Que la crítica es actividad para ese momento y para todo otro posterior, es un saber del acervo praxeológico.

La crítica es argumentación sobre la realidad social a partir de la información elaborada por las anteriores experiencias de lucha transmitidas y por las diferentes ciencias; argumentación para la realidad social concreta, que ayude a poner de manifiesto la singular situación de explotación que se da en ese momento. Argumentar es una parte de la retórica, no de las ciencias.

Pero en las ciencias también se argumenta. ¿Qué hacen los físicos, por ejemplo, cuando discuten sobre la teoría de cuerdas o sobre la interpretación más pertinente y ajustada de la mecánica cuántica?

Por supuesto, toda ciencia es argumentación sobre el tema objeto de su estudio. Pero respecto de la sociedad, y de la práctica política, la argumentación a la que me refiero se hace en términos no de argumentación sobre el objeto de estudio -por ejemplo, si, en un determinado periodo histórico, había o no organización social, si había o no crisis económica, si existe o no apropiación de la riqueza producida por los trabajadores por parte del capital, etc., argumentando dichas tesis a partir de datos, indicios, e incluso argumentando sobre la propia calidad del dato, etc-, sino de uso del saber científico previamente obtenido para la argumentación crítica contra el objeto social que el científico ha estudiado, como recurso para la incitación a la organización para la lucha, de forma que eso, ese objeto social, que es lo que ha estudiado la ciencia, deje de ser así. Esta argumentación en la que se utiliza lo puesto de relieve por las ciencias para criticar la sociedad y amonestarnos a cambiarla, es una argumentación que no es la científica, la que hace el historiador, la que hace el economista; un economista que argumentara desde su ciencia y lo hiciera considerando que su objeto de estudio es el marco incuestionable -natural-, lo haría argumentando sobre lo dado y proponiendo medidas para gobernarnos en lo existente: «usted ahora no invierta, hay crisis económica, compre oro…» o cosa por el estilo.

Nosotros, por el contrario, tratamos de argumentar a partir de las demás ciencias sociales, para recalcar que el capitalismo es el que genera los males que nos aquejan, que éste no es un orden natural, sino que depende de nuestro hacer, y que necesitamos abolirlo, de un lado; y de otro, que tenemos la capacidad de dejarlo atrás: de anular ese objeto de estudio. Es como si un físico dijera argumentadamente -permíteme la broma- , «no me gusta la tercera ley de la termodinámica», vamos a cambiar la naturaleza generando actividad -actividad, en ese caso teorética- y elaborando una ley alternativa que someta a la naturaleza: no es que no nos viniera muy bien, de poder hacerlo, anular esa ley, seguro que Georgescu-Roegen estaría de acuerdo con nosotros… pero no es posible. Los «átomos» que componen la naturaleza, no piensan ni dirigen conscientemente su comportamiento, no lo pueden cambiar…Esta posibilidad social humana, que sí se da, es la recogida por el filosofema «auto identidad Sujeto-Objeto».

De acuerdo. Volvamos a lo que estábamos hablando. Te he interrumpido antes.

Una vez comienza a existir esa nueva praxis organizada, la Filosofía de la Práctica, que parte de ese hacer y de la experiencia inherente que genera en sus actores y en los observadores inmediatos aún pasivos, debe ayudar a que el filosofar sobre la experiencia, el propio de todo ser humano -Gramsci nos lo recuerda: todo hombre es filósofo, todo ser humano elabora saber reflexivo, saber segundo, filosofar, sobre su propia experiencia de vida; todo hombre posee autoconsciencia reflexiva sobre su hacer consciente y su experiencia- se organice, y participe en la deliberación común de forma rigurosa, como parte inherente de la misma actividad. No se trata de que la actividad sea practicada por unos y el filosofar sea ejecutado por otros sino de que los mismos que actúan reflexionen sobre su hacer, y lo hagan en deliberación pública, sistemáticamente. Para ello se requiere crear un ente que Gramsci denomina intelectual colectivo. Los individuos activos deliberan entre sí, sobre sus experiencias, y, ese filosofar riguroso, generado por el debate concreto, es el fundamento a partir del que ellos generan nueva actividad. La deliberación general, la actividad general que dimane de la misma, no es igual a la deliberación de cada uno, y a la posibilidad de acción de cada individuo aislado. Nos lo explica Aristóteles, pero lo parafraseo tomándolo de Rousseau, la volonté général no es lo mismo que la volonté de tous. También lo dice Hegel, claro: lo denomina «espíritu» pero lo considera entidad inmanente al mundo, no entidad trascendente. Tal como dice el evangelio, del que Hegel toma la idea, el espíritu sólo emerge «cuando dos o más de nosotros estamos juntos»-. El filosofar se convierte en actividad propuesta de nueva actividad, en política (en el sentido lato que permite denominar política la generación de nuevo vivir). Este «intelectual colectivo» está constituido por todo sujeto activo, su experiencia y su reflexión individual sobre su experiencia misma, puestas en común y debatidas con sus iguales: ese es el nuevo filosofar praxeológico; ahí surge, ese es el contexto genético, de la nueva, actual, Filosofía de la Práctica.

Repito -lo sé-: eso no es generable desde la división del trabajo, según la cual unos piensan y otros ejecutan. Los que posean un acervo intelectual anterior, deben organizar los instrumentos adecuados para que ese saber sea trasmitido y apropiado por los demás y eleve el nivel, la calidad de su debate. Cómo cabe preguntarse.

Eso, cómo, te pregunto.

Mediante revistas, mediante medios de formación diversificados que sean orgánicos a los diversos niveles de interés intelectual generados por la actividad, y que eleven el conocimiento de la mayoría. No mediante medios que sustituyan el debate y la generación del filosofar de la mayoría.

Si tenemos en cuenta que se trata de crear un nuevo vivir, un nuevo mundo de vida o ethos; si tenemos en cuenta que ese organismo ha de ser el «creador de costumbres», el generador de una nueva civilización, este intelectual es, «se confunde» con la totalidad de los individuos activos de los movimientos existentes. Con su heterogéneo nivel de experiencia y conocimientos. Pero no sobra nadie. Nunca, nunca en la historia de la humanidad, un nuevo vivir fue creado por una casta intelectual profesional, ni desde un cuerpo teorético preexistente.

Algunos de esos instrumentos servirán para difundir la metafilosofía, ese saber filosófico heredado, sobre las filosofías de las praxis anteriores, y sobre lo que se haya elaborado reflexivamente, sobre lo que concluye de la reflexión sobre ellas, sobre lo que ellas permiten mostrar; compara las filosofías práxicas anteriores, las interpreta a partir de cada uno de sus contextos genéticos, trata de extraer enseñanzas. Un saber que interesa potencialmente a la experiencia nueva de muchos, que la reflexionan utilizando este instrumental. Pero este nivel es útil para mejorar la potencia práxica de la acción y de la deliberación común. En sí es un nivel más alejado de la misma. Y aunque aporte saberes muy valiosos -sobre la ontología del ser humano, sobre su antropología filosófica: por ejemplo que el ser humano es comunidad, historicidad, genericidad, autoconsciencia, libertad…no naturaleza predeterminada-, aunque permita fundamentar intelectualmente el porqué es posible y útil el hacer, y nos capacite para el debate crítico con otras filosofías que defienden la pasividad, la supeditación a élites, o hacen apología del proyecto y cosmovisión del enemigo, este nivel, por sí mismo, es impotente, no genera actividad, la actividad es concreta, es histórica, es singular: cambia la realidad. Es, si se quiere decir, una actividad teorética, que solo mediatamente incide sobre la actividad de transformación social, sobre la actividad revolucionaria.

Prosigo con este hilo, porque creo que se echa de ver que el estatuto epistemológico de todo esto, que sí es saber, no es el de la ciencia.

Prosigue por supuesto. El punto es importante.

Algunos, ya mayores, sabemos que la organización para actuar, para la praxis, y el correspondiente debate sistemático en común sobre el hacer y sus resultados desarrolla una poderosa inteligencia política y un potente filosofar sobre la misma, en todas las personas participantes, con independencia del nivel intelectual de partida. La misma experiencia impele a apropiarse de saberes que se revelan importantes a la luz de la misma y de las nuevas necesidades de acción que se abren. Personas que pueden hacer faltas de ortografía, poseen un criterio filosófico político formado en el debate organizado y en la acción no sectaria, de gran nivel.

Lo hemos vivido en muchos compañeros obreros, militantes, activos en la lucha social y política.

Apreciación que se escapa a quienes no tienen otra experiencia de la política que la institucional, que creen que intelectual es solo sinónimo de universitario titulado. Esos otros cuadros se comerían crudos en debates sobre práctica política concreta a los «politólogos de estado mayor» que hoy cortan bacalao -que, por cierto, a menudo, han convertido en «masters» universitarios, canjeándolas por títulos del estado nominados al portador, sus experiencias de, tal como se enuncia en google, «turismo cooperativo-colaborativo»: sus cooperaciones temporales, vacacionales, en ONGs; hasta los «pecados de juventud» cotizan en bolsa…consta así en sus currículos publicitados.

Te interrumpo. ¿Cómo debe entenderse este comentario que acabas de hacer? ¿Estás refiriéndote a Podemos y a un master que han organizado?

Estoy pensando en ciertos currículos académicos que he leído, resumidos en la prensa, pertenecientes a personas públicas de la nueva generación que están apareciendo en el ámbito de la política. No sé si alguna fuerza política organiza masters de ese tipo a la vez tan «políticamente correctos» y tan «neocoloniales», tan de «hágase un selfie con un pobre del tercer mundo» para su currículo. Es cierto que se da también la novedad, que tú apuntas, de que las fuerzas políticas de izquierda, a través de sus instituciones culturales etc. organicen masters, reconocidos por la administración y a pagar en dinero contante y sonante. Antaño, la formación que pudiese generar una organización política era gratuita… será que me estoy cayendo del guindo, pero, bueno, desde luego, eso no es generar cultura nueva, no es organizar la fraternidad, la fylia aristotélica… nueva cultura solidaria material de vida, producida en la medida de nuestras capacidades, puesta en comunidad… Eso no es, precisamente, la «Extensión Universitaria» republicana… Eso tiene graves contrapartidas: lo que se expende como instrumento de acceso al mundo laboral -profesional- vale para el comprador en la medida en que es útil para eso. Creo recordar que hace más de treinta años, el responsable de ideología del PSC-PSOE, Isidre Molas, se valía de su poder en la universidad -no discuto su legalidad- para organizar seminarios oficiales abiertos a alumnos aventajados, y formarlos en «habermasianismo». Claro, todo ello era muy «prometedor», al ser auspiciado por una personalidad de importancia política: el PSC como posible salida laboral, a la par que el título de licenciado: no sé cuántos de aquellos que compraban ese producto seguirán siendo ahora «habermasianos» -como decía Máximo en un chiste: «haber + y – «.

Volviendo a la nueva filosofía de la práctica…

La nueva Filosofía de la Práctica, generada por el colectivo de sujetos activos en sus vidas cotidianas sólo puede tener la entidad que le confiere la potencia, la extensión y grosor de ese hacer autónomo, el grosor de esa nueva cultura, de ese nuevo ethos en génesis, que es fruto del hacer que ellos crean en común. No crece más por más filosofía licenciada, marxista o no, que se le eche.

Si la actividad de los subalternos ha llegado a crear una potente cultura material, un etho, -la democracia ateniense-, habrá constituido Estado; y la consciencia experiencial de que ese mundo no es «cosa natural dada» o acción generada por la comunidad, será altísimo, y su filosofar, tanto el filosofar saber segundo que reflexiona sobre la experiencia práctica inmediata para relanzar la actividad, como el «saber tercero» que reflexiona sobre el filosofar y lo coteja con el de otros momentos, periodos y épocas, será formidable y por entero desfetichizador. Los ciudadanos activos, en su filosofar cotidiano, lo tendrán claro: si sabrán ellos que lo que existe no es sino objetivación de su hacer en común. Y el filósofo que reflexione sobre ese saber segundo de los ciudadanos, Aristóteles, lo mismo. Todo lector de Aristóteles se pasma al percibir que la sociedad no es «cosa», «estructura», objeto indómito ante la subjetividad y su voluntad, sino que es concebida como algo en proceso, que existe como resultado del saber hacer poseído por la comunidad de miembros y de la puesta en obra en acto, presente y constante, del mismo, por parte de las capacidades de los individuos. En realidad, Atenas no existe, existen los atenienses organizados y activos en la creación y recreación del ethos.

Estás pensando…

Estoy pensando en las éticas aristotélicas, en Política… Un ethos entero, no en inicio, producido por un sujeto social, produce una experiencia y un registro filosófico del mismo por parte de sus agentes, magnífico, suntuoso.

Si los subalternos, tras un largo periodo de luchas, de resistencias, de afirmación de sus culturas materiales, en el que ha generado organización, experiencia, autonomía, desencadenan, por las circunstancias que sean, un proceso de liquidación del mundo existente y una lucha por la organización de un orden alternativo, eso es recogido en su experiencia consciente. Si el proceso avanza, la consciencia se ahonda. Si los resultados generan nuevo ser social, la experiencia de eso crece. La reflexión segunda, inherente a la gente organizada que produce esa actividad, recoge esa experiencia emergente, que registra las nuevas capacidades prácticas creadas en su propia comunidad de lucha; los propios actores participantes, si deliberan entre ellos, elaboran nueva filosofía que alimenta el proceso de lucha. Pienso ahora en la que emerge de la Revolución Francesa.

Te pregunto ahora por esa emergencia.

De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.