A veces se tiene la sensación de que eso que se llama libertad está por todas partes, pero no se encuentra en ningún sitio. Como se siente y, tras buscarla en la vida real, no aparece, hay que acudir a internet como último recurso para conservar la esperanza de encontrarla. Acaso sea la razón oculta […]
A veces se tiene la sensación de que eso que se llama libertad está por todas partes, pero no se encuentra en ningún sitio. Como se siente y, tras buscarla en la vida real, no aparece, hay que acudir a internet como último recurso para conservar la esperanza de encontrarla. Acaso sea la razón oculta por la que una parte de la vida se reduce a pasearse por sus dominios en la creencia de que, al entrar en una y otra página, surgirán argumentos para construirla, de forma que, partiendo de la pluralidad, a partir de ahí se pueda sentir uno mismo, sin dependencia de otros. Pero como con la información oficial dominante la semilla de la contralibertad ya está puesta, al final resulta un proceso ilusorio. De ahí que, satisfecha en un punto la curiosidad, la cuestión de la búsqueda de la libertad personal se reconduzca como alternativa a hacer viable el entretenimiento. Lo que ya es suficiente, puesto que tal objetivo no se consigue a través de otros medios en los que la ausencia de ideas, la manipulación al descubierto y la exigencia de fidelidad comercial simplemente contribuyen en el proceso de deshumanización.
Sin pretensión valorativa, sólo tratando de ver lo útil en cuanto al desarrollo aportado por internet, habría que considerarlo interesante, dado que viene facilitando la socialización, la comunicación y la ilustración de las masas. Del lado empresarial también parece ser positivo, porque el negocio ha crecido exponencialmente y los nuevos proyectos emergen sin cesar. Hasta la burocracia técnica ha tomado conocimiento de que es una excelente herramienta para ganar en efectividad, rapidez, economía y productividad. Sin embargo, en el caso de la burocracia política , hay motivos para que se debata en la incertidumbre, puesto que, por una parte, resulta ser un instrumento inapreciable para el despliegue de la propaganda, por otra, también ayuda a abrir los ojos a los afectados por el sopor que produce el dogma. Objetivamente considerado el asunto, pudiera ser que sirviera de pantalla para impedir que el resplandor de la libertad cegara a los visionarios y de esta manera pudieran percibir esa luz tenue dispuesta para iluminar la razón.
Las redes sociales, libertad vigilada para los usuarios y filón temporal para quienes las explotan comercialmente, que han pasado ser confesionarios abiertos en los que da cuenta de pecados y virtudes individuales con la ingenua pretensión de salir del anonimato de las masas, se han convertido en cárceles de las ideas, cuando, curiosamente, se ofrecen como plataforma de libertad para expresar opiniones. En un plano general, permiten confinar el instinto social de los individuos al plano del entretenimiento, desviándolo hacia el espectáculo para hacerlo inofensivo. Políticamente, sirven de instrumentos de control para que se explaye en libertad el instinto político en un marco contenido. A su amparo vendrán los populismos disidentes, en su pretensión de captación grupal de la individualidad dispersa, con la aspiración de ganar votos para que sus elites ejerzan el poder. Los gobernantes oficiales se sentirán satisfechos porque el sueño revolucionario de cambiar las cosas se mantiene bajo control, permanentemente vivo en forma de utopía encerrada en el panorama virtual. Finalmente la contestación vigorosa, la que permanece más allá de utopías, líderes, elites y grupos, simplemente será condenada al ostracismo.
En este panorama todo el mundo parece obtener beneficios. El individuo, moviéndose a su antojo sin desprenderse de la influencia, se siente libre pensando que ha percibido el resplandor de la libertad. Las empresas capitalistas aprovechan para vender sus productos iluminados por la publicidad que se desliza amparada en la luz de la libertad. Desde la gobernanza, todo lo anterior revierte en el panorama político de cualquier organización estatal ayudando a definirla, cuanto menos, como civilizada, liberal, avanzada y progresista. Por lo que, facilitar el avance de las redes virtuales se ha convertido en tarea de primer línea, no tanto por motivos de ilustración colectiva como de política doctrinaria. Además, tan pronto como el pensamiento hoy dominante -la ingenuidad- se expande en la red sin el menor recato, no sólo las empresas, también el poder oficial, se encuentran con una fuente de información directa, apreciada e inagotable, que en manos de especialistas permite elaborar programas más eficaces para asegurar el orden social y prioritariamente mantener en su puesto al propio ordenador, es decir, el que impone su sistema de orden social orquestado por el poder real y el oficial.
Por mediación de internet, nunca ha habido más libertad, estando ausente la libertad. Esta aparente paradoja se construye en los siguientes términos. La libertad negativa, tal como expone Berlin, viene a ser que yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. El sistema político simplemente la otorga, jurídicamente la protege y el individuo la ejerce en los límites que le marcan.
Pero hay otra libertad llamada positiva. Se trata de la que mira hacia dentro, algo más real porque afecta a cada uno y que no está limitada por el aparato externo, es la que se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño -como referencia sobre el tema puede verse Berlin, I., «Dos conceptos de libertad y otros escritos», Alianza Editorial, 2005- . Esta última no se otorga, ni se impone, es misión individual construirla, paso a paso, rompiendo despacio la pantalla hasta observar a plena luz sin cegarse, desplegando la racionalidad como sujeto. Sin embargo esa libertad individual es una palabra, porque la libertad no puede construirse sin contar con los otros, y a lo más que se puede aspirar es a no ser considerado como objeto
Hay que tener en cuenta, respecto de la primera, que es un rótulo, rayando el mito, que se adhiere el Estado de Derecho de las sociedades avanzadas en términos de valor para ilusionar a la ciudadanía. En la practica siempre te ordenan lo que debes hacer, de eso se ocupan las leyes poniendo limitaciones a cada paso en interés general. De manera que la libertad hay que buscarla entre el laberinto legislativo tratando de descubrir algún punto en el que se te diga en qué términos puedes ser libre o descubriendo un terreno virgen de legalidad. Por tanto, eres libre cuando te ordenan serlo o existe imprevisión por parte del poder y te aprovechas.
La otra libertad, basada en el uso racional de la ilustración al alcance de todos -o casi todos, puesto que hay que pagar un precio-, que facilita fundamentalmente internet, no es un campo abierto donde cada uno pueda extraer conocimiento. En algunos países se impone directamente la censura, en otros se crean delitos cuando se toca lo prohibido, millones de ojos vigilan al ciudadano por si peca, por si piensa, por si dice o hace algo inconveniente que lesione honor, intimidad, imagen o dignidad ajena. Al final resulta que también hay que consultar la ley, por si incluso en el reducto del pensamiento íntimo el ojo que todo lo observa descubre que se marcha a contracorriente. Cabe la opción de renunciar al riesgo, no complicarse la vida, leer el catecismo para entregarse a las consignas oficiales que te adoctrinan para ser un buen ciudadano. Tal vez se pueda ser libre creyendo en la propaganda, porque sirve de guía de la opinión del que manda, porque el poder oficial ayuda a construir la libertad como palabra, aunque todo sea pura creencia soportada en la leyenda. Como, pese a todo, queda un hueco para completarla hay que echar mano de la publicidad, excelente guía para el simple bienestar material, aunque sea incapaz de llenar el otro, porque permanece ausente. Basta con acudir al hechizo de la mercancía para que estampe un sello en la frente del comprador a fin de que diga del sujeto-objeto: esta pieza es mía. La publicidad está al acecho vendiendo conocimiento por libertad. Acaso entre la propaganda y la publicidad se pueda hacer creer lo que está a este lado de la pantalla, que la libertad es sólo una palabra.
Aunque hay sombras planeando sobre la libertad, parece que no se resigna a ser solamente una palabra. La publicidad no reviste problema porque su fuerza se debilita cuando se descubre el fraude oculto en la mercancía, lo que permite recobrar algo de razón. En cuanto a la propaganda, resulta que, como pieza clave en el ejercicio del poder, ya no puede prescindir del servicio instrumental que ha venido prestando internet, y los gobernantes han quedado tan enganchados que no pueden renunciar al modelo. Hay motivos para ello, entre otros, crea espectadores, divulga fantasías, ilustra en el capitalismo, conduce políticamente en el marco del sistema, enaltece a las elites, guía a las masas desde el populismo, mantiene la fidelidad al dogma, suaviza la violencia, controla la contestación y es terreno abonado para difundir creencias. En definitiva permite asegurar el orden político de cualquier Estado. Hasta aquí todo son ventajas, pero el problema viene cuando la propaganda se resiente porque se le quitan fuerzas y se debilitan sus efectos. Es lo que sucede cuando se rebosan los cauces de la normalidad política superando las líneas marcadas de la información dirigida y sale a la luz lo inconveniente. El uso de la libertad de información acaba por reclamar de manera enérgica su puesto, porque pese a los controles es difícil de erradicar en la gran red. La verdad oficial utiliza cualquier medio para descalificarla, pero cuando fallan los argumentos recurre al argumento de la conspiranoia. Todo queda resuelto momentáneamente, las mentes heridas en su sensibilidad recobran la calma y dejan la cuestión en un mal sueño. Los gobernantes respiran porque han atajado el problema, la verdad oficial se ha vuelto a imponer.
Recuperado el control aparece el cielo despejado, pero sólo es una impresión pasajera porque, al margen del sistema, las llamadas filtraciones , noticias difundidas en internet por quienes burlan el control del sistema, en ciertos casos, evidencias que por ser tan cercanas a la realidad no pueden ampararse en el término conspiración . Se desmienten, pero sin convicción, mientras nuevas revelaciones acechan y más informaciones oscurecen el panorama, no hay tregua. Los llamados poderes ocultos sacan a la luz esas otras verdades que hacen añicos lo oficial, siembran el desasosiego de las mentes serenadas y la desconfianza emerge de nuevo, la propaganda se resiente y las masas se preguntan si la libertad, que de manera positiva se iba construyendo en cada nicho amparada en la ausencia de coacciones visibles, no sería producto del engaño meditado de la doctrina, es decir, que pudiera ser que aquel producto no fuera libertad.
A la propaganda solamente le queda la práctica de desmentir, nunca de aclarar, anatematizando la contestación, pasando por alto el aspecto poco edificante del poder herido. Hay que acudir al tópico de que la información sobre las verdades alternativas difundidas a través de internet son intentos vanos de los contestatarios de romper el orden establecido por los ejercientes del poder. En todo caso, lo que preocupa al poder oficial es que se desmonte el monopolio de su verdad y lleve a consolidar la otra verdad más próxima a la realidad. Como que salga a la luz el tinglado de ocultación en el que se mueven los intereses políticos y se descubra que la cara amable que ofrece la propaganda del poder es una caricatura del mundo oscuro en el que se mueve. Mayor calado tiene que aumente la ilustración de la ciudadanía desde el otro lado de internet, la libertad fuera de control, y lleve a muchos ciudadanos a razonar, como un primer paso para ser verdaderamente libres. Por ejemplo, sobre si ese interés general del poder oficial es en realidad interés particular de clase o partido. De ahí que sus voceros se lamenten y pretendan poner mordaza hasta el mismo internet, simplemente porque en algún momento perdieron el control y alguien más astuto que ellos fue capaz de informar libremente, rompiendo con las reglas establecidas por la propaganda. Pero casi seguro que la preocupación será infundada, porque aunque los ciudadanos se volvieran más escépticos continuarían votando en libertad; mientras la libertad de verdad seguirá anidando en el último reducto posible, el pensamiento íntimo, empeñado en llegar a ver al otro lado de la pantalla.
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