Colombia no es sólo la Patria de Antonio Nariño. Es también la de Camilo Torres; la de Manuel Cepeda y la de García Márquez.
Hoy, es la Patria de Gustavo Petro. Su victoria ha conmocionado América y ha significado el más duro revés sufrido por la rancia oligarquía bogotana en 200 años de vida republicana.
Ella no ha caído del cielo, por cierto, aunque sí se podría decir que ha estado sembrada en la tierra, regada con sangre, esa sangre del pueblo que -como anotara Ricardo Dolorier- muchas veces huele a pólvora y dinamita.
Esa victoria, ha sido fruto de un largo camino. Quizá su antecedente histórico estuvo en el accionar del Presidente de Cundinamarca y amigo de Bolívar, que muriera en 1823 dejando un legado que los colombianos de a pie, siempre supieron valorar. Nariño, en efecto, hizo honor a las viejas glorias de los Libertadores y dejó su vida en el camino para señalar el derrotero por el que hoy transita Colombia entera.
Pero más cerca en el tiempo estuvo Jorge Eliecer Gaitán el líder liberal caído en 1948, en lo que fuera el preludio de “El Bogotazo”.
Como se recuerda, el 9 de abril de ese año fue asesinado con tres disparos este valeroso dirigente social que congregaba multitudes. El crimen dio lugar a cuatro horas sucesivas de violencia en las que los uniformados dispararon por orden superior “contra todo lo que se moviera”. Se calculó, en ese entonces, en no menos de 2,000 los abatidos en las calles de la ciudad capital en 240 minutos de estremecedora conmoción. .
Helmo Gómez Lucich, un joven comunista peruano estuvo entre los abatidos aquella tarde. Evocándolo, Gonzalo Rose diría: “Morirse en el destierro / eso es morirse / eso es morirse en rosal y en rosa / en día y año / en estrella y cielo…”
La clase dominante le temía a Gaitán, pero también lo odiaba por una razón muy simple: amenazaba sus privilegios y sus intereses. Para él, eso era una suerte de “seguro de vida”. Estaba convencido, y lo dijo, que nada le harían por temor a las consecuencias, En una ocasión, afirmó «La o1igarquía no me mata porque sabe que si lo hace, el país se vuelca, y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal».
La Oligarquía lo hizo y si, Colombia entró en una espiral de violencia indetenible que sólo hoy -74 años después- podrá comenzar a superar. En esa estela, el nombre de la República Popular de Marquetalia, y las FARC, alumbraron un derrotero que aún subsiste.
En esa etapa cayeron muchos, decenas de miles de ciudadanos de todos los segmentos; pero sobre todo trabajadores, campesinos, jóvenes, mujeres y líderes sociales. A este universo perteneció Camilo Torres, el sacerdote guerrillero de la Teología de la Liberación que tomó las armas, fundó el ELN y cayó en combate en 1966 antes de cumplir 37 años.
Años más tarde, entrego su vida Manuel Cepeda, quien no tomó las armas, sino la pluma. Director de “Voz Proletaria” y destacado dirigente comunista, fue la figura más emblemática que el PCC pudo legar a la posteridad como el símbolo de su lucha por la justicia y por la dignidad de su pueblo.
Pero esos nombres, apenas simbolizan millones. Y expresan una voluntad que hoy asoma como construcción de acero. Gustavo Petro y Francia Márquez, son entonces la expresión de una vieja demanda que se entronca, 200 años después, con el sueño de Los Libertadores. Por eso respira el clima de la unidad continental para hacer frente a esa oligarquía envilecida y al Imperio que ahora escupe sangre tras las siglas de la OTAN.
América Latina vive días de excepciona importancia. Desde la victoria de Cuba, en el 59, dejó de ser el granero de los grandes monopolios, y se convirtió en el campo de batalla en el que combaten los pueblos. En cada uno de los países de la región se anida una esperanza que tiene muchos nombres, pero que recoge las angustias y las demandas de los pobres..
Eso explica la incontenible ira del infame Uribe, el Presidente Narco hoy enjuiciado y al que en el 2016 Keiko tuvo como ejemplo, adoraba con sus ojos chinitos. Para él, Petro representa lo más calificado del comunismo latinoamericano. Y es, por tanto, la amenaza mayor a la que hay que enfrentar a sangre y fuego.
Por eso la victoria del 19 de junio, a la par implica una gloriosa victoria, perfila una amenaza latente. Los que mataron a Gaitán, y a todos los que cayeron después; no se someterán pacíficamente ni se acostumbrarán a la nueva realidad. Para ellos, el lenguaje de siempre, fue el de las balas. Y a ellas buscarán acudir si la oportunidad se les presenta.
Pero al lado del odio de los opresores, estará también el hambre del pueblo que exige soluciones reales, y que no espera. Después del entusiasmo inicial, vendrán los reclamos de quienes anhelan justicia. Para hacer frente a ese reto, los nuevos mandatarios tendrán que mostrar tan sólo dos virtudes: honradez y eficiencia.
Antonio Nariño ya lo advirtió hace 200 años: “Del que manda, el proceder nunca a nadie satisface, pues por rabia o por placer se le critica lo que hace y lo que deja de hacer».
De la experiencia peruana, también se puede aprender: no hay que defraudar la expectativa ciudadana.
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