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La paz según Obama

Fuentes: www.javierortiz.net/voz/samuel

La inteligencia diplomática de Barack Obama es muy superior a la de sus predecesores, de eso no cabe duda. Su retórica, también. El discurso del Cairo, que continúa el pronunciado en Ankara, pretende simbolizar el cambio de política exterior estadounidense con respecto a los países de mayoría musulmana. Y, en efecto, podemos apreciar algunos cambios […]

La inteligencia diplomática de Barack Obama es muy superior a la de sus predecesores, de eso no cabe duda. Su retórica, también. El discurso del Cairo, que continúa el pronunciado en Ankara, pretende simbolizar el cambio de política exterior estadounidense con respecto a los países de mayoría musulmana. Y, en efecto, podemos apreciar algunos cambios significativos junto con viejas querencias imperiales.

Frente a la estrategia de George W. Bush del Eje del Mal y la iniciativa del Gran Oriente Medio, Obama ha preferido dirigirse preferentemente a los musulmanes en general. Frente al discurso descarnadamente realpolitik de los neoconservadores, obsesionados con preservar la hegemonía estadounidense a toda costa, las palabras de Obama suenan más humildes: reconocen las limitaciones del poderío norteamericano, subrayan la noción soft power de interdependencia y evocan la tradición idealista del presidente Woodrow Wilson (1913-1921). Así como Wilson pronunció sus famosos Catorce Puntos al término de la Primera Guerra Mundial, Obama ha expuesto siete puntos con los que aspira a sentar las bases de un nuevo orden en su relación con las comunidades musulmanas de todo el mundo, pero especialmente de la región en la que su ejército se encuentra empantanado.

* En lo que respecta a las guerras americanas de Oriente Medio, Obama reivindica el argumento demócrata («liberal», en inglés) de la buena y la mala guerra, que en Europa fue asumido por los gobiernos y partidos socialdemócratas. A Afganistán fueron porque no tuvieron otra elección, mientras que en Iraq se tomó una mala decisión que desvió del objetivo principal, a saber, detener o acabar con los terroristas. En este punto, no hay grandes novedades en su doctrina política.

* Sobre la situación en Palestina, Obama se compromete a un cambio de tendencia. Sin romper un ápice con el gobierno sionista, dijo sin embargo cosas poco habituales en un presidente estadounidense: los palestinos «sufren humillaciones diarias -grandes y pequeñas- como consecuencia de la ocupación. Que no quede ninguna duda: la situación del puebo palestino es intolerable». Eso sí, quienes deben abandonar la violencia son los palestinos, un insulto después del millar y medio de muertos en Gaza. Al menos en este punto introduce una novedad mucho importante: habla de «resistencia», aunque deba ser «no violenta», y compara la situación de los palestinos nada menos que con la esclavitud y segregación americanas, con el caso sudafricano. No sólo habla de dos Estados, sino del derecho a existir de Palestina.

* En referencia a Irán, Obama, consciente del doble rasero que existe en torno a la cuestión nuclear, propone de manera vaga un desarme general y el uso pacífico de la energía nuclear bajo el Tratado de No Proliferación, y que todos los países de la región se unan en este objetivo, lo que puede entenderse como otro toque de atención para Israel.

* Sobre la democracia, aunque apueste por el fomento de los «derechos humanos» en el mundo, habitual excusa intervencionista, admite que «ningún sistema de gobierno puede o debe ser impuesto a ningún país por otro», rompiendo -verbalmente- con la doctrina Bush del cambio de régimen.

* Finalmente, Obama se refirió a la libertad religiosa, los derechos de las mujeres y el desarrollo económico, en términos no muy diferentes a los que emplea cualquier occidental en un país de mayoría musulmana, aunque con la delicadeza de de un funcionario de la ONU. Lo más interesante ha sido cómo ha marcado diferencias con la posición «laicista» europea, y especialmente francesa: «rechazo la opinión de algunos en Occidente que creen que una mujer que elije cubrir su pelo es menos igual, y sí creo que a la mujer a quien se niega una educación se le niega la igualdad.»

En definitiva, en su discurso Barack Obama ha dado, una vez más, una de cal y otra de arena, según desde dónde se mire. La cal es la ya conocida; en cambio, algunos granos de arena podrían ser interesantes si la retórica se correspondieran con hechos positivos.

En esto podría parecerse también al citado Woodrow Wilson, de quien se dice que George Clemenceau llegó a comentar que «habla como Jesucristo pero actúa como [el primer ministro británico] Lloyd George». Observación que sirvió para que Sigmund Freud y el diplomático William Bullit redactaran en su día un ensayo titulado «Thomas Woodrow Wilson: un estudio psicológico». En él sostenían que Wilson sufrió toda su vida una relación pasiva con su padre, ministro presbiteriano, y que trató de superar esta relación edípica precisamente mediante su identificación con la figura de Jesucristo, servil hacia el Padre y al mismo tiempo poderoso y autoritario como aquél. Diagnóstico que tal vez se aplique al mesiánico Obama, no lo sé, ya nos contará Slavoj Zizek.

Personalmente, creo que hay algo más que una divergencia entre hechos y palabras, y que estas últimas son importantes y reveladoras. En su discurso, Barack Obama no emplea en ningún momento las palabras terrorismo, terrorista o terror. Como su movilización se inspira más en la esperanza que en el miedo, el leitmotiv ahora es el extremismo, cuyo origen se sitúa de manera abstracta en una perversión del mensaje religioso, de toda religión, sin que sea privativo de ninguna. Terrorista o extremista, el efecto práctico es el mismo. Del mismo modo que el musulmán permite representar un Otro que ya no está afuera -de ahí las referencias a los musulmanes de América-, el extremista constituye su lado oscuro, un enemigo que se construye para trascender fronteras, las realidades históricas y políticas, y específicamente las resistencias armadas que se oponen a los proyectos imperiales en la región. Sin embargo, fueron las terrenales torturas de la policía egipcia, no una lectura desviada del Coran o un supuesto desconocimiento de las virtudes de la sociedad moderna occidental, las que alimentaron el odio de Ayman Al Zawahiri.

El enemigo universal del que habla Obama no se reserva ya para los americanos o los occidentales (terroristas islámicos, anarco-autónomos, etc.) sino se ofrece a todos. Entre el Choque de Civilizaciones y la Alianza hay más continuidades que rupturas. Lo que está proponiendo Obama, como antes hiciera Wilson y después Roosevelt, es una nueva gobernanza mundial, basada en determinados valores morales y, en última instancia, en el concierto de naciones y grandes potencias. Los extremistas son la condición necesaria para continuar construyendo una soberanía global al modo que insinuaron Antonio Negri y Michael Hardt en Imperio. Proyecto que difícilmente podrá ponerse en práctica de manera pacífica.