La base de los Berlusconi (y de los Prodi) y de la «berlusconización» de la política francesa, con Segolène Royal o Sarkozy como productos mediáticos de consumo, tiene un nombre: reside en la dominación, la hegemonía cultural del gran capital que ha hecho aceptar por la inmensa mayoría de la población europea la idea falsa […]
La base de los Berlusconi (y de los Prodi) y de la «berlusconización» de la política francesa, con Segolène Royal o Sarkozy como productos mediáticos de consumo, tiene un nombre: reside en la dominación, la hegemonía cultural del gran capital que ha hecho aceptar por la inmensa mayoría de la población europea la idea falsa de que no hay alternativa al capitalismo y, más concretamente, a la política neoliberal y el consumismo desenfrenado. La gente cree en un sistema que la explota y, cuando mucho, quiere mejorar un poco su situación pero dentro de él. Los que no han sido integrados son la mayoría de los inmigrantes y de sus hijos, que carecen de todo derecho y protestan violentamente, a menudo aislados. Las clases obreras de los países industrializados están atravesadas hoy por líneas étnicas, lingüísticas, culturales y un tercio de los trabajadores asalariados carecen de ciudadanía y de derechos, lo que hace que haya explotados de primera y de segunda clase y conflictos entre ambos sectores para el pleno goce de sus comunes explotadores. La misma idea sobre las supuestas bellezas del mercado impera, por supuesto, en los países de Europa oriental, vacunados contra el socialismo por el llamado socialismo real de las burocracias nacionalistas, en China (que aún recuerda los horrores del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural), en Japón, Estados Unidos y los países del sudeste asiático.
A esa brutal alienación resisten en cambio la inmensa mayoría de los habitantes de los países del mundo musulmán, cuya cultura se identifica con una religión con valores solidarios y comunitarios precapitalistas y que es utilizada como elemento de preservación de la identidad, que el imperialismo se esfuerza por destruir; y resisten algunos sectores sociales de América Latina, en particular los indígenas, que también son campesinos, pero no todos éstos. La ley del desarrollo desigual y combinado dio como resultado, en algunos de los países más industrializados de América Latina, la creación de enormes megalópolis modernas, con fuerte concentración de trabajadores industriales y de servicios incorporados al régimen salarial y una masa enorme de desposeídos que viven de las migajas de ese régimen y, al mismo tiempo, la subsistencia de sectores precapitalistas, en las regiones marginales, cuya miseria es la otra cara de la moneda de la enorme concentración de la riqueza en las clases explotadoras en las zonas urbanas. La mundialización dirigida por el capital financiero internacional no sólo barre actualmente con todas las relaciones de solidaridad precapitalistas, destruyendo familias, comunidades, culturas, sino que también prescinde ya de esos bolsones sociales y, con su ofensiva, lanzándolos a la migración o a la muerte por hambre y enfermedades, los une a los trabajadores urbanos, que también defienden la solidaridad social en sus sindicatos y organizaciones propias, como los piqueteros . De ahí que el clima moral en América Latina no sea similar al de Europa o Estados Unidos, a pesar de que en nuestro continente, como en el viejo y en el resto del mundo, impera la misma mundialización, el mismo sistema capitalista.
De ahí la importancia, en nuestros países, de hacer como Bolivia, uniendo indígenas, campesinos, obreros, pequeños comerciantes urbanos y pobres de todo tipo en un solo haz, detrás de un proyecto de país alternativo, en vez de separarlos y ponerlos a la defensiva, encerrándolos en sus intereses particulares. E igualmente la necesidad de partir del nivel actual de resistencia a la política imperialista y del capital para elevar la conciencia de las mayorías a la comprensión de lo que es el capitalismo y de por qué es necesario un cambio de sistema. Porque sin un horizonte ideológico, sin una utopía que marque el camino, la resistencia queda en eso, en mera resistencia cotidiana, abierta u oculta, pero no desemboca en un proyecto, del mismo modo que miles de alfilerazos asestados con coordinación alguna no bastan para matar a un monstruo vigoroso y feroz.
Hoy, ese monstruo está sin aliento, como lo demuestra el estado de la economía mundial y las dificultades para emprender su guerra contra Irán, así como la crisis política en todos los países capitalistas desarrollados. El curso que siguen Venezuela y Bolivia, Ecuador mismo con su Asamblea Constituyente, así como el repudio a George W. Bush en su gira por Sudamérica y, por el contrario, el apoyo que recibe en Argentina el antimperialismo de Hugo Chávez. Eso crea mejores condiciones para explicar lo que está en juego y para organizar, del modo más amplio posible, el frente de las organizaciones y de los sectores sociales que comienzan a sentir la necesidad de una solución de fondo.
¿Por qué no discutir, en asambleas, seriamente, con documentos, la situación mundial y sus perspectivas? ¿Por qué no difundir en todo el país, y explicarlo a todos, el Programa de Querétaro del Diálogo Nacional que, cualesquiera hayan sido sus autores, ofrece una buena base común para la acción? ¿Por qué no organizar en cada centro de trabajo, población o centro de estudio, grupos unitarios para dar objetivos y contenidos a la idea de imponer, también en México, como salida democrática la convocatoria de una Asamblea Constituyente para 2008? ¿El maíz boliviano o ecuatoriano contiene acaso alguna vitamina que no tenga el mexicano? ¿Cuánto tiempo podrá seguir viviendo México de la exportación de petróleo y de mano de obra esclava?