Con motivo del homenaje a Tomás Gutiérrez Alea realizado en la Quinta Muestra Nacional de Nuevos Realizadores en La Habana, reproducimos esta entrevista publicada en la Gaceta de Cuba en octubre de 1993
¿Cómo surge el proyecto de Fresa y chocolate?
Surge de una inspiración. Así he hecho todas las películas. Ves una cosa, lees algo y empiezas a pensar. Así fue con el cuento de Senel El lobo, el bosque y el hombre nuevo. Es un relato que tuvo una gran resonancia, ya tiene cuatro versiones teatrales y varias ediciones. Pero no fue a partir de esa resonancia del texto que decidí hacer la película. Yo leí el manuscrito antes de que fuera premiado, antes de que se conociera. Terminé de leerlo y me dije: aquí hay una película redondita, oportuna, que puede ser interesante, y llamé a Senel. Él estuvo de acuerdo. Cuando la impresión es muy fuerte, como en este caso, y todo se conjuga, el proyecto avanza. Senel se puso a trabajar, si no se hubiera puesto a trabajar como lo hizo no hubiéramos llegado a nada. Discutimos muchísimo sobre como llevar a cabo el guión y ahora me parece que la película puede ser importante, no solo para mí, para mi carrera o mi filmografía, sino por la situación que vivimos. Es una película que se inserta muy bien en los momentos actuales, cuando hay que tomar conciencia de muchos errores cometidos a lo largo de estos años. Hace falta cambiar en muchos sentidos y esta película apunta sobre uno de estos aspectos: la actitud de intolerancia que ha habido durante mucho tiempo sobre un sector de la población, la homosexualidad. En definitiva, la intolerancia sobre un sector denota la intolerancia sobre otras muchas cosas. Pero uno no hace las películas para transformar la realidad o para cambiar algo. Uno hace las películas porque el cine, en primer lugar, te debe proporcionar disfrute, y en ese sentido esta película puede ser muy atractiva, conmovedora, con humor y al mismo tiempo con una carga emotiva muy fuerte.
¿Qué significa en tu obra continuidad o ruptura?
Mirando hacia atrás me he dado cuenta de que cada película que he hecho ha sido un intento de romper con lo anterior. Hice una comedia, Las doce sillas; después Cumbite, que es una excepción dentro de mi filmografía; luego otra comedia, La muerte de un burócrata, y de ahí salté para una película totalmente distinta: Memorias del subdesarrollo; y de esta a Una pelea cubana contra los demonios, que no tiene nada que ver con Memorias…, la Pelea… es una película histórica, exasperada, con otro estilo y otro tono. Siempre he ido a una búsqueda en otro sentido. Nunca he tratado de perfeccionar o de insistir en lo abordado en la película anterior. Fresa y chocolate trata de nuestra realidad, toca directamente aspectos de nuestra realidad con un sentido crítico y no tiene nada que ver con las películas que le anteceden, Cartas del parque y Contigo en la distancia (un corto de ficción no estrenado en Cuba), que son dos películas de amor, puramente sentimentales, que no tienen nada que ver con nuestro contexto.
La crisis de conciencia de algunos personajes de Memorias del subdesarrollo está también en Fresa y chocolate, a pesar de que entre ambas median veinticinco años y el proceso creativo, por ejemplo en la elaboración del guión, ha sido absolutamente diferente. ¿Se trata de una coincidencia, de una voluntad?
En todas mis películas hay rasgos comunes, continuidad, algo que permite comprender que están hechas por una misma persona. En este caso, entre aquella película y este proyecto la conexión es evidente. No solo la crisis de conciencia de los personajes es un punto de contacto. Estoy seguro de que hay muchos más, algunos conscientemente planteados. Diría que el contexto en que se desarrolla Fresa y chocolate tiene mucho que ver con el de Memorias… Hubo momentos, en las conversaciones iniciales en torno al guión, en que la presencia de esta película era muy fuerte.
La relación entre el cine y la literatura es vieja y no siempre feliz. Para muchos, el texto literario posibilita al lector crear su propio universo, mientras que el cine no, te ciñe a una sola imagen…
Esa es la diferencia esencial entre literatura y cine, entre la palabra y la imagen. No quiero dar una lección teórica, el cine también está acompañado por la palabra. La literatura te sugiere y el cine te precisa. Te enmarca de una manera más exacta determinadas cosas. Por eso pienso que por lo general los escritores se sienten traicionados cuando ven sus obras en la pantalla, ellos habían imaginado una cosa y lo que sale es ya otra que empieza a operar por su cuenta. Yo pienso que cuando un escritor escribe, el texto se le va de las manos porque cada receptor va a imaginar a un protagonista -su protagonista- con rasgos muy determinados. El cine unifica en una sola imagen tantas interpretaciones posibles de esa literatura. Nunca he pensado que es productivo o que vale la pena -a mí no me interesaría jamás- hacer una traducción de un cuento o de una novela al cine. Se han hecho y algunas tienen valor, pero para mí no tiene ningún interés. Como materia prima para hacer una película, la literatura me interesa como me interesa cualquier otro aspecto de la realidad. No es que uno sea superior a otro ni que esté situado por encima o por debajo. Son distintos, diferentes concepciones artísticas. La literatura te puede describir lo que está dentro del personaje, sus motivaciones, de una manera más directa, te va caracterizando el personaje con palabras. ¿Cómo traduces tú eso en imágenes? No te queda más remedio que meterlo dentro del personaje, actuar desde él. Los ojos del actor son la cosa más expresiva del mundo, la fascinación que ejercen las miradas, eso que se da con los primeros planos… Cuando David -el personaje de esta película- se queda solo en la Guarida (que es el escenario fundamental y de mucha importancia) y se pone a mirar, nosotros tenemos que ver lo que él está mirando y tienen que ser cosas que al espectador también de alguna manera le fascinen, para que se corresponda con la actitud del personaje. Se trata de una síntesis visual que es decisiva. Son cosas que en la literatura se dan de otra manera, con palabras.
Senel ha precisado muy bien que el tema de su relato es la intolerancia. ¿Ese es también el tema de la película?
Sí. Intolerancia que puede ser frente a los homosexuales como frente a tantas cosas que se salen de lo que se ha establecido como norma, esquema o camino estrecho a seguir.
¿Consideras presente en la realidad cubana de hoy esa intolerancia?
Sí. Por supuesto que sigue presente. El cuento -y también la película- se desarrolla hace veinte años, cuando se hicieron más agudas la homofobia y las manifestaciones hasta de persecución a los homosexuales, situaciones realmente abominables, situaciones extremas, que hoy afortunadamente no se producen. Un cierto rechazo y una incomprensión de ese fenómeno sigue manifestándose, no solo en esta sociedad, sino en todas partes del mundo. Es un problema en cuya comprensión en algunos lugares se ha avanzado más y en otros menos, en asumir que ese fenómeno no es una enfermedad, no es una aberración, no es una degeneración, no es nada de eso. Es una condición o una manera de ser diferente cuya existencia uno tiene que aceptar.
¿Un filme gay?
No. Cuando hablo de incomprensión, hablo de incomprensión de un lado y de otro. También de parte de los homosexuales. Y a veces tú lo justificas, porque cuando la gente se ve arrinconada en un ghetto su manera de ver las cosas se distorsiona. Estoy cansado de ver homosexuales que piensan que todo el mundo lo es, que vuelcan su condición hacia todo el mundo y esa también es una manera de distorsionar la realidad. De modo que hablar de una película gay porque trata el tema, me parece exagerado. La película no toma partido por los homosexuales ni es una película que promueve la homosexualidad. No, no se trata de eso, se trata de mostrar una situación sobre la que ha habido una incomprensión, y punto.
¿Qué promovería la película?
La comprensión hacia el fenómeno de la homosexualidad. Ese sería el mejor mérito que podría tener
Desde Memorias del subdesarrollo La Habana no había tenido un papel tan protagónico…
La Habana es una ciudad espléndida y forma parte del contexto en que se desarrolla esa trama. Ojalá apareciera en más películas. La Habana es mi ciudad, una ciudad que he aprendido a disfrutar a medida que han ido pasando los años y me duele mucho el proceso de deterioro que está sufriendo en este momento. Emocionalmente tiene para mí un gran significado y quisiera fotografiarla toda, quisiera conservar cosas, por lo menos hacer una llamada a la conciencia de la gente de lo que se está perdiendo. En la película pretendemos incluso decirlo directamente, no sé si será suficiente y si lograremos transmitir un poco ese esplendor que se está perdiendo y que duele tanto.
Para ti, ¿qué sigue siendo el cine?
Un instrumento valiosísimo de penetración de la realidad. ¿Cómo podría explicarlo? El cine no es retratar simplemente. El cine es manipular. Te da la posibilidad de manipular distintos aspectos de la realidad, crear nuevos significados, y es en ese juego que uno aprende lo que es el mundo. Yo tenía muchas inclinaciones: por la música, por la literatura, por la pintura, incluso por las cosas manuales: la mecánica, la carpintería, los trucos de magia, todas esas fueron cosas que poblaron mi niñez. Tenía una aparente dispersión. Sin embargo, todo eso se sintetizaba en el cine y el día que tuve por primera vez una cámara de 8 milímetros en las manos fue la revelación, la certeza de lo que iba a ser, porque a través del cine podía desarrollar todas esas inclinaciones conjuntamente.
¿Por qué las mujeres no son personajes importantes en tus películas?
Mira, de veras no te puedo responder esa pregunta. No lo sé, pero es cierto, no he desarrollado en mi obra personajes femeninos en la misma medida en que he desarrollado personajes masculinos. Es un mundo en el que quizás no he penetrado lo suficiente. Pero he hecho intentos.
¿Y Mirta Ybarra?
Un intento más. Con Mirta ha sido la madurez. Desde hace veinte años estamos juntos y efectivamente hay una relación muy estrecha, muy rica, pero no fue fácil. Mirta empezó a trabajar en mis películas después de ocho años de estar juntos, hasta eso es un dato significativo, pero a partir de ahí hemos hecho varias cosas y hubo un salto de calidad en la relación, se profundizó tremendamente. También en Fresa y chocolate Mirta tiene una participación importante y trabajar con ella es especialmente grato.
¿Cómo será esta película?
La primera palabra que me viene a la mente es que debe ser una película conmovedora, que a través del sentimiento, de la emoción, toque determinados problemas y a partir de ahí incentivar y estimular una reflexión en el espectador sobre los problemas que afrontan los personajes. La película va a ser -quisiera que lo fuera- una película conmovedora, cargada de humor y de emoción.
Cuba está en un momento muy especial, ¿esta va a ser una película polémica, dura?
¿Dura?
La película va a enfrentar a la gente con realidades que están dentro de uno, pero que uno no quiere ver…
Ah, bueno, en ese sentido sí. Para mí va a ser lo más interesante. Estoy convencido de lo que estamos diciendo con la película. Sé que hay mucha gente que no acaba de entender eso y pienso que la película puede contribuir a que muchas de esas cosas se entiendan.
Siempre te asocian con posturas críticas…
Siempre he tenido una actitud crítica. La he mantenido. Creo que es lo más productivo que he podido hacer en mi vida. Este cineasta se mete con lo que cree que está mal en el socialismo. Alguien me decía, y estoy plenamente de acuerdo, que el guión del socialismo es excelente, pero que la puesta en escena deja mucho que desear, y por lo tanto debe ser objeto de crítica. Es la mejor manera de contribuir a su mejoramiento.
El arte es ¿disfrute, polémica, necesidad?
Creo que el ejercicio del arte en esta sociedad, como en cualquiera, llena una necesidad del hombre de darse gusto, de disfrutar la vida. El arte no es más que eso: una manera de tratar de disfrutar la vida, tratando de comprenderla mejor, tratando de sacar lo más positivo. Creo que hasta ahí vale la respuesta. Ahora, en una sociedad como la nuestra, que está atravesando un período muy crítico, de transformación violenta, el arte -como todas las cosas- sufre esa situación y tiene que hacerse eco de alguna manera de esa situación. Hay que distinguir lo que es el cine y lo que es, digamos, la música. La música es un arte tan abstracto que no incide directamente sobre la realidad, pero el cine sí. El cine no puede evitar nutrirse directamente de aspectos de la realidad y conformar con ellos una obra, que por fuerza tiene que tener una significación y una incidencia sobre la realidad misma. Si hablamos de cine en este momento, nuestro cine, aparte del goce y disfrute que encierra, que es básico, también por fuerza tiene necesidad de adoptar una posición frente a la realidad, un criterio, ejercer de alguna manera la crítica frente a la realidad y a la vez ser objeto de crítica. Creo que la crítica es fundamental en cualquier proceso de desarrollo. La única manera de que se desarrolle una sociedad es teniendo conciencia crítica de sus problemas. Cuando se cae en el juego de ocultar los aspectos feos de la sociedad, entonces estos se perpetúan. Y eso me parece que es lo peor que nos podría suceder. En esta Isla, a noventa millas de los Estados Unidos, país con el que existe una tensión muy grande, cuando ejercemos la crítica mucha gente salta y dice: si criticas nuestra realidad le estás dando armas al enemigo. Yo francamente no creo en eso. No creo eso. Hay muchas maneras de hacer la crítica, se puede hacer desde afuera y desde adentro. Cuando el enemigo nos critica, nos critica para destruirnos; pero cuando nosotros criticamos nuestra realidad lo hacemos justamente para todo lo contrario, para mejorarla. Cuando uno adopta esta actitud y está consciente de la necesidad de la crítica, uno tiene que saber que a su vez también es objeto de crítica y de que va a recibir una respuesta. Hay un enfrentamiento, una lucha o, en el mejor de los casos, un diálogo, y creo que es lo más sano que nos puede ocurrir. No ha sido fácil. Creo que no mucha gente lo comprende así. Muchos se atrincheran, se cierran, y otros utilizan el poder para tratar de cortar el ejercicio de la crítica y es una lucha que no es fácil.
Recientemente, una película, Alicia en el pueblo de Maravillas, se convirtió en el eje de un escándalo. ¿Se trataba acaso de una película contrarrevolucionaria? Yo estoy convencido de que Alicia… es una película honesta que pretendió ejercer la crítica de algunos aspectos de nuestra realidad con el sano propósito de contribuir al proceso de «rectificación de errores» que se había proclamado un tiempo atrás. Contra Alicia… se cometió una gran chapucería política que solo sirvió para poner en evidencia la falta de confianza que padecen muchos funcionarios en la capacidad de la Revolución para asimilar la crítica y asumirla como un instrumento eficaz en el proceso de construcción de una sociedad más justa. El saldo positivo de ese lamentable incidente fue haber visto cómo los cineastas respondieron unidos frente al atropello sin dejarse manipular por fuerzas contrarias a la Revolución. Hay que señalar también como signo alentador la actitud del Consejo Nacional de la UNEAC.
A 25 años del paseo de Sergio, el protagonista de Memorias… por el Malecón, ¿cómo ves a la Revolución Cubana?
Lo primero que habría que señalar es que yo no tengo nada que ver con Sergio. Es decir, puedo transitar los mismos caminos, los mismos lugares que Sergio, puedo incluso compartir muchos de sus criterios, de sus opiniones críticas sobre nuestra sociedad, pero hay una diferencia esencial: Sergio es un espectador pasivo de la realidad, yo no. He participado siempre, desde antes de la Revolución, en la lucha por la revolución, y a lo largo de estos años he participado activamente. Me parece que es una diferencia fundamental. Ha sido para mí un privilegio extraordinario haber vivido toda esta etapa de la historia de mi país, que ha sido dura pero al mismo tiempo ha servido para rescatar la dignidad del ser humano en nuestro país, lo cual te llena de alegría. Pensaba en aquel momento, y lo sigo pensando ahora, que la Revolución demostró que podíamos prosperar y desarrollarnos sin necesidad de estar sometidos a otro país, es decir, podíamos alcanzar una relativa independencia económica. Como dice Sergio al final de Memorias…, cuando está frente a la posibilidad de un final apocalíptico durante la Crisis de Octubre: «Es una dignidad muy cara». Yo pienso que sí, que es una dignidad muy cara, que hay que pagar un alto precio, pero lo importante es que estábamos dispuestos a pagarlo y estamos dispuestos a pagarlo en la medida en que hay una posibilidad de alcanzar esa independencia y esa dignidad, dignamente. Ese era nuestro sentir hace veinticinco años cuando hicimos Memorias… y sigue siendo ahora, pero en estos años han cambiado muchas cosas. Hoy la Revolución se ve amenazada no solo por el colapso del campo socialista, sino que también está amenazada desde adentro, por enemigos encubiertos o manifiestos, y sobre todo, pienso yo, por nuestras ineficiencias. Creo que tenemos que reflexionar mucho sobre esto y se imponen cambios dentro y fuera, es decir, se imponen cambios en los mecanismos nuestros, de nuestra economía, pero también se imponen -por injustos y absurdos-, cambios afuera. Se impone el cese del bloqueo de los Estados Unidos hacia Cuba, que es una agresión inhumana. Estoy seguro de que una vez eliminado el bloqueo, todo sería, no más fácil, pero implicaría otros cambios dentro del país. Esa es la diferencia que hay entre aquel momento y este. La crisis de este momento es una crisis mucho más grave y tenemos que pensar qué hacer para no regresar a una situación de dependencia, de capitalismo dependiente como el que teníamos antes del triunfo de la Revolución.
Volviendo a la película, háblame de la dirección compartida con Juan Carlos Tabío.
Ha sido un trabajo muy colectivo, realmente, muy con todos, pero lo que más satisfacción me ha dado es el trabajo con Juan Carlos, porque es una situación muy difícil esa de compartir la dirección de una película. Es difícil. Y puede originar muchas tensiones. Y aquí estábamos ante el hecho de que teníamos que hacerlo. ¿La respuesta de él? La mejor. A partir de una amistad, se entrega a una película que no era de él y empieza a trabajar y a hacer esfuerzos que yo no quisiera estar en su piel, porque eso de hacer una película para que le guste a otra persona debe ponerlo a uno con mucha tensión. Creo que en todo sentido ha sido una gran experiencia, no solo desde el punto de vista del trabajo, de la película, sino también desde el punto de vista humano. Es un reto que no todo el mundo puede asumir.
Hacer cine en Cuba.
Parto del criterio de que el cine en nuestro país es un lujo, dadas las condiciones en que nosotros tenemos que movernos. Digo un lujo y quiero que se entienda no como un derroche, sino como algo a lo que se aspira y que se ha podido ejercer. Creo que hemos sabido llevarlo a cabo de la mejor manera. ¿Por qué? Porque no hemos pretendido hacer el cine al estilo de Hollywood como en otras partes, y digo Hollywood porque es el cine que ve todo el mundo, el cine que se vende. Desde el principio fuimos muy conscientes de que no podíamos competir con una cinematografía que tiene todos los recursos del mundo y de los que nosotros carecíamos. Teníamos una realidad muy rica, muy dinámica, y aspirábamos a tener la suficiente creatividad para, a partir de ahí y con los elementos esenciales -cámara, luces, grabadora-, hacer películas que fueran interesantes y que nos colocaran en otro terreno, distinto al del cine norteamericano. Creo que eso fue lo que hicimos y lo hicimos bien. Hoy el país está en condiciones todavía mucho más críticas y estamos haciendo una película que es casi un milagro que se esté haciendo, porque en el país falta de todo; sin embargo, estamos moviendo escasos recursos y a partir de imaginación y de trabajo y de entrega personal estamos logrando lo que nos proponíamos. Ni más ni menos. Creo que lo estamos logrando.
Publicada en La Gaceta de Cuba, La Habana, septiembre/octubre de 1993.