«La ideología dominante es la ideología de la clase dominante«, decía Marx. Expresado de otro modo: el esclavo piensa con la cabeza del amo. ¿Por qué? Porque la imposición de los grupos de poder es total: se da en el plano material y, quizá con más fuerza aún, en el campo cultural. Eso es la […]
«La ideología dominante es la ideología de la clase dominante«, decía Marx. Expresado de otro modo: el esclavo piensa con la cabeza del amo. ¿Por qué? Porque la imposición de los grupos de poder es total: se da en el plano material y, quizá con más fuerza aún, en el campo cultural. Eso es la ideología en definitiva: la argamasa que solidifica una sociedad no permitiendo ver la lucha de clases que la mueve o, en todo caso, haciendo de esa lucha y de las diferencias sociales algo normal, natural.
Las clases dominantes, siempre a través de la historia en cualquier modo civilizatorio, ejercieron su poder en forma brutal, con el lenguaje de la violencia, pero también con la sutileza del discurso ideológico. Las diferentes instituciones que se fueron creando a través de la historia (familia, Estado, iglesias, la cultura en su sentido más amplio, la escuela, los medios de comunicación, etc.) son los instrumentos encargados de asegurar la transmisión ideológica. Lo cual no es sino otra forma de decir: de asegurar la continuidad de la explotación con un discurso de resignación e inevitabilidad ante las injusticias.
La democracia que llega con el mundo moderno capitalista llevó el manejo ideológico a grados sumos. La universalización de la escuela formal por un lado, y la irrupción de los medios masivos de comunicación por otro, han permitido llevar la ideología dominante a niveles de sutileza y penetración nunca vistos antes. Los modernos mass media, desde Gutenberg y su primera imprenta en adelante, y más aún la revolución científico-tecnológica de las últimas décadas (televisión, internet, redes sociales), expanden el discurso de dominación de una manera fenomenal. Mientras por un lado Francis Fukuyama y la derecha victoriosa tras la desaparición del bloque socialista soviético cantan jubilosa el supuesto «fin de las ideologías», la ideología capitalista individualista hiper consumista se entroniza con fuerza demoledora. Cualquier intento de cuestionarla es denostada, vilipendiada, pisoteada brutalmente. El «No hay alternativa» de Margaret Tatcher resuena triunfal.
Hoy día el mundo en su conjunto vive momentos de derechización sin precedentes. La ideología dominante hace del libre mercado y de esa cosa rara llamada «democracia» nuevos dioses intocables. Contradecir esto es un llamado a la condena: es hacer sentir dinosaurio anacrónico a quien lo osara hacer… o candidato a un balazo. Los tiempos de muertes, desapariciones, torturas y masacres pasaron, pero su mensaje sigue presente. Hoy esas muertes y torturas toman la forma de discurso ideológico impuesto.
El pensamiento crítico se reemplazó por la diversión banal; la protesta se transformó en pasiva resignación, y el «opinionismo» trivial de las redes sociales sustituyó a la producción intelectual profunda. Consumir y no protestar parece el emblema obligado de los actuales tiempos. La ideología de derecha, conservadora e inmovilista, parece haberse impuesto con fuerza arrolladora. Los conflictos, según esta visión, ahora deben «resolverse pacíficamente». Algunas válvulas de escape pueden permitirse, como discursos «políticamente correctos», pero que no sirven para entender el sistema en su conjunto, y mucho menos presentarle alternativas que puedan hacerlo colapsar. Ahí están, por tanto, diversas expresiones de luchas parciales, importantísimas sin dudas, pero que llamativamente vienen siempre desgajadas de una interpretación global de los hechos, con reivindicaciones siempre puntuales: las luchas de género, étnicas, por la diversidad sexual, de minorías contra mayorías, etc. Luchas definitivamente importantes, sin dudas, pero que quedan separadas de una visión clasista de la sociedad, donde la explotación y las asimetrías socioeconómicas no hacen parte del ideario.
Las ideologías, ¡que en modo alguno han desaparecido!, inundan abrumadoramente cada espacio humano; las ideologías de derecha y conservadora, por supuesto, donde «democracia» y «libertad» son términos clave. Consumir, consumir en forma inmisericorde y no protestar, seguir las modas, ser uno más del rebaño… y si uno se angustia demasiado: ahí están las numerosísimas iglesias neoevangélicas siempre listas para servir como bálsamo.
Quien no entra en los cánones de la «democracia» capitalista, entendida como elecciones periódicas y separación de poderes, cae en dictadura.
Pamplina absoluta, mentira vil. Pero ya sabemos, desde Joseph Goebbels en adelante, que una mentira repetida insistentemente se termina transformando en una verdad. Eso es la ideología que impera.
¿Dónde están las dictaduras? Años atrás, a lo largo de Latinoamérica y el África; dictaduras sangrientas, brutales, regenteadas por militares debidamente preparados para ser buenos perros falderos de las oligarquías nacionales y de las corporaciones multinacionales. Para eso se creó, entre otras, la Escuela de las Américas.
Pero esas dictaduras -que en las décadas del 70/80 del pasado siglo prepararon las condiciones para los planes neoliberales- resultan muy caras a su principal maestro titiritero: Washington. Muy caras en términos económicos y político-sociales. De ahí que la estrategia se varió desde hace años a democracias vigiladas, a parodias de democracias donde solamente cambia cada cierto tiempo el gerente de turno (¿acaso en alguna democracia capitalista ello deja de ser así?) Esas llamadas democracias, que en realidad son patéticas caricaturas, son el reaseguro del capital. Ni más ni menos.
En la democracia manda el pueblo, suele decirse. En todo caso, eso sucede realmente en los pocos ejemplos de democracia directa que encontramos a través de la historia, solo en las experiencias socialistas. Las «democracias» de mercado libre son horrendas mentiras bien programadas donde, una vez más, la clase dominante se burla de las grandes mayorías. Ahí, lo que menos sucede, es que mande el pueblo: ¡manda el capital!, así de simple. Y si las masas protestan, ahí están las bayonetas (y las ametralladoras, y los tanques de guerra, y los misiles, y las salas de tortura, y las cárceles clandestinas, y las campañas de exterminio masivo, etc.) listas para ponerlos en orden.
¿Dónde están las dictaduras hoy, entonces? Esa ideología dominante en este momento habla de «dictaduras» en los pocos ejemplos de sociedades socialistas que se mantienen aún: Cuba, Venezuela, Norcorea. ¿Hay dictaduras ahí? ¿Había dictaduras en Libia e Irak (socialismo árabe en ambos casos)? ¿Hay dictadura en Cuba? (pequeña isla socialista con índices socioeconómicos similares o superiores a muchas potencias capitalistas). ¿Hay dictadura en Venezuela? (país que no se deja manipular por el imperio, y que además detenta las reservas de petróleo más grandes del mundo).
La dictadura, nos dice la ciencia de la politología, es un gobierno tiránico, donde no se respeta la voluntad popular, donde están conculcados los derechos humanos, donde no hay garantías ciudadanas. ¿Sucede todo eso en estas «dictaduras» socialistas? Por supuesto que no: en todo caso, las poblaciones allí gozan de beneficios. «Si hay 200 millones de niños en las calles, ninguno es cubano«, dijo Fidel Castro. Ese es el síntoma que explica todo.
¿Dónde están las dictaduras? En las llamadas economías de mercado. Ahí sí que, efectivamente, las poblaciones están sujetas, amarradas, encadenadas. Están presas de un mercado que obliga a consumir sin piedad, destruyendo al mismo ser humano y a la naturaleza, teniendo periódicamente las guerras como única válvula de escape cuando el sistema se estanca.
La ideología dominante está tan bien montada que, incluso, esa explotación y esa manipulación de conciencias no se ven como tal. Las técnicas de control social son cada vez más sutiles, más sofisticadas. Si alguien conculca derechos realmente es la economía de mercado: obliga sin piedad -pero con sutileza- a consumir, dicta líneas de conducta para toda la Humanidad de las que nadie puede escaparse, viola absolutamente las voluntades populares, aun haciendo creer que promueve las libertades. Como alguien dijo socarronamente: «¿qué es la libertad en el capitalismo? No más que una estatua a la entrada del puerto de Nueva York».
¿Quién puede escaparse del dictado del mercado o de los medios de comunicación masiva? Nadie, absolutamente nadie. ¡¡Ahí está la dictadura!!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.