Los procesos progresistas de América latina observan estupefactos los acontecimientos que vive la periferia europea. América latina sabe muy bien lo que es ser periferia en plena gestión neoliberal del sistema capitalista y conoce en sus propias venas el padecimiento de todas las políticas de ajustes y programas estructurales. Los años ochenta y noventa fueron […]
Los procesos progresistas de América latina observan estupefactos los acontecimientos que vive la periferia europea. América latina sabe muy bien lo que es ser periferia en plena gestión neoliberal del sistema capitalista y conoce en sus propias venas el padecimiento de todas las políticas de ajustes y programas estructurales. Los años ochenta y noventa fueron décadas muy sufridas para las grandes mayorías. La democracia, la soberanía y la justicia social fueron suplantadas por el riesgo país, la confianza de los mercados y la seguridad jurídica.
El punto final llegó, poco a poco, con tensiones y contradicciones, y no sin esfuerzos, después de muchas protestas y demandas, después de mucha interpelación a una legalidad ilegítima, después de haberse perdido elecciones en las urnas de democracias pactadas por la minoría, y después de haberlo intentando una y mil veces, teniendo en cuenta que los de Abajo eran las verdaderas mayorías. Fue primero Chávez en 1998; Lula en Brasil y Kirchner en Argentina; Evo Morales en Bolivia en 2005; Rafael Correa en Ecuador en 2006. Hoy, la América latina progresista va convirtiéndose en otro polo mundial, con mayorías representadas en democracias dinámicas, siendo una región cada vez menos dependiente, con nuevas relaciones geopolíticas, y con un desafío pendiente: integrarse bajo un principio básico de la justicia, tratamiento desigual de los desiguales para una convivencia más equitativa.
Una cosa es bien cierta: la América latina de ayer no es la periferia Europa de hoy. Son muchísimas las diferencias en términos políticos-sociales-culturales-ecológicos-económicos. Pero sí son muy parecidas las políticas económicas dictadas por los mismos poderes económicos para ese lugar común que podría ser llamado periferia. La periferia europea no es periferia solamente en los años pos crisis, sino que es periferia desde el inicio del proceso de integración económica y monetaria, o quizás desde mucho antes. Esta periferia siempre estuvo dispuesta a aceptar un desarrollo desigual en base a asimetrías productivas-financieras-fiscales-comerciales. El proceso de integración desigual (una periferia sumisa a un centro europeo), a diferencia del latinoamericano, se edificó en torno de un pacto de ganancias entre la minoría y las grandes mayorías, éstas cada vez más segmentadas. El mínimo Estado de bienestar era requerido para contener ciertas necesidades sociales e incluir a las mayorías en un sistema que excluía, no por esta vía, sino por el propio régimen de acumulación de riqueza, exclusivo para muy pocas manos.
En otras palabras, las mayorías eran incluidas porque son necesarias para garantizar un patrón estable de enriquecimiento de unos pocos, fundamentalmente reconcentrados en una dupla geoeconómica: los poderes económicos centrales (gran industria y oligarquía financiera) y los poderes económicos periféricos. Las políticas públicas en la periferia europea, en esas décadas no sufridas sino de burbuja económica, se empeñaban en cimentar un escenario estable de ilusión monetaria, donde las mayorías se incluían en cuanto a cierto patrón de consumo, pero nunca al de riqueza. Por en contrario, las décadas sufridas de América latina fueron otra cosa. La exclusión fue integral y abarcó todo tipo de aspecto: consumo, ingreso, sistema crediticio, vivienda, educación, sanidad, otras necesidades básicas y derechos sociales. A pesar de sus vicisitudes, el pasado rol periférico de América latina tiene cierta similitud con el papel de periferia europea, salvaguardando las diferencias propias de un sistema económico actual menos policéntrico que el de antes. Toda periferia padece de ciertas pautas similares: estrechamiento de la matriz productiva, intercambio comercial dependiente, competitividad vía retroceso laboral, descontrol de los sectores estratégicos, financiarización subordinada y sumisión a las superestructuras institucionales internacionales.
Quizá los tiempos, las intensidades, las cadenas de transmisión y los mecanismos de amortiguación sean disparejos. Pero sí existe algo muy similar en todo esto: la batería de medidas neoliberales impuestas desde los poderes económicos. Mismo instrumental tecnocrático de alto voltaje para implementar las mismas decisiones políticas. Los intereses, no hay duda, son los mismos; los representantes políticos también. Hace años, Albert Einstein ya sostenía que «necedad es hacer lo mismo esperando resultados diferentes». Y es que necios, necios, no son; hacen lo mismo, esperando resultados iguales, pero procurando imponer una transición diferente a aquella democrática para las mayorías que tuvo lugar en muchos países de América latina. Queda esperar que las mayorías en la periferia europea acuerden la defensa de otra transición. América latina lo sufrió durante décadas, y la periferia de Europa lo ha padecido en modo blando años atrás, y lo puede seguir sufriendo en modo duro en los próximos años si no lo remedia con otra transición de décadas ganadas.
* Doctor en Economía, coordinador América Latina Fundación CEPS.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-201054-2012-08-15.html