DEMOCRACIA: ¿En quién reside el poder en los sistemas políticos modernos y, más concretamente, en el español? ¿Es el concepto que conocemos de ‘democracia’ lo suficientemente preciso para analizar profundamente lo político? Como alternativa se propone el concepto de plutocracia que, pese a sus limitaciones, parece ceñirse de una manera más rigurosa a la dinámica […]
DEMOCRACIA: ¿En quién reside el poder en los sistemas políticos modernos y, más concretamente, en el español? ¿Es el concepto que conocemos de ‘democracia’ lo suficientemente preciso para analizar profundamente lo político? Como alternativa se propone el concepto de plutocracia que, pese a sus limitaciones, parece ceñirse de una manera más rigurosa a la dinámica del poder en la actualidad.
Un análisis del contexto actual desde la perspectiva que ofrece la ciencia política, es decir, un enfoque analítico del poder, no puede dejar de preguntarse dónde reside dicho poder dentro de un sistema social dado.
Lo primero que hay que señalar es que una democracia, etimológicamente hablando, se compone de los elementos demos (pueblo) y kratia (poder). Con lo cual, el poder reside en el conjunto de los ciudadanos. Pero en una democracia, para que cada ciudadano pueda ejercer ese poder de manera libre e igualitaria, son necesarios otros dos elementos básicos como son la Isegoría y la Isonomía. La isegoría (Isos-Todos; Agora-Asamblea) consiste en la igualdad de voz; la isonomía (Ison-Igual; Némein-Distribuir) en la igualdad de los derechos de participación política, del uso del poder.
Cualquier persona puede discernir con bastante facilidad que en las democracias actuales, tan solo en un referéndum, el poder podría estar en el pueblo, y esto también es más que cuestionable debido a la falta de proporcionalidad de los sistemas electorales o a al carácter o a la distribución de los medios de comunicación. Agregando a ello que la igualdad de voz no consiste en ir a la plaza del pueblo, instalar un púlpito y decir lo que uno o una crea conveniente. Siendo así, cualquier individuo concluiría que el ejercicio igualitario del poder sólo puede llegar a ser una entelequia, por lo que no es necesario poner ningún ejemplo fútil. En relación a esto último, tan sólo recalcar que la isonomía data del 500 a.C. y comenzó siendo, como destaca Joaquín Abellán, un «eslogan político dirigido contra las pretensiones de los nobles de volver a recuperar su posición tras la caída de los tiranos».
El concepto de plutocracia, cuya raíz etimológica se compone, del griego, de plutos (dinero) y kratia (poder), se refiere a que el poder reside en el dinero. Este concepto, mucho menos ortodoxo y estudiado que el de democracia, se ha hecho hueco desde hace varios años en los escritos de cierta literatura. Autores de izquierda radical consideran que el concepto de plutocracia se ajusta mucho más a la realidad que el de democracia para denominar y analizar los sistemas que imperan en Occidente en la actualidad. La capacidad que cada individuo tiene para hacer oír su voz o para imponer sus intereses particulares o de clase dependen, necesariamente, del dinero que posea.
José Saramago lo expresaba de la siguiente manera. «Vivimos en una plutocracia: un Gobierno de los ricos, cuando éstos, proporcionalmente al lugar que ocupan en sociedad, deberían estar representados por una minoría en el poder. No hay actualmente ningún país del mundo que viva verdaderamente en democracia…».
El poder hegemónico del dinero
George Simmel afirma en su escrito Filosofía del Dinero que «[c]uanto más se impregna la vida de una sociedad con los caracteres de la economía monetaria, más eficaz y claramente se dibuja en la vida consciente el carácter relativo de ser, ya que el dinero no es otra cosa que la relatividad de los objetos económicos incorporados en una constitución especial que representa su valor«.
Un dato reciente que escenifica esta afirmación proveniente de un estudio realizado por la ONG Intermón Oxfam, la cual no puede ser acusada precisamente de comunitarista por su probada relación con Coca-Cola, entre otras multinacionales, señala que las mayores 85 fortunas del planeta poseen la misma capacidad adquisitiva que los 3.500 millones de personas más pobres, es decir, la mitad más explotada de la población mundial. Se necesitaría un estudio mucho más profundo que la simple consulta de algún libro de historia de Raymond Carr para poder afirmar que no ha habido ningún momento histórico en el que una cantidad tan exigua de individuos poseyeran tal cantidad ingente de riqueza proporcional. Y esta es una afirmación extremadamente grave. Pues bien, este escenario se ha ido incrementando progresivamente en los últimos treinta años y no hay perspectivas de que se vaya a invertir la tendencia. No, al menos, en un sistema plutocrático.
La cuestión de cómo se puede llegar a esta situación y que el pueblo la acepte es compleja y requiere una argumentación que va más allá del supuesto de la ignorancia. Tiene que ver con la capacidad de manipulación que ofrece el poder hegemónico del dinero. Ya lo explicitó de manera sucinta José Luis Sampedro: «¿La gente está loca? No, la gente está manipulada«. Esta manipulación tiene numerosas vertientes que no pueden ser tratadas en profundidad en este artículo.
Como pilar fundamental de la isegoría en la actualidad, están los medios. La concentración de los medios de comunicación más relevantes, por su volumen de usuarios, es tan alarmante como la homogeneidad en su discurso. La ausencia de crítica al poder establecido por el dinero lleva a calificar como filántropos (filantropía como amor al género humano) a personajes que forman parte de esa lista de los 85 más ricos, como son Warren Buffet , Bill Gates o George Soros. Este dato podría no ser relevante si procediera de medios evidente y abiertamente neoliberales, pero esta referencia proviene de uno, de tantos artículos, del diario de tirada a nivel estatal más a la izquierda (que no es lo mismo que decir que sea de izquierdas) de todos los publicados en España, El País.
Esta repetición discursiva en la cuasi totalidad de los medios, tanto escritos como audiovisuales, genera cultura y significados y, por tanto, dominio a largo plazo -se instala en el imaginario y el sentido común-. Esta relación psicosocial, de influencia gramsciana, concluiría que hay una mayoría que percibe como legítima la posesión de inmensas fortunas y el gobierno de la clase dominante. Se hace pensar que el mérito será el elemento que determina la posición social y la capacidad económica de cada ser humano –meritocracia- usando excepcionalidades como objetividades. Este es el concepto fundamental, con origen en la filosofía liberal, que legitima la plutocracia. La meritocracia, la cultura del esfuerzo, obvia la desigualdad de base. Los diferentes puntos de partida individuales y de grupo hacen que la meritocracia sea tan solo una herramienta ideológica de gran poder para la clase dominante; «mecanismos [que] se utilizan para enfrentar a unos estratos contra otros a fin de mantener el estatus inferior de los grupos ‘minoritarios'». De esta forma el dominio del marco narrativo genera una legitimidad que lleva a una parte importante de la sociedad a percibir, como buenos ciudadanos y modelos a imitar, a personajes como Emilio Botín, Amancio Ortega o Florentino Pérez, por poner los ejemplos más conocidos en España.
El concepto de plutocracia merece un mejor y más amplio tratamiento teórico para un correcto análisis posterior. Este boceto del mismo sólo intenta crear conciencia y análisis crítico de lo que se da por sentado. Democracia parece ser un calificativo demasiado benévolo para denominar al sistema político actual. No son suficientes los elementos de democracia representativa sin mandato imperativo. La ridiculización de la democracia directa y asamblearia o la criminalización de la protesta ciudadana, los cuales son, tan sólo, algunos métodos de praxis de democracia radical, nos indican la débil institucionalidad de las democracias occidentales y el nulo interés por su promoción, tanto por parte de las élites como por la clase dominante.
Así, habría que finalizar preguntándose ¿Isegoría?, ¿isonomía? Emmanuel Todd apuntaría hacia una de las claves al señalar que «al narcisismo individual de los miembros de la élite responde un narcisismo del grupo de élite que reniega de sus responsabilidades económicas y sociales; desprecia a los humildes y se encierra en una política económica librecambista que extrae beneficios para los ricos e implica un estancamiento y posterior descenso de los ingresos para el resto».
MÁS INFORMACIÓN:
ABELLÁN, Joaquín. Democracia: conceptos políticos fundamentales. Madrid: ed. Alianza, 2011; pp. 23-45.
BOWLES, Samuel y GINTIS, Herbert. La meritocracia y el coeficiente de inteligencia: la nueva falacia del capitalismo. Madrid: ed. Anagrama, 1972; p. 104.
SIMMEL, Georg. Filosofía del dinero. Madrid: ed. Comares, 2003; p. 673.
TODD, Emmanuel. Después de la democracia. Madrid: ed. Akal, 2008; p. 80.
Guillermo Hernández Banderas, Sociologo y Politólogo por la UCM