La política es propiedad, según escuchó en una conversación de pasillo el escritor y cronista Norman Mailer a un joven delegado de Nueva York durante la convención del Partido Demócrata celebrada en 1968 en Chicago. Una afirmación escueta que define con exactitud filosófica los entresijos invisibles de la política, a la que cabría añadir para […]
La política es propiedad, según escuchó en una conversación de pasillo el escritor y cronista Norman Mailer a un joven delegado de Nueva York durante la convención del Partido Demócrata celebrada en 1968 en Chicago. Una afirmación escueta que define con exactitud filosófica los entresijos invisibles de la política, a la que cabría añadir para redondear su efectividad que la propiedad es a su vez poder, concepto que puede ser traducido al modo coloquial como capacidad o mecanismo para hacer real las ideas o intereses de un grupo o comunidad social. Lo cuenta Mailer en su libro Miami y el sitio de Chicago.
Recordemos que la frase mencionada fue dicha en un contexto mundial de convulsiones históricas. En ese mítico año acaecieron varios acontecimientos de especial relevancia: Richard Nixon, republicano, alcanzó la presidencia en Estados Unidos después de que su mayor rival demócrata Robert F Kennedy fuera asesinado en extrañas circunstancias, antes de su más que probable nominación oficial, y se registraron conmociones de extraordinaria trascendencia en el mayo francés del 68, la invasión soviética contra la primavera de Praga y la matanza de varios centenares de estudiantes, profesores, intelectuales, obreros y amas de casa en la plaza de las Tres Cultura de Tlatelolco sita en la ciudad de México.
No hay que entender ese poder simplemente como un atesoramiento de bienes financieros o recursos económicos. Aunque también, sin duda alguna. No obstante, el poder reside asimismo en cuestiones intangibles como el discurso, la ideología, la opinión pública, la movilización masiva en la calle, las tradiciones, la violencia institucional y una combinación de todos los factores reseñados.
Las negociaciones políticas no son más que transacciones de intereses opuestos y afinidades coyunturales. Lo importante en este escenario es saber a ciencia cierta si los activos propios servirán como moneda de intercambio y presión ante el resto de partidos, contrincantes sociales o fuerzas políticas en liza que representan opciones diferentes a la nuestra. Lógicamente, al igual que en otros juegos más mundanos, uno puede escoger la alternativa de ir de farol, pero a la larga esta postura suele caer por su propio peso al descubrirse que sus auténticas motivaciones descansan en el vacío total. Descubrir esos huecos del enemigo o adversario ofrece una capacidad de maniobra mayor y una ventaja táctica decisiva a medio plazo.
En el actual panorama de España subyacen distintos activos enfrentados que, por el momento, no devienen en alianzas o proyectos conjuntos de gobernabilidad. A corto plazo, cada formación política está tanteando si sus propiedades simbólicas de son susceptibles de ser utilizadas o esgrimidas con el fin ejercer el suficiente poder para llevarse el gato al agua o, al menos, servir de intercambio factible para que sus intereses rindan los beneficios buscados o deseados sin menoscabo de sus principios y acordes con el sentir mayoritario de su electorado afín.
Los votos son solo una parte de la fuerza de las organizaciones políticas. En la trastienda caben muchas otras verdades parciales o instrumentales para salir airosos de cualquier negociación que se plantee. En esos tanteos, cada partido va sopesando la cruda realidad de sus expectativas y el valor de las mismas. De ahí que las declaraciones de los líderes registren variaciones significativas en momentos de incertidumbre y de decantación del peso específico y real de las propias convicciones y tácticas a seguir.
PP: fumando espero
Por lo que se refiere al PP, resulta evidente que su estrategia está diseñada para esperar y verlas venir. Que la izquierda se pegue entre sí, mostrando sus desavenencias públicamente es su lema de campaña. Continúa siendo la referencia de la derecha. La corrupción y el desgaste de la acción de gobierno le han pasado factura, pero no tanta como se vaticinaba en las encuestas y sondeos. Además de representar al poder financiero y empresarial, el PP tiene su valor fetiche en el tiempo. Administrando este factor con sabiduría y temple, si no hay movimientos radicales y profundos a su izquierda, volverá a tomar las riendas del poder político con suma facilidad. En épocas de zozobra y desencanto general, la gente siempre vuelve cuando no halla caminos alternativos al cómodo calor y confort emocional del hogar, el entorno conocido y la familia sentimental o de conveniencia, de las costumbres inveteradas, del cacique protector, de las ideas trilladas y del mal menor como viaje de regreso y destino inexorable de la precariedad vital y de la ausencia de utopías colectivas en la que nos hallamos inmersos. Sin vislumbrar futuro distinto en el horizonte, mejor cobijarse en el presente consumista y la rutina cotidiana.
PSOE, en la encrucijada
En cuanto al PSOE, su situación en tierra de nadie, aprisionado en un centro artificial, es mucho más difícil de sostener. Tiene que aparentar ser de izquierdas por su historia y por sus fieles, aunque su trayectoria y función desde 1977 está anclada en el andamiaje de la transición: ser mero soporte y alter ego amable del PP y, por ende, de los intereses de las clases altas. Con guiños estéticos a las clases medias y populares ha desempeñado el papel que le correspondía a la perfección hasta ahora mismo. Cumplía con rigor su rol de recoger el voto izquierdista y encauzarlo debidamente sin estridencias ni oposiciones extremas por la senda de la moderación. Sucede que hoy, Podemos le está comiendo un espacio importante fundamentalmente dentro de las clases medias a las que ha llegado con crueldad las dentelladas de la crisis causada por las medidas neoliberales. En ese trasiego, el PSOE ha perdido suelo en la realidad y en los dispositivos simbólicos de relación con sus bases y simpatizantes. Algunos han visto que el PSOE no es solución distinta a las recetas preconizadas por el PP. Su imagen y consistencia han sufrido un desgaste incuestionable. Ya no representa ningún cambio ni ilusión alternativa a la derecha. Sus vaivenes en el discurso demuestran este aserto. ¿Cuál es, entonces, su valor de intercambio actual? Recuperar el bipartidismo, la moderación calculada trufada de sensatez, regar de nuevo las raíces de la memoria del consenso para retornar a su etiqueta de única izquierda capaz de hacer frente a la derecha del PP. Valores ahora en entredicho, pero a su favor juega que contará con la ayuda inestimable de la derecha y los poderes fácticos que se expresan en los principales medios de comunicación. Su fuerza, por tanto, reside en las fuerzas ocultas que necesitan de su concurso para volver a la connivencia de facto e inmovilismo ideológico alumbrados en 1977. De todas formas, el PSOE es el partido que menor fuerza simbólica atesora de todo el arco parlamentario.
Podemos, pero mucho menos
La tercera formación que merece un análisis sucinto es la emergente Podemos. Saltó a la palestra aunando diversos y contradictorios factores y agentes sociales tales como el impulso del 15M, la fragilidad e impotencia de la izquierda clásica e institucional, la cobertura mediática de algunas instancias hegemónicas interesadas en desmovilizar las reivindicaciones expresadas a voz en grito en la calle y un potente discurso radical basado en oponer conceptos tan sonoros y publicitarios como casta y pueblo, el uno por ciento privilegiado contra la inmensa mayoría que vive en la incertidumbre social o la precariedad vital. Al contrario que el PSOE, no cuenta con avales ni raíces en el mundo sindical. Su cuerpo de seguidores es virtual, creado al calor de las redes sociales y lugares de encuentro que surgen de la espontaneidad y el voluntarismo de asaltar los cielos con la mera fuerza de su discurso y de sus ganas de transformar la realidad de aquí a mañana, antes incluso si ello es posible. La fuerza de su retórica es la novedad permanente, por eso, sin base ni raigambre en lo social y en la memoria histórica colectiva, su empeño era y es sobrepasar en sufragios al PSOE y tocar poder de inmediato. Al no conquistar las metas propuestas, su mensaje corre el riesgo de diluirse en la ineficacia y la mera palabrería. Podemos tiene que mirar cara a cara a sus contradicciones y reconducir sus metas a objetivos ideológicos de mayor recorrido estratégico. Su envite ganador a todo o nada se ha frustrado de cuajo: lo nuevo no ha conseguido convencer ni abrirse el hueco necesario para ser un actor esencial en el presente político de España. Otrosí, la operación de laboratorio protagonizada por Ciudadanos le ha restado capacidad de maniobra y compite en idéntico terreno simbólico: la novedad por excelencia que representa la sorpresa súbita.
Ciudadanos, lo viejo con nuevo look
Hablando de Ciudadanos, señalar que es la única candidatura que ha logrado con creces sus objetivos iniciales, ser decisiva en cualquier combinación aun sin ser imprescindible. Sus valores toman importancia desde la ambivalencia y la indefinición, amén de los apoyos en la sombra de sus mentores fácticos. Ha quitado votos a todos, recogiendo un caudal significativo del electorado de indecisos y cabreados sin ideología, y tomando a la vez sufragios prestados que volaron tanto del la cartera del PP como del pesebre del PSOE. Una buena jugada del bipartidismo: Ciudadanos los devolverá a sus fuentes originales cuando las aguas, hoy turbias, se tornen más tranquilas y previsibles. Sus cometidos fundacionales han tenido un éxito incuestionable. Seguirá persistiendo en la indefinición calculada con discursos que suenen bien a diestra y siniestra. De esta forma sibilina, permitirá dar a luz a medio plazo una gran coalición o investidura que cercene cualquier posibilidad o veleidad izquierdista. Al día de hoy, está haciendo el trabajo sucio que le correspondería al PP. Su prestigio intacto e incólume en la actualidad sirve de tapadera a los intereses ocultos de la derecha al tiempo que engatusan al PSOE para no hacer pie en el terreno resbaladizo de una auténtica opción de izquierdas. Ciudadanos es lo viejo con gestos nuevos de posmodernidad que permite oxígeno al bipartidismo en decadencia formal. No obstante lo dicho, el partido de Rivera tiene fecha de caducidad: en cuanto su ambivalencia deje de ser decisiva como muleta de PP y PSOE, más temprano que tarde sus siglas se integrarán en el sistema establecido. Su amortización dependerá de los hipotéticos comicios del mes de junio próximo.
IU, la verdad que nunca gana
Y llegamos a IU, el paria del elenco, el querer y no poder, la minoría prescindible, el reducto de iconoclastas por antonomasia del panorama político español. Su mejor valor es la verdad ética, que no se vende por un plato de lentejas. También es su mayor debilidad o talón de Aquiles. Pero no le queda otra alternativa en su ser o no ser histórico: principios y programa son sus avales de referencia. Parafraseando, aunque alterando sustancialmente la sentencia de Groucho Marx, estos son mis principios y mi ideología, si no le gustan, no tengo otros. O quizás sí: desaparecer su logo en la marea del cambio liderada por Podemos. IU se juega todas sus bazas en cada propuesta, teniendo poco que perder en ello. Su poder simbólico saca fuerzas y pecho de que no aspira a nada inmediato y tangible: su mirada va más allá, al menos en teoría, hacia una sociedad de nuevo cuño, hacia una transformación profunda de la cultura capitalista globalizada. Suena a utopía, pero no le es factible alejarse demasiado de ella pues moriría por inanición o engullida por el PSOE o Podemos. De hecho, sus figuras menos ideologizadas o más pragmáticas, ya desde el periodo de la transición, han desembarcado en la moderación y el cargo público ante la imposibilidad de abrir espacio a una izquierda más auténtica que la representada por el PSOE. Moverse de la esencia ética y la memoria histórica traería fatales consecuencias para IU. Seguirán siendo minoritarios y referente ideológico de la izquierda fetén hasta que el cuerpo aguante y sus líderes no huyan despavoridos a residencias alquiladas más tiernas, acogedoras e institucionales.
En resumen, el PP, a pesar de las falsas apariencias, es a quien mejor porvenir se vislumbra de todas las fuerzas políticas en España: con dosificar el tiempo y ver el fracaso de las izquierdas lo tiene relativamente fácil. Y, por supuesto, con la inestimable ayuda de Ciudadanos. Cuando la realidad se instale en la normalidad y la rutina, el PSOE volverá al redil del establishment. Podemos solo cobrará relevancia si obtiene un resultado electoral por encima del PSOE. Incluso así, en ese caso futurible, resulta muy probable que las derechas puedan esgrimir una mayoría absoluta inatacable desde ningún flanco parlamentario. IU, por último, mantendrá una posición testimonial de ni fu ni sino todo lo contrario. Pronóstico: PP, PSOE y Ciudadanos están condenados a entenderse, con o sin segundos comicios generales. No hay movimientos ni vestigios en la superficie que inviten a pensar que algo nuevo sucederá en España. Las paradójicas y conservadoras clases medias, a paso lento pero firme, están retomando el pulso de los créditos impagados y cerrando sus oídos vacilantes a los cantos de sirena frustrados por soluciones políticas no tradicionales que se no han sabido ni podido echar raíces vigorosas en mentes y grupos sociales tan dispares, complejos y tornadizos. De exabrupto inicial contra los recortes, lo mejor ahora es echar cuentas, moderar las expectativas y acomodarse a la costumbre, las aburridas rutinas diarias, el trasiego compulsivo al centro comercial o de ocio, el festival de Eurovisión, la Champions League y las telenovelas vespertinas. Los irreductibles e inasequibles al desaliento tienen su nicho predilecto especialmente diseñado para ellos en La Sexta, El Intermedio y La Sexta Noche. En esta cadena y sus programas políticos pueden cabalizar su creciente impotencia y cruel desencanto del cambio político que jamás cristaliza en nada real. El sistema genera herramientas de control de los presuntos disidentes o insatisfechos con una facilidad pasmosa. O resucitan los Kennedy asesinados o la gran coalición está al caer. El tiempo es el gran recurso del PP, su principal aliado simbólico. Con el concurso intoxicador de Ciudadanos y el temor reverencial del PSOE a adentrase en vericuetos que le alejen del vetusto bipartidismo, el cadáver exquisito de la izquierda impotente será pasto de la voracidad insaciable de la derecha más tarde o temprano. Demos tiempo al tiempo y a que se fragüe a cocción lenta lo que es un secreto a voces: la gran coalición, ya sea en la versión tripartita de Rajoy, Sánchez y Rivera a una, o a través de apoyos mutuos parlamentarios de legislatura o meramente puntuales. A lo que ahora estamos asistiendo es morralla pura, gestos de tentadero para preparar el terreno de la corrida real, que todo cambie para que todo siga igual.
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