El 27 de octubre de 1561, hace 452 años, el oñatiarra Lope de Aguirre fue fusilado por su propia gente, decapitado y descuartizado. Atrás quedaba una vida azarosa, dura, de ambición, aventura y conquista, de sueño dorado y fracaso; y a su muerte se creó una de leyenda de cine y cuento, de novela fantástica, […]
El 27 de octubre de 1561, hace 452 años, el oñatiarra Lope de Aguirre fue fusilado por su propia gente, decapitado y descuartizado. Atrás quedaba una vida azarosa, dura, de ambición, aventura y conquista, de sueño dorado y fracaso; y a su muerte se creó una de leyenda de cine y cuento, de novela fantástica, de tergiversación e interés pagado. Se recurrió a la irracionalidad, dejándose llevar por el impulso propio y huyendo de la realidad de la época y del personaje. Y Lope de Aguirre es zarandeado por la posteridad a voluntad de la pluma del escribiente de turno, según su interés o el del círculo de lectores al que va destinado el libro o guión. Y así «el vasco Segundo de Ispizua convierte a Aguirre en mártir de la independencia en una situación en la que él y sus paisanos se sienten víctimas de una colonización interna en España, o el padre jesuita español, Constantino Bayle, le califica de bolchevique en vísperas de la II Republica española».
Lope de Aguirre poco antes de ser fusilado, en 1561, metido ya en una situación sin salida, traicionado por los suyos y acorralado por las tropas leales a la corona de España, escribe desde la Valencia de Venezuela una carta al entonces emperador del mundo, a Felipe II, en donde tratándole de tú le echa en cara su crueldad y su desagradecimiento ante los servicios prestador por él a la corona en la conquista. «Y mientras los auténticos conquistadores de estas tierras no sean premiados niega a la corona española el derecho a sacar provecho de ellos, puesto que allí nada ha arriesgado él. Se desliga de España y le declara la guerra».
Y este conquistador, que se rebela y reniega de su rey, Felipe II, a quien le tacha de ser peor que Lucifer y menos creíble que Martín Lutero, dependiendo de la pluma que se preste o del guión elegido a su capricho por el director de turno, es convertido o en el primer mártir de la independencia de América, en el abanderado de tendencias igualitarias, en defensor de todas la razas o en arquetipo del represor español odiado, que mata por matar, prototipo de crueldad y represor de los indios».
Durante siglos se ha presentado a Aguirre como el arquetipo de la maldad, la descripción que ofreció el clérigo Juan de Castellanos en 1589 no sufrió grandes mutaciones:
«El era de pequeña compostura
Gran cabeza, grandísima viveza,
Pero jamás perversa criatura
Que de razón formó naturaleza:
Todo cautelas, todo maldad pura,
Sin mezcla de virtud ni de nobleza;
Sus palabras, sus tratos, su gobierno
Eran a semejanza del infierno.Charlatancillo y algo rehecho,
Sin un olor de buenas propiedades.
La cosa más sin ser y sin provecho
Que conocieron todas las edades:
Pero nunca jamás se vio pecho
Lleno de tan enormes crueldades».
Y esta tendencia muy humana, pero por primaria, vaga y tendenciosa muy injusta con el personaje y desgajada de la época y su contexto, aflora de nuevo en nuestros días en una novela, en «La serpiente sin ojos» del colombiano William Ospina, y en un guión largamente anunciado sobre Lope de Aguirre si bien poco definido sí apuntado por el director de cine Amigó y el político Jesús Egiguren.
La catedrática alemana Ingrid Galster, tras larga investigación, nos ha ofrecido con su tesis a cátedra convertido en libro: «Lope de Aguirre o La posteridad arbitraria», el trabajo más esclarecedor, luminoso detallado y ajustado sobre la figura de este gipuzkoano. Libro que se convierte en imprescindible en la mesa de todo aquel que hoy se adentre en el estudio del personaje histórico y trate de evitar de nuevo posteridades arbitrarias.
Ingrid Galster nos advierte a modo de conclusión:
López de Aguirre es opresor y oprimido, cuando se le priva de esa doble vertiente se lo mitologiza en uno u otro sentido. El privarle de esa complejidad se debe a la utilización de su figura y de la historia, a la manipulación, al convertirle en enemigo o en figura de identificación, en monstruo o libertador. Se erradica lo histórico y en la descripción de la figura cobra peso el destinatario: se presenta a un Lope de Aguirre a la carta, dependiendo del autor y el destinatario.
Dice la autora: A nuestro parecer son sobre todo dos rasgos decisivos y contradictorios incorporados por la figura lo que la volvieron justamente interesante para la polémica entre latinoamericanos y vascos, por un lado, y españoles por el otro y que provocaron el debate en la primera mitad del siglo XX, antes de que en la segunda mitad surgiera una nueva moda de Aguirre, que se nutría de la misma contradicción: la simultaneidad, inherente de todo individuo pero remarcada especialmente en la figura del rebelde vasco, de las condiciones de víctima y victimario, que se muestra en el hecho de que se rebeló hasta el extremo contra la injusticia sufrida pero, al mismo tiempo y a su vez, practicó la injusticia tanto contra los españoles, que fueron obstáculo para sus fines, como contra nativos, esos «bienes» alrededor de los cuales se encendía la lucha por la distribución».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.