Dentro de las grandes religiones monoteístas son tres las que destacan: el judaísmo, el cristianismo y el islam. El cristianismo es la que más se ha difundido por Occidente y la que se ha encargado de crear la moral en la mayoría de estos países. El propulsor del Cristianismo es Jesús de Nazaret, que muere […]
Dentro de las grandes religiones monoteístas son tres las que destacan: el judaísmo, el cristianismo y el islam. El cristianismo es la que más se ha difundido por Occidente y la que se ha encargado de crear la moral en la mayoría de estos países.
El propulsor del Cristianismo es Jesús de Nazaret, que muere en el 33 d. C. La religión cristiana se fue extendiendo poco a poco por todo el Imperio Romano, para hacerse credo oficial en el 313 a manos de Constantino. Roma se convirtió desde el s. IV d. C. en el corazón del cristianismo, pues según la tradición allí es donde uno de los discípulos de Jesús colocó la primera piedra de su Iglesia. Poco a poco el cristianismo se fue jerarquizando y, tras su legalización junto con la caída del Imperio Occidental, los obispos fueron ocupando diferentes ciudades, siendo una de las primeras Roma. Durante estos primeros siglos se fue conformando el cuerpo ideológico y simbólico de la llamada ya Iglesia Católica, pues tras el siglo S. XI las Iglesia de Occidente y Oriente se separaron.
Entre los S. XIII-S. XV se producen profundos cambios en la Iglesia. Se jerarquiza progresivamente e instituyen cada vez más dogmas de fe. Dos son los elementos más importantes: la aparición del Sacramento del Matrimonio (existen estudios, como el llevado a cabo por John Boswell, donde podemos encontrar ritos de hermanamiento llevados entre hombres, mujeres y hombres con mujeres) y la aparición del pecado de la Sodomía (si se acude al Génesis podremos observar que en Sodoma lo que se condena es la falta de hospitalidad, de gran arraigo entre los pueblos semitas). El matrimonio como tal no se arraiga en la sociedad hasta el s. XVI. ¿A qué corresponde esto? Las estructuras jurídicas puramente feudales se iban resquebrajando y la Iglesia se iba aliando cada vez más con los poderes sobresalientes, los monarcas absolutos, además de una recatolización tras la Contrarreforma.
Hasta el s. XVIII no existieron categorías sexuales, es decir, heterosexual, homosexual o bisexual no eran ideas existentes como tales conceptos; de ahí que esas palabras no existieran. Este elemento es de vital importancia, pues hasta la aparición del Estado burgués las personas se relacionan dependiendo de la clase social pero sin un gusto sexual tipificado.
Durante el s. XIX-XX van apareciendo los denominados ‘Estados nación’. Estos se estructuran en la familia, en la denominada familia nuclear (hombre, mujer e hijos). Cualquier elemento que se saliera de ahí y que pudiera hacer que existieran otras estructuras diferentes serían duramente condenados. Los hechos de la Revolución Francesa y todas las revoluciones burguesas de la primera mitad del s. XIX no fueron admitidas por la Iglesia hasta el S. XX. Por su parte, la Iglesia en los Estados que tenían peso moral seguía dando un discurso tipificador del modelo familiar y de las conductas sexuales.
El primer cambio respecto a la homosexualidad fue que pasara de ser considerada pecado a enfermedad hacia el 1890. La lucha prosiguió, pero el auge de los totalitarismos no solo retrasó una evolución hacia mejor, sino que echó atrás otros logros conseguidos por la población en general.
Tras los años 60 empezó la última fase de las luchas homosexuales, consiguiendo que la OMS eliminara a la homosexualidad de su lista de enfermedades en 1990.
Son muchos los países que ya no consideran a la homosexualidad como un pecado o una enfermad, sino que han llegado a reconocer las uniones civiles e incluso el matrimonio homosexual.
La relación entra Iglesia y homosexuales sigue en pleno proceso de lucha, pues la Iglesia todavía considera la homosexualidad como un comportamiento ‘contra natura’. Como tal se organizaron diferentes colectivos de corte más o menos revolucionario. Los menos revolucionarios realizan un arduo trabajo en los institutos, colegios, etc. para visualizar a los homosexuales (hoy en día se incluyen lesbianas, transexuales y bisexuales, LGTB). Los grupos LGTB más radicales buscan ir más allá y crear una sociedad sin dogmas de fe y estructuras burguesas. Ven que no es suficiente con ganar ciertos espacios o conformarse con una mera equiparación jurídica.
La Iglesia Católica sigue dando un discurso homófobo y de incitación al odio en cualquiera de los espacios donde tiene voz (colegios, institutos, universidades, prensa, radio, etc.), provocando un rechazo hacia la homosexualidad en muchas capas de la población. La homosexualidad no es más que una de las expresiones afectivas, emocionales y sentimentales de las personas. No es ni mejor ni peor; es una vertiente más, como lo es la heterosexualidad. No hay nada de «contra natura» en la homosexualidad, ya que, de no ser adaptativa, la selección natural la habría eliminado. Cualquier discurso en esta línea responde a una visión irracional y poco científica de la sexualidad humana, a un reflejo de la irracionalidad y los intereses particulares del seno de donde salen las voces homófobas católicas.
José Manuel Ríos Guerreros, activista por los derechos LGTB.
Artículo publicado en La hiedra / L’heura, revista anticapitalista de la organización En lucha.