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La Revolución Bolivariana y otras formas de hacer cooperación internacional

Fuentes: Rebelión

Consideración ideológica Sólo unos pocos países económicamente desarrollados en el mundo (los que hacen parte del llamado Norte: Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá) realizan cooperación internacional con las naciones más pobres, con el Sur. El caso contrario, es decir: cooperación desde el Sur hacia el Norte, no se da. Pero la principal relación establecida […]

Consideración ideológica

Sólo unos pocos países económicamente desarrollados en el mundo (los que hacen parte del llamado Norte: Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá) realizan cooperación internacional con las naciones más pobres, con el Sur. El caso contrario, es decir: cooperación desde el Sur hacia el Norte, no se da.

Pero la principal relación establecida entre Sur y Norte no es de cooperación sino un saqueo despiadado del primero a manos del segundo. Se calcula que, año tras año, están saliendo desde los países pobres del Tercer Mundo hacia las potencias desarrolladas alrededor de 500.000 millones de dólares en concepto de repatriación de utilidades de las empresas multinacionales y por pago de la deuda externa. Esa sangría continua, iniciada hace ya algunos siglos con el surgimiento del capitalismo y llevada a límites extremos con el imperialismo durante el siglo XX, ha creado un mundo divido por un abismo prácticamente infranqueable. Las distancias entre Sur y Norte hoy día se ven como insolubles, al menos dentro de la lógica de la economía de mercado. Por eso, si se desea fomentar un mundo más armónico, más equilibrado, una tarea básica pasa por ir reduciendo esas diferencias abismales. Por lo que se ve, sólo el socialismo podría lograrlo. El capitalismo centrado en el lucro personal: no.

La cooperación internacional, inaugurada en la década de los 60 del pasado siglo por el gobierno de Estados Unidos, no es precisamente un mecanismo de solidaridad altruista. Es, en todo caso -según un manual de operaciones del Departamento de Estado de Washington-, «una estrategia contrainsurgente». Es decir: una instancia no concebida a favor de los más postergados, de los excluidos del mundo, sino un instrumento de control social de los mismos. Constituye un apaga fuegos ahí donde las condiciones de vida son tan paupérrimas que pueden terminar provocando incendios (léase: rebeliones, surgimiento de alternativas populares, revoluciones sociales). Cuando eso sucede, ahí llegan los técnicos de la cooperación internacional; son la limosna cristiana, ni más ni menos. O, como se ha dicho: la cara buena de la represión.

Después de casi medio siglo en que el Sur recibe asistencia desde el Norte, la situación general de las poblaciones -ello es más que palmario- nunca, en ningún sitio, ha mejorado. Es más: comparativamente ha empeorado con décadas atrás, más aún después de la caída del campo socialista hacia fines del siglo pasado.

Considerando que en la actualidad llegan unos 50.000 millones de dólares anuales al Sur en calidad de ayuda no reembolsable a través de las distintas instancias técnico-administrativas destinadas para tal fin (cooperación gubernamental bilateral, ayuda multilateral, aquella que se viabiliza a través de Naciones Unidas, la aportada por fundaciones y organizaciones no gubernamentales -ONG-), la comparación entre lo que entra y lo que sale es trágica: entra un 10 % de lo que se va. Por otro lado, de esa cifra global que llega como supuesta asistencia, una muy buena parte son gastos administrativos, y otra buena porción viene amarrada a la compra de equipos de los países donantes, es decir: es ayuda que nunca llega a destino, que jamás sale del Primer Mundo.

Pero la consideración más deleznable de todo el circuito de esta forma de la cooperación internacional es el marco político en que se mueve. La cooperación coopera, ante todo, con quien la da. Es una forma de reforzar los lazos de dependencia, de sumisión de los más pobres del Sur. Jamás nadie ha podido salir de la pobreza -ni podrá, definitivamente- a través de la limosna. Ella, para lo único que sirve en definitiva, es para reforzar el círculo de la pobreza. Reafirma al rico en su riqueza y al pobre en su condición de tal.

Aunque esa parafernalia de ONG’s y organismos internacionales ha pasado a ser parte del paisaje cotidiano de los países más pobres -teniendo en cuenta que también pueden encontrarse expresiones honestas de solidaridad… antes de cumplir los 30, claro- su presencia no mejora lo sustancial de la vida de las sufridas poblaciones. Lo cual demuestra que más allá de ocasionales buenas intenciones, la cooperación no está destinada a cambiar nada. En todo caso, gatopardismo: «cambiar algo para que no cambie nada». Pero hay otra forma de hacer cooperación. La solidaridad realmente es posible, más allá de la estereotipada imagen que en el Sur se pueda tener de los tecnócratas «blancos» que lo visitan con computadoras personales y vehículos todo terreno, nueva imagen de la colonización.

Con las enormes y criticables deficiencias que pueda -y deba- achacársele al bloque socialista soviético que se dio en el pasado siglo, vemos que había ahí otro proyecto de cooperación. Y ni hablar de la que realiza Cuba.

En esa sintonía puede inscribirse lo que está llevando a cabo la Revolución Bolivariana con su modelo de ayuda solidaria a los más pobres en el continente americano, incluido Estados Unidos, y ahora también la propuesta para el Africa. El modelo de integración continental que propone -el ALBA: Alternativa Bolivariana para las Américas- se inscribe en esa línea. En vez de libre comercio: comercio justo y solidario; en vez de dádivas condicionadas políticamente, intercambio de igual a igual buscando no aprovecharse de las asimetrías e intentar transformarlas.

Esto lleva a afirmar que la cooperación Sur-Sur sí es posible; y no sólo desde una óptica de libre empresa, como encara, por ejemplo, la burguesía brasileña. Allí hay negocio y no otra cosa. La llegada carioca al continente africano, por ejemplo, no está desarrollada en función de un genuino espíritu de cooperación horizontal entre los países más desfavorecidos. Es trato comercial. Por eso, lo que impulsa la República Bolivariana de Venezuela en el ámbito internacional abre otras perspectivas y demuestra que sí, efectivamente, otro mundo es posible. Todo es cuestión de querer apuntar hacia él.

Petrocaribe, por ejemplo -«iniciativa político comercial fundamentada en la conservación de los recursos no renovables y agotables, la solidaridad compartida y la corresponsabilidad social entre los pueblos tendente a asegurar el acceso a la energía a un precio justo y razonable en el marco de la integración energética regional con una visión amplia que abarque no sólo lo energético sino también lo social, lo tecnológico y lo cultural»- ya está trabajando en función de criterios solidarios y logrando ayudas energéticas para varios países de la región caribeña: Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Cuba, Dominica, Grenada, Guyana, Jamaica, Santa Lucía, San Cristóbal y Nevis, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago y República Dominicana.

Por otro lado, la empresa CITGO, filial estadounidense de Petróleos de Venezuela -PDVSA-, la gigante energética nacional, otorga ganancias de más de 900 millones de dólares anuales al estado venezolano; de esa cifra, alrededor de 300 son destinados para ayuda a los sectores más humildes dentro del mismo Estados Unidos en un gesto inédito.

O los convenios de cooperación suscriptos con Cuba, donde los dos países aprovechan sus potencialidades y ambos, por igual, se benefician.

O el canal televisivo Telesur, apoyado en buena medida por el presupuesto estatal de la República Bolivariana de Venezuela, que contribuye así a generar una auténtica alternativa cultural en Latinoamérica para todos, sin exclusión.

Y los gestos de solidaridad se multiplican: ahí está la reciente oferta del presidente Chávez en la VII Sesión Ordinaria de la Asamblea de la Unión Africana invitando a los distintos países que la componen a sumarse al proyecto de Petrosur, una multinacional petrolera de las naciones del Sur que podría competir de igual a igual con las grandes transnacionales petroleras del Norte.

Podrá alegarse, como hace la derecha -venezolana y mundial-, que todas estas iniciativas no son sino una forma «demagógica» de ganar adeptos, de halar agua para el molino del proceso venezolano en curso. Lo cual, en cierta forma, no es in correcto: no hay ninguna duda que hoy Venezuela lidera un proceso de cambio continental, y la búsqueda de la integración latinoamericana es su norte más preciado, para lo que la ayuda solidaria -similar a la que otorga Cuba- es pieza fundamental. ¿Hay acaso algo de malo en ello? ¿Por qué no buscar ayudar a los amigos creando un bloque unitario?

Como vemos, entonces, otra manera de hacer cooperación es posible. El socialismo del siglo XXI que se ha inaugurado con la revolución venezolana, en definitiva, abre el modelo de una nueva manera de relacionarnos y de cooperar yendo más allá del lucro individual sobre el supuesto de perjudicar al otro. Otro mundo es posible, sin dudas.

Leyenda

«Anécdota del cooperante y el campesino»

Cuenta la leyenda que en algún país pobre del Sur estábase un pastorcillo vigilando sus ovejas en el medio de unas perdidas montañas cuando de pronto apareció un helicóptero rompiendo la tranquilidad del paisaje. De él descendió un hombre blanco, rubio, de ojos celestes, alto, vestido con ropa deportiva marca Nike, lentes de sol, portando una computadora portátil, una cámara fotográfica digital de última generación y teléfono celular. Acercóse al pastor, a quien no le resultó muy grata esa intempestiva llegada.

Hablando la lengua local con claro acento foráneo, el visitante se dirigió al campesino diciéndole, luego de un protocolar saludo:

-Lindas ovejitas, ¿no? Le hago una propuesta, amigo. Yo le digo cuántos animales tiene usted aquí, y si acierto, usted me regala una oveja-.

El pastor aceptó. Ante lo cual, entonces, el visitante sacó un largavistas, oteó el campo donde pastaban los animales, hizo cálculos con su computadora -para lo que debió conectarse a internet con una micro-antena parabólica- y luego de complejos cálculos matemáticos ayudado con una calculadora solar le dio la cantidad exacta.

-Usted tiene 247 ovejas- dijo ampuloso el visitante.

Luego de un momento de reflexión, el pastor habló.

-Exacto. Ganó. Por tanto, cumplo con mi palabra. Vaya y tome usted mismo la oveja que más desee- agregó.

Un instante después fue el pastorcillo quien tomó la palabra, diciéndole al forastero.

-Le propongo lo siguiente. Si yo adivino qué profesión tiene usted, me devuelve el animal-.

El blanco visitante sonrió desconfiado, pero finalmente aceptó.

-De acuerdo. ¿De qué le parece que trabajo?-

Tras un momento de cavilar, el montañés contestó:

-Consultor de un organismo internacional- agregó triunfal.

-Exacto. ¿Y cómo lo supo?

-Pues por varias razones: llegó aquí sin que nadie lo llame haciendo gala de una tecnología que a mí no me sirve y que, por el contrario, me hace sentir empequeñecido, me dijo algo que yo ya sabía, encima me cobró por eso. Y el detalle más revelador: lo que agarró no fue una oveja, sino el perro.