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Cuba, 50 Años de Revolución. Entrevista al cantautor cubano Polito Ibáñez

«La Revolución Cubana ha sido muy protectora con la vida de la gente contribuyendo a un gran desarrollo del ser humano, pero también a su acomodamiento»

Fuentes: Rebelión

Cuando llegó a Canarias, a mediados de diciembre, había cogido cuatro aviones y cambiado dos veces de continente. La voz se le había resentido «por la presión y el cambio de temperatura», pero el ánimo, salvo por el sueño, estaba intacto. Polito Ibáñez se abre en este encuentro a pensar en Cuba, a repasar lo […]

Cuando llegó a Canarias, a mediados de diciembre, había cogido cuatro aviones y cambiado dos veces de continente. La voz se le había resentido «por la presión y el cambio de temperatura», pero el ánimo, salvo por el sueño, estaba intacto. Polito Ibáñez se abre en este encuentro a pensar en Cuba, a repasar lo que ha significado la Revolución para la cultura y el arte cubanos; también a revivir sus charlas con los amigos que un día se fueron «pero que siguen haciendo obras revolucionarias».

Repite varias veces la palabra polémica, pero también habla de respeto, de confianza y, con especial profundidad del arte y del ser humano.

¿Qué resumen podría hacer de lo que han supuesto para el movimiento artístico cubano estos 50 años de Revolución?

Tengo que empezar diciendo que en Cuba, definitivamente, hay un antes y un después de las Palabras de Fidel Castro a los Intelectuales, en 1961. El proceso que se dio, tras esas palabras de Fidel, fue muy complejo, se generaron muchas contradicciones; hubo muchos escépticos, pero también gente que confió y que estuvieron detrás de la creación de instituciones importantes, como la UNEAC o el Ministerio de Cultura, que se empezaron a plantear qué camino debía construirse para el arte profesional en Cuba.

Yo, personalmente, creo que ese proceso tuvo más de constructivo, de creativo, de estar más cerca de la polémica por parte de los artistas cubanos que lo que se había dado hasta entonces, quizás porque faltaba un liderazgo de ideas, de concepciones y todo lo que se hacía era al azar y siempre llevaba el apellido del pasado. Se dan movimientos en Cuba, como la Nueva Trova, en la canción, pero también otros en terrenos como la literatura o las artes plásticas, que no se definieron tanto en lo verbal, pero que sí operaron en el quehacer de los artistas. Surgen, en este plano, grandes creadores de la generación de Nancy Morejón o Reina María Rodríguez, en el campo de la Literatura. En las Artes Plásticas, Roberto Fabelo, Carpintero, Tamayo o Segundo Planes, que no vive en Cuba y que me da pie a decir que hay que reconocer que existen artistas que no están en Cuba, pero que siguen realizando una obra revolucionaria.

A este primer momento se unió luego una etapa muy crítica, no sólo de Cuba, sino del mundo, que fue el desmantelamiento del bloque socialista europeo, hecho que dejó a Cuba aislada y todos los aspectos de la esfera social se quedan, aunque le pongamos comillas a la expresión, un poco a la deriva. En este momento, se dio un fenómeno que afectó a mi generación, a los que teníamos entonces entre 19 y 25 años, que es una edad en la que se es especialmente sensible y en la que, en cualquier manifestación artística, está muy presente la rebeldía.

En esa etapa, hay una nueva renovación del movimiento de las artes plásticas y surge la Novísima Trova como relevo de la Nueva, como herederos que fuimos de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Vicente Feliú, Sara González o Noel Nicola. Sucede entonces que, casi de forma obligada por los acontecimientos, todos los artistas jóvenes que estábamos en esa edad tan sensible de ser polémica, de ser valiente, nos convertimos en críticos de la situación histórica que se estaba viviendo porque es obvio que cuando se hunde el campo socialista en Europa, la Revolución Cubana tira un manto de protección sobre sus entidades públicas, culturales e ideológicas y se queda a la expectativa de lo que puede pasar en el mundo y qué va a ocurrir dentro de la isla.

Ese manto siguió a unas nuevas palabras de Fidel al pueblo cubano en las que proponía que la gente reflexionara sobre la realidad que estábamos viviendo en ese tiempo y que dijera lo que pensaba. Sobre esa filosofía nació la obra de Polito Ibáñez, que, a finales de los ochenta y principios de los noventa, argumentaba que había que revisar lo que habíamos sido y, sobre todo, comentar lo que para mí fue asumido como una desilusión, como el derrumbe total ante mis ojos de lo que había sido mi forma de vida hasta entonces.

Esta misma sensación fue experimentada por muchos artistas de las más diversas ramas del arte, cuya actitud ante lo que sucedía entonces no los hizo irse de Cuba, sino que siguieron allí, demostrando que lo que realmente primaba en todos nosotros era el interés por la cultura cubana, el interés porque se hablara de lo que pasaba en la nación y proponer ideas, tal como había dicho Fidel.

También hay que decir que aquella propuesta inicial fue matizada por la presión de otros ideólogos del Gobierno y del Partido, que no tenían la misma visión de Fidel, y tomó ciertos caminos torcidos.

Como consecuencia de ello, sí hubo artistas que se cansaron y se marcharon, pero que siguen haciendo, como decía antes, una obra revolucionaria desde fuera del país.

A modo de síntesis, cabe añadir que los dos momentos de los que hemos hablado en

torno a la evolución del movimiento artístico cubano en estos 50 años de Revolución han ido avanzando hasta llegar a nuestros días y enfrentar el mundo de hoy; un mundo en el que, por centrarme en el caso de América Latina, siguen faltando las revoluciones sociales y donde la izquierda, al borrarse las dictaduras, se ha acomodado al consumo, y está más cerca de comprarse un coche que de emocionarse por los problemas de los demás.

En ese entorno se está moviendo también la Revolución Cubana con los intelectuales, que ya no son los jóvenes de 20, sino que, con más de 40, tienen otras necesidades, y también otra tranquilidad ideológica, porque comprenden que la realidad actual supera cualquier contradicción, cualquier propósito de estar en una constante polémica, porque, por sí misma, la realidad de ese mundo en el que nos desarrollamos satura de agresividad la vida cotidiana del ser humano y eso ha hecho que las manifestaciones artísticas en Cuba hayan llegado a estos 50 años de Revolución no siendo moderadas, pero sí teniendo menos fuerza.

¿No hay una contradicción entonces entre ese entorno de violencia y agresividad hacia los seres humanos y el reflejo que afirmas que ello tiene en el arte cubano?

Debería de ser de otra forma, pero no puedo forzar las cosas para que ocurran tal como cabría esperar. Lo cierto es que la realidad ha sido tan brutal que ha superado la capacidad de los creadores para criticarla.

En Cuba, entre los autores que pertenecen a mí generación, el sentido de la polémica ha cambiado y esto no es algo que teóricamente pueda explicar de manera profunda; no sabría especificar la razón ni identificar el factor ideológico que ha influido, pero sí puedo constatar el hecho desde la experiencia.

Y esto que digo lo hago partiendo de lo que pasa en Cuba, donde existe un interés del mundo de la cultura por la política, pero donde no hay relevo generacional para la crítica y la polémica, donde los raperos, por ejemplo, llegan a describir los problemas de su realidad, pero no a sentir dolor por ellos, ni a comprometerse con ellos.

Ya no digo nada de lo que ocurre en otro lugares del mundo, donde, salvo honrosas excepciones, sólo se hacen cosas intrascendentes

En su opinión, ¿podría tener que ver en esa diferente manera de enfrentar la realidad de los músicos y artistas jóvenes cubanos, el hecho de que no hayan tenido que conquistar logros ni derechos, sino que les tocara el papel sólo de asumir unos y ejercer los otros?

Creo que, indudablemente, el imaginario cultural de Cuba no es el mismo que el de los 60, los 80 o siquiera el de los finales de los 90. La estética de un joven cubano hoy refleja mucho eso, refleja cuánto ha cambiado el fondo de ese individuo que hoy debería ser el artista que hiciera una propuesta nueva, pero que, por el contrario, se siente satisfecho con describir las cosas y no se plantea aspirar a transformarlas.

No cabe duda de que la Revolución Cubana ha sido muy protectora con la vida de la gente y eso ha contribuido al desarrollo del ser humano, pero también a su acomodamiento. El punto está en que yo no creo que eso sea un defecto de las familias, que no han inculcado a sus hijos los valores profundos de nuestra ética y nuestra historia, y tampoco creo que haya sido nuestro sistema el que haya fallado al no constatar o no reorientar este fenómeno, creo que es una consecuencia de la naturaleza humana, de las inercias que se producen en los pueblos, de la falta de reflexión que siempre he observado en todos los países y en todos los momentos históricos.

Al pueblo cubano le tocó ser la vanguardia latinoamericana en la construcción del socialismo y empezar por hacer la Revolución. Esta idea, a veces pienso que demasiado hermosa, ha producido un distanciamiento o un acomodo; no sé bien.

Por supuesto, todo lo que estoy diciendo aquí son cosas susceptibles de tener otros puntos de vista y, por eso, le sugeriría al lector que no vea en las mías ideas terminadas, porque son cuestiones que requieren un ejercicio de reflexión y profundización que quizás llevaría más tiempo del que nunca llegué a tener para desarrollarlas.

¿Háblenos de esos artistas que no viven en Cuba y a los que antes mencionó; háblenos de esa obra revolucionaria que usted definió que seguían haciendo desde fuera del país?

Bueno, lo cierto es que se da una dualidad en ellos. No resulta difícil imaginar que algunos o muchos de esos artistas se expresen de forma poco favorable hacia el funcionario que les coartó sus creaciones o que intentó, quizás, imponerles un determinado criterio artístico; pero tampoco es difícil comprobar que, en la materialización de sus obras, esos artistas son profundamente cercanos al arte que los pueblos y la Humanidad necesitan para poder crecer como sociedad colectiva y universal.

En este punto, debo apuntar que de todas las cosas que pudiera decir en esta conversación, ésta es la más sensible al error de mi parte, porque cuando yo hablo con Tamayo o Segundo Planes, incluso en Estados Unidos, ellos, a pesar de vivir en ese país, se sienten realizados con sus obras como si el punto de partida fuera Cuba, como si las hubieran hecho en Cuba.

Es algo muy difícil de explicar porque está más en lo que ellos me explican y me transmiten con sus creaciones que en lo que yo pueda teorizar.

Sí afirmo que lo más importante del artista, independientemente de que se le identifique con la Revolución cubana, la sandinista, la venezolana o la guatemalteca (si hubiera triunfado) es que su obra trascienda su tiempo y que le proponga a las generaciones futuras un goce estético que lleve aparejado la necesidad de reconocer al ser humano como la mayor de las prioridades, como el centro de todas las cosas, el objeto último de todas de las luchas.

Pues bien, esas obras no se hacen desde la Revolución cubana o desde el capitalismo feroz, ni siquiera desde las engañosas socialdemocracias, se hacen desde el país o desde la ciudad que los artistas tenemos dentro.

Por eso es que digo que esos artistas, aunque vivan en los Estados Unidos, son artistas tremendamente revolucionarios, porque sus propuestas son inmensamente humanistas y están hechas con la intención de contribuir al crecimiento espiritual de la gente. En definitiva, opino que sus creaciones siguen llevando a Cuba en ellas.

¿Cómo es la relación de esos artistas que se fueron con los que se quedaron en Cuba?

Es particular en cada uno de nosotros.. En mi caso, mis amigos artistas emigrados siempre han sido muy respetuosos con mi decisión de quedarme en Cuba; simplemente no hablamos de ese tema. Cuando estamos juntos hablamos de los materiales que usamos en nuestras obras, de la tecnología que hemos incorporado a nuestro trabajo, de cómo y dónde viven nuestros hijos; también de la habitación que compartimos en la residencia del Instituto Superior de Arte… No se habla de la ideología que nos mantiene en un lado o en otro porque tal parece que no pasó nada.

Aquí me parece importante resaltar el hecho de que hubo dos momentos; al principio de la década de los 90, la ida de algunos artistas de Cuba sí constituyó un reclamo para la prensa de los países capitalistas; hoy, no ocurre eso, tampoco en Cuba. En este sentido, los que están al frente de la Cultura en Cuba están cada vez más conscientes de que el que no quiere estar en el país puede marcharse si así lo quiere.

Por otro lado, los enemigos de la Revolución ya no pueden ocultar que cuando logran que un artista abandone Cuba, lo que les aseguran son dos o tres meses de escándalo en la prensa y de ganancias para los magnates que se ocupan en ello. Luego, el artista se queda huérfano, solo y olvidado en un mundo que no es el suyo.

Si intentamos dibujar el camino por el que debe transcurrir el futuro de la cultura y el arte en Cuba es imposible que no se eche una mirada al último Congreso de la Unión de Escritores a Artistas Cubanos (UNEAC), ¿cuál es su análisis de este Congreso y cómo cree que influirán sus discusiones en el movimiento artístico y cultural de Cuba?

Bueno, volvemos a entrar en un tema difícil. En primer lugar me gustaría expresar mi absoluta admiración y respeto por el actual presidente de la UNEAC, Miguel Barnet, cuya obra literaria valoro y estimo mucho. Digo esto porque no me gustaría que la reflexión que haré sobre este Congreso recaiga sobre él como responsabilidad suya.

Entrando, pues, en materia, mi opinión es que ese Congreso tuvo un defecto que fue el de estar cerca de los intelectuales cubanos de mucho prestigio, pero lejos del creador que no se conoce, de ese fondo de la cultura cubana que es el arte primario que hace el poeta o el artista plástico que afrontan su segunda o tercera obra, desde el total anonimato. Creo que esa relación con el artista joven se trató de una manera fría y distanciada.

Mis palabras no deben traducirse como que este último fue un Congreso de élite porque no lo veo así. Creo que, quizás, los intelectuales llegaron con una cierta fatiga provocada por los problemas de la cotidianidad y que no se predispusieron, salvo en el caso de Eusebio Leal, a hacer las propuestas valientes que yo al menos esperaba.

Llamo la atención sobre el hecho de que no niego los aspectos de avance que tuvo el Congreso; lo que ocurre es que considero que mi papel está en no pasar por alto los que no lo fueron.

En medio de esta idea que desarrollo, tengo que añadir que la presidencia de la UNEAC en manos de Miguel Barnet es algo muy positivo para la cultura cubana. Conozco su compromiso y confío en que trabajará para que las instituciones culturales de Cuba abran cada vez más espacios en donde los artistas planteen cuestiones polémicas y se expresen en torno a ellas.