Todo empezó en una esquina de Harlem, a pocas cuadras del mítico Apollo Theatre, pero lo que allí se dijo tuvo alcance planetario. En 1970, el sello estadounidense Flying Dutchman Records presentó, bajo el título de «A new black poet», a Gil Scott-Heron y su Small talk at 125th. and Lenox. Dentro de esa portada […]
Todo empezó en una esquina de Harlem, a pocas cuadras del mítico Apollo Theatre, pero lo que allí se dijo tuvo alcance planetario. En 1970, el sello estadounidense Flying Dutchman Records presentó, bajo el título de «A new black poet», a Gil Scott-Heron y su Small talk at 125th. and Lenox. Dentro de esa portada en orgulloso blanco y negro, contenida en un círculo de vinilo, reposaba un himno generacional, piedra de toque de un movimiento que llega hasta hoy. «La revolución no va a llegar a vos gracias a Xerox, en cuatro partes y sin cortes comerciales», decía Scott-Heron en una hipnótica letanía de menos de tres minutos que enumeraba que «la revolución no irá mejor con Coca-Cola, la revolución no nos dará fotos de los cerdos baleando a nuestros hermanos, la NBC no podrá anunciar los ganadores a las 8.32». Con apenas un sostén percusivo a esa formidable acción poética, el «nuevo poeta negro» suscribió el primer rap de la historia. Una frase que resonó entonces y a través del tiempo, que pudo aplicarse a decenas de situaciones sociopolíticas, que se volvió contraseña y que fue sistemáticamente utilizada, parodiada, parafraseada, citada, por el mundo de la cultura y por periodistas tituladores en todo el planeta.
«La revolución no será televisada», escribió, dijo, cantó, postuló Gilbert Scott-Heron en 1970, legándonos una frase universal. «La revolución te va a poner en el asiento del conductor. La revolución será en vivo.»
El viernes, a los 62 años y en la misma Nueva York donde empezó la cháchara, Gil Scott-Heron se despidió de Harlem y de todos los demás barrios.
Hacía años que lidiaba con el VIH, pero también con la cocaína y el alcohol. En esos fundacionales años ’70, el padrino del rap lanzó en rápida sucesión obras esenciales como Pieces of a man, Free will y Winter in America, se convirtió en portavoz de la épica urbana negra… y pagó el precio. Se le perdió el rastro apenas iniciados los ’80, cuando el movimiento rap empezó a explotar y predicadores como Public Enemy o NWA tomaban la posta (anoche en Twitter, Chuck D señaló que «hacemos lo que hacemos, y del modo en que lo hacemos, gracias a Gil Scott-Heron»). La merca lo puso en problemas, lo alejó de los estudios de grabación y en última instancia lo llevó a la cárcel; a mediados de los ’90 grabó un disco en el que «Messenger to the messsengers» vino a poner en caja a los gangsta rappers que propiciaban la masacre del enfrentamiento entre las costas Este y Oeste, a recordarles que la revolución era otra cosa, no fusilarse unos a otros para beneplácito del hombre blanco. Volvió a desaparecer en una nube de problemas legales y centros de rehabilitación: Scott-Heron podría haber terminado del modo oscuro en que terminaron varios próceres de los ’70. Pero contra la mayoría de los pronósticos, en 2010 volvió con el notable I’m new here y poco después con We’re new here, remixado junto a Jamie XX. Con la voz dramáticamente estragada pero la pluma igualmente afilada, el primer rapper demostró tener el fuego necesario para seguir enseñándoles cosas a los Kanye West de esta era.
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Y la frase de Scott-Heron a veces parece exacta y otras veces no tanto, porque si hay algo que la era de la hiperconexión y la multiplicación de pantallas garantiza es que, suceda lo que suceda allá afuera (o adentro), seguramente será televisado. Es por eso que levantó tanta polvareda la no transmisión del más reciente asesinato selectivo de los guardianes de la democracia mundial: hasta el ahorcamiento de Saddam Hussein terminó siendo televisado, pero la ausencia de imágenes de la muerte de Osama bin Laden -y las sentidas declaraciones al respecto de Barack Obama, ese tipo tan televisado, tan televisivo- dispara asombros y debates. Incluso se mostró una animación computada, que está lejos de ser lo mismo. Y el concepto de revolución a veces es bien maleable, y conviene atender a quienes estudian en profundidad Medio Oriente y Africa antes de admitir que eso que nos está mostrando el canal de noticias Equis Equis es efectivamente una revolución, o un contragolpe de Estado, uno de esos quilombos periódicos porque subió el pan o se superpusieron los horarios de lapidaciones, o qué.
Quizá la revolución no sea televisada o quizá sí, lo seguro es que a veces la televisión tira unos mensajes que llaman tanto la atención como una turba volteando estatuas en alguna republiqueta. La semana pasada, en los cortes publicitarios de la transmisión del Martín Fierro, pudo verse la publicidad del nuevo sistema High Definition de El Trece. Tomando el modelo de Nikita, una bella mujer de portaligas negro armaba un rifle de alta precisión para liquidar a un presidente vagamente soviético. Y uno sabe que suena paranoico apuntar la curiosidad de un aviso del Grupo Clarín representando un magnicidio, pero es imposible guardarse el apunte. Por suerte (o por la incomodidad de encarar esas misiones en portaligas), la killer no le da al presidente sino a una TV de alta definición, así de fiel es la imagen de El Trece HD.
Lo cual lleva a otro ítem inevitable: con una apertura que fue un apilamiento de números efectistas sin mayor concierto artístico, Marcelo Tinelli inauguró su Showmatch/Bailando por un sueño 2011 en un HD novísimo y revolucionario, que mostró con lujo de detalles la vulgaridad y las, ejem, ideas de siempre. Al rato nomás, el alien que abdujo y se metió bajo la piel de Graciela Alfano ya estaba poniendo en escena una «pelea» con el señor de la galera, Marce ensayaba su primera cara de sorpresa de la temporada y en camarines se preparaban el felino importado Pamela Anderson y Mike Tyson, boxeador y golpeador de mujeres al estilo Hiena Barrios (a quien Tinelli alguna vez calificó de «campeón» entre chistes sobre su mano pesada). Nuevas caras para el acostumbrado desfile de talentos de Ideas del Sur.
Por suerte está el Martín Fierro para registrarlo todo y empezar a sumar porotos para la glamorosa ceremonia del año próximo, a la que sólo el canal emisor y el más ganador -que siempre, oh casualidad, vienen a ser el mismo- insisten en presentar como la quintaesencia del reconocimiento artístico, la gloria, el lustre necesario para acceder al Olimpo de la TV. Faltando aún un año, conviene que los directivos de la Asociación de Periodistas de la Televisión y Radiofonía Argentina tomen debida nota de lo ocurrido este año, cuando los asistentes al Hilton Madero recibieron la revista oficial de la 41ª edición: un lindo magazine con su tapa dominada por una gran estatuilla del Oscar de la Academia de Hollywood. Así de certeros son los rumbos de Aptra.
Quizás el viejo Gil tenía razón: la revolución no será televisada. La idiocia sí.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-21844-2011-05-29.html