Con el auge del progresismo en nuestra Abya Yala, está bien pensar tácticamente en cómo ganar elecciones y desde allí realizar reformas sin entrar en contradicción con el orden vigente. Ahora bien, ¿esta es la finalidad? Yo creo que no. Creo que después de las largas décadas del neoliberalismo, cuando nos dijeron: no hay alternativas, ya queremos algo más que tibias reformas, aunque recordemos con Rosa Luxemburgo lo revolucionario de las reformas. El punto es el siguiente: si el progresismo gana elecciones y solo hace reformas tibias no está cumpliendo con su objetivo. Si el progresismo tiene alguno es ser una alternativa al neoliberalismo.
Hemos estado tan alienados que pensar en algo distinto parece imposible. Y quedamos atrapados entre la falsa conciencia y el orden vigente. Por eso, se hace ineludible acometer una revolución de las conciencias. Esto es planteado por el filósofo Enrique Dussel en su magisterio y desde la tribuna de la Secretaria de Educación y Formación Política. Esta revolución es “una nueva concepción de la política y de la democracia”. Es una tarea no tan nueva y es de largo aliento, por lo cual se requiere buena oxigenación corporal y espiritual. Es el nuevo ser humano del que nos habló el Che Guevara en el siglo pasado. Ahora bien, esta revolución no se logra por decreto, sino desde una praxis.
Los múltiples factores en contra no se hacen esperar. Desde los medios de comunicación tradicionales hasta los nuevos algoritmos en las redes sociales nos proyectan ideológicamente la discursividad del no hay alternativas y que, en ese sentido, la única línea es lo políticamente correcto del discurso del orden vigente: el neoliberalismo. Fuera de ese encuadramiento, todo es una robinsonada de unos radicales trasnochados inoculando miedo en la sociedad. Y, los mismos sujetos quienes tienen que canalizar los intereses de la comunidad de víctimas de este orden, haciéndose eco de ese miedo, entonces reforman el contenido de la revolución, amilanando el proyecto político liberador.
Con este panorama planteado, la revolución de las conciencias no es una tarea menor dentro del compromiso político transformador. Para no caer en un discurso abstracto, este progresismo de nuestra Abya Yala se tendrá que plantear objetivos a corto, mediano y largo plazo; evaluando constantemente a través de evidencias empíricas sus resultados en base a esos objetivos, porque en efecto son un proyecto político distinto al neoliberalismo. Si esto no está claro y si desde una falsa conciencia y una discursividad sin concreción actuamos, estaremos ante otra oportunidad perdida de tomar las riendas de nuestro destino colectivo.
Abdiel Rodríguez Reyes, Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá
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