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La revolución de las (re)formas

Fuentes: Rebelión

Producto del aluvión electoral originado en torno de Hugo Chávez en 1998, antiguos militantes de izquierda y de derecha que antes se combatieron desde las trincheras de AD, COPEI, URD, MAS, PCV, LIGA SOCIALISTA, RUPTURA y otras denominaciones de la fauna política venezolana, incluyendo a ex militares y ex guerrilleros, se fusionaban ahora en el […]

Producto del aluvión electoral originado en torno de Hugo Chávez en 1998, antiguos militantes de izquierda y de derecha que antes se combatieron desde las trincheras de AD, COPEI, URD, MAS, PCV, LIGA SOCIALISTA, RUPTURA y otras denominaciones de la fauna política venezolana, incluyendo a ex militares y ex guerrilleros, se fusionaban ahora en el mismo discurso revolucionario, bolivariano y nacionalista. Esto hace que el proceso revolucionario venezolano oscile entre el reformismo más rancio, heredado del Pacto de Punto Fijo, y la revolución popular o socialista que la mayoría del pueblo quiere concretar en el tiempo más inmediato posible; produciéndose, en consecuencia, una indefinición en el terreno ideológico, a pesar de la coincidencia nominativa respecto a la propuesta de un socialismo en el siglo XXI, y la vigencia de un Estado burocrático que limita enormemente la participación popular en la toma de decisiones y en el control efectivo de la gestión pública, dado que fue instaurado bajo un régimen democrático representativo.

Por eso, una parte significativa de la nueva clase política se encuentra absorbida por los viejos esquemas del puntofijismo y choca con las exigencias de una población ya más consciente y decidida a asumir el protagonismo y la participación que le confiere la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y es estimulada reiteradamente por el Presidente Chávez, consciente de que sólo así podrá sobrevivir y desarrollarse la revolución bolivariana. De ahí que se vean cambios aparentemente intrascendentales, de escasa incidencia en las estructuras que sostiene el Estado y, por lo tanto, revestidas de reformismo, dejando intacto el status quo. Pero, aún así, es posible afirmar que esto es un punto de partida que no debe desecharse y, más bien, debiera ensancharse a través de un sostenido trabajo organizativo e ideológico entre las masas populares, de manera que éstas comiencen a asumir una posición más radical y lideren el proceso bolivariano, dándole real contenido y fisonomía populares. Este punto de partida podría darse con los consejos comunales, impulsados por Chávez para acabar o disminuir la engorrosa burocracia y plantar la participación popular en el control y ejecución de las políticas públicas, anticipándose la eliminación de tales elementos contrarrevolucionarios, lo cual sería un importante salto adelante en lo que respecta al nuevo modelo político, social y económico que busca afianzarse en Venezuela, y eso sin profundizar aún el debate y la elaboración de la propuesta del socialismo en el siglo XXI.

De ahí que la vigencia del proyecto revolucionario bolivariano requiere ir más allá de las formas, si no se desea que se trunque y se revierta, consolidándose -en vez de una revolución verdadera- simplemente una reforma, frustrándose las expectativas populares por largo tiempo insatisfechas. Una de las cosas que ayudaría a impedirlo es la acción extraparlamentaria de las masas, ejerciendo el poder constituyente frente al poder constituido, evitando a toda costa cualquier tipo de manipulación partidista o gubernamental y generando sus propias ideas, al calor de las luchas emprendidas. De este modo, la revolución será un hecho y no simple aspiración. En consecuencia, los revolucionarios tenemos una misión impostergable que cumplir: hacer la Revolución. Para ello es urgente la construcción de una plataforma unitaria sobre la cual converjan factores políticos y sociales revolucionarios y progresistas, dispuestos a dar la batalla contra el reformismo en todo momento y en todo lugar, sin concesiones a la contrarrevolución que disminuyan su carga subversiva, y apuntando a la toma del poder para convertirlo en instrumento del pueblo. La fortaleza del proceso revolucionario venezolano radica en atrevernos a inventar, a usar nuestra capacidad creadora en función de superar la actual transición en que se halla. De lo contrario, al igual que en 1958, el pueblo verá cómo los nuevos jerarcas usufructúan el poder en su nombre, rumiando su rabia y decepción por otro lapso de tiempo, lo cual no puede permitirse, ni remotamente, sin desmerecer nuestra condición de revolucionarios.