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La revolución del documental no ha terminado

Fuentes: La Jiribilla

Una noticia de último minuto confirma una vez más que la obra de Santiago Álvarez sigue sembrando inquietudes y atrapando al espectador. Sobre todo a las nuevas generaciones que descubren ahora el valor de su legado. El Octavo Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires acaba de programar de manera especial el largometraje documental […]

Una noticia de último minuto confirma una vez más que la obra de Santiago Álvarez sigue sembrando inquietudes y atrapando al espectador. Sobre todo a las nuevas generaciones que descubren ahora el valor de su legado. El Octavo Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires acaba de programar de manera especial el largometraje documental Abril en Vietnam en el Año del Gato, realizado en 1975.

El director del Festival, Fernando Martínez Peña, promovió esa proyección luego de combinar el interés de la Asociación de Apoyo al Patrimonio Audiovisual, el grupo de Cine Insurgente y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) para restaurar dos copias de ese material. La motivación la hizo explícita: «La revolución en el documental fílmico hoy día tiene sus raíces en lo que nos legó Santiago Álvarez».

El año pasado en la propia Argentina cientos de jóvenes abarrotaron las proyecciones del ciclo Tercera Antología del Cine Cubano, auspiciadas por el grupo de Cine Insurgente, que pasó por las salas Cosmos y del complejo cultural Tita Merello. Allí se exhibieron varios filmes de Santiago: Hanoi martes 13, Hasta la victoria siempre, Mi hermano Fidel, Now, LBJ, La guerra necesaria.

Esa misma fascinación por el cine de Santiago la han manifestado públicos de diversas partes del mundo y tiene su explicación: en cada pie de película filmado por el maestro hay una marcada intención artístico-comunicativa que se dirige a la conciencia y la sensibilidad del espectador. Pocas veces se ha dado con tanta intensidad y coherencia en el cine documental un lenguaje en el que las urgencias políticas logren plasmarse con tanta eficacia artística. Santiago Álvarez fusionó el reportaje y el ensayo cinematográfico. Convirtió lo contingente y circunstancial en objeto de reflexión y análisis. Demostró que la mejor manera de transmitir convicciones políticas e ideas es mediante los argumentos de la imaginación.

Un hombre de teatro, el cubano Nicolás Dorr, explicó con agudo basamento conceptual este alcance de la obra de Santiago en los siguientes términos: «Al trascender lo circunstancial, Álvarez encuentra los resortes internos del asunto, sus antecedentes y repercusiones, y se fuerza en mostrárnoslos -independientemente de la duración del documental- en diversos niveles de síntesis y de expresión, con lo que amplía también nuestra concepción intelectual. Habría que precisar que su interés de comunicación por vía emotiva, sentimental y casi sensorial se complementa con la necesidad, simultánea, de aportar reflexiones o criterios, en ocasiones con ánimo pedagógico. La convivencia de ambas intenciones, como en Brecht, propone un tipo de acercamiento múltiple y sacudidor que violenta las costumbres receptivas. La convivencia con lo poético en Santiago Álvarez parece asegurar, aun en lo estrictamente urgente del tema seleccionado, la vivencia personal intensa que hace previamente suyo el hecho y nos lo devuelve como realidad apasionadamente compartible. Es solo cuando alcanza ese camino de complicidad íntima, subjetiva, que logra involucrarnos, no por manipulación, sino por solidaria identificación. Es como si asistiéramos a un diálogo entre la interioridad del yo creador y el interior de nosotros».

Tales valores se acrecientan en momentos en que el cine documental ha vuelto a cobrar nuevos aires, a tono con los tiempos que corren. Este género cinematográfico, con nuevas facilidades que provienen de la tecnología digital, tiene vida propia en realizaciones cada vez más frecuentes que se saltan las camisas de fuerza de los espacios y las cadenas temáticas de la televisión multiplicada y globalizada de nuestros días para descubrir, desmenuzar, investigar y comunicar los conflictos más acuciantes de la contemporaneidad.

Quizá el ejemplo más publicitado sea el de Michael Moore, por su impacto mediático, contestatario y social en el contexto de unos EE.UU. bárbaros y agresivos en el estreno de este nuevo siglo doctrina Bush mediante.

Pero hay muchos más imprescindibles en esta hora. Al preguntársele a uno de ellos, el norteamericano Alan Berliner, autor de los excelentes filmes The Family Album y Intimate Stranger, qué cineastas habían influido más en su obra, citó tres nombres: el ruso Dziga Vertov, su compatriota Michael Snow y el cubano Santiago Álvarez.