Dice Enzo Traverso en su libro, “Melancolía de izquierda”, que tras el giro histórico que dio la humanidad con la caída del Muro de Berlin, el descubrimiento que tras él no había socialismo y la restauración del capitalismo, lo que queda del siglo XX, “de cielos tomados por asalto”, “es una montaña de ruinas y no sabemos cómo comenzar la reconstrucción o si vale siquiera la pena hacerlo”.
Y sí, merece la pena, porque a pesar de lo que digan los apologistas del sistema, los conscientes y los inconscientes en forma de pos modernos, la historia no se ha acabado; solo ha dado un giro trágico que hay que comprender en toda su profundidad. La reconstrucción tiene que partir de reconocer expresamente que los años 90 significaron una derrota en toda regla y a todos los niveles de la lucha por el socialismo; que solo dejó “ruinas” y “melancolía” por lo que pudo haber sido y no fue.
El dramático resultado de la lucha de clases actuó como cuando Pandora cerró la caja, quedando dentro el único bien que los dioses habían dejado, la esperanza. La falta de esperanza de los seres humanos es uno de los principales motivos para que se hundan en la depresión que en una sociedad se manifiesta en la impotencia para cambiarla. Se convierten todas sus acciones en lo que Walter Benjamin dijera, “medios sin fin”. Así, y alimentando esta desesperanza, hoy es más fácil imaginar futuros apocalípticos parecidos a los Juegos del Hambre, Divergente o las Tribus de Europa, que la caída del capitalismo y la construcción del socialismo.
El camino de salida de esta espiral inversa no está solo en diagnosticar la crisis social, a día de hoy es fácil ser “anticapitalista”; hasta ellos mismos, cuando estalló la crisis en el 2007 hablaron de “refundar el capitalismo”, como dijera el expresidente francés, Nicolás Sarkozy. El quid de la cuestión estriba en definir qué alternativa social, y por ende, que sujeto social puede catalizar, y darle un sentido a la respuesta social, a los medios de lucha que los pueblos y la clase trabajadora siguen desarrollando día a día con ejemplos innumerables.
Desde que los años 90 vieran la caída del Muro de Berlín y la restauración del capitalismo en los llamados “estados del socialismo realmente existente”, un velo cubrió los ojos de la inmensa mayoría de la población mundial que los asociaban a que era posible una sociedad no regida por las leyes del capitalismo.
En un mundo en crisis, la desesperanza y la falta de alternativas se convierten no solo en un lastre de mucho calado, sino que aporta “base social a los pijos ricos”, como dice uno de los personajes más estúpidos de “No mires arriba”, en sus maniobras políticas y geoestrategicas; los limites en la subjetividad, en la conciencia de que es posible una cambio social, se convierten en un problema objetivo para que las luchas en curso apunten a la transformación de la sociedad y no al fortalecimiento de las distintas fracciones del capital.
La superación de esta situación provocada por la falta de alternativas a la gran crisis social del capitalismo, es decir, la recuperación de la esperanza, no es un acto de fe, ni llega con reabrir la caja de Pandora; solo comprendiendo las nuevas condiciones en las que las luchas sociales se dan, se podrán sentar las bases para reconstruir el proyecto de la transformación socialista de la sociedad que rompa el círculo vicioso de los “medios sin fin”.
Porque, ¿a qué viene tanta desesperanza en el futuro?, reducido a una confianza ciega en el desarrollo tecnológico y seudo científico (la estadística convertida en la prueba del algodón del pensamiento científico). La burguesía en su camino hacia la hegemonía absoluta del mundo atravesó derrotas y retrocesos, no fue un camino lineal desde las repúblicas italianas, de mercaderes y banqueros; sino todo lo contrario. El régimen feudal, bajo su forma absolutista, se mantuvo más de 500 años, hasta el siglo XX: la I guerra mundial fue el punto y final de dos de los imperios en los que se mantenía, el zarismo ruso y el austrohúngaro.
En este camino histórico hacia el dominio del mundo, la burguesía contó con el creciente poder económico de las ciudades (los burgos), con las universidades y tras la Reforma protestante, con la religión, es decir, al revés de la clase obrera, la burguesía cuando encara el tramo final de su desarrollo, ya es la clase dominante de facto que solo precisaba deshacerse del cascarón vacío que era el estado feudal/absolutista y la propiedad de la tierra, y subrogarse como clase dominante.
Por contra, la clase obrera solo tiene sus “cadenas”; de otra manera, solo tiene su fuerza de trabajo y su papel en la producción y distribución de bienes y servicios. ¡No le exijamos a esta clase, lo que a la burguesía le costó siglos hacer!
La desesperanza creada por la falta de futuro y alternativa al capitalismo viene dada, primero, por un motivo objetivo que después se analizará, el “descubrimiento” de que tras el Muro de Berlín no existía socialismo y, segundo, que apoyándose en esta evidencia la burguesía mundial lleva lanzando la campaña del “socialismo ha muerto”, “no hay alternativa al capitalismo”.
Como en estos más de 30 años desde la caída del Muro, ya muchos de los “comunistas” que defendían la URSS (o China, o Cuba) como “faros de la revolución” se han pasado al bando de la ideología burguesa, y desesperanzados se convirtieron en los adalides de las nuevas “alternativas” pos modernas, que en ningún momento cuestionan la esencia del sistema capitalista.
La “nueva política”, que no es otra cosa que la versión progresista del individualismo y el negacionismo de la verdad objetiva sobre la base de las críticas a “los grandes relatos” herederos de la Ilustración, alimentaron esa desesperanza.
El crecimiento exponencial de las políticas identitarias, instaladas en la visión fragmentaria e individualista de la sociedad, se convierten en un verdadero freno objetivo para reconstruir un proyecto social alternativo de manera global al capitalismo. Así, mientras este si aparece como un todo coherente, dentro de sus crisis, ante la sociedad, esta no tiene frente a sí una fuerza igual y opuesta que pueda cuestionarlo.
La desesperanza introducida por el descubrimiento de que tras el Muro de Berlín no existía socialismo, sino sociedades no capitalistas, encuentra en todo esto un efecto multiplicador que solo se puede combatir desde el “análisis concreto de la realidad concreta” de los comunistas revolucionarios. Como decía Marx, “la burguesía tiene economistas, la clase obrera comunistas”.
La lucha por la transformación socialista de la sociedad resurgirá como el anhelo por volar del sastre de Ulm del poema de Bertold Brecht, que se empeñó en construir un aparato que le permitiese hacerlo; queriendo demostrar que podía conseguirlo, mas cuando lo intentó terminó en el suelo. Aunque el obispo sentenció que nunca ocurriría, ese “nunca” resultó miope y cortoplacista; resulta que años más tarde los seres humanos sí pueden surcar los cielos.
Los ideólogos del sistema, como el obispo de Brecht, podrán decir que el socialismo, tras las primeras experiencias de estados obreros, ha quedado por los suelos como el sastre; pero lo cierto es que no está escrito en ningún lugar que no exista otro futuro que el negro que nos ofrece el capitalismo, cargado de desigualdades, guerras y opresiones.
De la misma forma que la burguesía, a caballo del desarrollo histórico, se hizo con la hegemonía absoluta de las relaciones sociales, la clase obrera puede llegar a hacerlo. Para ello es preciso extraer todas las consecuencias de lo que pudo haber sido y no fue, que es fuente de una gran desesperanza e impotencia en la sociedad, superándolas con las actualizaciones que sean precisas.
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