Entre otras muchas cosas, alguna se recuerdan en esta primera conversación, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. *** Estábamos en esto. Animas también, a pesar de esta jubilado si no ando mal informado (y saber muy bien que el «laborare stanca» […]
Entre otras muchas cosas, alguna se recuerdan en esta primera conversación, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
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Estábamos en esto. Animas también, a pesar de esta jubilado si no ando mal informado (y saber muy bien que el «laborare stanca» como nos recordó Pavese en un poemario que no hemos olvidado), animas, decía, varios seminarios. ¿Por ejemplo? ¿Quiénes participan en ellos?
Los seminarios existieron antes de que naciese nuestra asociación, y son el origen de la misma.
En estos momentos participo como asistente al seminario «grande» de Espaimarx. Este curso ha versado sobre un texto de Antonio Labriola, el filósofo marxista italiano que, precisamente, acuña la expresión «Filosofía de la Práctica». Pero este seminario no lo he conducido yo, sino un miembro de Espaimarx, Nando Zamorano, que lleva años trabajando sobre Labriola. Además, conduzco dos seminarios pequeños de lectura de Hegel. Los seminarios son abiertos, no se necesita ser socio de espamatx. Ni ser comunista, marxista o cosa por el estilo. Sí son para personas de izquierdas que deseen trabajar en común con los demás.
Fuiste director de la revista Realitat. ¿Qué revista fue esa? ¿Qué recuerdos guardas de aquella época? ¿Cuándo y por qué dejaste de serlo?
Realitat era la revista teórica del Partit dels comunistes de Catalunya. Organización que surge al explotar el PSUC, tras el quinto congreso, como consecuencia de que la dirección entrante no respetase los acuerdos congresuales recién aprobados. Para el lector joven añadiré que el Partit Socialista Unificat de Catalunya -PSUC- era la organización homóloga del PCE en Catalunya, un partido comunista reconocido, desde su nacimiento como tal en 1936, por la Internacional Comunista, mientras ésta existió.
Mis recuerdos sobre mi periodo de dirección de la revista son encontrados. Conocí en aquella tarea a personas admirables, anudé amistades para toda la vida. La revista era un milagro que se hacía gracias a los componentes del consejo de redacción. De su consejo de redacción, una vez abandonamos la revista, surge el núcleo en torno al que se constituye Espaimarx. Precisamente del seminario quincenal que la revista organizaba, y que era abierto a todo quien quisiera acudir. Leíamos, ya en aquella época, a Marx -además de múltiples obras de menor tamaño, leímos El Capital, los Grundrisses..- leímos a Georg Lukács, a Karl Korsch, a Agnes Heller, a Gyorgy Markus, varios libros de E.P. Thompson, a Aristóteles -tanto su Política como su Ética nicomaquea– a Rousseau, a Arthur Rosenberg, a Robespierre; leímos diversas selecciones de textos de Antonio Gramsci, entre ellas, las antologías elaboradas por Manuel Sacristán y por Juan Carlos Portantiero… Por tanto es normal que, tras la salida, siguiéramos esa tónica, y leímos a Karl Polanyi, …etc. Últimamente, hemos leído los Cuadernos de la Cárcel, de Antonio Gramsci -cinco cursos- y ahora, a Labriola. El seminario, que nació en el consejo de redacción de la revista, existe desde septiembre de 1988: hemos leído muchas otras cosas más que no recuerdo.
Pues no está mal, nada mal. Muy poca gente ha leído tanto. Prosigue por favor, te he interrumpido.
Mi experiencia política en tanto director de un instrumento intelectual que debiera haber servido para reflexionar a fondo sobre la crisis de la izquierda y el comunismo, es, sin embargo, muy negativa. Los cuadros de la organización, en su mayoría, no consideraban necesaria tal cosa. Unos, por ser profesionales de las instituciones y pensar que solo lo que fuese útil a ese quehacer era interesante. Otros, por antiintelectualismo. En general, los cuadros, que eran organizadores, y por tanto, intelectuales, recelaban de la revista y la acusaban de ser cosa de intelectuales, «picos de oro»; la cultura política de estos cuadros, casi exclusivamente verbal, poco relacionada con el esfuerzo de la lectura, nos acusaba de «picos de oro». La utilidad que se le veía a la revista, a parte las declaraciones, era que podía ser un escaparate desde el que unos teólogos de la casa, discutiesen con otros, foráneos, mientras -como decía un amigo- mojaban picatostes en la jícara de chocolate -«deus est unus, afirmo». «Nego: deus est trinus»-, como recurso para poder echar la caña en el medio intelectual. Debo decir que este antiintelectualismo y este confort en el tran tran institucional, propio del profesional que come de la política -el partido, el sindicato-, la burocracia, no fue un defecto exclusivo del PCC. El instrumentalismo intelectual, el recelo, etc. es común a todas las fracciones del comunismo, y, en general, a toda la izquierda política española -se incluye Catalunya, por supuesto-; esta es una de sus «acendradas virtudes».
Pero algo tendría de positivo…
Sí que me sirvió en positivo para comprender, qué es una verdadera fuerza política conectada con la gente. Porque el PCC era un partido pequeño, pero no era un grupo de cuadros a la búsqueda de una base; la tenía. Estaba enraizado con el mundo social real. Y era un mundo cultural, parte del mundo cultural real. Con su antropología, su entender y compartir culturas de vida. Un partido, cuando lo es de veras, es mucho más, y otra cosa que, las tesis congresuales y el aparato de profesionales. Anida en él un ethos, unas formas de entender y vivir la vida, una cultura de vida, de fracciones populares que son de izquierdas y que eligen ese partido para expresarse. Culturas que existían ya «antes» y se expresan a través de la organización en la medida en que ésta no las asfixia, que todo puede llegar a ser. Un amigo me recuerda que en una determinada localidad la organización del partido siempre estaba en conflicto interior. Alguien le hizo reparar en que se trataba de una desavenencia entre el grupo de comunistas cuyas familias -extensas- procedían de Morón, y las que procedían de Águilas.
¿Y hacia dónde apuntas con esto que cuentas?
Es una anécdota, que puede ser distorsionante si es malinterpretada. Se expresaban culturas de vida cotidiana, rojas, igualitarias, con sus rituales. Una efigie de Lenin en medio de dos búcaros de flores… culturas de vida que procedían, como he dicho, de otras culturas anteriores. Los comunistas procedentes de Andalucía, numéricamente muy importantes tanto en el PCC como en el PSUC, eran en gran parte de protoculturas igualitarias que, anteriormente, se habían expresado a través del anarquismo -los estudios de Temma Kaplan…-. Algo semejante al caso de los lazzaretistas estudiados por Gramsci… precisamente, por todo esto, el PCC era una fuerza real, que pudo inspirar mejor poesía. Era una comunidad real humana, formada por gente «normal», que modificaba sus formas culturales de vivir cotidiano y lo hacía como comunidad, en comunidad. Esto no era visto, no era identificado ni entendido por los cuadros como actividad política. La política era «eso que se hace gestionando las administraciones del estado» o negociando con los poderes públicos, o con la patronal. Y en todo caso, sólo se veía como política la actividad de movimientos sectoriales cuya agitación ayudase a presionar para el acceso a «Palacio».
La izquierda no dedicó recursos a la generación de movimientos sociales, más allá de sus declaraciones. Tampoco el PCC. Pero la teorización sobre los mismos era esta concepción instrumental, que es la que se ha desarrollado en el seno de los movimientos existentes. La tarea de estos sería el de agitar consciencias, protestar exigir a las instituciones del Estado el cambio de las leyes. Una movilización instrumental que confía en el Estado. Esta concepción sería considerada por Gramsci «estatolatría». Precisamente el movimiento más interesante, a mi juicio, en el presente, el ecologista, es el que está superando esta concepción, ante la evidencia de cómo torean los poderes estatales las protestas, y de la inanidad de las grandes conferencias internacionales, y parte de sus militantes se dedican a crear nuevas formas culturales de vida. Esa es la forma más dura de presión que se puede hacer contra el poder. Es poco vistosa, pero desagrega verdaderamente el modo de vida, la cultura de vida cotidiana, sobre la que se levanta todo régimen y de la que depende su hegemonía, y apunta a la creación de un ethos orgánico con otra forma de organización de la política.
Y, para terminar, ese uso de los movimientos como instrumento de apoyo para el acceso al gobierno de una fuerza política institucionalizada es lo que los comunistas españoles denominamos «eurocomunismo de izquierdas».
Has publicado, se dice y se dice bien, muchos artículos sobre la democracia. No te dejo una página, media como max-max. ¿Qué concepto de democracia es el tuyo?
El de Aristóteles y Platón, el de Robespierre y Rousseau: democracia es el poder de los pobres en su lucha de clases contra los oligoi, la oligarquía, los pocos y ricos. Democracia es el nombre de un movimiento social articulado que abarca a las clases subalternas, que lucha por construirse como Sujeto, como Pueblo soberano, e instaurar su poder en la sociedad. Para lo que debe generar una alternativa cultural de vida, en su sentido antropológico, un vivir en común -vivere libero-, un ethos -Aristóteles-. Algo que no se logra sin el protagonismo activo de la mayoría de la gente sobre su propio vivir, y sin la participación activa en la deliberación política. La democracia no es delegativa, el pueblo no puede ser «representado», ejerce o no ejerce la soberanía. Una república democrática es ante todo un vivir en comunidad que preserva la igualdad de vida sin la que no hay libertad para los pobres. Sobre ese «ethos», creado en lucha de clases, que es lo que constituye en puridad el «régimen» verdadero, orgánico a él, se elabora una ley constitucional o «nomos». Pero la constitución verdadera de una comunidad social democrática, es el ethos democrático que ordena su vivir. La democracia debe anidar en la vida cotidiana, en la que genera y posibilita el movimiento organizado, que debe luchar por la democratización de la vida cotidiana en su totalidad como condición indispensable para la existencia de una ley constitucional democrática. Lo social debe ser público. Todo esto choca con la noción liberal que se ha extendido sobre lo que es «democracia», pero sin embargo, es el ideario central verdadero de eso que durante 2.500 años ha sido denominado «democracia».
Me resulta extraño que incluyas a Platón en esta concepción de la democracia. ¿No era para él uno de los peores sistemas políticos?
Platón es interesante porque explica claramente que la democracia es precisamente el poder de los pobres. La cita va incluida en el libro. Me permito traerla a colación, por su claridad, nada mitológica, y dado que la tengo localizada -el lector de mi libro me perdonará-: «Nace, pues, la democracia, creo yo, cuando, habiendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran, y a los demás los hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos, que por lo regular, suelen cubrirse en este sistema mediante sorteo». Está en República, 557 a.
Vale, de acuerdo. Publicaste en el Topo, hace ya algunos años, Repensar la política. Refundar la izquierda. Historia y desarrollo de la tradición de la democracia. Era, sin duda, una lectura novedosa de Marx. ¿Dónde ponías el acento singular? Nos lo recuerdas por favor.
Mi intención era presentar un resumen de lo que había constituido la tradición de la democracia, y mostrar que la izquierda marxista, el movimiento obrero, era continuidad de esta tradición. La primera parte de la obra partía de la antigua Grecia, y de la democracia ateniense. Desde ya hace muchos años, creo muy peligrosa esa ideología que arraiga en la izquierda, que considera que la izquierda constituye un novum sin raíces, sin relación con la experiencia de las luchas milenarias, y del pensamiento elaborado que surge como reflexión praxeológica sobre las mismas. Toda esa presunta carencia de raíces, en realidad pura ignorancia y pura concepción tecnocrática de la política, está detrás de la facilidad con la que la ideología liberal ha calado en la izquierda, y en la misma interpretación de nuestros pensadores como científicos eficientes, como técnicos, como «economistas»: Marx por ejemplo. Cuanto más inculto más «puro». Junto a la lectura de los clásicos, Marx, pero también Aristóteles, y Robespierre, etc, estaba la asimilación de lo que habían escrito sobre democracia el Lukács de la democratización de la vida cotidiana, el Rosenberg de quien tomo la idea de la «democracia» como nombre de un movimiento organizado en el proceso de la lucha de clases, no de una ley electoral. Y de Gramsci, su reflexión sobre la constitución de ese movimiento como bloque sujeto histórico, etc.
Se habla también en esa solapa de tu interés por la revolución francesa. ¿Qué interés tiene para ti el pensamiento político democrático republicano asociado a esa revolución? ¿Qué autores te interesan más?
Cuando descubrí que el pensamiento de izquierdas, democrático revolucionario, era una tradición que enraizaba con las luchas milenarias anteriores y con los escritos en que se habían expresado y que habían recogido la experiencia de las mismas; esto es, cuando descubrí que el pensamiento de izquierdas no era «ciencia científica», ni inventos de reformadores del mundo, sino saber segundo que había reflexionado luchas y expresado desiderátums humanos históricos -saber segundo experiencial: filosofar sobre la práctica- elaborado al hilo de las prácticas históricas de luchas de las comunidades populares, me puse a tratar de ver la continuidad de esa tradición intelectual. Y en un determinado momento me puse a leer los textos de los revolucionarios franceses.
Pero la Revolución Francesa es nada menos que el origen de toda la contemporaneidad. La aparición de la plebe como sujeto político, o sea, nuestro emerger al primer plano de la historia. Protagonismo que desde entonces se ha sostenido estable, entre colosales derrotas, pero sin que los trabajadores y explotados, sin que los subalternos hayamos vuelto a ser expulsados a las zahúrdas a las que se nos quería reducir. Si consideramos que solo existe, solo «tiene historia», sólo tiene presencia histórica, quien se organiza y lucha por ser libre, quien usa de su potencial libertad para organizarse y luchar por la libertad y la igualdad, los subalternos sólo existimos en la historia desde la Revolución francesa, tras muchos siglos de haber dejado de existir y no existir. Desde entonces, hasta el propio fascismo ha tenido que tener en cuenta a las masas subalternas, ha debido instrumentarlas, servirse de ellas, pero no ha podido excluirlas, actuar como si no existiésemos.
En cuanto a autores…
El autor que más me interesa es Robespierre; su evolución intelectual desde el republicanismo como régimen mixto hasta la democracia, la república democrática, a sabiendas de que ésta es el poder de los pobres, pero que la burguesía, el nuevo régimen aristocrático de los plutócratas, no dejaba otra posibilidad que la de aplastarlos o ser aplastados por ellos. Desde luego, resulta también maravilloso leer a Saint Just, a Babeuf, y a Filippo Buonarrotti. No cito a autores como Rousseau o Mably, adorables y admirables como Robespierre, porque no son protagonistas personales activos del proceso de la Revolución. En relación con la revolución también descubrí la valía de historiadores como Albert Mathiez, leído por Lukács, por Gramsci.
¿Y de dónde también tu interés por Francisco de Vitoria? ¿Qué es eso de la escuela iusnaturalista salmantina? ¿Eres partidario del derecho natural? Te pregunto ahora sobre eso.
De acuerdo.
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