¿Sabías tú que la Psicología se originó gracias al vidrio?» era la inesperada e insólita pregunta con que don Franklin Anaya Arze me había recibido en la Dirección del Instituto Laredo una tarde que le visité por motivos periodísticos, en 1997, pocos meses antes de su fallecimiento. No pude zafarme de tan embarazoso examen y […]
¿Sabías tú que la Psicología se originó gracias al vidrio?» era la inesperada e insólita pregunta con que don Franklin Anaya Arze me había recibido en la Dirección del Instituto Laredo una tarde que le visité por motivos periodísticos, en 1997, pocos meses antes de su fallecimiento. No pude zafarme de tan embarazoso examen y confesé mi ignorancia al respecto. ¿Qué diablos tenía que ver el vidrio con la Psicología?
«Mira» -dijo el viejo erudito encendiendo su infaltable tabaco y disponiéndose a darme una charla magistral, de esas que Diego Cuadros, su sobrino, solía comentar con solaz en nuestras charlas de café-. «El vidrio, como el reloj, revolucionaron a la humanidad en el espacio y en el tiempo. El vidrio aisló al hombre de la naturaleza para que pueda contemplarla, ya no como su actor, sino como su observador libre de las inclemencias del clima. Sin el vidrio no habría sido posible, por ejemplo, el surgimiento de las fábricas cuyas ventanas, que aíslan ese ambiente productivo de la cruda intemperie, aún en el invierno, alargan las horas de trabajo. El vidrio concavado o convexado permitió la fabricación de los lentes utilizados a partir del año 1270, y gracias a ello tenemos la fotografía y el cine. El concepto de los puntos de fuga que en la ciencia de la Perspectiva representan otros tantos del infinito, aliados con el de lo infinitamente pequeño deducido del microscopio o lo inf
initamente lejano del telescopio, por un lado facilitaron el surgimiento de la Bacteriología y por otro probablemente llevaron a Leibnitz y su casi contemporáneo Descartes a descubrir el Cálculo Infinitesimal y con ello el camino de las estrellas».
La Rebelión del Alma
Aquellas palabras salían de los labios de don Franklin con esa voz aguardentosa, sosegada y grave que le caracterizaba, como una asombrosa revelación que me causó un espasmo casi cómico en la mirada. Era un genio sacando complejas conclusiones dialécticas de un elemento aislado y aparentemente insignificante como es el pinche vidrio. Me había tendido una trampa. Mi misión era entrevistarle sobre los contemporáneos problemas urbanísticos de Cochabamba y quedé apabullado entre esa sensacional historia del Humanismo a partir del vidrio y del reloj en el Otoño del Medioevo. El arquitecto Anaya me enseñó también que gracias al vidrio se extinguió el Escolastismo y con él el animismo anticientífico, para dar lugar a la Química «a la vista de quien quiera, dentro de una vasija transparente llamada retorta, frasco de destilación o termómetro de vidrio, mientras moría grotescamente la Alquimia en un oscuro lecho de tierra cocida».
Y luego tomó de plano el punto de partida de nuestra charla: «Nada escapó a la revolución del vidrio, ni el alma». Hasta entonces, el hombre complementado con el Universo y como parte inseparable de la naturaleza, se contentó con el espejo líquido de Narciso o el de la plata pulida, ambos muy borrosos en todo sentido. Pero el vidrio pintado con mercurio en el taller del alquimista se convirtió en el espejo que, nítida e inexorablemente, reproduce la imagen mostrando los efectos de la edad, la pasión, la enfermedad y las torturas… El espejo muestra lo físico y lo que éste trasunta como espiritualidad. «Hasta el nacimiento del autorretrato, el alma era cosa de Dios o del demonio, insuflada dentro de su ser pero sin relación con sus funciones orgánicas. A partir del espejo y junto con la preocupación de los retratistas, surgen los observadores de las pasiones humanas». Y así pues Franklin Anaya logró demostrarme con simple y tautológica contundencia que también la Psicología sur
gió como una preocupación derivada del vidrio, convertido en espejo, y así el alma dejó de ser un tabú. ¡Jallalla Ajayu! («¡Arriba el Alma!», en lengua aymara) exclamé entonces en mi fuero más íntimo.
El Emblema de la UMSS
Después de aquella desconcertante lección sobre la Historia de la Revolución Humana, el despacho de don Franklin que hasta ese momento permanecía entre penumbras agitadas por la bruma del humo denso de su clásico Derby, comenzó a iluminarse con la claridad de sus ideas. Su figura se transparentaba de tal manera que su fantasmagórica voz armonizaba con su pensamiento como una sinfonía diáfana y perfecta, matemática. «Te he tenido que hablar de estas cosas porque quiero que leas este librito al que nadie le da bola», me aclaraba, entregándome un folletín que la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), durante la gestión rectoral de Tonchi Marincovich y Alberto Rodríguez, editado por Tavo Giacoman, había publicado en 1994 y al que, ciertamente, poca gente le tomó atención.
El librito en cuestión contenía tres ensayos titulados «La Revolución del Reloj y el Vidrio», «Emblema de la UMSS» y «El Hombre y su Morada».
En el primer ensayo pudo ampliar su concepción marxista del surgimiento del Humanismo a partir de aquellos dos inventos fundamentales con que el hombre saltó de la confrontación entre Tanathos y Eros hacia una armonización del Espacio (a través del vidrio) como forma orgánica, somática; y del Tiempo (a través del reloj) como forma del espíritu, germinal. Ambos constituyen la «arquitectura celular» del individuo que evoluciona y de la sociedad que se revoluciona. Así como el vidrio cumplió un rol en el dominio humano del espacio, el reloj, decía don Franklin Anaya, permitió la sincronización de los actos humanos y la creación del mundo especial de la ciencia al posibilitar una medida matemática del tiempo, y aceleró la civilización hacia la era de la maquinización y la economía política («el tiempo es oro»). Si aplicáramos estos conceptos a los relojes públicos de Cochabamba, todos detenidos y mal conservados por la municipalidad, arribaríamos a la deplorable conclusión de que
nuestra ciudad está en plena involución.
El segundo ensayo es una sorprendente explicación sobre los orígenes del Emblema de la UMSS, creado por él en 1960 bajo un revolucionario concepto simbólico. Al hablar sobre la Geometría del emblema universitario («un triángulo isósceles llamado por los pitagóricos Triángulo Pentalfa»), don Franklin se explaya argumentando su punto de partida para el diseño de aquel símbolo que se basa en «La Divina Proporción», es decir aquella fórmula del Teorema de Euclides que permitió descubrir por qué la naturaleza se presenta con tan bellas asimetrías como las alas de las mariposas, los pétalos de las rosas, los cortes naturales de los diamantes o las formas alucinantes de los seres unicelulares.
La Divina Proporción
Por la vía matemática de «La Divina Proporción» (o «proporción de oro»), el arquitecto Anaya llegó a amar a la música como tanto amó y lo explica en estos bellos términos:
«La tradición refiere que Aristógenes y Pitágoras afinaron el monocordio (instrumento de la antigüedad llamado también sonómetro) aplicando la proporción de oro, y Zeysing descubrió también que a las proporciones del cuerpo masculino corresponden las del acorde mayor y a las del cuerpo femenino las del acorde menor».
Afirma también que «Pitágoras encontró los sonidos de la escala por sucesión de quintas: fa-do-sol-re-la-mi-si calculadas seguramente por la relación 3.2/2 igual a 1.6 que, al correr el tiempo o por comodidad operacional, ha quedado en 3/2. Gracias pues al número Fi (Teorema de Euclides), la humanidad ha heredado la escala do-re-mi-fa-sol-la-si que constituye el alfabeto de su luminoso lenguaje musical».
Según el benemérito editor de Los Amigos del Libro, su amigo don Werner Guttentag, es aquella profundidad científica la que elevó a Franklin Anaya a una dimensión estética inalcanzable para el conocimiento vulgar incluso académico. «Nadie hasta hoy ha podido entender cómo es que un arquitecto que ha planificado las bases urbanísticas de la moderna ciudad de Cochabamba, que ha diseñado y construido los más revolucionarios edificios en todo el país, concentró sus mayores energías en obras culturales como la Academia Musical Man Césped o el Instituto Laredo, y la única explicación es que este hombre era un auténtico revolucionario». El librero tampoco olvida que junto con su hermano Rafael Anaya, don Franklin fue el propulsor de la educación bilingüe en Bolivia. «Los hermanos Anaya hablaban un quechua delicioso al oído y escribían magistrales poemas en el idioma de los incas».
Hace más de dos años, Guttentag inició gestiones para que el Estado boliviano consagre a la memoria de Franklin Anaya Arze un sello postal y una moneda acuñados con la imagen de aquel prodigioso arquitecto tan rebosante de erudición. «Ningún homenaje, ni siquiera una estatua suya hecha de vidrio precioso o un reloj de arena con su nombre en el Cristo de la Concordia serán suficientes para agradecer el nada estridente legado que nos ha dejado este gran cochabambino», dice Werner Guttentag. Pero por eso mismo la deuda está pendiente.