Al entrar en las oficinas de la productora de Álex De La Iglesia, Pokeepsie Films, parece como si estuvieses en una atracción de feria con miles de cachivaches a los que atender: pósteres de películas, muñecos coleccionables, el cineasta Zoe Berriatua trabajando en un rincón, pistolas de fogueo o cómics, muchos cómics, que te va […]
Al entrar en las oficinas de la productora de Álex De La Iglesia, Pokeepsie Films, parece como si estuvieses en una atracción de feria con miles de cachivaches a los que atender: pósteres de películas, muñecos coleccionables, el cineasta Zoe Berriatua trabajando en un rincón, pistolas de fogueo o cómics, muchos cómics, que te va descubriendo, a saltos, hiperactivo, el cineasta. Quedamos para hablar sobre Mi gran noche, una comedia coral, clásica, que estrena este viernes en cines. A pesar de llegar corriendo y sudadísimo, me noto contento. Creo que él lo está también.
¿Qué querías hacer en Mi gran noche?
Hablar del sinsentido de la vida y de lo absurdo que es todo, ejemplificado en un programa de Nochevieja que a mí me resulta como un símbolo, un icono de este país. Es ese momento en el que hace 10 años todos coincidíamos, toda España se reunía para disfrutar un momento en el que todas nuestras cabezas estaban pensando en lo mismo: «¿Cuál iba a ser el próximo número de Martes y 13?». Con esa excusa, divertirnos. En este momento, ahora más que nunca, deberíamos reírnos. No solo a nivel terapéutico sino como única salida, el único camino que nos podría llevar a una solución. La risa no solamente es eso que dicen las madres de «hay que pasárselo bien para luego ir a trabajar al día siguiente». La risa es el arma, es el escudo que nos permite soportar el infierno que supone vivir todos los días.
Al ver Mi gran noche, me acordé mucho de Blake Edwards porque es una comedia contenida, coral, con canciones que arreglan cosas… Y de torpezas.
Echo de menos ese tipo de cine. Estamos tan preocupados con lo que funciona o lo que no funciona, si va a ser bien recibido por el público, por la crítica, por los jóvenes, por las madres… Al final, uno se agota y piensa que lo mejor es seguir su instinto. ¿Y qué me pide ahora el cuerpo? Reírme como en los viejos tiempos, como cuando veía el sábado por la tarde una película y daban El mundo está loco, loco, loco o Aquellos locos en sus locos cacharros, ese tipo de comedia que no quiere contar nada más que su propia risa, la felicidad de estar hora y media divirtiéndote con unos personajes que están mucho peor que tú. Eso también es el cine: rodearse de situaciones y personajes que de alguna manera solucionan tu vida.
Pero para hacer comedia tienes que rodearte de actores cojonudos. ¿Interpretar comedia es más difícil que interpretar drama u otros géneros?
Hacer e interpretar comedia es muchísimo más difícil. El drama o la película seria es una cosa en la que tú te sientas y dices «qué importante es todo lo que me están contando». Y, si te estás coñeando un poco, piensas «esto es importante, el que tiene un problema soy yo». Y participas en ella buscando relaciones o detalles que mejoran la calidad de la película. La comedia, no. Es «me río o no me río». Se acabó la reflexión. A mí eso me parece infinitamente más complicado. Meterte en la cabeza de alguien para que se ría es una cosa compleja que requiere incluso más reflexión que un drama, en el que tienes más tiempo.
¿Cómo haces que tus actores entiendan esto? Porque tú escribes, piensas, pero luego tienes que explicárselo…
Antes me pegaba unas parrafadas brutales… cuando eres joven estás muy preocupado con el tema del ensayo, haciéndoles entender cada cosa. Llevas escribiendo el guión dos o tres años y tienes en la cabeza exactamente el tono de cada puta frase y te desesperas porque no lo dicen cómo tú quieres. Con el tiempo, descubres que es importante que las cosas no sean así, que es mucho mejor que las cosas estén hechas por un grupo de peña que interpreta o que traduce a su propia cabeza la historia que estás contando. ¿Cómo conseguir que la gente haga lo que tú quieres? Primero, no pedírselo nunca. Porque si se lo pides, ya están forzados. Te ahorras tiempo, porque esa es la cuestión. ¿Cómo llegar a lo que yo quiero antes? Entonces preguntas, «¿cómo lo ves tú?» y el actor desarrolla su idea y le dices «es magnífico, vamos por aquí». Y se sienten seguros y que controlan el personaje.
Es cierto: tú les dejas el personaje a ellos. Hay un momento en el que el actor, el técnico, el director de foto… Empieza a sentir cierta inseguridad. «¿Qué pasa que este tío no me dice nada?». Entonces, dices «quizá, si aquí hacemos más hincapié en el inicio de la frase…», entonces lo hacen, y ahí te vuelves a dar cuenta de que tu idea inicial no funcionaba, que la buena era la suya, y montas la primera toma donde no les habías dado instrucciones.
Es un juego y una estrategia de engañar: en un rodaje, el que más actúa es el director. Y es un juego en contra del tiempo… Si en una película de siete semanas quieres rodar Víctor o Victoria, tienes un problema. No hay posibilidad de equivocarse: entonces la dirección de actores se complica mucho más. Más que dirección de actores, es de soldados…
Aunque hay actores que se escapan, que casi te construyen el personaje, como Mario Casas.
Mario es increíble. Vas con el pelotón y les dices «allí está la colina» y «allí están los nazis». «Vamos a por ellos». De pronto, uno de ellos ya ha salido corriendo al ataque… Entonces, le dejas hacer y te centras en los que te preguntan. Hay que tener cuidado porque a la colina tenemos que llegar todos juntos, a Mario solo hay que pararle para centrarnos. Debes conseguir todo eso sin perder comunicación entre unos y otros y, sobre todo, sin que se enteren unos y otros de que estás utilizando diferentes técnicas de dirección. A unos quizás los tratas con más dureza, con otros practicas la ignorancia… Es un arma que busca conseguir un todo unitario.
Y en el pelotón está Raphael. ¿Cómo trabajas con alguien que lleva 30 años sin actuar? Suponiendo, claro, que no actúe cuando está en escena…
Empezaría por ahí. Este señor actúa todos los días. Si vais a un concierto de Raphael, es un tipo que está haciéndose su propia película. Esa canción increíble No me mires así con el espejo, es una actuación maravillosa de un hombre que se ve en el espejo y rechaza a su imagen porque ya no representa lo que él es realmente. Es un poco su historia: un hombre de 25 años de edad que está en un cuerpo de un señor que tiene unos 70. ¿Cómo dirigirle? Con mucho cuidado, con mucha paciencia y que él me tenga también mucha paciencia. ¿Cómo es posible que Raphael haya permitido que hagamos esto con él? Es un tipo que cuando ve algo que le sorprende, se lanza.
La película se estructura en tres capas. Una que está fuera, que es una protesta, una España en huelga; la de dentro, que está todavía más loca, con los productores, cantantes, técnicos… y luego la ficción del programa y que parece que tiene un cierto orden, pero que es justamente lo único que ven los de fuera, los de la primera capa.
Me parece muy interesante lo que dices. Nunca va a haber una comunicación entre el caos exterior que se queja y el verdadero funcionamiento de las cosas. Siempre va a haber un espejo, un mundo ficticio, que es el que nos cabrea. Si nosotros supiésemos cómo funcionan las cosas, quizá las entenderíamos mejor y ayudaríamos a que todo siguiera para adelante.
Hay una necesidad enferma por fingir una cosa que no somos. Todos queremos ser guays: hacer los deberes, quedar bien… Deberíamos reconocer que no somos ese tipo que se ríe desde la distancia de Sancho Panza y del Quijote, sino que somos Sancho Panza y El Quijote. Solo tenemos dos alternativas: yo veo molinos absurdos donde no los hay o, peor, soy el colega que ve que no hay molino y sigo al del molino. Esas son nuestras opciones.
¿Por qué crees que en la España de la crisis no ha ocurrido lo que ocurre en el exterior del plató, con esa huelga violenta? Es decir, una revolución…
Creo que, primero, es gracias a Internet. Tenemos que hacer un montón de cosas en Facebook y Twitter y no hay tiempo de revoluciones. Segundo, el hecho de vivir en un Estado hipotético del bienestar que, aunque no sea cierto, nos da mucho miedo perderlo. Quizá habría que llegar a ese nivel de desesperación brutal para que se diera una revolución. Y, por último, está esa conciencia latente de que nos merecemos lo que nos pasa.
Muy católica, por otra parte.
Todos, no solo los que son católicos, los que luchamos contra una visión cristiana de la vida, los que intentamos proponer otro planteamiento vital, estamos totalmente condicionados por él. El primer tipo que cree en Dios y el demonio es Buñuel, «ateo, gracias a Dios», lo mismo que Unamuno. Somos deudores de un pensamiento que nos condiciona. En Mi gran noche hay una sensación, como en El ángel exterminador, de que si seguimos la canción igual encontramos un hueco entre los dientes de la rueda del mecanismo.
En tu película, no revelo nada, al final un recurso de ficción, una canción, coloca a nivel moral a los personajes donde se merecen.
Por ejemplo, en Milagro en Milán, al final, los pobres se van volando. ¿Se ha solucionado el problema de la pobreza? No. Pero ha habido un momento que existe la ilusión de que sí. ¿Qué prefieres el final de Ladrón de bicicletas o de Milagro en Milán? Yo, el de Milagro de Milán. Quizá en la constatación del absurdo y en la lucha con el absurdo por convertirlo en una melodía inversa podríamos encontrar una solución. Igual el problema es intentar que todo se arregle. A veces, esto es así, y punto. Por ejemplo, decimos «todos los días llueve» y hay que buscarle una solución. No. Lo que tienes que dar es gracias a Dios porque llueve porque los días de sol tienen más fuerza. Asumir el caos y que forme parte de nuestro vestido.
Han pasado 22 años de Acción mutante, aparte de tu oficio, ¿qué ha sido el cine para ti?
Una caída libre. Me siento como el Coyote cuando cae por los barrancos, que lleva tanto tiempo cayendo que hasta se siente cómodo, llega un sofá y se tumba, hasta que llega la superhostia. Pero, de momento, no me la he dado. De momento, seguimos cayendo. Eso sí, entre Acción mutante y esta no creo que haya una madurez, solo que ruedo mejor. Y luego, se aprende a esquivar: puedo presumir de perro apaleado, es decir, me van a dar pero por lo menos esquivo alguna. Es a lo máximo que podemos aspirar: creo que todo lo que hemos pensado y reflexionado lo hicimos de los 18 a los 25. Lo que más defiendo de mi cine es la técnica, mi trabajo como realizador, el «joder, esta peli la he hecho en siete semanas y los resultados han sido buenos».
Hablemos de tu coguionista en la mayor parte de tus películas, Jorge Guerricaecheverría.
No hubiera pasado de la segunda película sin Jorge. Mis pelis se habrían visto abocadas a la incomprensión total o a la ininteligibilidad. El peso de la esquizofrenia lo llevo yo y Jorge es quien racionaliza un discurso imposible. Hay películas que llevan más el peso de Jorge, como por ejemplo, La comunidad. La idea inicial era un edificio en el que hay que asesinar a los inquilinos porque todos tienen rentas bajas y, al final, acabamos en un ancianito que tenía el dinero de todos. ¡Jorge y yo formamos un organismo vivo! [nos reímos].
¿Echas de menos la Academia?
Sí. Era muy divertido.
¿Divertido? Es justo la última palabra que aplicaría a semejante marrón.
Hacer una película también es un marrón. Es enfrentarse a una situación imposible. Por las películas, debatir y dialogar se me da muy bien. Pero tenemos que tener claro que el acuerdo final ni va a ser la comedia que quieres tú, ni la película desenfrenada que quiero yo. Va a ser un punto en común que nos interese a todos y no nos guste a ninguno. La parte del debate que la gente rechaza es el «hola, cedo». Muy poca gente cree que está equivocada.
Tu último marrón: Pokeepsie Films, donde acabas de producir Musarañas, de Juanfer Andrés y Esteban Roel, y Los héroes del mal, de Zoe Berriatua.
Soy un niño hiperactivo que no lo ha superado y no me basta con mis pelis. Al hacer pelis siempre hay un impás inevitable en el que yo pienso: «¿Y si hacemos otra cosa?». Pues vamos a producir películas. Y gracias a Carolina Bang, a mi socio Kiko y a la gente que estamos metidos aquí, hemos sacado adelante Musarañas y Los héroes del mal, de las que estoy jodidamente orgulloso.
Te lo estás pasando de puta madre.
Me lo estoy pasando mejor que nunca. ¿Qué ocurre cuando, de pronto, los problemas se convierten en algo apasionante? «Como esto no funcione, morimos este mes». Qué guay. La única manera de mantener la cabeza viva es si la tienes llena de problemas. Cuando tengas un problema, búscate otro peor y entonces el anterior será pequeño y portátil.
Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/entrevistas/problema-buscate-peor_0_443755931.html