Andaba buscando una melodía que representara una ruptura, la ruptura, cuando de la radio salió la voz de Miguel de Molina: «Ná te pido, ná te debo, me voy de tu vera, olvídame ya, que he pagao con oro tus carnes morenas…». La bien pagá. Pareciera que aquel viejo republicano exiliado en Argentina quisiera prestarnos […]
Andaba buscando una melodía que representara una ruptura, la ruptura, cuando de la radio salió la voz de Miguel de Molina: «Ná te pido, ná te debo, me voy de tu vera, olvídame ya, que he pagao con oro tus carnes morenas…». La bien pagá. Pareciera que aquel viejo republicano exiliado en Argentina quisiera prestarnos su melodía para esta carta.
La ruptura. He andado varios meses dándole vueltas a la cuestión (pura torpeza de este viejo militante que olvidó el manual y anda intentando aprender; desaprendiendo para aprender). Partía de un error que me impedía construir el discurso. Yo pensaba que teníamos que romper con ellos. ¿Con quienes?, se preguntarán ustedes. ¿Qué es lo que hay que romper? Las preguntas, las malditas preguntas. Yo tengo mis respuestas, pero solo son eso, mis respuestas. Y en todo caso quiero compartirlas con ustedes, si les parece bien.
Ellos son la contraparte, llamada hoy la élite europea, y son los representantes de la clase dominante. Los mismos que hace sesenta y seis años llegaron a un acuerdo con las organizaciones políticas, sindicales y sociales surgidas de la correlación de fuerzas de la Segunda Guerra Mundial -ahí, casi ná-. El acuerdo se basaba en un modelo de producción fordista, en el reparto de una parte de la riqueza generada, en un modelo social de convivencia seudo democrático y en una gestión de los recursos y la economía a través de organismos «democráticos». A cambio, las partes se comprometían a la no agresión, a la Paz Social. Mientras, se exprimía al Tercer Mundo y a la periferia dentro de Europa. «Tós buenos», como diría mi compadre Tonichi. Los amos nos hacían un lugar en su mesa, y hay quienes mantienen que hasta en la cama, eso sí, gracias a la existencia de los países socialistas y mientras los pobres siguieran siendo pobres.
En el estado español se da un proceso parecido después de la muerte del dictador, que se concreta en los Pactos de la Moncloa, y que jamás dará paso a un estado del bienestar aunque sí a un estado asistencial. Y es tan vergonzante el acuerdo que treinta y cinco años después los demócratas republicanos asesinados por la dictadura siguen enterrados por miles a lo largo de la geografía española en fosas comunes, como perros, mientras sus asesinos reposan en el camposanto o caminan por las calles de nuestras ciudades, y las sentencias emitidas por los tribunales golpistas contra personas como Miguel Hernández, Julián Grimau, Blas Infante y otros cientos de miles de demócratas, siguen vigentes después de más de setenta años. ¿A quiénes tenemos que darles las gracias por traernos esta democracia que restituyó a la monarquía española y que está favoreciendo el retroceso en las conquistas sociales?.
Pues eso, se rompen dos cosas, el Contrato y el reconocimiento de la otra parte, que son las viejas instituciones que aún se atribuyen la representatividad de los ciudadanos. Y rompen quienes pueden romper y quieren romper, la élite dominante, los amos, los de toda la vida. La otra parte se resiste a aceptar la ruptura y colabora en la rapiña de los derechos de los ciudadanos legislando a través de los parlamentos y firmando acuerdos laborales que suponen retrocesos brutales de los derechos de los trabajadores.
Estas viejas instituciones surgidas de un momento histórico que ya no existe se perciben por los ciudadanos como instituciones no deseables: «No nos representan». No son interlocutores validos. Su fase, su trabajo ya terminó y solo le quedan dos caminos, o la catarsis o que la élite les utilice como el antídoto de lo nuevo.
Las agresiones constantes que estamos sufriendo los ciudadanos y la resistencia que está surgiendo al margen de las viejas instituciones deben generar sujetos políticos que coordinen un nuevo Proceso Constituyente. No caben reformas, entre otras cosas porque la contraparte no las acepta. Y nosotros, los ciudadanos, poco o nada tenemos ya que perder salvo que nos quiten los grilletes invisibles que nos unen a ellos y los conviertan en reales.
Varias puertas se abren ante nosotros, entre ellas, cómo no, la de la barbarie. Pero junto a ella se encuentra la de poder construir un mundo nuevo, más justo, más humano, con una relación de respeto con la naturaleza que hoy no existe y que es necesaria para nuestra propia supervivencia como raza. En medio de ese camino entre la Asamblea Constituyente y ese Nuevo Mundo, un millón de horas de trabajo de hombres y de mujeres, de luchas contra los desahucios, contra la exclusión social, por mantener nuestros derechos sociales y laborales, un millón de batallas en defensa de la naturaleza y la paz mundial, y el aprendizaje de unas nuevas relaciones de convivencia basadas en la solidaridad y el respeto mutuo. Ahí esta el tajo, y ahí nos vemos, porque merece la pena vivir y morir en el intento. Salud y buena suerte.
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